Rafael Nadal
Mayorías excepcionales
(La Vanguardia, 30 de noviembre de 2012).

Las noches electorales suelen estar faltadas de las dosis necesarias de humildad y de realismo que deberían llevar a algunos partidos a aceptar los resultados en términos de decepción y de derrota. Enseguida se entra en un baile de sumas y restos que sustituyen el análisis político por la aritmética y que acaban con una representación esperpéntica en la que todos resultan ganadores. Esta vez, sin embargo, no han sido los líderes políticos, sino algunos analistas, intelectuales y, sobre todo, periodistas los que hemos exhibido las mayores carencias a la hora de aceptar los errores de los diagnósticos e interpretar con objetividad los resultados; entre los partidarios de la soberanía de Catalunya y también entre sus detractores.

En política no sólo los actos acaban teniendo consecuencias. Los objetivos políticos no son neutros y también acaban provocando efectos trascendentes dependiendo de si se frustran o se consiguen. De manera que no se pueden analizar unos resultados electorales sólo por las sumas aritméticas. Primero hay que juzgar el éxito o el fracaso del objetivo nuclear presente en todas las campañas, y sólo después se puede hacer una lectura subordinada de los escenarios y las alternativas que han surgido de los resultados electorales.

En relación con las elecciones del domingo tendríamos que analizar primero los objetivos de Artur Mas, que, sin estar obligado, las convocó y escogió qué quería someter a votación: un triple plebiscito a favor de su propio liderazgo, de la coalición Convergència i Unió y de un proyecto concreto para Catalunya. Su revés electoral es un golpe duro para cada uno de los tres sujetos sometidos a plebiscito, que son los primeros perjudicados por los insuficientes resultados electorales. Los tres, Mas, CiU y Catalunya, tendrán que asumir las consecuencias.

Mas reclamó para sí mismo un liderazgo hegemónico del proceso hacia un Estado propio, pero los ciudadanos se lo han negado. Por su parte, CiU sale de la campaña con el prestigio deteriorado y tendrá que hacer concesiones difíciles para acabar gobernando en coalición o en minoría. Finalmente, Catalunya tendrá un gobierno y un presidente más débiles y su capacidad de negociación también saldrá enormemente debilitada; eso se notará en el terreno de la financiación, de las infraestructuras, del respeto institucional, de la negociación sobre el hipotético referéndum y quizás incluso de la tesorería. Se puede criticar la identificación (y la confusión) entre Mas, CiU y Catalunya, pero eso no tendría que impedir la constatación de que a partir del domingo Catalunya tiene menos fuerza en las múltiples mesas de negociación. Seguramente también los federalistas necesitaban mejores resultados del soberanismo convergente con el fin de despertar en Madrid el miedo a la secesión y reforzar sus posiciones.

La aceptación de este primer diagnóstico no niega la posibilidad de que los sujetos derrotados en la campaña plebiscitaria puedan ser redimidos –y también reforzados– a partir de las nuevas mayorías y de los pactos que se pueden articular a partir de ahora en el nuevo Parlamento. Catalunya ha rechazado parcialmente el proyecto de transición nacional de hegemonía convergente; el tiempo dirá si eso representa la derrota prematura del proceso soberanista o si abre una oportunidad para poner en marcha un proceso más plural y más sólido, que en todo caso dependerá de la altura política de los líderes y de su capacidad para gestionar un escenario imprevisto, pero también más transparente y más legítimo. 

Nadie puede negar que las elecciones del domingo registraron una participación extraordinaria; estabilizaron una mayoría soberanista que ahora está doblemente avalada por la formulación inequívoca de los programas y por una participación récord (del 70 por ciento); y promovieron una decantación hacia la izquierda o más concretamente hacia la exigencia de más justicia social en la lucha contra la crisis.

Los ciudadanos también han establecido muy mayoritariamente que el anhelo de libertad para Catalunya y la exigencia de un reparto más equilibrado de los costes de la crisis son inseparables. Este doble reto no se puede afrontar con gobiernos en minoría ni puede estar sometido a la lucha partidista. A situaciones excepcionales, mayorías excepcionales. La formulación es de Artur Mas en campaña, pero otros líderes hicieron apelaciones similares en favor de la unidad de acción de la sociedad catalana. Después de ver los resultados resulta difícil imaginar una situación más excepcional que la que afrontará Catalunya intentando convocar el referéndum y afrontando al mismo tiempo una crisis económica que se está convirtiendo en una crisis social dramática. Los próximos meses la situación puede volverse incendiaria. ¿Y si de una vez por todas tomaran conciencia de ello y se pusieran a trabajar todos juntos?

PD: Los resultados obligan a prestar atención a las nuevas fuerzas que emergen con la voluntad de jubilar a los viejos partidos pero también a los privilegios, las castas, los instalados, y seguramente a nosotros mismos como notarios de la realidad. Y también habrá que estar atentos a la fragmentación de la izquierda que algunos sueñan a la griega (Syriza), pero que también podría acabar a la italiana.