Raúl Zibechi
Cinco hipótesis sobre las elecciones brasileñas
(Diagonal, 4 de octubre de 2014).

 

¿Un cambio de fase que no se limitará a lo político, sino también a lo social y a los movimientos sociales? Un punto de vista sobre las perspectivas en Brasil donde el 5 de octubre tvo lugar la primera vuelta de las elecciones presidenciales.

El ciclo progresista latinoamericano comenzó en febrero de 1989 con el Caracazo y puede haber finalizado en junio de 2013 con las masivas manifestaciones en Brasil. Interpreto este ciclo como el período de resistencia y búsqueda de alternativas al neoliberalismo, desde las sociedades en movimiento, que son el factor dinámico de los procesos de cambio.

En una primera fase, la actividad popular estuvo focalizada en destituir a los gobiernos privatizadores. Ecuador, Perú, Brasil, Paraguay, Bolivia, Venezuela y Argentina tuvieron sucesivos levantamientos populares que pusieron fin a gobiernos neoliberales o impidieron, caso de Venezuela, que las fuerzas de la derecha volvieran al gobierno.

El ciclo progresista no coincide necesariamente con los gobiernos. En el caso venezolano, desde el Caracazo hasta la llegada de Hugo Chávez al gobierno transcurrieron diez años. En otros, la ‘distancia’ entre las primeras grandes acciones populares y la llegada al gobierno de fuerzas afines a los movimientos fue más breve, pero nunca hubo una relación directa y mecánica entre la acción social y las dinámicas electorales e institucionales.

La segunda cuestión es que después de junio –quizás antes en algunos países– el progresismo estará a la defensiva aunque siga, y seguirá, ganando elecciones. Cambió la etapa, hubo un viraje de ciclo, ya nada volverá a ser igual: se terminó el consenso pasivo de las clases subalternas, por usar un concepto de Gramsci.

El progresismo mejoró la situación de los pobres, pero sin consultarlos, impidiendo a través de las políticas sociales que se convirtieran en sujetos colectivos. Los subalternos son objeto de políticas en cuyo diseño no participan. Hubo una ostensible mejora en la situación de los más pobres, aunque no debe atribuirse exclusivamente a los gobiernos, sino también al ciclo de alza de los precios de las commodities que exportan todos los países de la región. El notable aumento de las exportaciones generó recursos para lubricar las políticas sociales.

La inclusión a través del mercado tiene dos límites. Depende de la permanente mejora de los indicadores macroeconómicos para que haya recursos suficientes para traspasar, y no toca la estructura de la propiedad ni de la renta. Sin reformas de fondo, agraria e impositiva, para empezar, no hay cambios de larga duración en la estructura de clases. Por otro lado, cuando los pobres comenzaron a consumir y a moverse fuera de sus barrios/guetos, se encontraron con pésimos servicios de transporte, salud y educación, o sea, con una sociedad profundamente desigual.

En tercer lugar, junio de 2013 fue un gigantesco grito contra la desigualdad. Un grito consecuencia de estar sufriendo la opresión de la desigualdad, en el continente más desigual del mundo. Luego de una década de progresismo, la desigualdad no se ha movido en lo fundamental. Junio de 2013 es el fin del consenso pasivo, en una coyuntura de fuertes tensiones geopolíticas y estancamiento de las economías exportadoras que ya no pueden asegurar el crecimiento del consumo.

Grandes inestabilidades

Las políticas sociales ya dieron lo que podían dar –pocas transferencias y mucha pasividad–, por lo que se abre un período de grandes inestabilidades en el cual los protagonistas serán los sectores populares. Éste es el trasfondo de las elecciones brasileñas. Marina Silva se dice heredera de junio, algo insólito porque nunca apoyó las marchas. La presidenta Dilma Rousseff dice que seguirá ayudando a los pobres, pero su campaña la financian las multinacionales brasileñas.

En cuarto lugar, los movimientos que lucharon en junio de 2013 no apoyan a ninguno de los grandes partidos. Miembros del Movimiento Passe Livre (MPL), que jugó un destacado papel en las manifestaciones de junio, señalan que ninguno de los tres principales candidatos apoya la tarifa cero en el transporte ni tienen propuestas para reducir el precio del billete. El MPL defiende la movilización permanente, no cree en la vía institucional, de arriba hacia abajo.

El Movimiento de Trabajadores Sin Techo (MTST) emitió un contundente comunicado en defensa de la vivienda libre y la reforma urbana. “En nuestra presión sobre el Estado, en sus diversos niveles, no nos guiamos por quién esté en el gobierno. Tenemos rigurosa autonomía en relación a cualquier partido político y esencialmente ante cualquier gobierno” (MTST.org, 26 de agosto de 2014). Los sin techo agregan que sus demandas “se construyen con lucha y organización popular” y no a través de las instituciones. El texto finaliza: “Reafirmamos que nuestro camino no es la participación en las campañas electorales (...). Nuestro voto es el poder popular”.

El Movimiento Sin Tierra (MST), que nació en el mismo período que la CUT y el PT, al que habitualmente apoyan en las elecciones, se ha mantenido distante, aunque algunos dirigentes se pronunciaron contra Marina. En todo caso, el MST está ocupando haciendas incluso durante el período electoral, mostrando que sus problemas no se van a resolver en las urnas. Gane Marina o gane Dilma, deberán gobernar con un abajo cada vez más inquieto, insumiso y rebelde.

En quinto lugar, lo más probable es que si gana Marina haya un retroceso en la integración regional, desde el Mercosur hasta la Unasur, y un acercamiento mayor de Brasil a los Estados Unidos. Sin embargo, en la política interna poco puede empeorar. Bajo los tres gobiernos del PT los transgénicos crecieron exponencialmente, los bancos tuvieron las mayores ganancias de su historia, hubo masacres de los más pobres –una por año– y las favelas fueron ocupadas militarmente.
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Raúl Zibechi es responsable de Internacional en el semanario uruguayo Brecha y autor de Brasil potencia.