Sergi Pàmies
Los otros
(La Vanguardia, 14 de septiembre de 2012).

Los sentimientos y las ideas expresados en la manifestación del martes culminan un largo proceso de transformación. Con una expresión bienintencionada pero injusta, el presidente Artur Mas describió la marea humana como "la millor Catalunya". Los catalanes que no comulgan con la secesión, pues, no pertenecen a la mejor versión de su país. En otros ámbitos, también se han escuchado voces minoritarias que, somatizando la intransigencia que todo idealismo genera, acusan de traidores a los que, por acción u omisión, no se suman al objetivo de la independencia. El catalán que, con respeto democrático pero sin compartirlas, comprende las razones del independentismo es doblemente huérfano. Desde el españolismo separador o desinformado, lo acusan de colaboracionismo o de haber sido abducido por la hipnosis separatista. Desde "la millor Catalunya", o se le ignora, o se le excluye, o se le perdona la vida invitándole a participar, como contribuyente de piedra, en la transición nacional o a sumarse a la plaga (espectacular y a veces tragicómica) de cambios de chaqueta.

El éxito de la manifestación (que tiene una de sus primeras piedras en el concierto de Lluís Llach en el Camp Nou) modifica las reglas del juego y la cuantía de las apuestas pero también el repertorio de trampas y de tahúres que, fieles a una tradición ancestral, se envuelven en la bandera para disimular su incompetencia (no olvidemos el viejo chiste, creo que del gran Perich, que anunciaba un traspaso de "incompetencias" a las autonomías). Precisamente por eso, sería importante que los catalanes que no desean separarse de España pero que respetan a los que sí lo desean se expresaran sin ser devorados por una reactividad linchadora ni ridiculizados por un tipo de cachondeo preadolescente. El soberanismo ha sido claro y coherente. Ahora convendría que, con la misma naturalidad e igual civismo, y procurando no ser triturados por los predicadores de una y otra trinchera, los catalanes no secesionistas, que no se sienten identificados ni con el regionalismo uniformizador del PP, ni con la extravagancia populista de Ciutadans, ni con los dilemas patológicos del PSC, opinaran sobre la cuestión. Haber sufrido la chapuza del estatuto inconstitucional (tumbado por España en nombre de una Constitución igualmente inconstitucional) y asistir ahora a la beatificación de un star system mesiánico que intenta fagocitar la rotundidad de la manifestación debería haberlos preparado para expresar argumentos y discrepancias que, si me permiten la ingenuidad propia de los súbditos de la peor Catalunya, pueden ser útiles y necesarios.