Ricardo Seitenfus
Las causas del fracaso de la comunidad internacional en Haití

  La Organización de Estados Americanos (OEA) destituyó en Navidad a su representante especial en Haití, el brasileño Ricardo Seitenfus, tras la publicación el pasado 20 de diciembre en  Le Temps de Suiza de algunos cuestionamientos del papel de la Misión de Estabilización  de la ONU en Haití (Minustah) y la política de la comunidad internacional para con la nación caribeña. Recogemos aquí parte de la conversación.


           
Diez mil soldados de paz en Haití. En su opinión, ¿una presencia contraproducente?

            – El procedimiento de prevención de conflictos de las Naciones Unidas no se adapta al contexto haitiano. Haití no es una amenaza internacional. No estamos en guerra civil. Haití no es Irak o Afganistán. Sin embargo, el Consejo de Seguridad, ante la falta de alternativas, impuso las fuerzas de paz desde el año 2004, después de la salida del presidente Aristide. Ahora estamos en la octava misión de la ONU desde 1990. Haití, desde 1986 y con la partida de Jean-Claude Duvalier, vive lo que yo llamo un conflicto de baja intensidad.

            Estamos frente a luchas por el poder entre actores políticos que no respetan el juego democrático. Pero me parece que Haití, en el ámbito internacional, fundamentalmente ha pagado el costo de su proximidad a los Estados Unidos. Haití ha sido objeto de una atención negativa por parte del sistema internacional. La ONU ha congelado el poder y transformado a los haitianos en prisioneros en su propia isla.

            – ¿Qué impide la normalización de Haití?

            – Durante doscientos años, la presencia de tropas extranjeras se ha alternado con los dictadores. Es la fuerza la que define las relaciones internacionales con Haití y nunca el diálogo. El pecado original de Haití, en el escenario mundial, es su liberación. Los haitianos cometieron lo inaceptable en 1804: un crimen de lesa majestad para un mundo atribulado. Occidente era entonces un mundo colonialista, esclavista y racista que basaba su riqueza en la explotación de las tierras conquistadas. Así que el modelo revolucionario haitiano asustó a las superpotencias. Estados Unidos no reconoció la independencia de Haití hasta 1865 y Francia exigió el pago de un rescate para aceptar la liberación. Desde el principio, la independencia estuvo comprometida y obstaculizado el desarrollo del país.

            El mundo nunca ha sabido cómo tratar a Haití, así que terminó haciendo caso omiso a este país. Comenzaron 200 años de soledad en el escenario internacional. Hoy en día, la ONU aplica ciegamente el capítulo 7 de su carta, y despliega sus tropas para imponer su operación de paz, lo que no resuelve nada. Quieren hacer de Haití un país capitalista, una plataforma de exportación para el mercado de EE UU. Eso es absurdo. Haití tiene que volver a ser lo que fue, es decir, un país predominantemente agrícola, imbuido del derecho consuetudinario. El país es continuamente descrito en términos de su violencia. Pero sin Estado, el nivel de violencia es mínimo, no es más que una fracción de la de los países latinoamericanos. Hay elementos en esta sociedad que han impedido que la violencia se extienda más allá.

            –¿No es una renuncia contentarse con ver a un Haití cuyo único horizonte sea un retorno a los valores tradicionales?

            – Hay una parte de Haití que es moderno, urbano y que dirige su mirada a lo extranjero. Se estima en cuatro millones el número de haitianos que viven fuera de sus fronteras. Este es un país abierto al mundo. Yo no sueño con volver al siglo XVI, a una sociedad agraria. Pero Haití vive bajo la influencia de las ONG internacionales, de la caridad universal. Más del 90% de su sistema educativo y sanitario está en manos privadas. El país no tiene recursos públicos para poder operar con un sistema mínimo estatal. La ONU no tiene en cuenta los rasgos culturales. Reducir Haití a una operación de paz, es hacer tabla rasa de los desafíos reales que enfrenta el país. El problema es socioeconómico. Cuando la tasa de desempleo alcanza el 80%, es imposible desplegar una misión de estabilización. No hay nada para estabilizar y todo está por desarrollar.

            – Haití es uno de los países más subsidiados en el mundo y, sin embargo, la situación se ha deteriorado en los últimos 25 años. ¿Por qué?

            – La ayuda de emergencia es eficaz, pero, cuando se convierte en estructural al sustituir al Estado en todas sus misiones, conduce a la falta de responsabilidad colectiva. Si existe una prueba del fracaso de la ayuda internacional, esa es Haití. El país se convirtió en La Meca. El terremoto del 12 de enero y la epidemia de cólera no hacen sino acentuar este fenómeno. La comunidad internacional tiene la sensación de tener que rehacer todos los días lo que terminó la víspera. La fatiga de Haití comienza a emerger. Este pequeño país ha sorprendido a la conciencia del mundo con desastres cada vez  mayores. Tenía la esperanza de que, con la situación del 12 de enero, el mundo entendería que había errado en Haití, pero lamentablemente hemos reforzado la misma política. En lugar de hacer un balance, hemos enviado más soldados. Tenemos que construir carreteras, construir represas, participar en la organización del Estado, del sistema judicial. La ONU dice que no tiene mandato para ello. Su mandato en Haití es mantener la paz del cementerio.

            – ¿Qué papel desempeñan las ONG en esta quiebra?

            – Desde el terremoto, Haití se ha convertido en una encrucijada. Para las ONG transnacionales, Haití se ha convertido en un lugar de paso obligado. Yo diría que incluso peor que eso: el de la formación profesional. La edad de los cooperantes que llegaron tras el terremoto es muy baja: desembarcaron en Haití sin ninguna experiencia. Y Haití, les puedo decir, no es un sitio adecuado para los aficionados. Después del 12 de enero, a causa del reclutamiento masivo, la calidad profesional ha disminuido significativamente. Hay una relación perversa o maléfica entre la fuerza de las organizaciones no gubernamentales y la debilidad del Estado haitiano. Algunas ONG solo existen a causa de la desgracia de Haití.

            – ¿Qué errores se cometieron después del terremoto?

            – Frente a la importación masiva de bienes de consumo para alimentar a las personas sin hogar, la situación de la agricultura haitiana ha empeorado. El país parece ofrecer un campo libre a todas las experiencias humanitarias. Es inaceptable desde el punto de vista moral que se considere a Haití como un laboratorio. La reconstrucción de Haití y la promesa de 11.000 millones de dólares hace inflamar la codicia. Parece que mucha gente viene a Haití solo para hacer negocios.

            – Más allá del reconocimiento del fracaso, ¿qué soluciones sugiere usted?

 
            – En dos meses habré completado una misión de dos años en Haití. Para estar aquí, y no estar abrumado por lo que veo, tuve que crear una serie de defensas psicológicas. Yo intento seguir siendo una voz independiente a pesar del peso de la organización que represento. El 12 de enero me enseñó que hay un enorme potencial para la solidaridad en el mundo. Pero no hay que olvidar que, en los primeros días, fueron los propios haitianos quienes trataron de salvar a sus seres queridos. La compasión ha sido muy importante en la emergencia, pero la caridad no puede ser la fuerza motriz en las relaciones internacionales, sino la autonomía, la soberanía, el comercio justo, el respeto por los demás.

            Tenemos que pensar, al mismo tiempo que ofrecemos oportunidades de exportación para Haití, que también debemos proteger la agricultura familiar, que es esencial para el país. Haití es el último paraíso del Caribe sin explotar para el turismo, con 1.700 kilómetros de costa virgen; tenemos que fomentar el turismo cultural y evitar allanar el camino para el nuevo Eldorado del turismo de masas; las lecciones que esto último da es que no es efectivo a largo plazo.