Volker Perthes
Alejándose de las ideologías: la “primavera
árabe” y sus consecuencias

(Alif Nûn, nº 98, noviembre de 2011).

La “ primavera árabe ” es un fenómeno revolucionario que ha afectado a toda la región. Sin embargo, todavía no ha llegado a su fin y sus objetivos serán más difíciles de alcanzar que en el caso de la caída de los regímenes de Europa del Este, pues será más sangriento y necesitará más tiempo.

Hasta el momento, los levantamientos realmente solo han derrocado a tres autócratas, aunque ningún Estado árabe ha sido capaz de evitar del todo la presión de este movimiento político. El movimiento comenzó en Túnez y Egipto , y son estos dos estados los que disponen de las mejores oportunidades para convertirse en democracias firmemente establecidas.

El proceso no tendrá los mismos efectos en toda la región, y las diferencias entre los distintos países árabes podrían llegar a ser aún mayores de lo que son ahora, al menos al principio (a pesar de que, seguramente, los ciudadanos de los distintos países se hayan acercado como resultado del proceso).

La gran tarea de construir nuevos sistemas políticos democráticos en Oriente Medio (o al menos sistemas que sean más representativos, más responsables y mejor administrados) seguramente llevará una década o incluso más. Y no hay garantías de éxito. El proceso también será un desafío para Europa, que, si bien no puede saber lo que sucederá, será capaz de influir en los acontecimientos.

No sería erróneo decir que la situación política y social en estos estados se ha caracterizado por unos gobiernos que han dejado bastante que desear, con evidentes abusos de los derechos humanos y la dignidad humana, corrupción, una desigualdad social cada vez mayor y discriminación contra las mujeres y los jóvenes. Además, todos los países de la región son o han sido gobernados por regímenes políticos autoritarios, o al menos no democráticos.

Dudosa democratización

Es una amarga verdad que, a lo largo de los años, las políticas occidentales no han promovido realmente el desarrollo democrático en el mundo árabe. Bien podría decirse que ésta no es la tarea de Occidente o de cualquier otro actor externo, pero Europa y EE.UU. siempre han hablado de promover la democracia. Y, en muchos casos, ésa ha sido su intención [1]. 

Algunos programas, como los desarrollados como parte de la Unión por el Mediterráneo , han contribuido sin duda a fortalecer a las fuerzas sociales que han luchado por los derechos humanos, la libertad de prensa y el Estado de derecho.

Sin embargo, “democratización” es un término del cual se ha abusado mucho: incluso la invasión de Irak en 2003 fue descrita por los representantes e ideólogos del gobierno estadounidense como una contribución a la democratización de Oriente Medio. Hay algunas personas que, con un cierto grado de cinismo, siguen manteniendo esta postura, alegando, por ejemplo, que las tropas estadounidenses que provocaron la caída del dictador irakí Saddam Hussein ofrecieron un impulso que condujo a las revoluciones de 2011.

Sin embargo, es más fácil argumentar lo contrario: que la guerra de Irak en 2003 obligó a un dictador a salir de su palacio, pero también alargó la vida política de otros autócratas en la región. Irak  se ha visto arrastrado a una guerra civil y las instituciones democráticas creadas por las potencias ocupantes todavía no actúan con demasiada eficacia.

El presidente sirio, Bashar al-Assad, no es el único dirigente que ha destacado de manera reiterada el violento caos en la frontera de Irak con el fin de dejar claro a sus ciudadanos que están mejor bajo su régimen autoritario que bajo la democracia importada de Occidente.

Lo más importante es que, desde 2001 y sobre todo a partir de 2003, EE.UU. y los estados europeos (Rusia y China, que nunca abogaron por la democratización, no han jugado ningún papel) se han centrado en buscar socios para apoyarlos en la “ guerra contra el terror ”, y así ayudar a garantizar la estabilidad en la región.

Había otros motivos adicionales de preocupación en Occidente, como son la creciente influencia de Irán , la difusión de las tendencias islamistas y, en lo que respecta a Europa, la inmigración ilegal descontrolada.

Puede que a los gobiernos árabes se les haya hecho saber con frecuencia que deben poner en práctica reformas políticas y respetar los derechos humanos, pero el mensaje que ha calado –en El Cairo y Túnez, así como en Riad, Rabat, Ramallah o Damasco – es muy diferente: cualquier gobernante que coopere en la lucha contra la amenaza terrorista y ayude a asegurar la estabilidad regional será considerado como “socio”, al margen de cómo trate a sus propios ciudadanos. Cualquiera que no coopere corre el riesgo de ser “democratizado”.

Islamismo o caos

Los gobernantes en el mundo árabe han seguido el juego de buena gana. Casi todos ellos han estado más que dispuestos, por su propio interés, a actuar como socios de EE.UU. en la lucha contra al-Qaeda o en la disputa con Irán, y así recibir apoyo financiero por sus esfuerzos.

De cara a los europeos, estos dirigentes se presentaban a sí mismos como garantes de la estabilidad: la única alternativa a sus gobiernos era, o la toma del control por parte de los islamistas, o el caos. Los presidentes de Egipto y Túnez, Hosni Mubarak y Zine el-Abidine ben Ali, fueron especialmente hábiles a la hora de plantear esta estrategia.

Ha habido varios factores que han contribuido al cambio repentino de la fosilizada situación política en la región a comienzos del 2011. Entre ellos figuran las nuevas tecnologías, la economía global y algunos aspectos de las estructuras sociales. La televisión por satélite y los nuevos medios de comunicación social han ayudado a la rápida difusión de las protestas. El aumento del precio de los alimentos avivó las protestas entre los más pobres y algunas de las revelaciones de Wikileaks confirmaron rumores y suposiciones que ya estaban muy extendidos sobre la corrupción de los gobernantes de Túnez y de otros países árabes.

Pero quizás el aspecto más importante y que mejor puede explicar los levantamientos sea la demografía. La revuelta árabe de 2011 es, por encima de todo, un alzamiento de la juventud. Quienes tienen entre 20 y 35 años de edad, nacidos entre 1975 y 1990, representan más del 30% de la población del mundo árabe. En otras palabras, se trata del baby-boom del mundo árabe, aquellos que nacieron cuando el crecimiento demográfico alcanzó su nivel histórico más alto [2].

No es de extrañar que sean los miembros de esta generación los principales protagonistas de las revueltas en Túnez, Egipto y los otros países árabes. Por lo general, han recibido una mejor educación que los jóvenes de generaciones anteriores y en muchos aspectos están mejor relacionados y conectados a nivel global. Lo anterior es resultado de la expansión del sistema educativo que los estados árabes pusieron en marcha durante las últimas décadas. Sin embargo, una consecuencia de esto ha sido que el desempleo juvenil en los estados árabes sea más elevado que en otras partes del mundo.

Los jóvenes se levantan

Cabe destacar hasta qué punto los jóvenes del mundo árabe entre 20 y 35 años de edad son una generación que se ha caracterizado por compartir una serie de experiencias comunes. Simplificado un poco, podríamos decir que, desde Rabat hasta Riad, en todo el mundo árabe, ésta es una generación que se ha sentido defraudada en cuanto a sus posibilidades de desempeñar un papel económico, social y político dentro de sus respectivos países. Estos jóvenes tienen ingresos muy bajos o carecen por completo de ellos; como consecuencia, no pueden alquilar o comprar su propia vivienda, y sin esta vivienda no pueden formar una familia.

Cuanto más conservadora es la sociedad, más difícil les resulta tener relaciones sexuales sin estar casados. Su experiencia es que la desigualdad de ingresos está creciendo, y aprenden que la política es el negocio de las élites (y a menudo un negocio muy próspero), al cual ellos no tienen acceso, a menos que pertenezcan a una las familias aliadas con dichas élites.

Acceden a diario a Internet, donde pueden leer en Wikileaks hasta qué punto los diplomáticos estadounidenses consideran corruptos a sus gobiernos. A menudo experimentan en primera persona la manera arbitraria en que la policía y las autoridades ejercen su poder contra los jóvenes, la población rural o los disidentes.

Si estas experiencias comunes han hecho de este grupo de edad una “generación”, el levantamiento en Túnez y las revueltas posteriores lo han convertido en una generación política que se ve a sí misma como un actor en el escenario social, y como tal es considerada por otros.

Como resultado, las demandas planteadas por los movimientos de protesta son muy similares en todas partes, aunque son diferentes a las consignas que se oían en Europa durante las airadas protestas de los años 80 y 90 del siglo pasado. Con raras excepciones, no hemos estado escuchando “el Islam es la solución” o “abajo el imperialismo y el sionismo ”.

A diferencia de antiguas revueltas en los países árabes, estos levantamientos son de carácter no ideológico y “post-islamistas”, tal y como afirma el experto francés en Islam Olivier Roy. No parecen necesitar ninguna de las ideologías a las que tradicionalmente se ha acudido en el mundo árabe, tales como el islamismo o el nacionalismo árabe.

El Islam es una religión, no una ideología

La generación de 2011 es una generación de escépticos. Es escéptica hacia cualquier ideología, incluyendo al islamismo. Muchos de sus miembros son musulmanes practicantes, pero ven el Islam como una religión, no como una ideología. Por encima de todo, esta generación ha dejado de creer en la propaganda oficial difundida por los sistemas autoritarios.

¿Y por qué habrían de creer en ella? Han sido testigos de la hipocresía de sus padres y profesores y de cómo éstos han tenido que enfrentarse a las declaraciones públicas de lealtad exigidas por el gobierno.

Todo el mundo sabía que el voto en las elecciones presidenciales de países como Siria, Egipto y Túnez (elecciones que eran descritas en la prensa oficial como “actos de homenaje” a los gobernantes) no afectaba en absoluto al resultado. Los gobiernos y los partidos en el poder se hacían llamar “democráticos” aunque solo garantizaban dicho poder a una pequeña camarilla. Las campañas anticorrupción jamás fueron capaces de producir ningún efecto sobre los favorecidos por el régimen.

Siempre se hablaba de la solidaridad árabe y el apoyo a los palestinos , a pesar de que el mayor Estado árabe, Egipto, mantenía cerrada su frontera con la franja de Gaza, favoreciendo así el bloqueo israelí. Además, estos regímenes siempre glorificaban sus logros del pasado, aunque éstos fueran completamente irrelevantes para la vida diaria del pueblo.

Las revueltas árabes de 2011 no han sido en absoluto una revolución islámica en ninguno de los países donde se han producido. Aún así, el Islam político jugará su papel en el futuro. En casi todos los países árabes existe una base popular para los partidos conservadores de corte religioso, inspirados en el modelo del AKP turco [3]. Y no sería de extrañar que la variedad de la oferta vaya en aumento, pues la apertura de los sistemas políticos también obligará al Islam político a ser más pluralista.

Esta circunstancia ya puede observarse en Egipto, con las divisiones y escisiones de los Hermanos Musulmanes , cuyos miembros han perdido la unidad originada por la presión de la persecución. Esta diversidad en el espectro del Islam político es básicamente un proceso beneficioso que terminará por separar a los pragmáticos y reformistas de los fundamentalistas.

Rechazo del terrorismo yihadista

Un aspecto realmente bueno de las revueltas y revoluciones árabes ha sido el rechazo a la ideología de la violencia y el yihad terrorista representados por al-Qaeda. Las exigencias de libertad individual y democracia planteadas por los manifestantes se oponen directamente a la ideología de al-Qaeda.

Tres meses después de la revolución, Ayman al-Zawahiri, lugarteniente y sucesor de Osama bin Laden , dijo al pueblo egipcio en un mensaje de video que su revolución no estaría completa hasta que hubieran establecido un verdadero Estado islámico. Fue un mensaje que, obviamente, fue acogido con mucha frialdad.

Para la actual generación de jóvenes indignados, la oferta ideológica de al-Qaeda está caduca. El poder del pueblo y su deseo de cambio son más atractivos que la violencia terrorista.

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Volker Perthes nació en Homberg (Alemania), en 1958. Estudió Ciencias Políticas en la Universidad de Duisburgo y en 1986 se trasladó a Damasco (Siria) con una beca de investigación. Entre 1991 y 1993 fue profesor asistente en la Universidad Americana de Beirut (Líbano) y más tarde ha sido profesor en las universidades de Duisburgo, Munich y Münster, así como profesor adjunto en la Universidad de Humboldt y profesor honorario en la Universidad Libre de Berlín. Desde 2005 es director de Stiftung Wissenchaft und Politik (Fundación para la Ciencia y la Política). Es autor de numerosos artículos y libros sobre política y sociología del mundo árabe y Oriente Medio.

El presente artículo procede de http://de.qantara.de/wcsite.php?wc_c=17071 Traducción y adaptación al castellano elaborada por el equipo de traductores de Alif Nûn. Todas las notas son del equipo de Redacción de Alif Nûn.

[1] Para más información sobre la política de la Unión Europea hacia los países de la orilla sur del Mediterráneo, véase Martin Jerch, Democracia, desarrollo y paz en el Mediterráneo: un análisis de las relaciones entre Europa y el mundo árabe, Univ. Autónoma de Madrid, Madrid, 2007; Paul Balta, El euromediterráneo: desafíos y propuestas, Oriente y Mediterráneo, Madrid, 2005; Khader Bichara, Europa por el Mediterráneo, Icaria, Barcelona, 2009; Khader Bichara, Europa y el Mediterráneo, Icaria, Barcelona, 1995.

[2] Para más información, véase Ted Swedenburg, “ Juventud de Oriente Medio: retos y oportunidades ”, revista Alif Nûn, nº 77, diciembre de 2009.

[3] Para más información sobre el AKP, véase Tierry Zarcone, El Islam en la Turquía actual, Bellaterra, Barcelona, 2005; Bekim Agai, “ Islam y kemalismo en Turquía ”, revista Alif Nûn, nº 72, junio de 2009.