Rafael Arias Carrión

Bowling for Columbine. Un valiente en el país del miedo
(Página Abierta, nº 137, mayo de 2003)


En la última ceremonia de los Oscar, el premio al mejor largometraje documental fue a parar a Bowling for Columbine (1), un prestigiado trabajo que había conseguido ser el primer documental seleccionado para la competición oficial del festival de Cannes; así, al grito de Michael Moore por una entusiasmada Diane Lane en el escenario, un gran número de personas se levantaron para aplaudir a este crítico del establishment estadounidense. Su breve, intenso y chispeante discurso fue, ni más ni menos, que el colofón al documental por el que había sido premiado (2).
En Bowling for Columbine –un intenso retrato de la sociedad norteamericana bajo el prisma del miedo como forma de organización, que implica con ello la masiva compra y uso de las armas para defenderse siempre de algo o de alguien–, Michael Moore investiga, como parece ser habitual en él (3), a través de un método de contacto directo con las fuentes, mediante una serie de entrevistas que se supone muy bien preparadas, pero también con unas enormes dosis de acoplamiento que improvisa el entrevistador siguiendo el discurso del entrevistado, para así mostrar la radiografía de éste al público y que dé sus frutos de inmediato. Busca, de esta forma, dar respuesta directa a los interrogantes que muchos nos hacemos: ¿por qué 11.000 personas mueren cada año en Estados Unidos víctimas de las armas de fuego? De esta pregunta surgen otras colaterales, pero de igual importancia para lo que busca Moore: ¿es tan diferente Estados Unidos de otros países?, ¿en qué se diferencia de otros?, ¿por qué Estados Unidos se ha convertido en autor y víctima de tanta violencia? Todo ello se puede resumir en esa pregunta que se hacían muchos estadounidenses poco después de que la Torres Gemelas se desmoronaran: ¿qué hemos hecho para que nos odien tanto?
Bowling for Columbine es un recorrido por un país que busca explicar el comportamiento de una nación –el estreno, en estas fechas, guerra de por medio, de esta película la hace si cabe más de actualidad– desde el comportamiento comunitario. Desde la microhistoria, busca –y a mi modo de ver lo consigue– ofrecer una explicación lógica y convincente de un comportamiento general, basado en la teoría del miedo, por la cual Estados Unidos ha sido un país en permanente estado de conmoción, una sociedad que ha necesitado de las armas para justificarse ante los demás, para defender lo que siempre ha creído como suyo y para, a más largo plazo, defender a los suyos (familia, comunidad) sin necesidad de tener el apoyo y la seguridad de los organismos estatales.

Para reflejar todo ello, Michael Moore da pie a su reflexión a través de una serie de partes diferenciadas por su contenido o por los temas que trata. En primer lugar, nos lanza a los espectadores –sobre todo a los no estadounidenses– una inicial bomba terrorífica: vemos al propio Moore abrir una cuenta corriente en el North Country Bank y recibir como regalo ¡un rifle! Pero este arranque también nos da una pista mayúscula sobre el trabajo de Moore ante las cámaras y detrás de ellas. Las preguntas del director ante el cuestionario que debe ratificar que es una persona capacitada para llevar un arma son desarmadas por Moore con sus respuestas: tiene problemas para escribir la palabra “caucasiano”, y es incapaz de entender la segunda pregunta. Es decir, Moore interpreta un papel ante el espectador, haciéndole ver que el cuestionario es un procedimiento por el que todos han de pasar, pero que no impide que nadie posea el arma. Él mismo, con sus respuestas, nos hace ver que «no estaría capacitado para portar un arma».
Después de esta introducción sobre un país armado hasta los dientes y que considera que es un deber cívico y comunitario poseer un arma, Moore entra en materia al ir desvelando lo sucedido en el instituto Columbine, cuando dos jóvenes asesinaron a una docena de personas. Charlton Heston, como presidente de la Asociación Nacional del Rifle, apareció días después en la localidad como firme defensor de las armas arengando que «sólo me la quitaréis [el arma] con los pies por delante».
Aquí empieza el análisis local. Moore elige su Estado, la zona que más conoce, Michigan, al nordeste de Estados Unidos, fronterizo con la región canadiense de Ontario. Desde allí, Moore realiza un amplio trabajo de campo que sienta las bases de sus inquietudes. Numerosas entrevistas a personas dispares –uno de los jefes de Lockheed Martin, el mayor contratista de Estados Unidos en defensa y el mayor proveedor de empleos de la zona de Denver, donde se sitúa el instituto Columbine; James Nichols, uno de los acusados de estar implicado en el atentado de Oklahoma City; jóvenes del Estado de Michigan; recopilaciones de entrevistas a políticos y presidentes de asociaciones culpando a alguien (en su mayor caso, al cantante Marilyn Manson), etc.–, hasta llegar a la conversación que tiene con el cantante de rock Marilyn Manson, donde Moore aprovecha para darnos dos pistas de hacia dónde se va a dirigir. En primer lugar, Manson ofrece una coincidencia nada banal: el mismo día de la matanza de Columbine, el entonces presidente de Estados Unidos, Bill Clinton, lanzó el mayor bombardeo en Kosovo. Acuciados por la matanza de Columbine, los medios apenas harían caso de lo sucedido en Kosovo. En segundo lugar, esta pista nos lleva a ampliar el trasfondo de lo que Moore cuenta, puesto que sus ambiciosas intenciones le llevan, bajo esa teoría del miedo, a narrar la historia de su país como una sucesión de matanzas.
En este contexto sociohistórico, el método primero es ofrecer pistas al espectador que le lleven a enlazar un suceso local con una situación actual donde los ataques “preventivos” no son más que una pieza a gran escala, pero perfectamente ubicable en la teoría del miedo. Dibujos animados e imágenes documentales ejemplifican la historia de un país dominado por el uso y abuso de las armas.

Una vez puestas las cartas sobre el tapete, el siguiente paso es el de contestar preguntas no sólo de carácter local, sino que Moore busca la razón por la cual en su país mueren al año 11.000 personas por un arma de fuego. Para ello –y ésta es una gran muestra de fuerza y sensatez– se dirige a Canadá, un país proporcionalmente igual de armado que Estados Unidos, y allí comienza un periplo fascinante de verdad, que refleja en su intensidad las contradicciones del pueblo estadounidense. Aquí, Moore, ofreciendo su cara más humana, desvela y deja patente la esterilidad de estar armados para combatir el crimen. Ante una respuesta que no comprende, decide contestar con pruebas. Canadá es la respuesta de que con armas no se vive más seguro. Lo que diferencia a los canadienses de los estadounidenses va más allá de la posesión de un arma, es un concepto de vida; mientras que en EE UU el individuo prima sobre el colectivo, en Canadá la colectividad es el eje sobre el que se rige la convivencia.
Las pruebas son presentadas por Moore con una gran dosis de humor –políticos que hablan de cosas “raras” como mejorar los parques, cuidar las pensiones, frente a los políticos de su país, que sólo hablan de frenar la delincuencia; televisores donde hay noticiarios sin crímenes, frente al aumento espectacular de la presencia de crímenes en los televisores estadounidenses, sin que ello suponga un aumento real de la delincuencia–, pero sin desviarse del método que busca ofrecer respuestas ante los argumentos que le presentan como justificación de la muerte de 11.000 personas al año en Estados Unidos por armas de fuego.
En ese juego se mueve Michael Moore para hacer ver al espectador cómo su país es un país armado porque un arma está al alcance de cualquiera y las balas se venden en cualquier supermercado; que aunque el número de víctimas pueda descender en algún Estado, éstas aumentan en los medios audiovisuales, en los que resalta la lucha por la audiencia –un asesino o un crimen múltiple venden, pero un ladrón de guante blanco que se dedique a la especulación no es rentable audiovisualmente–, y que ésta condiciona ese constante miedo por el que los estadounidenses viven encarcelados en sus casas, mientras los canadienses ni siquiera echan el pestillo a la puerta.
Si Bowling for Columbine comienza con un punto álgido, para mantenerse en ese tono durante casi dos horas, la entrevista a Charlton Heston en la mansión de éste es un colofón excepcional. Se trata de una apuesta genial después de un episodio donde se revela la humanidad de este gran hombre, Michael Moore, quien afligido, primero, ante los sucesos del instituto Columbine y, luego, por el asesinato de una niña a manos de un niño de seis años en Flint, su localidad natal, consigue, junto a dos jóvenes heridos en Columbine, y con la ayuda de los medios de comunicación (lo cual nos dice que sin la presencia de éstos poco se puede hacer, salvo gritar), que la cadena de supermercados Kmart deje de vender armas y balas que no sean para caza.
Después viene, para Charlton Heston, la pesadilla en forma de Michael Moore, donde el actor y presidente de la Asociación Nacional del Rifle huye en su propio terreno del entrevistador, incapaz de echar a éste, después de ser preguntado, contradicho, atacado, vapuleado, y mostrar a las cámaras que, además, es un mentiroso.
Toda esta teoría del miedo induce a pensar que los medios audiovisuales son capaces de controlar y difundir dicho miedo con su presencia o ausencia de los lugares donde ocurren estos trágicos sucesos. Éste no es más que un paso que lleva a pensar en que si un Gobierno puede más o menos controlar los canales de difusión de los medios, entonces puede calibrar el miedo de esa nación, creyéndose esa mentira que en Hombres armados, la magnífica película de John Sayles, le decía un general a su doctor: «A la gente le gusta el drama».

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(1) El título de la película hace referencia, como se explica en ella, a lo que hicieron los dos adolescentes justo antes de matar a una docena de personas en el instituto Columbine: jugaban a los bolos. Pero, según Moore, también es una explicación más sobre los motivos que les llevó a perpetrar la matanza. Jugar a los bolos “justifica” tanto esta masacre como echarle la culpa a los videojuegos, Marilyn Manson, la violencia en el cine, etc. Pero más allá de esto, también busca una reflexión más general en cuanto a que la política estadounidense pueda ser tan azarosa como una partida de bolos.
(2) «He invitado a mis compañeros nominados a subir al escenario. Están aquí en solidaridad conmigo porque nosotros apostamos por la no ficción. Nos gusta la no ficción, pero vivimos en tiempo de ficción. Tiempos de votaciones ficticias que eligen presidentes ficticios. Tiempos en los que un presidente nos envía a la guerra por razones ficticias […]. Estamos en contra de la guerra, señor Bush. Avergüéncese, señor Bush, avergüéncese…»
(3) Un breve repaso a su biografía nos puede dar algunas pistas: a los 18 años era director de su escuela y uno de los funcionarios más jóvenes del país; a los 22, fundó un diario alternativo, The Flint Voice, del que ha sido editor durante diez años; ha sido director y productor de series de vídeos musicales y de diversos largometrajes documentales; en 1989, Roger and Me narra la odisea personal para hablar con el presidente de la General Motors (GM) a fin de pedirle explicaciones sobre las consecuencias de la reestructuración de la empresa y sus desastrosos efectos en su ciudad natal, Flint (Michigan); en un plano de Bowling for Columbine, Moore añade, en un guiño a esta obra, «que todo sigue igual», mientras tras de sí se encuentra la GM. En 1995 dirige The Big One, donde acusó a la marca de zapatillas Nike de explotar a niños como fuerza de trabajo barata en Indonesia.