Xabier Etxeberria
La paz compleja

 

  Xabier Etxeberria Mauleon es profesor emérito de Ética en la Universidad de Deusto (Bilbao) y miembro del Centro de Ética Aplicada, de la misma universidad. Es responsable del área de Paz y Derechos Humanos de Bakeaz. Profesor visitante de diversas universidades en América Latina, donde colabora habitualmente con organizaciones indígenas y de derechos humanos, centra su investigación filosófica en los campos de la ética fundamental, la ética profesional y la ética social y política (especialmente en torno a las identidades colectivas y a las víctimas de la violencia), así como en la vertiente ética de los derechos humanos. En torno a ellos ha publicado numerosos artículos, cuadernos y libros. Entre estos últimos cabe citar los siguientes: Imaginario y derechos humanos desde Paul Ricoeur (DDB), Ética de la diferencia (UD), Temas básicos de ética (DDB), La educación para la paz ante la violencia de ETA (Bakeaz), Ética de la ayuda humanitaria (DDB), Sociedades multiculturales (Mensajero), Aproximación ética a la discapacidad (UD), Dinámicas de la memoria y víctimas del terrorismo (Bakeaz) y Por una ética de los sentimientos en el ámbito público (Bakeaz). Varios de sus cuadernos se encuentran en las colecciones Cuadernos Bakeaz y Escuela de Paz de Bakeaz.

           

            La tesis que sustenta este texto es la siguiente: en lo que es la paz anida una importante complejidad interna, y en esa complejidad se juega su autenticidad y fecundidad. Para mostrarla, más que probarla, se van describiendo relevantes aperturas a la complejidad de la paz, sin pretender agotarlas. Se comienza explorando la complejidad que emerge del cambio de mirada, la que se manifiesta al pasar de la focalización en la confrontación con los violentos a la focalización en las víctimas. Se pasa luego a presentar la complejidad implicada no en la yuxtaposición de las grandes categorías de la paz, sino en su imbricación intensa y dialéctica, teniéndose específicamente presentes las categorías de memoria, justicia y reconciliación. Se acaba con la descripción de una tercera apertura a la complejidad, la presente en la tensionalidad creativa de los polos implicados en la paz, como el cívico y el subjetivo, o el de la ética y la política. Todo ello se pretende poner al servicio de una sólida construcción de la paz, que es lo que importa.

            Algo clave que ha vertebrado el movimiento y la investigación por la paz es la convicción de que esta no es mera ausencia de violencia psicofísica directa. Para precisar el alcance de esta consideración, acuñó la distinción entre paz negativa y paz positiva, la que, propiamente, debía constituir el horizonte de sus trabajos. Ello le empujó a incluir en su enfoque las dimensiones estructurales y culturales de la violencia y la paz, así como la atención a la gestión positiva de los conflictos.

            En esta intervención voy a asumir esta apuesta, ya clásica entre nosotros, por evitar el simplismo en cuestiones de paz, pero dándole otro enfoque, que considero complementario: la paz es algo complejo en ella misma, y en esa complejidad se juega su autenticidad y su fecundidad. Debido a las limitaciones de tiempo propias de una ponencia, aquí exploraré únicamente algunas de las cuestiones implicadas en esta tesis, en concreto, además, aquellas que más pueden ser relacionadas directamente con los grandes temas de este encuentro —memoria, justicia, reconciliación—.

La complejidad en la mirada

            La primera apertura a la complejidad de la paz —a la paz compleja— debe ser situada en la mirada, en la perspectiva: del énfasis en la confrontación con la violencia y los violentos hay que pasar al énfasis en las víctimas. La paz, entonces, ya no es vista como un mero presente sin violencias que se abre a un futuro. Se trata ahora de una paz que se hace también cargo expreso del pasado, a través del derecho y el deber de memoria. De una paz que da una especial densidad al presente y al futuro, porque se propone vertebrarlos con la reconciliación. De una paz que, abarcando todo el abanico de la temporalidad, no puede rehuir la cuestión de la justicia.

            La complejidad que anida en lo que acabo de señalar se acrecienta al hacernos cargo de que las víctimas, con importantes diferencias entre ellas, son agentes activos de construcción de paz, no meros receptores de atenciones. Lo que nos exige al conjunto de los ciudadanos distinguir, por un lado, la comunión de todas las víctimas en la victimación y en el mensaje de dignidad contra la violencia ligado directamente a ella, en lo que tienen la máxima autoridad; y, por otro lado, sus concepciones, plurales, sobre la sociedad pacificada, con las que se puede y debe entrar en debate crítico.

            La perspectiva de las víctimas da nuevos grados de complejización a la paz cuando se tiene presente que solo se asume propiamente si se incluye a todas las víctimas, a fin de que todas sean acogidas con modos de reconocimiento y reparación en consonancia con la victimación sufrida. Más allá de cualquier frontera identitaria: lo que nos exige situarnos en los espacios prepartidarios de la común dignidad. Más allá, incluso, de la frontera entre pura víctima y víctima que es también victimario: esta también es víctima, aunque se precise un fino discernimiento moral para definir el modo en que debe ser activamente reconocida como tal.
Puede sostenerse que este encuentro pretende tener presente esta dimensión de la complejidad de la paz: porque, contemplando la posibilidad de un escenario post-ETA, trata de hacerlo desde la perspectiva de las víctimas. Y porque se propone expresamente incluir a todas las víctimas afectadas por ese escenario en el que se centra: las del terrorismo de ETA; las del terrorismo frente a ETA; las víctimas de «otras vulneraciones de derechos humanos producidas en el contexto de la situación de violencia que ha aquejado a la sociedad vasca» —por decirlo con palabras de Maixabel Lasa—, que en general han implicado a agentes públicos. En estos momentos, la sociedad tiene la tentación de olvidar a estas últimas, de ignorar en concreto a las víctimas de la tortura y los tratos inhumanos y degradantes, que nos fuerzan a la paz de la complejidad. No debemos caer en esa tentación.

La complejidad en la imbricación categorial

            La segunda gran apertura a la complejidad de la paz, que considero oportuno resaltar aquí, es la que tiene que ver con el modo de asunción de las tres grandes categorías que vertebran este encuentro y que son propias de la perspectiva de las víctimas —lo que hace que esta complejización esté unida con la precedente—: la memoria, la justicia y la reconciliación.

            Estas categorías pueden plantearse con una especie de orden cronológico: estando en el origen la violencia que crea víctimas, se trataría de activar en primer lugar la memoria —como verdad y frente al olvido—, que debe posibilitar la realización de la justicia, en formas tales que permitan posibilidades de reconciliación. Esto ya nos muestra un relevante grado de complejidad de la paz.

            Pero, por mi parte, quiero referirme a otra versión de la complejidad, que considero mucho más densa y fecunda: la que no se nos manifiesta en la sucesión sino en la imbricación categorial. Es la complejidad que aparece, en concreto, cuando tratamos de definir y dar realidad social a cada categoría articulándola con las otras dos. Permítanseme solo unos apuntes a este respecto, además provisionales.

            1. Pensemos en la memoria que se imbrica con la reconciliación. Como condición de posibilidad para que se dé esta imbricación, se tratará de una memoria modulada, en primer lugar, por un proceso de duelo que hará salir a la víctima de las dinámicas de recuerdos que, subjetivamente, son presentificaciones reiteradas del hecho violento, que la revictimizan y atenazan: la víctima, ahora, seguirá recordando el pasado, pero como pasado, con capacidad de iniciativa frente a él. Su memoria está entonces dispuesta para vivir una segunda modulación, si ella la ve adecuada, la de la apertura a la reconciliación. En este caso, seguirá recordando, pero contextualizando el recuerdo desde el presente en formas tales que se estimule la apertura a esta reconciliación. Considero que esto da a la memoria una densidad y fecundidad especial. Que la hace memoria liberada, creativa, abierta a una compleja generación de lazos relacionales y sociales. Y aunque he descrito esta dinámica teniendo presente la memoria de la víctima superviviente, podría decirse algo similar de la memoria social, aunque por supuesto de manera no unívoca sino análoga.

            Puede objetarse, con razón, que en esta dinámica de la memoria anida el peligro de la injusticia. Pero, en mi opinión, no hay que evitarlo renunciando a priori a la reconciliación, sino complejizando la imbricación, ahora de la memoria con la justicia. La memoria reconciliada, si también está modulada por la justicia, sabrá distinguir lo que se impone moralmente de lo que es opcional; se negará a cualquier reconciliación que pueda facilitar la creación de nuevas víctimas; y solo estará dispuesta a pasos efectivos hacia los victimarios si en estos se dan las condiciones para que la justicia y la paz queden reforzadas.

            2. Lo mismo cabe hacer con las otras categorías, en direcciones inversas que resultan dialécticamente complementarias. Así, pensando en la reconciliación, es claro que tiene que estar mediada por la memoria, porque solo entonces es reconciliación y no un fenómeno diferente del tipo de «comenzar/continuar como si nada hubiera pasado». Pero aquí quiero subrayar un poco más su modulación por la justicia. La reconciliación atravesada por la justicia se muestra como «reconciliación asimétrica», en expresión acertada de Galo Bilbao (1). Puede definirse con rasgos como estos: a) asume que la responsabilidad en el mal que rompió la convivencia social que se quiere recomponer, está en los victimarios y en las complicidades sociales con que pudieron contar; b) testifica que la generosidad implicada en ella está sobre todo del lado de las víctimas —supervivientes— y trata de corresponder a ello con el adecuado reconocimiento de estas; c) constata que la responsabilidad decisiva de crear las condiciones para la reconciliación recae, en unos aspectos, en los victimarios —son los que más radical y ampliamente tienen que moverse de sus posiciones— y, en otros, en la sociedad en general.

            3. Pasemos ahora a la imbricación de la justicia con las otras categorías. Su conexión con la memoria y la correspondiente verdad sobre la violencia es también manifiesta: la justicia tiene que remitirse a los hechos y la delimitación de estos pasa, entre otras vías, por la vía de la memoria de los testigos. Pero la relación entre justicia y memoria es más estrecha. Porque no solo cabe hablar de «memoria para la justicia»; también cabe hablar de «justicia para la memoria». La justicia, en efecto, debe velar por la existencia de las condiciones sociales de pervivencia de la memoria de victimación, para que el reconocimiento y el aprendizaje ligados a ella se mantengan, y para que las identidades colectivas que se forjen tras las violencias estén purificadas de contagios de estas.

            Es más polémica, pero en mi opinión muy fecunda, la imbricación entre justicia y reconciliación. Como tesis general puede defenderse que la justicia abierta al horizonte de la reconciliación se hace justicia restauradora, distanciándose de la justicia retributiva:

            • La justicia retributiva, como bien viera Kant, está magníficamente expresada en la ley del talión. Se realiza decisivamente causando al violento un mal equivalente al que él causó. Se centra, pues, en el violento, y solo colateralmente en la reparación a la víctima, en la medida en que es reclamada por esa igualación en la violencia sufrida.

            • Pues bien, el horizonte de la reconciliación reconfigura decisivamente esta justicia. He aquí cómo lo veo. Lo que se quiere ahora no es que el violento «pague» por lo que ha hecho; lo que se quiere prioritariamente es rehacer la convivencia. Pero no de cualquier modo, sino en formas que restauren a los implicados en la violencia, también, aquí, asimétricamente, porque asimétrica fue la relación que se instauró en ella. Para ello, se comienza por diferenciar entre medidas dirigidas a la víctima y dirigidas al victimario. Las medidas que restauran a la víctima, irrenunciables en cualquier proceso de reconciliación, son las que tienen que ver con la verdad-memoria, el reconocimiento y la reparación. En cuanto al victimario, la apertura a este modelo restaurador de justicia no excluye la reclusión, que se ejecuta con exquisito respeto a los procesos y modos acordes con los derechos humanos, como salvaguarda obligada para evitar nuevas victimaciones; pero lo propio de ella es que considera la posibilidad de reducciones o transformaciones de penas orientadas hacia la plena integración social del culpable. Es lo que decisivamente se desea respecto a él, aunque para no descuidar a la víctima se le piden condiciones ineludibles como estas: que el fin de su violencia sea seguro; que la integración efectiva y estable del victimario en el Estado de derecho que los derechos humanos han potenciado sea real; que se exprese el reconocimiento del daño causado, como injusto; y que se garantice la no revictimación —por ejemplo, en forma de homenajes a victimarios— y la colaboración de estos, en lo que les toca, en el reconocimiento y la reparación debida a las víctimas.

            En nuestro contexto cultural la concepción retributiva de la justicia está enormemente arraigada. Es también la que muchas víctimas tienden a reclamar. Por supuesto, sólo si experimentan o al menos intuyen que la concepción restauradora es positiva también para ellas, estarán dispuestas a avanzar en esta dirección. Creo que desde el movimiento por la paz valdría la pena trabajar con ellas en abrir lúcidamente horizontes en este sentido, aunque los aires que hoy corren son muy poco propicios. Ello no supone en modo alguno renunciar a la justicia. Tampoco es algo que deba identificarse con lo que suele conocerse como justicia transicional, o justicia con orientación retributiva a medias, forzada por las circunstancias. Expresa la apuesta por otra configuración de la justicia: la que se imbrica intensamente con la memoria y la reconciliación.

            La complejización de las categorías con estas imbricaciones es muy grande. Piénsese, por ejemplo, en la reconciliación y cómo queda enriquecida y complejizada respecto a propuestas clásicas en la investigación para la paz.

La complejidad en la tensionalidad positiva de polos

            Paso ahora a una tercera y última apertura a la complejidad en la concepción y búsqueda de la paz. Tiene que ver con la instauración adecuada de una tensión relacional creativa entre ámbitos o espacios en los que expresamos los requerimientos y los procesos en torno a la paz.

            Voy a distinguir en concreto dos polarizaciones: la que se da entre el espacio cívico y el de la (inter)subjetividad; y la que se nos muestra entre el ámbito ético y el político.

            1. Comienzo describiendo la primera de ellas. Si abordamos la paz desde la perspectiva de las víctimas, en la base de ella tenemos que situar a las víctimas concretas, a cada una de las personas que han sufrido la victimación, aunque la hayan sufrido por su pertenencia a un grupo. Esto nos sitúa en dinámicas intensamente subjetivas, pues nada subjetiviza tanto como una experiencia de sufrimiento, más aún si es injusto. Este momento subjetivo, que en la comunicación interpersonal se hace intersubjetivo, no puede perderse nunca: hay que respetarlo, acogerlo, darle cabida y posibilidades en los diversos procesos en los que el sujeto se embarque.

            Ahora bien, por otro lado, no es menos cierto que la búsqueda de la paz tiene un alcance ineludiblemente social, general, cívico. El respeto a las (inter)subjetividades no puede ignorarlo. Este momento cívico pide acuerdos, decisiones, que a veces se ejecutan en niveles diferenciados de los subjetivos, que en otras ocasiones se armonizan con facilidad con estos, pero que, en otras, entran en conflictividad con ellos. Es entonces cuando hay que tratar de gestionar adecuada y creativamente la tensionalidad bipolar que aparece. Es entonces cuando se nos muestra la complejidad de la paz.

            Para clarificar lo que quiero decir podría poner el ejemplo de la memoria. Su base y su realización más propia es subjetiva —memoria de la víctima y el testigo—. Pero estamos llamados también a construir una memoria social, que sea cívica en el mejor sentido de la palabra, que deberá tener fuertes conexiones con la primera, pero que inevitablemente tendrá también sus diferencias y tensiones. De todos modos, adentrarnos por este camino desborda los tiempos de una ponencia introductoria, por lo que tomaré otro ejemplo, ligado ahora a la reconciliación, que, aunque también complejo, permite más fácilmente que se tomen algunos aspectos de él, en los que se visibilice la tensionalidad de la que hablo y por dónde podría ir su resolución (2).

            La reconciliación puede ser definida como restauración renovada de las relaciones quebradas. Lo que supone que, en una primera aproximación, es un proceso eminentemente intersubjetivo. Están convocados a ella, en una decisiva asimetría moral que impone condiciones diferenciadas, la víctima y el victimario, y, si se quiere, sus entornos más próximos. Este momento de la subjetividad está sometido a las dinámicas libres de los sujetos.
Apliquemos este esquema a las violencias que estamos teniendo presentes en este encuentro. En ellas, en general, no existían relaciones personales previas. Es la propia violencia la que establece una «relación» forzada, pero al fin y al cabo personalizada, entre víctima y victimario. La reconciliación que cabe plantearse a nivel subjetivo debe tener presente esto. Pretenderá, entonces, reconducir esa relación forzada destructora hacia otra en la que las situaciones de los protagonistas se reconfiguren en forma de relación positiva. Hay que reconocer que esta es una tarea de muy difícil realización a nivel psíquico, que nunca se impone a la víctima, que exige además un gran afinamiento moral en los protagonistas, especialmente en el victimario, pero que está ahí como posibilidad. Agentes externos a los sujetos afectados pueden ayudar pero lo decisivo del proceso está en estos.

            Frente a este nivel subjetivo de la reconciliación, aparece el nivel social, cívico. Está abierto a tener conexiones con el primero, es bueno que las tenga, pero incluye también significativas distancias. En las violencias que estamos considerando aquí, este momento social se nos muestra enseguida. Efectivamente, se trata de violencias que, no rompiendo en general relaciones personales que no existían, como acabo de subrayar, rompen relaciones de ciudadanía, más o menos impersonales. Desde este punto de vista, su reconstrucción tiene que ver con la reconstrucción de estas relaciones, con la restauración de la coexistencia-convivencia pacífica normalizada, acorde con las pautas democráticas. Y es por aquí por donde aparece el alcance social de la reconciliación, que acaba convocando al protagonismo de la sociedad políticamente organizada, que, si se embarca en esta vía, tenderá a plantearse una reconciliación de alcance social que contemple al colectivo de victimarios, no necesariamente armonizada con las dinámicas subjetivas de reconciliación.

            Vemos así cómo la reconciliación se nos muestra con tensión entre el polo subjetivo y el cívico (además de las tensiones internas que pueden aparecer en cada polo). Hasta el punto de que deba hablarse de dos modalidades de reconciliación, con analogías entre ellas, pero no identidad. En las que los protagonismos y las dinámicas varían. En las que, para gestionarlas positivamente en sus tensionalidades, hay que procurar que se fecunden mutuamente pero respetando siempre sus espacios propios específicos y conviviendo si llega el caso con sus disonancias (3). En las que, por lo que se refiere a la versión social, nunca deberá hacerse nada que quiebre los deberes de memoria, reconocimiento y reparación a las víctimas.

            Llegados a este punto, teniendo presente todo lo dicho hasta ahora en torno a la reconciliación imbricada con la memoria y la justicia, así como tensionada positivamente entre los polos subjetivo y social, conviene señalar las posturas posibles que puede tener ante ello cada víctima concreta. Señalarlo para destacar el abanico de posibilidades que se le ofrecen a su libertad, todas legítimas, correspondiéndole a ella decidir cuál le parece más pertinente, no solo en sí, sino en función de su situación y sus proyectos. Ninguna de las propuestas precedentes tiene sentido moral sin el reconocimiento empático de esta libertad. Pues bien, tomando como referencia inmediata —como variables— los polos subjetivo y social de la reconciliación, la víctima se encuentra con estas cuatro posibilidades, en las que puede implicarse activamente con mayor o menor intensidad, también según lo considere pertinente:

            • No asumir la referencia a la reconciliación ni desde el punto de vista subjetivo, ni desde el punto de vista social, por considerar que no se armoniza con el modo como hay que entender la justicia.

            • No asumir la perspectiva subjetiva de la reconciliación, porque no la considera moralmente pertinente, o porque la ve psíquicamente imposible, o por el motivo que sea, pero sí asumir la perspectiva social o cívica.

            • Abrirse al polo personal de la reconciliación con el victimario, porque dado un conjunto de circunstancias lo ve posible y positivo; pero no contemplar implicarse en el polo social.

            • Abrirse, en la medida de lo posible, a los dos polos de la reconciliación, el personal y el cívico, tratando de que se fecunden en sus tensiones.

            2. La segunda polaridad tensional que complejiza la concepción y búsqueda de la paz es la que se da entre la ética y la política, tomadas éstas en sus significados más compartidos socialmente. No voy a entrar aquí en profundidades definitorias y analíticas de estos polos, pues creo que para lo que pretendo basta esbozarlos someramente, aunque peque de simplista.

            • La ética en juego en cuestiones de paz se nos tiende a mostrar como una ética deontológica, relativa a los derechos y deberes, a la justicia. Se la suele proponer con la contundencia de los principios, buscando la distinción más nítida posible entre lo que está bien y lo que está mal. Remite, si se quiere, a lo que Weber llamaba la «ética de la convicción», aunque no necesariamente —es de esperar— con ese fondo de fanatización que este autor tiende a darle.

            • En cuanto a la política, es concebida en su sentido más delimitado como el arte de gobernar, a cargo de políticos —profesionales de la política o profesionales en la política—, en el que la toma de decisiones, teniendo presentes las circunstancias y las consecuencias, es clave; pero en el que también son importantes las habilidades negociadoras, las capacidades de gestión, las estrategias partidarias..., se presupone que al servicio del interés general. En esta concepción, fácticamente dominante, la deliberación cívica, sin negarse, se muestra poco relevante, ocupando su lugar la dinámica agregativa de votos de los procesos electorales, con frecuencia con lógicas mercantiles, que empuja a confundir ese interés general con el interés partidario.

            La complejidad aparece en el hecho de que en la búsqueda de la paz hay que articular estos polos, y no es nada fácil.

            • Desde la ética principialista se busca proponer con precisión los derechos, deberes e ideales en torno a la memoria, la justicia, la reconciliación —por retomar los temas que tenemos entre manos—. Es el ámbito en el que tienden a situarse diversos agentes sociales, entre ellos el movimiento por la paz, con propuestas no siempre coincidentes (especialmente, en relación con la reconciliación y con el modo como ésta incide en la justicia).

            • Desde la política, se persigue una realización de la convivencia en paz que está decisivamente atenta a las circunstancias y las consecuencias —«ética de la responsabilidad», que diría Weber—, pero también a las redes de poder, a las estrategias partidarias, etc., a partir de las cuales se tiende a relativizar y acomodar lo que se diga socialmente como propuesta ética en torno a la paz, con la correspondiente confrontación.
Pues bien, lo que reclama la paz compleja es que se busque una dialéctica fina entre estos dos polos, con criterios como estos:

            • Inicialmente puede plantearse que la ética propone horizontes de paz, mientras que la política crea posibilidades y estrategias para su realización, con los acomodos ineludibles.

            • Pero, a su vez, la ética principialista no solo tiene que interpelar a la política que contradice esos horizontes, debe dejarse interpelar por esta para evolucionar en ética prudencial, que colabora desde ahí con la acción política, «contagiándose» de la contextualidad social.

            • Igualmente la política debe dejarse interpelar por la ética no solo en las iniciativas concretas que tome, sino también en su propio funcionamiento, por ejemplo, cuestionando la excesiva presencia en ella de lo partidario duro, a fin de buscar fórmulas en las que las dinámicas propias de la democracia deliberativa, tan afines a la paz compleja, tengan mucha más cabida. Tendremos así una ética con proyección política y una política con base ética.

            Si como movimiento social por la paz, si como investigadores por la paz, queremos asumir este marco referencial de la paz compleja, tendremos que estar en disposición de hacer este esfuerzo articulador entre lo ético y lo político, poniendo de nuestra parte lo que nos corresponde. No entro en ejemplificar esta propuesta, pero invito a que se piense en lo que puede implicar para iniciativas concretas que cabe plantearse en torno a las tres categorías de memoria, justicia y reconciliación, sobre todo si se imbrican entre ellas.

            Concluyo ya. Al describir, somera y provisionalmente, la paz compleja no he querido hacer una especie de juego académico. He pretendido esbozar mimbres reflexivos que ayuden a afrontar los problemas y los retos reales de la paz —lo que importa—. No sé en qué medida serán útiles. Toca a la práctica social, conexionada constantemente con la reflexión, probar su posible fecundidad.

© Xabier Etxeberria. © Bakeaz. © Gernika Gogoratuz.

Ponencia presentada en el Encuentro del Foro de Asociaciones de Educación en Derechos Humanos y por la Paz del País Vasco y la Asociación Española de Investigación para la Paz (AIPAZ), «Derechos humanos y construcción de paz en el País Vasco»,
Gernika, 24-26 de marzo del 2011.

Esta ponencia se publicará en el siguiente libro de próxima aparición:
María Oianguren, Josu Ugarte, Mila García de la Torre y Gorka Ruiz (coords.), Derechos humanos y construcción de paz en el País Vasco, Bilbao, Bakeaz/Gernika Gogoratuz.

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(1) Véase su trabajo Por una reconciliación asimétrica. De la «geometría» del terror a la de su superación, Bilbao, Bakeaz, 2008 (Escuela de Paz, 15).
(2) En mi trabajo Dinámicas de la memoria y víctimas del terrorismo (Bilbao, Bakeaz, 2007), pueden encontrarse múltiples consideraciones que cabe encajar fácilmente en este enfoque, aunque no es propuesto como tal.
(3) Es especialmente significativo y delicada la iniciativa social de las víctimas en este terreno. He reflexionado sobre esta cuestión en La participación social y política de las víctimas del terrorismo, Bilbao, Bakeaz, 2007.