Rafael Arias Carrión

Volver, territorio Almodóvar
(Página Abierta, 170, mayo de 2006)

            El visionado de la penúltima película de Pedro Almodóvar, La mala educación (2003), dejó a mucha gente insatisfecha. A mí mismo, la primera vez que la vi me produjo sensaciones ambiguas, no sabía bien qué quería contarme Almodóvar. Hace unos meses tuve que volver a ver toda la filmografía del director manchego en orden cronológico y la última fue La mala educación. Pude comprender entonces el significado de esta película, la más extraña y desconcertante de su director, la película en cuyo rodaje, en sus propias palabras, peor lo ha pasado. Pero es que para Almodóvar era una película necesaria, un filme, el primero, en el que abordaba un pasado ya lejano, y una película que citaba expresamente a muchas de las anteriores y que, de esta forma, cerraba la puerta a muchos de los temas que había frecuentado.
            La mala educación es, en el fondo, una especie de ajuste de cuentas con el pasado cinematográfico de su director, no con su vida sino con su cine, que es de lo que habla esta película.
            Ahora, Volver, el último trabajo de Almodóvar, es una puerta abierta, una película que abre caminos, un filme muy vitalista en el que retoma  temas anteriores, y lo hace desde una perspectiva que parece que es la primera vez que se acerca a ellos.
            Sin duda, Volver es el inicio de un camino que había olvidado en sus últimas películas Pedro Almodóvar.
            Lo es porque se trata de una película completamente de mujeres, cuando llevaba dos seguidas –Hable con ella (2001) y La mala educación (2003)– en donde eran los hombres los protagonistas; porque es un reencuentro con el pasado, y no sólo por la presencia de Carmen Maura, sino porque vuelve a temas que parecían olvidados por el director manchego; y sobre todo, porque es su primera película en muchos años en la que las protagonistas pertenecen a una clase social media-baja, similar a la gente que poblaba ¿Qué he hecho yo para merecer esto? Además, es la primera película de Almodóvar en la que retrata a unos personajes de clase social diferente de la suya. Hasta entonces el cine de Almodóvar se había ido poblando de personajes y citas culturales que crecían socialmente según lo hacía el director manchego (se puede observar sobre todo en los decorados que pueblan sus películas de la década de los noventa, salvo esa excepción que es La mala educación). Aquí, ningún personaje pertenece al universo social que habita en la actualidad Almodóvar.
            Pero también tiene un aporte nuevo, que es el escenario de La Mancha. Huyendo de Madrid, de la urbanidad, Almodóvar se va a La Mancha, pero no a un espacio predefinido por la realidad geográfica, sino a “La Mancha según Almodóvar”. Y es importante este detalle porque marca el tono de toda la película. Al igual que el Macondo de García Márquez, la Comala de Juan Rulfo o la Región de Juan Benet, La Mancha de Almodóvar es un territorio diseñado por su director. Así, Almodóvar se mueve en dos registros de forma continuada: la tragedia y la comedia; la realidad y la ficción; el presente y el pasado; lo urbano y lo rural. Son todos caminos abiertos, posibilidades inciertas, cambios de tono que, cuanto más bruscos son, menos lo parecen.
            La última película de Almodóvar cuenta la historia de Raimunda (Penélope Cruz, que recuerda a Sophia Loren en sus interpretaciones en películas de Vittorio de Sica, y también a Anna Magnani), trabajadora multiempleada, y su hermana Sole (Lola Dueñas), peluquera, que se reencuentran cuando han de volver a La Mancha con historias del pasado, secretos escondidos y nunca desvelados, con fantasmas presentes como Irene (Carmen Maura). Un territorio que marca unas formas de comportamiento y unas costumbres alejadas de las de la urbe y de las que es testigo mudo casi siempre, pero presente, Paula (Yohana Cobo), la hija de Raimunda, mientras la dolorosa Agustina (Blanca Portillo), único personaje residente en La Mancha, espera una respuesta a sus preguntas. Cuando, cansada de esperar, se decide a buscar las respuestas, lo hace en un plató de televisión, lugar opuesto a la casa manchega donde siempre ha habitado; por ello, se ve en la obligación de preferir la huida a la espera de unas respuestas a cambio de someterse a un espectáculo rosa. Es, en resumen, la dignidad de la eterna espera, la esperanza de un personaje que sabe que tendrá respuesta adecuada a sus preguntas. Lo que desconoce es cuándo.
            Hay que resaltar lo notable de las interpretaciones, especialmente las de Carmen Maura y Blanca Portillo, pero sin desmerecer en absoluto al resto del elenco. Muchos directores del Hollywood clásico han dicho que, en ocasiones, habían rodado una escena magnífica pero que, luego, en la sala de montaje y por las razones que fuera, no se insertaba bien dentro del conjunto. Y no dudaban en descartarla y eliminarla. Almodóvar no ha sabido hacerlo con la mejor secuencia de su película. Según el dossier de prensa de la película: «En dicha secuencia, Carmen explica a su hija del alma, Penélope Cruz, las razones de su muerte y las de su vuelta, a lo largo de seis intensas páginas y seis no menos intensos planos. Esta secuencia es una de las razones por las que yo quería rodar la película».
            Con todo, esta secuencia, magnífica, tiene un gran pero: la información que transmite Irene a Raimunda le sirve a ésta para amarrar todos los cabos sueltos. Pero al espectador no le aporta nada: el espectador atento ya conoce todo lo que Irene relata. Por ello, es una magnífica secuencia reiterativa, innecesaria, prescindible.