Xabier Zabaltza
Cataluña-Crimea: paralelismos y espejismos
(El Correo, 19 de marzo de 2014).

Resulta difícil imaginar dos realidades más opuestas que Crimea y Cataluña. Sin embargo, hay quien dice haber encontrado un paralelismo absoluto entre los dos territorios, aduciendo que el referéndum del 16 de marzo en la primera y el (hipotético) del 9 de noviembre en la segunda atentan contra la legalidad hoy por hoy vigente, tanto nacional como internacional. Claro que, una vez reconocida esa obviedad, seguimos donde estábamos. Porque, nos guste o no, en ambos casos la legalidad no satisface las demandas de la mayoría de la población. Ése es un paralelismo que se pretende soslayar.

En Crimea, en Cataluña y en muchos otros lugares se plantea una cuestión que no ha podido ser respondida satisfactoriamente por ninguno de los teóricos de la cuestión nacional: ¿cuál es el sujeto del derecho de autodeterminación? Un derecho en virtud del cual Ucrania pudo constituirse en estado independiente, pero que Kiev niega a la población de una península que es ucraniana desde hace solo sesenta años (todo ello por no hablar de los tátaros, que hoy constituyen una minoría en Crimea en parte porque fueron deportados en masa por Stalin). El derecho de autodeterminación puede funcionar como una coartada democrática en la que se escudan los nacionalismos, que la olvidan tan pronto como han conseguido sus objetivos. Si la mayoría de los habitantes de la provincia de Lleida, pongamos por caso, quisieran separarse de un estado catalán independiente para unirse a España, es probable que las autoridades de Barcelona reaccionaran más o menos como las de Kiev en la presente crisis. Así que tal vez deberíamos establecer un paralelismo entre Cataluña y Ucrania.

La declaración soberanista aprobada por el Parlamento de Cataluña ha demostrado que en el proyecto de los Países Catalanes, en el que se pretende integrar todos los territorios catalanohablantes, había mucha retórica y poca sustancia. Sin embargo, los nacionalistas catalanes harían bien en preguntarse en qué situación quedarían los catalanistas de Valencia y Baleares si la Cataluña estricta proclamara su independencia, ya que se convertirían de buenas a primeras en una minoría extranjera en su propia tierra. Y ahora sería fácil establecer un paralelismo entre Cataluña y Rusia, ya que sin ánimo de justificar el militarismo y los sueños imperiales de Moscú (que aspira a controlar no solo Crimea, sino todo el Este de Ucrania, al menos de modo indirecto), resulta comprensible que los rusos se preocupen por la suerte de los compatriotas que quedaron fuera de la Federación tras el desmembramiento de la Unión Soviética.

Constatar el paralelismo entre España y Ucrania es todavía más sencillo. Las constituciones española de 1978 y ucraniana de 1996 consideran a las naciones respectivas cómo únicas depositarias de la soberanía. Legalmente, Cataluña y Crimea gozan de un estatus especial dentro de España y Ucrania, pero siempre supeditado a esa soberanía indivisible. Los separatistas catalanes y crimeos aspiran a convertirse en sujetos políticos plenos (de manera transitoria en el caso de Crimea, pues el fin último de los rusohablantes de la península es la unión con Rusia). Dicho de otra manera: aunque muchos independentistas probablemente no son conscientes de ello, pretenden constituir una nueva soberanía tan indivisible y tan inalienable como la que critican. En esa defensa a ultranza de la soberanía (que es otra manera de llamar al derecho a decidir) el paralelismo puede establecerse entre todas las naciones, con o sin estado. También entre España y Rusia y entre Rusia y Ucrania.

Crimea no es una nación, sino un territorio disputado por dos naciones en el límite mismo entre las áreas de influencia de los dos grandes bloques geopolíticos. Casi nada. Pero aún más determinante que eso es que, mientras hoy miles de soldados y voluntarios se están organizando para defender la integridad territorial de Ucrania los unos y el regreso de la península a la Madre Rusia los otros, no hay nadie dispuesto a hacer lo mismo por la unidad de España ni por la independencia de Cataluña. Pese a algunas declaraciones desafortunadas (por ejemplo, las del ministro al que dedico este artículo), el proceso de consulta en Cataluña se ha desarrollado hasta ahora de manera ejemplar. Nadie con responsabilidad política ha hablado de sacar el ejército, ni de echarse al monte (dolorosa falta de paralelismo entre Cataluña y Vasconia). Cualquiera que sea el final del proceso, se decidirá en una mesa de negociación, no en el campo de batalla. En realidad, Cataluña se parece a Escocia mucho más que a Crimea y España se parece mucho más al Reino Unido que a Rusia o a Ucrania. Sorprende gratamente descubrir esos paralelismos y es que casi tres décadas de pertenencia a la Unión Europea y casi cuatro de democracia no podían haber transcurrido en vano. Claro que, ya puestos, no puede olvidarse un último paralelismo, todavía más evidente: entre Cataluña y (el resto de) España. Ahí sí que resulta complicado encontrar alguna diferencia.

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Xabier Zabaltza es profesor de Historia Contemporánea de la UPV/EHU.