Rafael Chirbes
Pecados originales
(Página Abierta, 240, septiembre-octubre de 2015).

  Nota de Página Abierta: Con ese título, Anagrama realizó en 2013 una edición conjunta de La buena letra y Los disparos del cazador, las dos obras del escritor Rafael Chirbes, recientemente fallecido, que siguieron a Mimoun y En la lucha final, las primeras publicadas. Recogemos aquí el prólogo que acompaña a esa edición.

Beniarbeig, 27 de junio de 2013.

Han pasado veinte años desde que escribí estos Pecados originales. La buena letra se publicó en 1992, Los disparos del cazador en 1994. Las dos nouvelles –que eso son, a esa definición aplican su ritmo, su tensión y hasta su pretensión de acunarse en un tono– fueron escritas a rebufo del ajetreo del dinero fácil en una España que se preparaba para las grandes celebraciones del 92.

Desde el final de la guerra civil no se habían vivido una movilidad social ni un afán constructivo como los que se vivieron entonces. Igual que ocurrió en los cuarenta, en los febriles ochenta se suponía que el poder cambiaba de manos, y los recién llegados se aprestaban a ocuparlo y descubrían la dulzura del mando y sentían caer sobre sí la gratificante lluvia de las contratas con el Estado. España es el país en que se puede ganar más dinero en menos tiempo, proclamaba el altivo ministro de Economía.

Los nuevos mecánicos de los engranajes del Estado se aplicaban en la estrategia que Walter Benjamín define como propia de la socialdemocracia: señalaron con el dedo un futuro prometedor para que se olvidase la sangre derramada en el pasado: la injusticia origina1 que, medio siglo antes, les había arrebatado la legitimidad a quienes la ostentaban. El pacto que se les propuso a los españoles, bajo el razonable argumento de cambiar pasado por futuro, fue un cambio de ideología por bienestar; es decir, un trueque de verdad por dinero. Y el país lo aceptó.

De hecho, quienes proponían esa transacción eran jóvenes que exhibían sus credenciales antifranquistas, reales o contrahechas. Muchos procedían del bando de los vencidos, y promovieron el pacto porquetemían que la revisión del pasado pusiera en peligro el frágil soporte de poder en el que acababan de encaramarse (temían los coletazos del viejo régimen: 1a intervención de lo que llamaron poderes fácticos). Aunque buena parte de quienes habían ocupado la élite en el antifranquismo y en el aparato del nuevo Estado eran hijos de los vencedores, y, para ellos, hacer arqueología suponía sacar a la luz el ventajismo con el que habían alcanzado su posición, y dejar al descubierto el artificio que les permitía la continuidad en la cadena de riqueza y mando sin efectuar ni acto de contrición ni penitencia.

No puedo hablar de La buena letra y Los disparos del cazador sin hablar de cómo fueron aquellos años en que banqueros y millonarios se convirtieron en héroes populares. No sólo porque no hay arte que no tenga fecha y no sea fruta de su tiempo, sino porque, además, escribí estas novelas precisamente como un antídoto frente a los nuevos virus que, de repente, nos habían infectado: codicia y desmemoria. O, por ser más preciso –en la medida en que un libro seguramente no es antídoto de nada, no salva de nada–, digamos que las escribí con el afán de almacenar en algún lugar briznas de esa energía del pasado que desactivaban, para guardar trazas de la página de historia que arrancaban, o para salvar la parte de mí mismo que naufragaba en aquel confuso vórtice. Al lector de hoy, cuando tantas cosas se han venido abajo, le toca juzgar si aún tiene vigor lo que escribí entonces.

Quise que mis libros fueran algo así como una pila voltaica. En este par de textos que tiene usted, lector, entre las manos, busqué condensar las heridas que dejó la guerra, las traiciones, los cambios de bando, la ilegitimidad de la riqueza acumulada durante todos aquellos años, pero también el sufrimiento, la lucha por la dignidad de los vencidos. La ilegalidad. Sobre todo, quería dejar constancia de eso: de la tremenda ilegalidad sobre la que se asentaba cuanto estábamos construyendo.

Hablo de una generación: la protagonista de La buena letra, Ana, perdedora de la guerra, no perdona que su hijo, mi coetáneo, animado por la codicia, se haya alineado con quienes traicionaron. Pero también Carlos, el narrador de Los disparos del cazador, un hombre poco escrupuloso enriquecido en la posguerra y en cuyas palabras descubrimos una buena dosis de doblez, se siente traicionado por sus hijos. Lo desprecian porque tiene las manos manchadas, cuando él sabe que, al ensuciárselas, les ha comprado la inocencia. También son coetáneos míos esos individuos resbaladizos, hijos del viejo régimen, que condenan al cazador pero no dudan en participar en el banquete en que se sirven las piezas capturadas.

He dicho que escribí estas dos novelas como quien fabrica una pila voltaica para dejarla a disposición del lector, aunque creo que las escribí, sobre todo, por egoísmo: para salvarme, para sacar la cabeza fuera de aquel remolino. Las escribí porque no encontraba mi lugar en el nuevo mundo que estaba naciendo, porque braceaba en vano sumido en un chupadero de frívola voracidad y desmemoria. Por aquellos días en los que los valores se invirtieron bruscamente, tenía la impresión de que no sabía quién era yo, ni en qué se habían convertido los demás. Escribí este díptico, que ahora aparece con el título de Pecados originales, para volver a encontrarme, porque tenía mucho miedo de hacerme daño, o de que me hicieran daño, o de hacer daño. Lo escribí por la misma razón por la que he seguido escribiendo novelas otros veinte años.

Obra de Rafael Chirbes

Cronología de sus novelas, ensayos y otros escritos (*)

1988. Mimoun. Fue finalista del Premio Herralde. Ambientada en Marruecos. 
1991. En la lucha final. Años 80: un grupo de amigos simboliza el ascenso de una nueva clase social del mundo de la cultura.
1992. La buena letra.
1994. Los disparos del cazador.
1996. La larga marcha. La primera de una trilogía sobre la derrota de la guerra, la posguerra y la Transición. Muy alabada por el prestigioso crítico alemán Marcel Reich-Ranicki.
1997. Mediterráneos. Una recopilación de artículos de viaje para la revista Sobremesa que muestran su profunda e incisiva mirada.
2000. La caída de Madrid. La segunda de la trilogía comentada. Por ella, en 200l, recibe el Premio de la Crítica Valenciana a la mejor novela del año 2000 (por unanimidad).
2002. El novelista perplejo. Una colección de reflexiones sobre literatura y arte.
2003. Los viejos amigos. Con esta obra cierra la trilogía sobre la sociedad española de la posguerra a la Transición. Premio Cálamo a la mejor novela.
2004. El viajero sedentario. Ciudades. Continuación de Mediterráneos.
2007. La ciudad de Colonia (Alemania) elige La buena letra Libro del Año.
2007. Crematorio. La España de la corrupción, el pelotazo, los negocios mafiosos, los valores traicionados…, relatada con gran crudeza en una densa atmósfera que fija la mirada en una familia valenciana, los Bertomeu, y en su entorno. Premio Nacional de la Crítica, Mejor Libro del Año por El Cultural de El Mundo, Premio de la Crítica Valenciana, V Premio Dulce Chacón… Traducida al alemán, portugués, holandés, francés, italiano y serbio.
2010. Por cuenta propia: leer y escribir. Otra colección de ensayos a la que su autor apreciaba de modo especial. Es nombrado Chevalier de l’Ordre des Arts et des Lettres por el Ministère de la Culture et de la Comunication francés.
2011. Se estrena en televisión una miniserie homónima de ocho capítulos inspirada en Crematorio.
2013. En la orilla. En cierto modo, una prosecución de Crematorio, de tono más amargo, si cabe, en donde destaca de modo brillante y nuevo su estilo literario.  Designada la mejor novela del año por El Cultural de El Mundo, el Cultural de ABC y Babelia de El País. Premio Francisco Umbral al libro del año. Premio Pensamiento de la revista Icon de El País. Y Premio Nacional de Narrativa concedido por el Ministerio de Educación, Cultura y Deporte. Traducida al alemán, holandés y francés
2015. París-Austerlitz. Obra en imprenta.

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(*)Muchas han sido las páginas dedicadas a Chirbes tras su muerte. Aquí queremos rescatar un ejemplo de homenaje de los muchos que recibió antes. Es el caso de la revista cultural Turia, que, en su número 112 (noviembre 2014-febrero 2015, 500 páginas), dedicaba su sección “Cartapacio” a Rafael Chirbes. Más de 170 páginas que contienen 16 artículos sobre el autor y su obra, además de un texto del propio Chirbes: “A ratos perdidos”. Los autores de estos artículos son: Fernando Valls, Ángel Basanta, Javier Lluch Prats, Javier Goñi, Jorge Herralde, José Manuel López de Abiada, José Manuel Ruiz Casado, José Mª Pozuelo Yvancos, Marta Sanz, Germán Labrador Méndez, Manuel Hierro, Sara Santamaría Colmenero, Pablo Pérez Rubio, Javier Rodríguez Marcos, Carmen Peire y Fernando del Val.