Rafael Ruzafa

La democracia, según Pierre Rosanvallon,
“historia de contradicciones”
(Hika, 155 zka. 2004ko maiatza)

Asociamos la democracia al régimen implantado tras las revoluciones norteamericana y francesa de finales del siglo XVIII, ése que se ha convertido en el menos malo de los conocidos. El acercamiento histórico convencional se ha realizado a partir de principios como las libertades, el sufragio o la representación, y en los combates por su aplicación. Sin embargo el historiador Pierre Rosanvallon, director de la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales de París, entiende que ese acercamiento presupone que el objeto contiene su definición. Por ello ha acometido su labor investigadora en torno a las contradicciones estructurales de la democracia.

Rosanvallon impartió en abril en Bilbao el seminario “La historia de la democracia: problemas y métodos”. Organizado por el Instituto de Historia Social Valentín de Foronda de la UPV-EHU y presentado por el catedrático Javier Fernández Sebastián, en el acto académico participó un nutrido grupo de especialistas en historia contemporánea, ciencia política y derecho. Experto en la configuración histórica del Estado francés, apostó desde el primer momento de su intervención por un análisis comparativo que respete el proceso histórico. El autor del reciente Le modèle politique français: la société civile contre le jacobinisme de 1789 à nos jours (Seuil, 2004) mostró su interés por los momentos de autofundación. “La comparación me permite acercarme a Corea desde 1945, a la India con la redefinición de las castas que acompaña a la independencia”, planteó.

El historiador se remontó a las revoluciones de finales del siglo XVIII, de cuyos diccionarios políticos el término democracia está ausente salvo como forma del pasado lejano (polis griega, cantones suizos, patologías de la república romana). Por supuesto, distinguió entre la vida política (organizaciones, elecciones...) y la vida de las instituciones. Sólo en la década de 1840 se consolida un régimen en torno a la acción del Estado de Derecho y la soberanía popular. Hasta entonces la democracia se concibió como forma de sociedad, de uso de las libertades y derechos. En lo sucesivo la ambivalencia de la ciudadanía, con definiciones política y civil, con el acento en la participación política o en el disfrute de las libertades, genera tensiones. “Es importante en los países con imperios coloniales, por ejemplo en las diferencias al respecto de la ciudadanía entre los argelinos indígenas y los de origen francés”, señaló.

Una gran contradicción concierne a la representación política, para la cual se enfrentan de cara al representante los principios de distinción-eminencia y de similitud-banalidad. En nombre del primero se prefiere abogados o periodistas. En nombre del segundo, tan cultivado por el movimiento obrero, se elige a quien encarna el perfil del conjunto de los representados. Más allá de los Gil y los Ruiz Mateos, durante la Revolución Francesa se votaba por asamblea local, sin candidatos. “Desde esa tensión se entiende la insatisfacción política actual, que quisiera reunir ambos principios. En el siglo XIX se planteó cuál es el principio sociológico de representación del pueblo y de ahí el debate sobre la proporcionalidad de la representación y qué se hace con los no contemplados en la sociología”, comentó Pierre Rosanvallon.

Cuestiones como a qué edad se fijan los derechos políticos, si pueden votar los analfabetos, los no propietarios o las mujeres tienen implicaciones que se han resuelto de forma diferente en el tiempo y en el espacio. A pregunta de la historiadora Pilar Pérez-Fuentes sobre la exclusión de la mitad de la población del acceso a la ciudadanía, Rosanvallon constató que el país más universalista en el reconocimiento de derechos políticos, Francia, fue el más tardío en reconocer el sufragio femenino. “La tradición revolucionaria francesa instituyó la familia como sujeto político. Es chocante que los países anglosajones, más conservadores, abanderasen el voto femenino con la idea de que aporta otro punto de vista, el del hogar. De todas formas aún hoy muchos conservadores cuestionan filosóficamente, no políticamente, el sufragio universal”, recordó.

El historiador mencionó la gran contradicción de la temporalidad política. “Hace falta capacidad para reinventarse, para romper con la tradición o al menos para seleccionar aspectos. Sin embargo la aplicación de programas requiere continuidad. Hay dos dimensiones, generacional y instantánea, que pueden chocar. Por ejemplo, en la Francia actual, ¿qué legitimidad debe prevalecer, la salida de las elecciones legislativas que dieron mayoría a la derecha o de las últimas regionales que mostraron la preferencia del electorado por la izquierda?”, se preguntó Pierre Rosanvallon. El argumento fundamental reside en que la ley puede cambiar pero la Constitución no. El historiador francés revela su procedencia cuando sostiene que hay un momento en el que nos podemos reinventar, la revolución, y de ahí el interés de los momentos constituyentes.

El procedimiento también genera contradicciones en la medida en que el mandato resulta expresión de confianza y simultáneamente de control. En casi todos los países se han creado instituciones de control, parlamentario o profesional, de los canales públicos de comunicación. La eficacia en la prevención de su uso partidista es más que discutible a la vista de la concentración de medios de que un gobernante como Silvio Berlusconi puede disponer. “Cuanto más democráticas son las sociedades, los controles son menos visibles, menos teatrales. En otro orden de cosas, el gobierno representativo, ¿sustituye al directo? Una teoría afirma que se asiste a una forma de aristocracia democrática, que selecciona una élite que rinde cuentas. Desde sus postulados, el gobierno representativo desmultiplica la soberanía”, apuntó Rosanvallon.

En un momento del coloquio, el constitucionalista Javier Corcuera preguntó acerca de los límites del poder ejecutivo para llevar adelante sus iniciativas. Pierre Rosanvallon hizo referencia a la utopía nomocrática del momento revolucionario francés, al imperio de la Ley desde los comités de la Asamblea, sin ejecutivo. Se refirió también a los tribunales constitucionales, cuyo control es rechazado en un primer momento por los regímenes democráticos por arbitrario, pero que los países recién llegados a la democracia, entre ellos España, aceptan sin discusión.

Por último, el historiador mencionó la relación entre calidad y cantidad de democracia, con el estado-nación creado sobre la base de la riqueza que da la dimensión del mercado. Los modelos son las unificaciones alemana e italiana. “La historia de la democracia va ligada al Estado providencia, protector, que construye la igualdad política en un territorio grande y heterogéneo, y además la igualdad jurídica y de dignidad de sus ciudadanos. Sólo en el siglo XX cambia la proporción entre riqueza y tamaño, y la democracia asoma a los países pequeños, más homogéneos y con menos costes. Entonces emerge un separatismo social, la secesión de los ricos, el gran problema de las democracias actuales. No creo que se puede distinguir entre las separaciones territoriales nacionales y las separaciones sociales”, afirmó el autor de La crisis del Estado providencia. Para Rosanvallon el bienestar, y por ende el Estado del Bienestar, es otra cosa que la institucionalización de la protección ante las malas coyunturas económicas a cambio de la disposición de trabajo.