Rafael Argullol: Elogio de la estupidez

Rafael Argullol
Elogio de la estupidez
(El País, 24 de julio de 2005)
 
Recientemente se ha armado un gran revuelo en Tulsa, Oklahoma (EE UU), por una cuestión teológica. Todo ha sucedido en el recinto del zoo local, convertido, gracias a la polémica, en una especie de Gran Teatro del Mundo. Resulta que los cristianos creacionistas estaban ofendidos no sólo porque en las explicaciones del zoo se aludía demasiado a la teoría de la evolución, sino porque la presencia de una estatua de Ganesha, el dios elefante hindú, en la casa de los paquidermos significaba una clara discriminación contra los cristianos.
Aunque desde Europa puede parecer un poco exótico -todavía-, la doctrina creacionista tiene gran relevancia en Estados Unidos e incluso se imparte en numerosas universidades. Para mantener a Darwin a raya se enseña con pelos y señales cómo fue la creación del mundo exclusivamente a partir del relato bíblico. Claro que estas universidades son, por lo general, de poco rango pero eso no quita que haya por todo el país múltiples asociaciones dedicadas a la defensa a ultranza de los textos de la Biblia, casen o no con los hallazgos de la ciencia.
Una de estas asociaciones ha sido la que ha denunciado a la directiva del zoo de Tulsa en los tribunales y, además, ha ganado el litigio. Sin necesidad de privar a los elefantes de la compañía del dios Ganesha, el zoo ha sido obligado a dar precisa cuenta de la creación de las cosas tal como las narra el Génesis bíblico de modo que los visitantes puedan recordar cómodamente, mientras pasean entre cocodrilos y monos, los seis trabajosos días de Dios antes de descansar. Como la condena esquivaba el tema del evolucionismo, los responsables del zoo creían solucionado el problema con ese improvisado empate entre Darwin y Dios.
Sin embargo, lo que parecía el final fue el inicio del drama puesto que algunos contribuyentes se lamentaron amargamente del sectarismo del zoo. ¿Acaso Adán y Eva podían tener la exclusiva de procrear a la humanidad? ¿Era lícito excluir, así tranquilamente, a los otros mitos de la creación?
Parece que los primeros que se quejaron fueron los ciudadanos de las reservas indias americanas próximos a Tulsa. ¿Quién se atrevía a afirmar que el antipático y más bien autista dios del Génesis bíblico era superior a los sutiles espíritus Cherokee? No, desde luego, los responsables del zoo, que debían velar para que reinara la armonía entre las distintas minorías.
En consecuencia, al lado de Darwin y Yahvé, incorporaron al Gran Espíritu de los Cherokee creyendo, así, que se cerraba la controversia teológica. Y, no obstante, sus tribulaciones prosiguieron. Siendo abundante la comunidad china en Tulsa no era lógico excluir de las explicaciones científicas del zoo a los muy antiguos mitos chinos de la creación. ¿Eran tal vez éstos menos atractivos que las correrías del Gran Espíritu o que las andanzas de Adán y Eva por el Paraíso Terrenal?
Por supuesto que no. Los responsables del zoo, hombres inteligentes y conscientes de la época en que vivimos, incorporaron a sus folletos divulgativos los mitos chinos y, curándose en salud, anunciaron futuros añadidos de modo que se llegaría a "seis o siete" mitos de la creación. Lo políticamente razonable, y lo teológicamente justo, sería, por tanto, que el visitante viera las jirafas y simultáneamente conociera los "seis o siete" procedimientos con que llegaron al mundo las jirafas.
Pero ya se había abierto la caja maldita y cada día era más difícil cerrarla. ¿Cómo podían atreverse los irresponsables responsables del zoo a explicar "seis o siete" maneras de fabricar jirafas cuando había habido centenares de mitos de la creación en la historia del mundo? ¿Qué pasaba con el Huevo Cósmico y con la Serpiente Encantada y con la Rana Gigante? Era obvio que se pretendía discriminar tradiciones muy respetables.
Desesperados, los directivos del zoo de Tulsa convocaron un gran congreso internacional en el que se fijaría definitivamente el número de mitos creativos, no fuera a pasar que viendo un niño a una jirafa se le deformara con respecto a la verdadera naturaleza de las mismas. Si el padre le podía contar al hijo los centenares de mitos sobre el advenimiento de la jirafa quizá no se avanzaría nada en el conocimiento de dicho animal pero, al menos, ya nadie podría decir que se siente excluido.
Tras el congreso no había más quejas. Todo marchaba sobre ruedas hasta que alguien ha recordado que los gastos del gran congreso correrían a cargo del erario público y que, después de todo, la solución más sencilla era volver al antiguo folleto, que, sin demasiadas florituras, había explicado con claridad cómo era una jirafa a varias generaciones.
Ahora en el zoo de Tulsa el galimatías es tal que ya nadie sabe qué hacer, a excepción de los creacionistas, los cuales, como es sabido, conocen exactamente el año en que se inició la creación. Cuando yo era estudiante en la Universidad de Barcelona había un catedrático que lo había contado: el año 4523 A. C. Y se jubiló con la medalla de oro de la universidad.
Ganesha aún se ríe.