Rafael Arias
Simios, humanos y la captura del movimiento
(Página Abierta, 239, julio-agosto de 2015).

En 1969, el maquillador John Chambers (1922-2001) recibió un oscar especial por la calidad de su trabajo para El planeta de los simios, cuando el premio al mejor maquillaje no existía. Las excelentes máscaras que realizó para cada uno de los simios tenían tal calidad que sólo se advertía la presencia de los actores por el efecto humanizante que producían los simios al caminar permanentemente sobre dos pies.

Ese mismo año, Arthur C. Clarke (*) afirmó que «2001 una odisea del espacio no ganó el oscar de maquillaje porque los jueces pudieron no haber descubierto que los monos eran actores». En este caso, los monos que aparecieron, salvo los bebés chimpancé, eran todos actores dentro de aparatosos maquillajes. El creador fue Stuart Freeborn (1914-2013), quien había diseñado el movimiento mecánico de la boca de los animales originalmente para El planeta de los simios. Lo mejoró y perfeccionó para 2001 una odisea del espacio, donde mostró un trabajo de tal calidad que nos creímos que eran monos reales. Se produjo una primera paradoja. Fue tan bueno el trabajo de Freeborn para la película de Kubrick que pasó desapercibido.

Esto es un ejemplo de cómo el ojo humano puede a veces equivocarse en su percepción de lo que ve en el cine, confundir falso con verdadero. En el último cuarto de siglo ha existido un enorme avance de los efectos digitales, en especial de la captura de movimiento, con la sensación de realidad que desprenden muchos de los monstruitos o animales humanizados que aparecen en un buen número de películas. La famosa captura de movimiento es la técnica de almacenar las acciones de actores humanos y utilizar esa información para animar modelos digitales de personajes en animación 3D. Un cuerpo actúa frente a un fondo neutro y luego es animado con herramientas digitales. Pero la técnica necesita de los actores: sus cuerpos y su interpretación del ser que los reemplazará en imagen.

Se produjo, entonces, otra paradoja: mientras la técnica se hacía más precisa, capturando con mayor precisión movimiento y expresiones, dichos actores podían mostrar gestos que se verían reflejados en pantalla, con lo que sus interpretaciones comenzaron a ser más realistas. Este avance ha dejado en evidencia –y a la vez en la sombra– a esos actores invisibles, que trabajan con sensores y sobre un fondo neutro. Sus rostros rara vez son reconocibles, lo que está produciendo la discusión sobre si el trabajo de estos actores invisibles es servir de máscara o se trata de una interpretación en toda regla. La cabeza visible de esta postura es Andy Serkis (nacido en Londres, 1964), quien, con sus declaraciones, ha comenzado a producir una pequeña polvareda entre el gremio de los trabajadores en efectos digitales.

Tras el cuerpo, rostro y gestos del británico se encuentran sus trabajos para Peter Jackson –en los papeles de Gollum para las sagas basadas en obras de Tolkien y de King Kong–, y especialmente como el simio César de la nueva franquicia de El planeta de los simios, comenzada con El origen del planeta de los simios (2011). El actor declaró –en noticia recogida en El País (29 mayo de 2014)– que «la captura de movimiento no se diferencia de lo que conocemos como actuar en una película de imagen real». Hay en ello una reivindicación del actor frente a la primacía del diseñador de efectos especiales. Si bien es cierto que sin efectos especiales no existiría el mundo de El señor de los anillos(2001), sin actores como Serkis no se percibiría esa sensación de humanidad, esa mirada antropomórfica de comprensión de sus personajes, especialmente conseguida con el simio César de la recientemente estrenada El amanecer del planeta de los simios(2014).

El centro de la cuestión reside en la tensión entre los méritos de los actores y de los diseñadores que se han apropiado del protagonismo en los últimos veinte años, al inundar cada película de avatares, da igual cual sea, infravalorando a quien se disfraza con sensores, como si solo dichos sensores capturaran el movimiento reproduciéndolo. Quien crea es el ser humano, que es quien actúa, y los efectos digitales no van más allá de la mímesis y la corrección de errores generados a través de la captura digital. O dicho por el propio Serkis, en declaraciones que han disgustado a muchos: «La captura facial ha evolucionado hasta tal punto que los animadores solo tienen que usar las interpretaciones que hemos hecho en el rodaje y trasladarlas a las caras digitales de los simios, mejorados con la habilidad de los animadores» (El País, 17-7-2014).

Aunque la propuesta de Serkis –ser considerado a todos los efectos un actor y no un figurante– parezca novedosa, no hay más que valorar ciertas interpretaciones cargadas de maquillaje para ver que prácticamente hablamos de lo mismo: el hombre de las mil caras Lon Chaney, John Hurt en El hombre elefante(1980), David Naughton en Un hombre lobo americano en Londres (1981), Michael Keaton en Bitelchus(1988), Cate Blanchett en I’m not there(2007), Marion Cotillard en La vie en rose(2007), Heath Ledger en El caballero oscuro (2008), Robert Downey Jr. en Tropic Thunder(2008), o poniendo solo la voz, Robin Williams en Aladdin (1992) o Scarlett Johansson en Her(2013). Nadie discutiría hoy que dichos intérpretes son creadores y no reproductores. Lo cual da sustento a las declaraciones del actor, recogidas en El Confidencial (20 de julio 2014) cuando en la presentación de El amanecer del planeta de los simios afirmó, en lo que es la máxima de cualquier estudiante del Actor’s Studio: «Cuando me hice actor quería desaparecer en cada personaje que interpretaba. Me ponía delante de un espejo preguntándome cómo podía cambiar mi cara para que no me reconocieran. La transformación para mí es muy importante y esta técnica me permite llevar esto a un nuevo nivel».

¿Es más actor Denis Lavant cuando en Holy Motors(2012) interpreta a un especialista en una sesión de captura de movimiento, o cuando hace cualquiera de los otros papeles en la misma película (como señor Oscar: un, banquero, una mendiga…; o señor Merde: un acordeonista, un moribundo…)?
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(*) Autor de la novela que con el mismo título dio pie a la película 2001 una odisea en el espacio.