Rafael Lara
Mujer, feminismo y ciencia-ficción
(Página Abierta, 162, septiembre de 2005)

«Los roles sexuales en la ciencia-ficción son tan inalterables como el metal del casco de la nave espacial, y la emancipación una palabra desconocida»
(1). Con esta contundente afirmación, Sam Lundwall se refería en 1971 al papel que tradicionalmente desempeñaba la mujer en el seno de la ciencia-ficción. Es un momento en el que finaliza lo que luego se llamó “la edad de oro” (2) y en el que precisamente se están produciendo importantes cambios en la ciencia-ficción. Nace, por ejemplo la New Wave (3) y comienza a escribirse una ficción que supera el estrecho marco de la ciencia en sentido más duro y tecnológico, para preocuparse de la especulación en torno a las ciencias sociales (4). Se está gestando una ciencia-ficción más madura, más preocupada por la coherencia de las sociedades, de las culturas o de los seres que imagina, y de mayor calidad literaria.
Como cualquier género, tampoco la ciencia-ficción está al margen de los cambios sociales que se producen. Y cuando Lundwall escribe su tajante y hasta aquel momento incontrovertible afirmación, está desarrollándose un potente movimiento feminista en Estados Unidos que iba a influir poderosamente en toda la sociedad y, cómo no, en la ciencia-ficción.
Hasta ese momento, la ciencia-ficción, como casi todos los géneros literarios, había estado monopolizada por los hombres. Pero, curiosamente, la que se considera novela seminal de la ciencia-ficción,  Frankenstein o el moderno Prometeo, había sido escrita en 1818 por una mujer, Mari Shelley (1797-1851). La novedad de Frankenstein es que, al contrario de otras novelas de autómatas como El golem, el monstruo es creado por la acción consciente del ser humano. No es un producto de la mano de Dios o un fenómeno sobrenatural: es un producto de la ciencia.
En este sentido, se puede considerar que Frankenstein inaugura la ciencia-ficción. Nos describe algo que no está hoy presente, pero que podemos concebir como posible a través del acto científico. Pero no se limita a ello. Como toda buena ciencia-ficción, se adentra en las consecuencias sociales de ese avance científico: el rechazo de la gente, la desconfianza ante lo extraño y sospechoso, el producto de la ciencia que escapa al control de su creador, la soledad del otro...
Anotemos aquí que aunque la que todo el mundo considera la primera novela de ciencia-ficción está escrita por una mujer, carece, sin embargo, de personajes femeninos.
En 1915 se publica Dellas, un mundo femenino. Se trata de una novela escrita por Charlotte Perkins Gilman (1860-1935), una escritora estadounidense de principios de siglo, redescubierta en los setenta por grupos feministas que encontraron en su cuento El papel de pared amarillo un relato sutil y dramático sobre el enclaustramiento femenino en el hogar.
Dellas es una obra de ciencia-ficción en la que se describe un país habitado sólo por mujeres. En ella, tres expedicionarios descubren este país por azar. Las mujeres se dedican a la agricultura y a la maternidad. Tienen las hijas por partogénesis, aunque no todas ellas están autorizadas a concebir. El trabajo de la crianza está destinado a las educadoras. En cambio, el sexo no juega ningún papel: no son lesbianas, son asexuadas.
Para terminar este pequeño recorrido por las autoras pioneras de la ciencia-ficción, habría que citar a la conocida Thea Von Harbou (1888-1954) y su Metrópolis (1927). Fritz Lang, el marido de Von Harbou, dirigió la que sería una de las mejores películas del cine mudo. Pero la novela y el guión eran de ella.
Desde el tema que nos ocupa es destacable la existencia de una mujer protagonista que nos presenta la dicotomía del estereotipo femenino: María la virgen, la redentora humanitaria; su doble el robot, el reverso tenebroso, la prostituta, fría, destructora, despiadada.

De los treinta-sesenta a Ursula K. Le Guin

Hasta finales de los sesenta y comienzos de los setenta, en la ciencia-ficción la mujer escasamente pasa de ser un personaje “al que le suceden cosas” para, en ocasiones, convertirse en una necesidad funcional desde el punto de vista narrativo con el fin de justificar determinado desarrollo o aspectos de la trama.
Lisa Tuttle, feminista, escritora y crítica de la ciencia-ficción, hizo una especie de listado de los estereotipos más frecuentes en este género de esa “edad de oro”:
“La virgen tímida”. Frecuente objeto de rescate y que, además, por su mentalidad infantil, necesita de abundantes y sencillas explicaciones científicas, muy útiles en determinados momentos de algunas tramas.
“La reina de las amazonas”. Por primera vez, se introduce el sexo en su doble vertiente de atracción fatal, mujer origen de todos los males, y advertencia al lector frente a las mujeres independientes.
“La científica solterona y frustrada”, que puede entenderse como un recordatorio a las lectoras de que el éxito profesional conlleva el fracaso como mujer.
“La buena esposa”.
“La hermana pequeña marimacho”, a la cual sí se le permite una cierta independencia, hasta que llega a su destino final: ser esposa y madre, previo paso por el papel de virgen deseada, una vez su sexualidad se hace explícita.
Es evidente que durante toda esa época la ciencia-ficción no hacía sino reflejar el papel subordinado de las mujeres estadounidenses de los años cincuenta, una época, por cierto, marcadamente conservadora en lo político, lo social y lo ideológico. Era una literatura dedicada a los varones, especialmente adolescentes, una literatura de hombres para hombres que tendía a perpetuar la fórmula que más les atraía: las aventuras basadas en la ciencia y la tecnología, la violencia y las batallitas espaciales, la linealidad de los personajes.
El cualquier caso, no deja de ser curioso que una literatura que en otros aspectos ejercía una profunda crítica social y que se ha caracterizado por presentar todo tipo de alternativas, se mostrara tan conservadora respecto a las mujeres cuando no decididamente reaccionaria y misógina.
Una reflexión de interés sobre el papel de la mujer en la ciencia- ficción es la que hacía Úrsula K. Le Guin en 1975: «El problema que aquí se discute es la cuestión del otro, el ser que es distinto de uno mismo. Ese ser puede diferir de uno mismo en el sexo, en sus ingresos anuales, en su modo de hablar, de vestirse y actuar, en el color de su piel o en el número de piernas y cabezas que posea. En otras palabras, existe el extraño sexual, así como el extraño social, el extraño cultural y, finalmente, el extraño racial…» (5).
Ursula K. Le Guin (1929) irrumpió en la literatura fantástica y de ciencia-ficción, coto exclusivo de escritores varones, y provocó una revolución. Así de sencillo. No sólo tomó por asalto un club de hombres, sino que expandió las fronteras de la literatura de ciencia-ficción y fantasía épica hasta convertirse en una figura central del género.
 «A mediados de los años sesenta, el movimiento feminista estaba comenzando a entrar nuevamente en acción, después de un intervalo de inactividad de cincuenta años.
»A lo largo de 1967... empecé a querer definir y entender el significado de la sexualidad y la definición sexual, tanto en mi vida como en nuestra sociedad. Mucho se había juntado en el inconsciente –tanto personal como colectivo– y debía ser sacado a la conciencia o de otro modo se tornaría en algo destructivo. Creo que fue esa misma necesidad la que condujo a Beauvoir a escribir El segundo sexo y a Friedan La mística femenina. Pero yo no era una teórica, una pensadora política o activista o una socióloga. Era y soy una escritora de ficción» (6).
Le Guin tiene en su haber algunas de las obras más importantes de la ciencia-ficción como La mano izquierda de la oscuridad (1969), Los desposeídos (1974), El nombre del mundo es bosque (1976) o La saga de Terramar (1968-2001).
Quizás su obra más rompedora es La mano izquierda de la oscuridad, considerada por todos una de las obras cumbre de la ciencia-ficción. Dejemos que la propia Le Guin nos explique la idea básica de la novela: «La mano izquierda… trata de una raza de seres totalmente humanos pero andróginos, con ambos sexos. La mayor parte del mes son neutros, no funcionan sexualmente. Luego entran en celo, lo que se llama kemmer en el libro, y pueden ser hombre o mujer. No tienen elección y no saben lo que serán exactamente. Lo cual implica, por supuesto, que a la hora de tener niños, puedes ser la madre del niño una vez y el padre en la siguiente. ¿Qué pasaría? ¿Cómo actuaría la gente y que tipo de cultura tendría? Envié allí a un terrestre normal del sexo masculino para que viviese con ellos. Fue en cierto modo una especie de experimento feminista» (7).
La serie de Terramar es otra obra cumbre, esta vez de la fantasía. Le Guin escribe los tres primeros tomos de Terramar (Un mago en Terramar, Las tumbas de Atuan y La costa más lejana) entre los años 1968-72. El siguiente (Tehanu) se publica en 1990, y el quinto (En el otro viento) en el año 2001.
Las tres primeras novelas narran la adolescencia y juventud del mago Ged, su encuentro con una joven sacerdotisa, Tenar, y por último la pérdida de los poderes de Ged cuando debía internarse en el mundo de los muertos junto al joven rey Lebannen.
Cuando casi veinte años después aparece primero Tehanu y luego, diez años más tarde, En el otro viento, los seguidores de la saga quedaron desconcertados: todo había cambiado; Ged ya no era poderoso y vivía con la ex sacerdotisa Tenar en la isla de Gont, cuidando animales de granja. Le Guin explica el cambio así: «Terramar es un lugar muy diferente desde el punto de vista de una mujer. Todo lo que tenía que hacer era describir el archipiélago desde los que no tenían poder: mujeres, niños y un mago que había perdido su poder para convertirse en un hombre común» (8).

La mujer invade la ciencia-ficción


Con Ursula K. Le Guin, los años setenta vieron el surgimiento de una generación de escritoras que abrieron nuevas perspectivas y exploraron nuevos temas. De las que se puede encontrar traducción en castellano, cabe citar a Lisa Tutle, Anne McCaffrey, Vonda McIntyre, Marion Zimmer Bradley, Suzy McKee Charnas, Kate Wilhem, James Tiptree Jr., Chelsea Quinn Yarbro, Suzette Haden Elgin, Joanna Russ, Octavia Butler, entre otras.
¿Qué atractivo ejercía la ciencia-ficción para hacer que se invirtiera la situación y que, aun siendo mayoría aplastante los hombres, fueran las mujeres las que innovaron la ciencia-ficción y rompieron moldes en este género durante los años setenta y ochenta?
Así lo explican Green y Lefanu en la obra citada: «Es indudable que, como género, la ciencia-ficción constituye el ámbito ideal para verter las visiones especulativas del futuro, así como para analizar y explorar toda una serie de posibilidades políticas y personales; proporciona además la oportunidad de imaginar a la mujer fuera de una cultura patriarcal, pudiéndose así determinar y cuestionar los componentes de ésta. La ciencia-ficción nos permite ver mas allá de los restringidos papeles preceptuados para las mujeres, concediéndonos la oportunidad, como ha dicho Suzy McKee Charnas, de describir tanto nuestros sueños como nuestras pesadillas.
»Por otra parte, la ciencia-ficción también nos permite estudiar la situación actual de la mujer, utilizando las metáforas propias de ese género para mejor enfocarla e iluminarla; es decir, podemos estar escribiendo sobre el futuro, pero lo cierto es que estamos escribiendo sobre el presente» (9).
Marion Zimmer Bradley (1930-1999), otra de las escritoras protagonistas de la época del cambio, explica lo que sucedió como un proceso de ruptura personal: «En mi interior había tenido siempre conciencia de alienación, de diferencia…
»Yo sabía en mi interior que el mundo no era el aburrimiento frío, limpio y vulgar que padres, profesores y tías solteras intentaban explicarme que era. Sabía, con una convicción obsesiva, que en la vida había algo más que las cosas que se suponía podía desear una campesina pobre: un vestido nuevo, una cita para el sábado por la noche, una buena educación, un buen trabajo y marido e hijos algún día. Lo que yo quería era magia. Decían que no existía fuera de mis libros de hadas. Pero yo sabía que no podría vivir sin ella ¡Y si no existía, tendría que inventarla!
».
La serie más ambiciosa de Bradley es la de Darkover, escrita entre los años 1964 y 1989. Las novelas que constituyen la saga del planeta Darkover (independientes entre sí) representan una nueva forma de entender la narrativa de ficción, una nueva fantasía que huye del racionalismo y el cientifismo, tan habituales en la ciencia-ficción clásica. En el planeta Darkover la magia y la telepatía son elementos esenciales de una cultura antitecnológica que resiste con éxito los más diversos intentos de forzar su integración en una unión política y económica con el imperio terrano.
Pero a eso se unen la habilidad de Bradley con los personajes, la variedad de temas: el poder, la colisión de culturas, la homosexualidad, la liberación de la mujer... y, en suma, la ética de la libertad, que, para Bradley, conduce siempre a una especie de tragedia griega: cuando escoges algo, renuncias; cuando algo quieres, algo tienes que pagar.
Pero quizá la más interesante de las subseries en que se divide la larga serie de Darkover es la de Las amazonas libres, compuesta por tres libros: La cadena rota, La casa de Thendara y Ciudad de brujería.
Junto a Darkover, no se puede dejar de citar dos obras de Bradley pertenecientes al género fantástico. Se trata de Las nieblas de Avalón, en la que retoma el mito artúrico desde el punto de vista de Morgana, y de La antorcha, en la que recrea la guerra de Troya de forma totalmente novedosa, tal como lo ve Casandra.
Aunque es mucho más joven, Vonda N. McIntyre (1948) también irrumpe en la década de los setenta con un feminismo militante y abierto.
Esta visión abierta del feminismo se pudo manifestar, por ejemplo, en la edición de una antología de ciencia-ficción feminista en 1976 (Aurora: beyond equality) en la que se incluían también relatos no escritos por mujeres, lo cual no dejaba de ser chocante para otros feminismos. Igual de chocante que decir en una entrevista para la revista Starship: «El movimiento feminista no trata sólo de derechos, trata de responsabilidades» (10).
Como era de esperar, los personajes centrales y positivos en sus principales novelas (como The Exile Wating [1975], Serpiente del sueño [1978], La luna y el sol [1997]) son mujeres.
En Serpiente del sueño nos encontramos con la expresión más completa y profunda de la preocupación de Vonda N. McIntyre por el problema del género y los papeles sociales asignados a los sexos.
La historia se centra en un viaje de la protagonista, la curadora Serpiente. En él descubrimos que en ese mundo pocos hombres desempeñan papeles importantes. Las guardianas, las líderes de clan, las conductoras de caravanas, las posaderas, las maestras, etc., son todas del sexo femenino.
Pero, como decía más arriba, fueron muchas otras las mujeres explícitamente feministas que se acercaron a la ciencia-ficción durante los años setenta y ochenta.
Sin duda alguna, se puede decir que fue Joanna Russ (1937) la autora que aplicó más activamente puntos de vista feministas a la literatura fantástica. Desde su primera novela, Picnic en el paraíso (1968), hasta multitud de relatos cortos, escritos en clave de feminismo militante. Es sin duda El hombre hembra (1975) su obra fundamental, considerada por muchos como una de las obras de ciencia-ficción más importantes. Para otros, sin embargo, se trata de propaganda, de un manifiesto convertido en obra literaria. Y en todo caso muy polémica, como lo fue el feminismo en su época.
Como su objetivo declarado es la reflexión feminista sobre el papel social de las mujeres, sus novelas no dejan de estar atravesadas de protagonistas que viven en medio de enormes contradicciones, dudas y problemas de identidad.
Quizás la reflexión feminista se encuentre de forma más accesible en James Tiptree, Jr. (1915-1987). Tiptree (Alice Sheldon) trabajaba para el servicio de inteligencia de las Fuerzas Armadas y posteriormente fue miembro destacado de la CIA, y parece que tuvo que refugiarse en un seudónimo masculino para poder escribir. Ya que tanta gente sostiene que el sexo marca diferencias en el estilo y en el contenido, no resulta extraño que pocos sospecharan que no era un hombre. El escritor y antologista Robert Silverberg dijo de ella: «Se ha sugerido que es una mujer, teoría que encuentro absurda, porque hay para mí algo ineluctablemente masculino en sus narraciones» (11). Entre 1968 y 1978 (año en que se descubrió su identidad) publicó más de 20 relatos antológicos que dieron un impulso creativo al género sin precedentes. Incluso sus títulos son extrañamente sugerentes: A través de una chica, oscuramente; Y he llegado a este lugar por caminos errados; La muchacha que estaba conectada; Amor es el plan, el plan es la muerte; Un momentáneo sabor de existencia; Las mujeres que los hombres no ven... Posteriormente, escribe Carne de probada moralidad, una reflexión feminista sobre el aborto verdaderamente impactante.
Ursula K. Le Guin, cuando se supo su identidad tras diez años de especulaciones, señaló: «Hay ciertas presunciones que tendríamos que examinar… son las presunciones –las que de nosotros, lectores, escritores, críticos, feministas, masculinistas, sexistas, no sexistas, heterosexuales, homosexuales– relacionadas con el modo de escribir de los hombres y el modo de escribir de las mujeres... Y en todas las patrañas que se han escrito sobre el estilo femenino, sobre su superioridad o inferioridad respecto al estilo masculino, sobre la necesaria y obligatoria diferencia entre los dos» (12).

¿Quién cambió la ciencia-ficción?

La eclosión de autoras en la ciencia-ficción de los años setenta no se interrumpió en las décadas siguientes. Ciñéndonos tan sólo a las que han sido traducidas al español, habría que señalar entre otras a Sheri S. Tepper, Julian May, C. J. Cherryh, Lois McMaster Bujold, Nancy Kress, Connie Willis, Eleanor Arnason, Nicola Griffith, Mary Doria Russell, Elizabeth Moon, Nalo Hopkinson, Catherin Asaro, etc.
Son autoras que me atrevo a decir que siguen creando buena parte de la mejor ciencia-ficción que se escribe. Pero incluso los autores más significativos escriben (aunque, como es lógico, hay de todo) incorporando  protagonistas femeninos creíbles, profundidad en los personajes, especulación social, la especulación tecnológica y científica más sugerente o la descripción de sociedades perfectamente construidas (13).
Pero aún siguen vivas muchas contradicciones. No son pocas las obras en las que la mujer sigue siendo una intrusa indeseada y que para ser aceptada como protagonista tiene que despojarse de su identidad femenina. Ripley, de Alien, es un ejemplo antológico. La agresividad es masculina. En la mujer es transgresora. Sólo cuando lleva una importante carga sexual o cuando amenazan a la prole resulta aceptable (14).
En todo caso, tampoco eso es generalizable en toda la literatura (no sé si tanto en el cine) de ciencia-ficción. De hecho, pocos temas son ya un tabú en un género que poco a poco va madurando y abordando de forma seria temas complejos. Los papeles sexuales, por ejemplo, se han puesto en entredicho. Una obra muy interesante de especulación en torno a las relaciones hetero y homosexuales es Círculo de espadas, de Eleanor Arnason (1942). O Río lento, de Nicola Griffith (1960), acreedora del premio Lambda por la naturalidad con la que trata el lesbianismo de su protagonista, ya que ni siquiera es el tema central de la novela.
La teniente Ripley, de Alien, poco tiene que ver ya con la insufrible Dale Arden de la serie de Flash Gordon. Las protagonistas femeninas son moneda corriente en la ciencia-ficción de las últimas décadas. Ya en 1982, C. J. Cherryh (1942) comenzaría su serie sobre Chanur, un space ópera (15), donde la protagonista de la serie (Pyanfar) pertenece a la especie hani, leones de forma humanoide organizados socialmente de forma matriarcal. Más recientemente, Nalo Hopkinson (Jamaica, 1960)), en Ladrona de medianoche, a través del destierro de la protagonista, usa varias veces la estrategia periférica: intenta competir con el predominio cultural occidental tanto en la inspiración científica como en los mitos y leyendas de las sociedades que describe. Puede que incluso la mujer protagonista tenga 70 años, como en Restos de población, de Elizabeth Moon (1945), una novela de bastante interés.
Incluso el space ópera, de narrativa lineal y con poco lugar para personajes complejos entre naves y batallas espaciales, está renovándose. La visión humanista de la aventura espacial está presente en la obra de Lois McMaster Bujold (1949), de la que habría que destacar la serie sobre Miles Vorkósigan, un personaje contradictorio y extravagante, pero profundamente humano (16).
Pero no podría dejar de destacar en el panorama del feminismo en la ciencia-ficción a Sheri S. Tepper (1929). Tepper ha trabajado durante mas de veinte años en temas de planificación familiar. Despertar, Tras el largo silencio, la trilogía sobre Marjorie, o más recientemente El árbol familiar serían suficientes cartas de presentación. Pero es sobre todo La puerta al país de las mujeres (1988), que es un directo y militante alegato feminista en el que describe un duro mundo postholocausto donde hombres y mujeres viven separados, su hasta ahora mejor y más directa novela que originó una interesante polémica cuando se publicó en torno al determinismo biológico que expresa y por las decisiones éticas que tienen que tomar las mujeres que controlan esa sociedad.
También una mujer protagoniza El libro del día del juicio final. Sólo por esta novela, Connie Willis (1945) ha pasado a formar parte de los grandes de la ciencia-ficción. Se trata sin duda de una obra imprescindible.
Una joven (en un futuro relativamente cercano) es enviada a 1320 en un estudio rutinario de la época. Pero un error la envía a 1348, justo para ver como la peste negra comienza a asolar Inglaterra; a la vez, en su tiempo, un misterioso virus comienza a hacer estragos entre la población.
Es una historia de frustración y angustia ante la enfermedad; de humanidad: vemos cómo la protagonista va cambiando de opinión sobre los habitantes de 1348, a los que consideraba material de estudio, pero al final son personas con las que vives y padeces. Y de esperanza: incluso en las horas más negras, Connie Willis no nos permite olvidar que, pese a lo especialmente cruenta que resultó, la peste negra no fue el fin del mundo. Quedaron testigos para contarlo. La vida continúa.
Connie Willis es declaradamente feminista. Al igual que Vonda McIntyre, Willis cree en un feminismo abierto, integrador. Sus protagonistas son habitualmente mujeres normales, llenas de contradicciones, que tienen momentos de gran heroísmo, maldad o bondad, pero la mayor parte del tiempo son gente normal.
En una entrevista, hablando de uno de sus libros en los que la protagonista no se descubre que es mujer sino hasta mediada la obra, Territorio inexplorado, habla de su relación con el feminismo: «Creo que las relaciones entre hombres y mujeres son muy complicadas, y no pienso que los hombres sean malos y las mujeres buenas, y tampoco creo que los hombres sean buenos y las mujeres malas» (17).
En otra entrevista, es aún más explícita en relación con el tipo de feminismo en el que se siente cómoda: «Bueno, en EE UU tenemos dos tipos de feminismo; está lo que se llama el feminismo de calidad, y lo compone la gente que piensa que las mujeres son tan buenas como los hombres y que deberían poder ser médicos, abogados, y lo que quieran ser, tener buenos trabajos, estar bien pagadas, poder proclamar sus derechos y ser tomadas en serio. Yo soy una de esas feministas como pienso que es obvio por mis obras… Y luego hay otra clase de feminismo… ¡que siempre te están diciendo lo que tienes que hacer! Siempre me dicen que debería creer ciertas cosas porque soy una mujer… Si soy una mujer debo odiar a los hombres, y debo estar muy enfadada con los hombres. Debo pensar que todo lo malo que me pase se debe a la discriminación que hacen los hombres que me ponen la vida difícil… Creo que la única esperanza para el planeta es que todos nos llevemos bien y vivamos juntos, y nos amemos unos a otros, así que no me gusta en absoluto ese feminismo» (18).

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(1) Sam Lundwall, “Historia de la ciencia-ficción”, Nueva Dimensión
, nº 75, 1976.
(2) Durante los años cincuenta y sesenta se sientan las bases de lo que hoy conocemos por ciencia-ficción y es cuando comienzan a escribir algunos de los autores consagrados como Asimov, Clark, Bester, Pohl, Leiber, Heilein...
(3) La New Wave se inicia sobre todo en Inglaterra a final de los años sesenta en torno a la revista New Worlds, dirigida por Michael Moorcoks con la intención de realizar un profundo viraje hacia una mayor calidad literaria, mayor complejidad de los personajes y de la estructura narrativa.
(4) Se suele denominar CF hard a aquella más centrada en la especulación sobre las consecuencias de los cambios y las innovaciones tecnológicas o de la ciencia más dura (física, astronomía...). En cambio, a la ciencia-ficción más preocupada de las llamadas ciencias sociales (antropología, psicología, sociología, historia...) se la suele llamar CF solft.
(5) En Jen Green y Sarah Lefanu, Desde las fronteras de la mente femenina, 1984, Ultramar.
(6) ¿Es necesario el género sexual?, conferencia de Ursula K. Le Guin en 1970 en la Universidad de Washington, Nueva Dimensión, nº 124.
(7) Entrevista a Ursula K. Le Guin, 1973, en Nueva Dimensión, nº  89.
(8) Mariana Enríquez, página 12, Argentina.
(9) Green y Lefanu, obra citada.
(10) Entrevista de Paul Novitski, 1979, revista Starship.
(11) ¿Quién es Tiptree? Presentación a Mundos cálidos y otros, 1975, Edhasa Nebular, 1985.
(12) Presentación de Cantos estelares de un viejo primate, 1978, Edhasa Nebular, 1980.
(13) Pese a todo, los escritores siguen siendo abrumadora mayoría en la ciencia-ficción. Valga de ejemplo que John Clute, en su Enciclopedia ilustrada (Ediciones B, 1996), en el capítulo dedicado a los escritores principales de la ciencia-ficción, cita a 112 hombres frente a 32 mujeres.
(14) Este tema ha sido tratado en profundidad por Mª Jesús Sánchez en “Roles femeninos en la ciencia-ficción”, 2004, Revista Galaxia, nº 11.
(15) Novelas de aventuras espaciales.
(16) Un estudio detallado de la obra de Bujold se encuentra en María Jesús Sánchez, Cyberdak.net.
(17) Entrevista de Pedro Jorge Romero, 1996, Archivo de Nessus.
(18) Entrevista de Héctor Ramos, 1997, Gigamesh, nº 11*.

obras citadas:

· Dellas, un mundo femenino, de Charlotte Perkins Gilman (Ediciones Abraxas).
· Metrópolis, de Thea Von Harbou.
· La mano izquierda de la oscuridad, Los desposeídos, El nombre del mundo es bosque, La Saga de Terramar, de Ursula K. Le Guin (Minotauro).
· Darkover, de Marion Zimmer Bradley (Ediciones B). También, Las nieblas de Avalón y La antorcha, en el género fantástico.
· Serpiente del sueño y La luna y el sol, de Vonda N. McIntyre (Ediciones B).
· Picnic en el paraíso y El hombre hembra, de Joanna Russ (Ultramar).
· Carne de probada moralidad, de James Tiptree, Jr.
· Círculo de espadas, de Eleanor Arnason (Ediciones B).
· Río lento, de Nicola Griffith (Ediciones B).
· Chanur,  de C. J. Cherryh, (La Factoría de las Ideas).
· Ladrona de medianoche (2000), de Nalo Kopkinson (La Factoría de las Ideas).
· Restos de población (1997), de Elizabeth Moon (Ediciones B).
· Miles Vorkósigan, de Lois MacMaster Bujold (Ediciones B).
· Despertar (Ediciones B); Tras el largo silencio (Timún Mas Ciencia-Ficción); Hierba, de la serie Marjorie (Ultramar); El árbol familiar (Ediciones B); La puerta al país de las mujeres (Ediciones B), de Sheri S. Tepper.
· El libro del día del juicio final (1992), de Connie Willis (Ediciones B).