Ramón Jáuregui

El último ciclo de ETA
(Página Abierta, 188-189, enero-febrero de 2008)

            Quiero hacer dos observaciones previas casi de carácter personal y a modo de presentación.
            Era agosto de 1968, en un pequeño barrio de San Sebastián, junto al Puerto de Pasajes. La noticia llegó a la cuadrilla y recuerdo las reacciones como si hubieran sido ayer. Alegría y alborozo entre mis amigos porque ETA había matado a Melitón Manzanas, un policía franquista odiado por su crueldad en los interrogatorios. Yo me asusté. No diré que lo condené. Simplemente recuerdo que algo íntimo de mi conciencia rechazaba el matar. Que una causa, defendida con la muerte, no era ni podía ser mi causa. La mayoría de mis amigos acabaron en la ETA de los setenta. Yo me afilié al PSOE. Ahí acabaron gran parte de nuestros lazos de amistad de aquellos tiempos convulsos y felices contra Franco.
            Quienes venimos de tan lejos, acumulamos un enorme sentido de la responsabilidad sobre lo ocurrido en Euskadi en estos 40 años. La anécdota, o mejor el recuerdo, me permite deciros algo, no por sabido, menos importante: en Euskadi –excepto las víctimas– todos somos culpables de esta tragedia. Unos más, otros menos; unos por acción, otros por omisión; unos por exceso y otros por defecto; unos por convicción, otros por equivocación. Añoro el momento histórico en el que los vascos miren a sus padres o abuelos a los ojos y les digan ¿pero cómo fuisteis capaces de hacerlo? ¿Cómo tolerasteis tanta locura, tanta cobardía colectiva? Confieso que dudo sobre si lo veré algún día. Sí, en Euskadi todos somos culpables. Y este sentido de la autocrítica es lo primero que quiero expresar.
            La segunda observación previa es que a la hora de abordar este debate y cualquier otro sobre ETA y sobre la superación de la violencia, hay que proclamar primero la mejor y mayor de las humildades. Todos nos hemos equivocado muchas veces, y a pesar de tantos años juntos, me temo que todavía no nos conocemos lo suficiente como para intuir el futuro. Por tanto, os ruego que toméis mis reflexiones más como especulaciones que como aseveraciones.

¿Estamos ante el final de ETA?


            Rotundamente sí. Pero que estemos en el final no quiere decir que éste vaya a producirse rápida o inmediatamente. Estamos en el final de su historia. En su último ciclo. Razones:
            Su capacidad operativa –muy limitada– acredita su derrota policial. De aquella ETA de finales de los setenta (100 muertos al año y miles de atentados) a la de 2007, hay un abismo.
            El contexto geopolítico en el que nació (movimientos de liberación nacional contra la colonización en África y movimientos marxistas-leninistas de América Latina) ha desaparecido.
            La sociedad vasca ha dado la espalda a sus pretensiones. No es una sociedad activa y valiente contra la violencia, pero la repudia y no quiere a la izquierda abertzale (aunque se trate del 10% de la población). Según el Euskobarómetro de julio de 2006, el 61% muestra su rechazo total a ETA; el 17% afirma haberla apoyado, pero ya no; el 13% comparte fines pero no la violencia, y el 1% la apoya totalmente.
            Las víctimas se han convertido en protagonistas de una deuda que la sociedad tiene para con ellas. No será posible conceder a los terroristas lo que ofenda a su memoria o lo que traicione la causa por la que les mataron.
            El sistema político español, la sociedad, los medios de comunicación, partidos, opinión pública, y el sistema legal, no pueden alterarse por la presión terrorista. Ningún Gobierno podrá hacer lo que sea ilegítimo o ilegal, aunque lo quisiera. Los límites del Estado de derecho lo son en todas direcciones.
            La desaparición de la violencia en Irlanda del Norte. La apuesta del IRA por la política deja a ETA sin referente y más aislada que nunca. El propio Sinn Féin ha mostrado su disgusto y sorpresa por la ruptura de la tregua de ETA.
            El único terrorismo que queda en Europa es el de raíz islamista. El atentado de Atocha y el asesinato masivo no es una compañía que guste a ETA. El sistema político internacional se ha estructurado y organizado contra todo tipo de terrorismo. En el siglo XXI ninguna causa prosperará defendida con el terror.
            El cambio de las reglas de la democracia española con la ilegalización y la persecución judicial consecuente. Con violencia no hay política. El aislamiento político de la banda acerca el final de ETA.

¿Hay un final? O mejor: ¿cómo es el final?


            Sin embargo, recuerdo que todos estos argumentos también los dábamos estos años antes de la tregua de 2006. Si valían entonces, ¿siguen valiendo ahora que sabemos que, a pesar de todo, han vuelto a la violencia? Sí. Sin duda. Siguen ahí y acabarán llevándonos al final. Pero lo que no sabemos es cómo ni cuándo se producirá. Ni siquiera sabemos si habrá un final como en las películas (puede ser un final desordenado, acontecido sin fechas definitorias, producido por una lenta agonía, por una especie de desaparición paulatina).
            La ruptura de la tregua de 2006 ha demostrado varias cosas:
            Que ETA (ese magma escondido y desconocido) es la que manda en el mundo de la izquierda abertzale. Una vez más, quienes empuñan o guardan las armas han pilotado el proceso y lo han conducido a la reanudación de la violencia.
            Batasuna no arrastra a ETA hacia la política. Es ETA la que instrumenta y utiliza a Batasuna y a todas las organizaciones satélites al servicio de una causa que sólo ellos gestionan.
            ETA no admite un final sin concesiones políticas. La experiencia de las mesas paralelas, la peligrosa confusión producida en ellas desde el verano de 2006 a diciembre, y la ruptura de la T-4, acreditan que no está dispuesta a disolverse sin un acuerdo político paralelo.
            Que ya no valen las treguas porque ETA ha perdido su credibilidad y ha agotado toda la semántica existente para hacer posible un diálogo después de la violencia. Además, la metodología de las mesas paralelas ha sido amortizada. (Anoeta, 2004).
            ¿Cuáles son entonces los escenarios del final?
            Me gustaría clarificar dos escenarios muy frecuentes en el debate antiterrorista actual:

La “derrota de ETA”


           
Éste es el mensaje y el eslogan del PP y de algunas organizaciones de víctimas. Más allá del oportunismo partidista de este mensaje (elaborado como contraposición a la “negociación política con los terroristas, del PSOE”), me interesa destacar la falacia de esta propuesta: ¿cuándo, quién y cómo se declara la “derrota de ETA”? Planteados en estos términos la cuestión, es seguro que habrá siempre alguien dispuesto a matar y morir para demostrar que tal derrota no se ha producido.
            La agenda del lehendakari para que el pueblo vasco diga no a ETA y el Gobierno de España reconozca la autodeterminación y negocie la unidad territorial con Navarra. Bien podría decirse que ésa no es la agenda del lehendakari, sino de ETA. Sin embargo, paradójicamente, tampoco sirve:
            Primero, porque ETA no acepta que sea el PNV el que capitalice su historia (véase Lizarra y véase la insistencia en Navarra como su última bandera, al incorporar el PNV la autodeterminación a su ideario político).
            Como ya dijera Balza, porque a ETA le importa un bledo la opinión de la ciudadanía vasca: «ETA no dejará las armas por la consulta de Ibarretxe, porque le importa un bledo la sociedad».
            Porque, en el fondo, es una salida tramposa al inclinar el gradiente identitario de los vascos hacia la separación de España en etapas, con el señuelo de la paz. Un señuelo, además, falso.
            Porque no es democrático el proceso de consultas mediando la violencia.
            Porque, legal y políticamente, es imposible que el proceso de consultas se realice. El lehendakari lo sabe, pero ha hecho un cálculo partidista con la intención de ganar las elecciones autonómicas, adelantadas a finales de 2008, y repetir alianza con EA e IU.
            ¿Cuál es el final entonces? Simplemente resistir y derrotarles democráticamente, para de esa manera persuadirles al abandono de la violencia. Y ¿cómo hacerlo? En mi opinión, hay que ayudar a que tomen esta decisión con los instrumentos ya conocidos: eficacia policial, colaboración internacional, persecución jurídica del entramado de la violencia y máxima unidad democrática que permita una progresiva deslegitimación social y política de la violencia. Para eso es importante la unidad, y por ello es tan evidente que estamos ante un diagnóstico y una terapia bastantes antagónicos si analizamos las posiciones del arco parlamentario, desde el PP hasta EA o Aralar. También creo en un diálogo reparador, reconciliador y normalizador, pero sólo cuando ETA decida abandonar la violencia por un convencimiento de la inutilidad de su lucha y la contaminación negativa que su violencia produce a su causa. Cuando tengamos constancia de esopor el definitivo abandono de la violencia, debemos recomponer los consensos constructivos de un país normalizado.

¿Cuál sería la agenda de ese diálogo posviolencia?


            La apertura de un espacio político libre para defender su causa bajo el principio de que todos los objetivos políticos democráticos son defendibles y realizables. Yo llamaría a esto la recuperación de un marco de plenitud democrático y de legalización de todas las opciones políticas democráticas.
            La búsqueda de soluciones humanitarias y reconciliadoras a las víctimas y a las consecuencias personales de estos 40 años de tragedia.
            El inicio de una amplia revisión de nuestro marco autonómico sobre todos los temas pendientes, en el bien entendido de que éstos no pertenecen sólo a la plataforma reivindicativa de los nacionalistas, sino que, con la misma legitimidad, deberán ser abordados consensos básicos destruidos estos años: derechos ciudadanos, bilingüismo, etc. Los acuerdos deberán de serlo por amplias mayorías democráticas.
            El respeto a las reglas de juego del ordenamiento que incluye una consulta ratificatoria de la ciudadanía vasca.
            ¿Cuándo llegará esta oportunidad? No lo sé. Me temo que después de junio de 2007 hemos empezado una nueva fase de ETA. Ojalá que sea la última hasta su desistimiento.

El conflicto vasco. Salidas al laberinto


            Suele decirse que el conflicto vasco es anterior a ETA. Pero con ello se justifica a ETA, porque su lucha es para reivindicarlo. Parece como si hubiera un pueblo que pide algo justo, y se le niega. En ese contexto nace y se desarrolla ETA. Más que un conflicto vasco, hay conflictos vascos. La tesis de un solo conflicto es la que eleva a mito histórico y étnico el imaginario nacionalista. Con todo, sea cual sea el o los conflictos en el País Vasco, nunca hubo razón para matar, mucho menos para matar en democracia y mucho menos para matar al discrepante: visión totalizadora y monopolista del ser vasco y de Euskadi. Conflictos hay muchos en el mundo y no se mata por ellos.
            Las aspiraciones para la construcción de Euskal Herria, incluyendo a Navarra y a su soberanía para decidir su futuro, son eso, aspiraciones de una parte del país; pero ni son mayoritarias, ni son un derecho, ni desde luego puede matarse por ellas. Por eso niego la teoría del conflicto justificativo de la violencia. Tan injusto es pretender que Navarra sea Euskadi como establecer que los vascos tenemos que ejercer un supuesto derecho para independizarnos de España.
            La autodeterminación no es un derecho. Lo es en caso de ocupación militar. Lo es para las colonias. Pero Euskadi no es colonia de nadie. Lo es para las minorías oprimidas. Pero de haber alguna minoría oprimida, no es la nacionalista.
            Pero ¿cómo se ejerce en comunidades plurales? Estoy en contra de esa especie de teoría de la claridad que invade a algunos de nuestros pensadores autonómicos. Ibarretxe, López Burniol o X. Rubert de Ventos se equivocan con esa exigencia de pronunciamiento clarificador a nuestras poblaciones respectivas. Son soluciones simples a problemas complejos, en mi opinión. La característica fundamental de las sociedades vasca o catalana es su pluralidad identitaria, y la pretensión de clarificación autodeterminista es simple y falsa. Simple, porque el gradiente identitario no puede reducirse a dos opciones antagónicas. Falsa, porque una decisión popular mayoritaria lo sería por diferencias mínimas, perfectamente reversibles en breve tiempo.
            Una mirada al mapa identitario vasco o catalán de estos últimos veinticinco años nos indica que la expresión identitaria o la radiografía sentimental de vascos y catalanes no ha variado prácticamente nada (ver cuadro).
            De lo que se deducen dos falsedades antagónicas:
            Que el Estado autonómico ha reforzado los sentimientos independentistas de los ciudadanos.
            Que el modelo autonómico haya conseguido diluir los sentimientos nacionalistas.
            En definitiva, en nuestras dos comunidades coexisten, casi invariablemente, sentimientos políticos sobre el ser y el destino de nuestras naciones, que son imposibles de simplificar en una opción mayoritaria. Si cabe tal simplificación, es la que se obtiene de sumar los tres sentimientos centrales, y éstos nos proporcionan en Cataluña una mayoría del 75% y en Euskadi de más del 60%.
            No está escrito que el modelo autonómico, evolucionado y dinámico, no siga siendo el mejor marco jurídico-político para abordar el estatus de naciones como Cataluña o Euskadi. Eso es lo que piensa la mayoría. Eso es lo que hemos construido en estos 30 años, y por cierto, no ha ido mal sino todo lo contrario. Con todo, ningún demócrata puede negar otro modelo, pero éste sólo podrá ser  evolucionado sobre el actual; con amplias mayorías que vertebren al país; respetando las reglas del ordenamiento; y desde luego, en paz y en libertad para todos.