Rafael Arias Carrión
Cómo traducir un título
(Página Abierta, 172, julio de 2006)
¿De qué va esta película de la que sólo conozco el título?
Disponiendo de un rato, de esos en los que dejamos pasar el tiempo en vano, podemos divertirnos un poco cogiendo la cartelera cinematográfica y leyendo con detenimiento los títulos de las películas en español y comparándolos, cuando sea posible, con su original.
Sacaremos, por los menos, tres conclusiones. La primera de ellas es que la mayoría de los títulos en español contiene un núcleo bastante cerrado de palabras “clave” que se repiten y que no hacen más que empobrecer el vocabulario. La segunda es que, en muchas ocasiones, las adaptaciones poco tienen que ver con su original y que, con frecuencia, desvirtúan éste con estrategias diversas. Por último, comprobamos cómo, sobre todo con películas estadounidenses, se mantiene como título en español el original en inglés.
De las tres conclusiones, la segunda es la menos mala. Sin olvidarnos, menos mal, de algunas traducciones que superan el original estética y semánticamente.
En los últimos quince años es bastante habitual comprobar cómo los títulos de muchas películas no se traducen. Esto se debe a que el público que suele asistir a las salas de cine es un público joven de estudios medios y altos, y que conocen, más o menos, el idioma inglés… y que, además, no suelen leer revistas de cine. Por tanto, las distribuidoras tienden a tener muy en cuenta el público al que se dirigen y no les importa apartar a todo aquel que se sitúa al margen. En este caso sería, preferentemente, el público que no domine el idioma inglés. Los ejemplos son incontables: Million Dollar Baby, Mystic River, Paradise Now, Crash, The Libertine, Spider son sólo algunos títulos recientes cuya traducción o adaptación al castellano no presenta muchos problemas.
La culminación máxima de este proceso de no traducir los títulos tuvo su cima en 1999, con la última película de Stanley Kubrick, Eyes Wide Shut (cuya posible traducción sería el hermoso oxímoron Ojos ampliamente cerrados) y que más que informar al público molestaba, puesto que es un título difícil de pronunciar (“aisguaidsat”, más o menos), convirtiéndose durante un tiempo en “la peli de Kubrick” o “la última de Tom Cruise”.
Títulos afortunados y desafortunados
La pregunta clave es: ¿qué debe ofrecer la traducción o adaptación de un título? Ante todo, es necesario que ofrezca algún tipo de información. Es condición suficiente, aunque no necesaria. Entonces, ¿cuál sería la condición necesaria? Pensándolo mucho, creo que ésta no existe.
Lo hermoso es encontrarse con títulos que embellecen el original sin estropearlo, que ofrecen información sin destrozar la película contándonos el final o desmadejando el meollo de la película. Ha de aportar al espectador una suerte de sensación pero no información apriorística. Siempre se destaca que entre las adaptaciones de títulos más afortunados se encuentra Centauros del desierto del maestro John Ford, adaptación, sin duda, mucho mejor que la traducción literal de su original The Searchers (Los perseguidores). Y no sólo por la belleza del título, que la tiene, sino porque refleja el espíritu de la película, con John Wayne y Jeffrey Hunter cabalgando sin cesar durante años a la búsqueda de una niña que, en ese lapso temporal, se convertirá en la adolescente interpretada por Natalie Wood. No puedo dejar de citar aquí otro hermoso título en español. Me refiero a esa obra maestra de Jean Pierre Melville titulada en francés Le samourai y aquí bautizada con el potente título de El silencio de un hombre, acorde con la esencia del personaje que tan bien interpretó Alain Delon. Son dos ejemplos, hay más…, pero los desastres son mucho más numerosos y a ellos me refiero a continuación.
Volvamos a John Ford, quien ha sufrido algunas traslaciones desafortunadas si no risibles. En La legión invencible, el título en español nos da a entender alguna gran batalla, que nunca aparece en imágenes. El título original es She Wore a Yellow Ribbon (Ella llevaba una cinta amarilla). Lo mismo sucede en otra película de Ford, El gran combate, cuyo título original es el melancólico The Cheyenne Autumn (El otoño cheyenne).
Pero para títulos desconcertantes, se encuentra a la cabeza El cuarto mandamiento, de Orson Welles. “Honrarás a tu padre y a tu madre”, reza el cuarto mandamiento, y me cuesta mucho pensar qué tiene que ver ese cuarto mandamiento con la esencia de la película de Orson Welles sobre la obra de Booth Tarkington, cuyo título original –de la película y la novela– es The Magnificent Ambersons, que fácilmente se podía haber traducido como El esplendor de los Ambersons, o mejor aún, La magnificencia de los Ambersons.
Más desastres: la magnífica película de Jack Clayton The Innocents (Los inocentes), sobre la maravillosa novela de Henry James Otra vuelta de tuerca, se tituló Suspense. ¿A quién se le ocurrió? ¿Alguien podría explicarlo? Otro más: el inocente título original de la espeluznante pesadilla de Roman Polanski La semilla del diablo destroza toda la película, que se basa en esa interrogante. Vamos, que al cuarto de hora de película ya sabemos cuál es el final por obra y milagro del “titulador”. El título original es Rosemary’s Baby (El bebé de Rosemary). ¿A alguien le dice algo Manhattan Sur, cuando su original es el hermoso Year of the Dragon (El año del dragón) y que por lo menos sitúa la película en un universo de presencia china? ¿Por qué destrozar una película tan perfecta como Viaggio in Italia (Viaje por Italia) titulándola en España Te querré siempre, cuando la película, hasta su final, plantea las dificultades para amarse de un matrimonio cuando ya llevan casados bastantes años?
En este mundo en el que son los adolescentes los que van al cine, hay películas que, de una forma u otra, buscan acercarse a través del título a un potencial amplio público para así conseguir una mayor taquilla. Hago referencia a dos películas emblemáticas. La primera es La ley de la calle, película casi de arte y ensayo, cuyo título original, Rumble Fish, hace referencia tanto a los pececitos que aparecen en la película como al carácter del Chico de la Moto, nada que ver con “la ley de la calle” a la que hace referencia su título en castellano, pensado para ese público adolescente. Igual sucedió con ¡Jo, qué noche!, de Martin Scorsese, execrable adaptación del original After Hours, que hace referencia al espacio de tiempo existente entre dos jornadas laborales.
Cuando la literalidad desconcierta
Hay casos en los que la excesiva literalidad desconcierta un poco. En la línea de fuego, de Wolfgang Petersen, protagonizada por Clint Eastwood, es la traducción literal de su título original In the Line of Fire, pero hubiera sido mucho más comprensible para un espectador español si se hubiera titulado En el punto de mira.
En ocasiones, una pequeña variación sobre el título de una película produce que ésta sea infiel a su contenido. Hace años se produjo un gran revuelo cuando se tituló Dangerous Liasions, de Stephen Frears, como Las amistades peligrosas, y que debía de haberse traducido como Las relaciones peligrosas, un pequeño pero notorio cambio que marca el carácter de la película. Pero no es el único: el clásico, otra vez de Ford, El hombre que mató a Liberty Valance pierde la ambigüedad del original The Man Who Shot Liberty Valance (El hombre que disparó a Liberty Valance), puesto que reafirma la ambigüedad planteada en la película sobre si es más válida la historia como narración de hechos realmente sucedidos, o la leyenda como el recuerdo colectivo de esos hechos.
Ya he señalado la moda de mantener el título original en su versión española, pero otra estrategia, igualmente perniciosa, es la de ofrecer una idea aproximada del género de la película a través de las dos o tres palabras del título. La razón primordial es que, como ya he dicho, la gente más joven, que es la que más va al cine, no tiende a leer revistas de cine. Por ello, la información la obtiene en primer lugar de los actores o actrices que intervienen en la película, muchas veces adjudicados a un tipo de género concreto (Sandra Bullock, Reese Whiterspoon como sinónimo de comedia; Jean Claude van Dame o Steven Seagal, igual a cine de pocas palabras y muchos mamporros). Si los intérpretes pasan desapercibidos para el público, entonces el título es el que dirige la atención, aunque su traducción destripe la película entera. Un ejemplo: Atrapado por su pasado ya nos cuenta el meollo de la película y sabemos de antemano que no acaba bien... y hasta nos dice las razones. El título original es Carlito’s Way (El camino de Carlito). Brian de Palma y Al Pacino ya habían coincidido antes en El precio del poder, anodino título cuyo original era Scarface, que mantuvo en países de Latinoamérica su traducción literal, Caracortada. En algunos países hispanohablantes Carlito’s Way se tituló Caracortada 2. Mejor mirar hacia otro lado.
Vamos a poner un ejemplo práctico. La inteligente película de Paul Verhoeven Desafío total nos ofrece a través de su título en español la idea de que vamos a ver una película de acción a raudales; y, efectivamente, la hay (con Arnold Schwarzennegger como estrella), pero hay mucho más en esta película basada en un relato de Philip K. Dick, cuyos ecos se alargan hasta la película de Amenábar Abre los ojos. Si se hubiera traducido literalmente el original Total Recall (Una memoria excelente), hubiera ofrecido un tipo de información diferente del pretendido para inundar los cines. Se hubiera acercado al contenido real de la película, pero no aportaría información sobre el género de película que es; en este caso, Una memoria excelente suena a melodrama de niño con habilidades mnemotécnicas. Sin duda, Desafío total es un titulo tan anodino como la mayoría de los títulos actuales. Si vamos a ver un thriller, se repetirán, con pequeñas variaciones, las palabras “desafío”, “total”, “salvaje”, “final”, “último”, “límite”, “peligro”, “riesgo”, “extremo”, “máximo”, y algunas palabras más similares.
Si vamos a ver una comedia romántica, las palabras “dos” y “amor” seguro que se hacen compañía muchas veces. Si sólo aparece la palabra “dos”, también puede referirse a todo tipo de comedias alocadas con pequeñas dosis de acción.
Si vamos a ver una de terror, “muertos”, “resurrección”, “exorcismo”, “última”, “profecía”, “zombi”, “diablo”. Todo por dar una vista aérea que permita acercar al público al cine o al videoclub. Un ejemplo de una película sin estreno en cines: La resurrección de los muertos, de Robin Campillo, magnifica película francesa cuyo título original es Les revenants (Los resucitados sería su traducción). El título original ofrece ya de por sí unas imágenes que no tiene la película. Es cine de terror, sí, pero en ella no hay ni vísceras, ni sangre, ni humanos corriendo para escapar de las garras de los zombis. Todo lo contrario, parece más una película de Tarkovski que una de George A. Romero.
Es triste esa reducción del vocabulario, porque es innecesaria y porque uniformiza todas las películas a normas genéricas; es tan triste como no traducir las películas. Y ¿pueden suceder ambas cosas? Pues sí. Ahí van algunos títulos: Cinderella Man (El hombre que no se dejó tumbar), Brokeback Mountain (En terreno vedado). Al final suele quedar sólo el título en inglés.
¿Y nos fijamos en los títulos de películas españolas? Vamos a ver la filmografía de Amenábar: Tesis, Abre los ojos, Los otros y Mar adentro. A mí, salvo Los otros, los otros tres títulos no me sugieren nada que tenga que ver con lo que la película nos va a contar, pero son títulos en sí muy atractivos, que podrían arrastrarme al cine sin saber nada de ellos.
No está de más leer las sinopsis, no vaya a ser que acudamos al cine con hijos cargados de palomitas en plenas navidades para ver Feliz navidad, mister Lawrence.
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