Raúl López Romo y Gaizka Fernández Soldevilla
Violencia y relatos, ¿avanzamos?
(El Correo, 31 de enero de 2013).

El terrorismo ha atenazado a quienes no pensaban como los verdugos, sobre todo a aquellos que no asumían como exclusiva una única identidad territorial. En Euskadi la violencia ha ejercido la función de gran polarizador político. Hace 25 años los partidos democráticos plantearon, mediante el Pacto de Ajuria Enea, un discurso cívico frente a la narrativa maniquea y excluyente del nacionalismo vasco radical. Lo importante, se venía a decir, no era la identidad, sino el Estado de derecho y las instituciones comunes, frente a quienes arremetían contra ellas. Fue un intento loable, pero no terminó de cuajar. Siguió habiendo quien encontraba su lugar en la equidistancia, para evitar decantarse por uno de los supuestos extremos. Valga como ejemplo el documental de Julio Medem ‘La pelota vasca’ (2003).

Jonan Fernández ha sido nombrado nuevo responsable del área de Paz y Convivencia del Gobierno vasco. Su labor al frente de Elkarri estuvo caracterizada por iniciativas bienintencionadas, pero que a nuestro juicio partían de una premisa errónea: la creencia de que en el País Vasco existe un conflicto secular en el que están enfrentados dos bandos equiparables. Si las dos partes han conculcado derechos humanos, ambas han sido tan culpables como víctimas. El corolario era aparentemente lógico: ya que todos han cometido atropellos, la solución se ha de centrar en la reconciliación, en mirar hacia adelante.
Este esquema goza de un gran predicamento a nivel político y social, pero, desde una perspectiva histórica, es más que cuestionable, ya que se sostiene sobre un olvido selectivo. Para restañar las heridas no se puede asumir dicho relato acríticamente. Al contrario, resulta necesario reflexionar con honestidad sobre lo que nos ha ocurrido en las últimas décadas. Y sobre lo que sigue ocurriendo, porque el odio sectario todavía no se ha desactivado. Esto puede observarse en la vida cotidiana. Una parte de la población continúa sin poder expresar abiertamente su identidad vasco-española, lo que representa un menoscabo de la libertad de expresión inadmisible en democracia. Hasta hace poco ETA y su entorno perseguía y mataba a los representantes electos de casi la mitad de los vascos. Hoy nadie es asesinado por sus ideas en Euskadi. En este sentido hemos avanzado considerablemente, pero es que el punto de partida era tan bajo, las aspiraciones cívicas tan mínimas…

Y queda mucho por hacer. Que se lo digan, sin ir más lejos, a quienes salieron a la calle con camisetas de la selección española de fútbol en la última Eurocopa. Algunos volvieron a sus casas humillados, golpeados e insultados. Que animar a ‘la Roja’ sea visto como una provocación, y que muchos lo hagan desde el sofá pero no en la calle, dice mucho (en realidad dice muy poco) sobre dónde estamos en cuanto a tolerancia.

La educación es una herramienta fundamental para elevar el nivel cultural de la ciudadanía y para fomentar el espíritu crítico. La Fundación Fernando Buesa publicó hace pocos meses un informe que señalaba que una parte significativa de nuestros futuros docentes quieren pasar cuanto antes la página de ETA. No es muy halagüeño, pero ¿qué esperábamos? En las últimas décadas han abundado los que han optado por la ambigüedad y el mirar hacia otro lado ante un sector social que ha tenido como vanguardia de su quehacer político… a una banda terrorista.

En Euskadi la memoria devora a la historia. La violencia no ha sido precisamente un acicate para los estudios reposados sobre nuestro pasado reciente. Varios profesores amenazados y forzados al exilio son la prueba más palmaria de ello. Es cierto que últimamente, gracias a la labor tanto de historiadores veteranos como de una nueva generación de investigadores, se han publicado diversos trabajos rigurosos sobre las causas y consecuencias del terrorismo. Pero en demasiadas ocasiones no encuentran eco y quedan recluidos en el circuito cerrado de la universidad, sin cumplir una función social de divulgación.

Jonan Fernández y su equipo tienen ahora entre manos una gran responsabilidad: su labor puede contribuir tanto a desmontar el mito de las violencias simétricas como a apuntalarlo, banalizando así el mal etarra. Para evitar esto último convendría que pusieran negro sobre blanco que ETA no solo ha sido la organización terrorista que más ha matado en España, con muchísima diferencia, y la que más ha perdurado, hasta el punto de que aún hoy no se ha desarmado. También ha sido la única banda que ha contado con un notable respaldo social para imponer mediante la fuerza su proyecto de poder. Por lo tanto, este ha sido el único ideal político que, tras el franquismo, ha supuesto un desafío contra la pluralidad de la sociedad vasca.

 


Raúl López Romo y Gaizka Fernández Soldevilla son historiadores.