Reyes Mate

No todos los sufrimientos son iguales, pero
todos exigen una respuesta solidaria

(El Correo, 20 de noviembre de 2006)

            El filósofo y ensayista Reyes Mate trabaja desde hace años en torno a la memoria y las víctimas. La pasada semana, presentó en la Fundación Alternativas una ponencia en la que hace una propuesta sobre el papel de las víctimas en el País Vasco. Durante varias horas, una veintena de especialistas y personas concernidas muy directamente por el terrorismo debatieron su contenido. El documento aboga por poner la reparación de las víctimas en el primer plano y por solidarizarse con el sufrimiento, aunque no todo el que sufre es víctima, como reitera en esta entrevista.

- ¿Qué diferencia hay entre esta tregua y las anteriores en lo referido al papel y la presencia de las víctimas?

-Mi reflexión sobre la justicia y la reconciliación en el País Vasco pasa por la visibilidad de las víctimas y por tomarse en serio qué significa la política sin violencia. La visibilidad de las víctimas es un fenómeno nuevo, con el que no contaron ni Aznar ni González en las treguas anteriores. Hegel decía que el progreso de la humanidad conllevaba pisar algunas florecillas del camino. Eso ha cambiado en todo el mundo. Cualquier solución política en el País Vasco tiene que pasar por hacer justicia a las víctimas.

- ¿Qué ha causado ese cambio?


-Las causas son múltiples, pero apuntaría dos: hasta ahora la justicia se consideraba como castigar al culpable. Ahora ya se piensa que también es reparar los daños. Por otro lado, se produce el auge de una categoría hasta ahora menor y en el presente fundamental, que es la memoria. Se ha convertido en algo esencial para descubrir la verdad. Necesitamos de la memoria de las víctimas y los supervivientes. Es además una categoría de progreso: la condición para avanzar si no queremos que el futuro sea mera reproducción del presente.

- ¿Cuánto duran las secuelas de la violencia?

-La gran paradoja es que los que hablamos de un proceso de reconciliación decimos que hay que partir de la memoria, y sin embargo otros la usan para justificar que continúe la violencia. Cuando hablamos de la memoria nos referimos a la de las víctimas, es decir, de los inocentes que sufren violencia. En el País Vasco, se les ha hecho un daño personal, que puede ser de muchos tipos; un daño político, porque el que mata entiende que el asesinado es irrelevante para la comunidad a la que aspira; y un daño a la sociedad, dado que el crimen produce una fractura social. El que mata se exilia de la sociedad y la sociedad se empobrece por ello. Esos daños exigen respuesta: al personal, con la reparación en la medida de lo posible; al político, con un reconocimiento social de que sin las víctimas no puede concebirse su comunidad; y a la fractura social se responde con un proceso de reconciliación.

- ¿La reconciliación se establece mejor si las partes olvidan algunas cosas, o lo más adecuado es que todo se conozca y los culpables cumplan sus penas y luego se empieza de nuevo?

 -A veces se hace lo que se puede, pero por lo menos hay que ser conscientes de qué es lo que se debe. No sé si en la Transición se hizo sólo lo que se podía, pero no se hizo lo que se debía y por eso hablamos de ella más que nunca. Ha pasado en otros lugares, como Chile y Argentina, y se ha visto también que era insuficiente. Si alguien podía pensar en una Transición al precio del olvido, ya se ha visto que eso es inviable. Difícilmente hay salidas políticas sin reparar las injusticias.

Cesiones

- En un proceso de negociación todos ceden. ¿También las víctimas?

-En la sociedad hay distintos sufrimientos y no son todos equiparables. Los nazis, cuando fueron procesados, sufrían, pero no eran víctimas. No podemos ser ciegos al sufrimiento de nadie, pero no todo el que sufre es víctima. Por eso esa frase de 'condenamos la violencia venga de donde venga' me parece una perversión moral. En el caso del País Vasco hay que hablar de reconciliación, que es un proceso en el que resulta importante el remordimiento: reconocer que se ha hecho daño y que uno está ligado de por vida al efecto de su acción.

- ¿Y el perdón?

-El perdón, aunque tenga un origen religioso, es un concepto político que significa liberación de la culpabilidad. Supone ese reconocimiento del daño que se ha hecho, ese desear que aquello no hubiese ocurrido. Y tiene como efecto cambiar la culpabilidad de la que se ha liberado por la responsabilidad de hacer política sin violencia. Esa es la secuencia lógica de tomarse en serio la construcción de una política sin violencia; supone mirar de frente a la violencia y darle la importancia que tiene, porque si creemos que basta con dejar de matar para pasar página, ¿qué impide que el crimen se repita?

- ¿Cómo se desactiva una hipotética venganza o el sentimiento seguramente más común del odio?

 -La semana pasada, durante el debate, he oído a la viuda de Buesa que decía que la experiencia de víctima la ha humanizado. Una sorpresa que nos estamos llevando todos es la de la generosidad de las víctimas. Esta emergencia de las víctimas va unida a una nueva forma de entender la justicia como reparación del daño. Por eso hay que situar el castigo al culpable en este contexto más generoso y más amplio. La experiencia de Sudáfrica muestra cómo a las víctimas les satisfacía más el reconocimiento por los autores de los daños causados que el castigo impuesto.

- Sin hablar de víctimas, ¿cómo se repara la desconfianza creada entre determinados sectores sociales?

-Ese es un capítulo importante, porque al final podemos decir que cuantitativamente el juego entre víctimas y verdugos es pequeño. Tenemos que ser muy rigurosos con la indiferencia. Un superviviente del gueto de Varsovia decía que la indiferencia es un crimen. El daño que hace un asesinato nos afecta a todos. No valen indiferencias ni salidas individuales al problema. La salida parte de la comprensión de la gravedad moral del crimen.

- ¿Qué agentes deben tener un papel en ese proceso de coser heridas?

-El problema de partida es que todos (víctimas, verdugos, espectadores) vivimos dentro de una cultura de la violencia. Hemos dicho que es la partera de la historia, hemos considerado a la guerra como un lugar donde se podrían poner en evidencia las grandes virtudes humanas... Eso lleva a la banalización de las víctimas. Por eso hace falta crear una nueva cultura y se requiere una reflexión. ¿Quiénes son los agentes? Intelectuales, periodistas, Iglesia, todos cuantos conforman la opinión pública, porque sólo cambiando la cultura de fondo se puede llegar a propuestas políticas diferentes.

- ¿Tienen trascendencia en ese contexto las propias desavenencias entre los grupos de víctimas?

 -Ahí llegamos a otro problema y es el de que las víctimas se han politizado. Lo han hecho algunas asociaciones, que se han puesto incondicionalmente de un lado o de otro, y eso ha hecho un gran daño a su situación. La importancia de la víctima no es lo que pensaba políticamente, sino el hecho de ser víctima. Esa politización no ayuda para nada a una salida política entendida como justicia con las víctimas.

Dos categorías

- ¿Entienden los familiares de las víctimas a los próximos a los presos, y viceversa, o son dos mundos irreconciliables?

 -De momento, son dos mundos muy alejados y hay que hacer un trabajo de acercamiento. Pero para eso tiene que desaparecer la red de seguridad que consiste en valorar la violencia. Cuando la violencia esté cuestionada socialmente, será preciso buscar soluciones en el encuentro.

- Los familiares de presos se quejan de que el alejamiento les castiga a ellos; y los de las víctimas reclaman el mismo apoyo que se da a familiares de presos. Cada grupo acusa a algún gobierno de castigarle...

 -Esto tiene que ver con la valoración del sufrimiento del otro. Lo primero que hay que decir es que los sufrimientos de unos y otros no son comparables, aunque eso no significa que haya que desentenderse de ninguno. Habrá que atenderles también en nombre de la solidaridad humana, y a veces parece que si tú aflojas algo respecto del otro estás cometiendo una injusticia. Pero hay que mantener ese principio: no todos los sufrimientos son iguales pero todos exigen una respuesta solidaria.

- ¿Es importante que en la medida de lo posible se desarme el lenguaje?


-Sí, pero también es relevante la precisión del lenguaje. Un crimen es un crimen y una víctima, una víctima. Hay víctimas y verdugos, no lo olvidemos, y eso debe reflejarse también en el lenguaje.

- ¿Y los símbolos? ¿Sería importante una foto de una víctima junto a alguien que ha pagado ya su pena?

-Sería extraordinariamente importante. Los pocos casos de encuentros que se producen deberían ser conocidos. Hace unos días veíamos uno entre un antiguo representante del IRA y la hija de una de las víctimas, y me parece ejemplar. Hay que fomentar esos encuentros donde sean posibles, en los pueblos, en los barrios. Habrá que ponerlo en marcha poco a poco.

- ¿Deben tener papel político las víctimas?

-El protagonismo del debate político lo tienen quienes representan a la sociedad en su conjunto. Pueden ser una voz que se hace oír, pero quien tiene la responsabilidad es otro. Yo diría que la opinión política de las víctimas es importante, pero lo es más el silencio de quien no puede ya hablar. Primo Levy decía que los supervivientes de los campos de concentración eran voces secundarias, porque los que más habían sufrido ya habían muerto.

«No ha habido tiempo de sustituir la moral religiosa por una ética laica»

- La Iglesia es un intermediario del que siempre se habla. ¿Tiene un papel protagonista o el distanciamiento mostrado hacia las víctimas, y reconocido expresamente, le deja poco margen para ello?

-La situación de la Iglesia es paradójica, porque en su tradición tiene elementos suficientes para valorar el papel de las víctimas, el perdón, el remordimiento... La política toma de las religiones muchas categorías. La virtud política del perdón tiene mucho que ver con Jesús de Nazaret, como dice Hanna Arendt. Por eso es extraña su impasibilidad ante todo lo sucedido. Pero siempre está a tiempo de cambiar y para ello no necesita más que beber en su propia tradición.

- ¿La crisis de valores que vive la sociedad española tiene alguna responsabilidad en el ocultamiento del que habla?

-Esta sociedad del espectáculo en la que vivimos lo ha convertido todo en artículo de consumo. Pero no se mata impunemente. Matar es algo que se cobra un precio altísimo en humanidad. Tanto crimen ha insensibilizado a la sociedad y eso añade una dificultad para entender el significado de las víctimas.

-¿Existe una vinculación entre la pérdida de influencia de la Iglesia en la sociedad española y esa difuminación de los valores que ha banalizado la violencia y sus efectos?

-Hay una parte de verdad en eso. Aquí se ha dado una rapidísima secularización que en otros sitios ha durado dos siglos y ha permitido sustituir la moral religiosa por una ética laica. En España, no ha habido tiempo para madurar una ética laica y eso hace muy difícil el reconocimiento de valores comunes. Eso tiene mucho que ver con esto de lo que hablamos.

- ¿Eso se relaciona también con el atractivo que para algunos jóvenes tienen los grupos radicales y violentos?

-El joven en su exceso necesita también estímulos. En una sociedad tan laxa como la española han sido grupos radicales los que le ofrecían esos estímulos.