Sonia Guedes Ortiz
Contra la ‘cultura de la delgadez’
(Disenso, 48, en preparación)

                                    “Alguien en mí dormido, me come y me bebe”
                                       (Alejandra Pizarnic)

            Fenómenos como la anorexia y la bulimia nerviosa ponen de manifiesto el alto grado de insatisfacción que padecen los individuos en las sociedades occidentales. La cultura de la delgadez ha logrado que nuestra mirada se vaya estrechando hasta tal punto, que podríamos decir que las sociedades occidentales actuales son lipófobas, sociedades que generan y extienden una fobia, un odio a la grasa y por ende a todo aquel o aquella que la porta.
            Esa mirada estrecha es la misma que ve con temor al extranjero, que desprecia las distintas formas de ver y de vivir, la misma mirada estrecha que no es capaz de encontrar la belleza en cada ser. Una mirada pobre y llena de prejuicios para sociedades donde la belleza es una tiranía. En especial para las mujeres, para las que se configura como una forma más de opresión.

El cuerpo de las mujeres

           
Las imposiciones estéticas se han expresado mayormente sobre el cuerpo de las mujeres, hecho que ha supuesto graves perjuicios no sólo para la salud física y emocional de las mujeres, sino para la visión de ellas ante sí y ante una sociedad que les sigue exigiendo ser un adorno. Buena esposa, buena madre, competente profesional, con inquietudes, pero además con una sonrisa perfecta, siempre joven, flaca y sin celulitis; a las mujeres se nos acumulan las exigencias y las obsesiones. Así, el concepto actual de belleza se configura en una forma más de opresión y una expresión feroz de esto es que los casos de anorexia y bulimia se den en un 95 por ciento entre las mujeres.
            El concepto de belleza a partir del siglo XX equivale a la extrema delgadez y a la juventud, un concepto poco alcanzable y menos saludable. La belleza es un concepto que va más allá de lo puramente estético, va a definir en gran medida nuestra visión del mundo y nuestra manera de relacionarnos con él, implica aquello que consideramos bello, hermoso, eterno en nuestra memoria y, por lo tanto,  merecedor de amar y conservar.
            La belleza es algo subjetivo, depende de la mirada, de la sensibilidad de cada cual; sin embargo, nos empeñamos en convertir algo que nos permite trascender en una construcción bastante simple y ahora perversa, que conlleva un intento de uniformidad de pensamiento y de manufacturar una mirada standard, no sólo por una pobreza en el mundo de las ideas en general, sino porque es en particular, un gran negocio. Los mercaderes de la frustración nos ofrecen todo tipo de productos y servicios para cambiarnos el aspecto, o sea, para cambiarnos la vida, fórmulas mágicas para ser felices gracias a nuestros cuerpos a la carta.
            Consumimos todo tipo de alimentos en grandes cantidades y luego consumimos todo tipo de productos y servicios para que no parezca que hemos consumido todo lo anterior; y en medio, todo lo comprable para congelar por un instante el desencanto y la soledad. Todo ello, en el mejor de los casos, no contribuye más que a adelgazar nuestros bolsillos y nuestra autoestima. Hemos vendido nuestra alma intentando llenar un vacío existencial y lo que hemos conseguido es añadir un vacío más, el de nuestro bolsillo, por no hablar de lo maltrecha que puede quedar nuestra salud.

Espejo oscuro

           
Y llega el momento de enfrentarnos al espejo, nos miramos y no nos encontramos, nuestra imagen se desdibuja y nuestro cuerpo es un corsé que nos oprime, y nosotros quedamos en él confinados, como una sombra que lo habita. Hemos convertido nuestro cuerpo en una prisión en vez de una expresión.
            La anorexia y la bulimia son en la actualidad un estilo de vida, metáforas culturales, y también un espejo en el que se ve reflejado el lado oscuro de este tipo de sociedades, un problema de modelo que da a luz seres educados en los límites, en la mediocridad y en la frustración, coleccionistas de obsesiones varias, seres devorados. Estamos, por tanto, ante un problema político, ante una constatación de que determinados aspectos de nuestra cultura enferman. Rosa Calvo define los trastornos de la conducta alimentaria en este sentido, como “un estilo de vida, una decisión de cómo ser, una posición que ocupan muchas mujeres y cada vez más hombres de nuestra sociedad al intentar obtener una identidad mediante la apariencia corporal. Son la consecuencia de utilizar el control del peso y la manipulación de la comida para obtener una imagen corporal delgada que permita solventar o compensar sus conflictos existenciales y enmarcar un mundo interior vacío… La anorexia y la bulimia (…) se transforman en símbolos, metáforas de nuestros valores sociales” (1).
            Pero ¿qué persiguen las personas afectadas por este tipo de trastornos? La delgadez sí, pero ¿para qué? Si pensamos que las personas que sufren este problema sólo están obsesionadas con su cuerpo y quieren ser como modelos de pasarela, creo que nos estamos equivocando, pues lo que verdaderamente quieren en el fondo es que las quieran aunque sólo sea un poquito, que las consideren, que las valoren, que las respeten… ¿Y quién de nosotros no desea lo mismo? Si el mensaje que se traslada socialmente es que para eso hay que tener un cuerpo delgado, ¿quién no vendería su alma al diablo con tal de que ese prodigio se diera? La felicidad, sea lo que sea -y mucho más el afecto-, pueden ser cosa de peso, pero no dependen de los kilos de más o de menos. Si fuese así, todo sería más sencillo; pero como dependen de lo construido con cada uno de nuestros instantes y latidos, las cosas se complican hasta la desesperación unas veces y hasta la sublimación otras.

Trastornos alimentarios

           
Los Trastornos de la Conducta Alimentaria, o TCA, son trastornos psicosomáticos que alteran nuestro comportamiento a la hora de alimentarnos, es decir, alteran nuestra relación con la comida. Los que sufren estos trastornos somatizan, expresan su malestar vital a través de la comida. Su importancia nos la da el dato de que constituyen la tercera enfermedad crónica en España después de la obesidad y el asma.
            Estos trastornos son síntomas, reflejos de muchos problemas que están detrás de estas conductas, esconden las ganas de controlar o evitar las malas sensaciones, la frustración, la angustia… y así olvidar el dolor que se siente. Son una huída hacia delante que por desgracia sitúa a muchas personas en el abismo, pero también son una forma dramática de pedir auxilio, de dar a entender que algo marcha mal.
            A las personas afectadas por estos trastornos su cuerpo les parece feo, no se gustan, odian ese cuerpo al que culpan de todo sus males; pero en realidad lo que está bien feo es su vida, y eso es lo que habría que cambiar.
            Existen varios tipos de TCA, muchos incluso de última generación como la ortorexia, obsesión por la comida sana que supone para las personas afectadas la incapacidad de comer cualquier cosa de la que desconozca su procedencia, origen ecológico, etcétera. También tenemos la ingesta selectiva, que es un trastorno conocido hace una década tan sólo, y lo padecen aquellas personas que consumen menos de diez alimentos durante un mínimo de dos años. Muchas de estas personas se confiesan adictas a determinados alimentos y éstos suelen ser los considerados alimentos fetiche, como los dulces (sobre todo el chocolate), galletas, pastas, papas fritas, bebidas azucaradas (refrescos de cola mayormente), café… Se trata de alimentos que actúan sobre nuestro cerebro porque estimulan la secreción de serotonina, un neurotransmisor que ayuda a mejorar el estado de ánimo. Además, estarían en este grupo los realizadores compulsivos de dietas, que son personas que llevan a cabo innumerables tipos de dietas de adelgazamiento pero de forma discontinua: las abandonan cuando han conseguido su objetivo y vuelven a retomarlas en cuanto ganan peso. La diferencia con una persona con anorexia es que, para ésta, ese objetivo nunca se cumple, nunca se está lo suficientemente delgada.
            Otro trastorno relacionado con la obsesión por la imagen sería la dismorfofobia, que no se trata propiamente de un TCA,  pues esta afección psiquiátrica se traduce en una fobia hacia una parte o partes del cuerpo que se perciben como monstruosas o deformes. La vigorexia, obsesión por aumentar la masa muscular, es un ejemplo de dismorfofobia. Siempre se percibe el cuerpo como débil, falto de musculatura, amorfo... Con el tiempo, la vigorexia puede convertirse en un TCA; por ejemplo, al establecer toda la dieta en función de la musculatura, es decir, el consumir sólo hidratos de carbono para obtener una fuente de energía que permita hacer ejercicio y proteínas que desarrollen más y en menos tiempo el tejido muscular.
            La anorexia y la bulimia son tal vez los TCA más conocidos, por la incidencia y  gravedad de los mismos, pero el conocimiento en relación con ellos está bastante parcializado y lleno de mitos. Así, esperamos encontrar esas imágenes sensacionalistas a la que los medios nos  tienen acostumbrados, esas figuras famélicas; pero la realidad es que hay mucha gente afectada a nuestro alrededor, gente cercana incluso, y no nos damos cuenta, porque la mayoría no llega a tener ese aspecto, aunque su vida se haya convertido en un esperpento.
En la actualidad se han incrementado los casos, la anorexia se duplica y la  bulimia se ha multiplicado por cinco durante los últimos 30 años en España (2). Si tenemos en cuenta que uno de cada cinco jóvenes con anorexia puede morir por los efectos de la desnutrición  (3), estamos constatando la pérdida de muchas vidas.
            En Canarias podrían estar afectados unos 20.000 jóvenes según datos proporcionados por la Asociación Gull Lasègue para el Estudio y el Tratamiento de la Anorexia y la Bulimia, aunque estos datos son estimativos a falta de estudios profundos en tal sentido. El clima cálido y la costumbre de ir a la playa en Canarias, dejan el cuerpo al descubierto prácticamente todo el año, y resulta lógico pensar que esto puede suponer para nuestra población una mayor presión sobre la imagen corporal y, por tanto, un factor de riesgo añadido. Si esto es así, y estudios comparativos nos responderán, estamos ante un fenómeno que en Canarias tendría aún mayor calado.

La metrosexualidad


           
A pesar de que la mayoría de los casos se da entre las mujeres jóvenes, especialmente adolescentes, se están dando casos cada vez más precoces en niños y niñas de 5 y 6 años, “hay niñas de seis años que vomitan la comida porque quieren ser como la muñeca Barbie” (4). También afecta a mujeres que atraviesan la menopausia y aumenta el número de hombres afectados. Esto le puede pasar a cualquiera  y cada vez con más frecuencia. Así, la llamada “metrosexualidad” es sólo un indicador de cómo están afectando a los hombres actuales, las imposiciones estéticas.
            La metrosexualidad implica, entre otras cosas, cambios en la construcción de las masculinidades, hombres heterosexuales que se preocupan y se ocupan de su imagen, que quieren una piel suave y delicada, sin vello pero bellos, que no se conforman con cualquier peinado ni con cualquier trapito. En principio y visto en positivo, la metrosexualidad podría tener algunos aspectos beneficiosos, o al menos podría suponer un acercamiento, aunque sea desde lo externo, que permitiría a hombres y mujeres reflexionar sobre el alcance de estas preocupaciones y lo que implican emocionalmente. Pero me temo que el rumbo será otro, que más bien puede contribuir a la proyección de nuestro autoconcepto a un lugar aún más equidistante, a marcar más si cabe, esa disociación entre nuestro cuerpo y nuestro pensamiento, convirtiendo en más difícil el encuentro con nuestra individualidad, el conocernos y reconocernos en la magia y los misterios de nuestra naturaleza humana. Estaremos más lejos de nosotros y de los otros.
            Nuestra cultura ha cultivado el ego de los hombres en extremo, el afán de éxito entendido de cualquier forma, y este hecho hace suponer, en sociedades donde la imagen corporal es un pilar fundamental de la identidad, que los hombres van a apuntarse al caballo de la estética con una rapidez insospechada. La escalada de consumo de todo tipo de productos del mercado de la estética, con líneas de productos y servicios específicamente para hombres, los iconos masculinos y los mensajes publicitarios nos certifican la ampliación del mercado y de la obsesión.
            La metrosexualidad en cierto modo es una vuelta al concepto de belleza clásica de Grecia y Roma, donde lo perfecto, lo bello, se expresaba mayoritariamente en el cuerpo de los hombres, pero no de cualquier hombre, sino de los hombres jóvenes y atléticos. Estamos ante el David de abdominales de pura roca y juventud inalterable y pétrea.

Trastornos complejos

           
Volviendo a la anorexia, se trata de un TCA bastante complejo, caracterizado por una pérdida significativa del peso corporal, habitualmente fruto de la decisión voluntaria de adelgazar, decisión que conduce a que la persona afectada mantenga un infrapeso, es decir un peso por debajo del 85 por ciento del establecido como adecuado para su edad y altura. Esto hecho degenera en un proceso de desnutrición que termina afectando entre otros aspectos, al sistema nervioso. La línea es muy delgada y fácil de cruzar.
            Las dietas de adelgazamiento han sido clasificadas por los expertos como la conducta de riesgo número uno. Generalmente, son la puerta de entrada para estos trastornos. Al parecer, nueve de cada diez personas en España, quieren adelgazar y la mayoría afirma que es para estar a la moda. En el caso de las mujeres, más del 70 por ciento tienen un índice de masa corporal, que es el resultado de la división entre nuestro peso por nuestra altura al cuadrado, adecuado y, por tanto, no necesitan objetivamente bajar de peso.
            La distorsión de la imagen corporal que lleva a sobrevalorar las dimensiones de la silueta, es una de las características preponderantes en la anorexia. La imagen corporal cobra tanta importancia que suele determinar el autoconcepto de la persona. Tal y como están las cosas, no parece difícil ser víctima de estas distorsiones.
            La bulimia es una obsesión por la comida, comer se hace irresistible, se desatan episodios de pérdidas de control y tienen lugar los atracones (grandes ingestas de alimento de una sola vez). Para hacernos una idea, una persona con bulimia puede ingerir durante un atracón, es decir de una sola vez, toda la comida que cualquier otra consume durante un día entero.
            Los estados de ánimo de una persona afectada por este trastorno, son muy variables, se sufre con frecuencia ansiedad, tristeza… y como telón de fondo,  un sentimiento de culpa. Todo esto conforma un círculo vicioso difícil de romper.

Por la boca muere el pez

           
Alimentarse es una necesidad social. Desde el nacimiento, cuando la madre está amamantando a su bebé, éste experimenta cómo una sensación desagradable, el hambre, es sustituida por otra agradable en presencia de su madre. Además, la madre lo toca, le habla, le sonríe, lo besa, con lo que el bebé no sólo está alimentándose, sino que está vinculándose a su madre y asociándola con experiencias gratificantes. Por tanto, desde el nacimiento comer es un acto social.
            Los alimentos no sólo tienen un valor nutricional sino emocional, muchos de nuestros momentos más felices tienen sabores, no hay celebración que se precie sin un buen banquete, ni cumpleaños sin tarta; están, además, las cenas románticas o los llamados alimentos afrodisíacos. Misterios del paladar.
            La comida puede ser un castigo o un premio, un signo de distinción y posición social, un momento de encuentro, de intercambio… Comemos más que proteínas o vitaminas, comemos símbolos. En todas las sociedades y culturas hay prohibiciones colectivas de ingerir determinado tipo de alimentos. Estas prohibiciones son en su mayor parte de carácter religioso; los hindúes no pueden comer carne de vaca, los judíos, carne de cerdo y marisco, los budistas sólo pueden comer de carne animal la de algunos pescados. Asimismo, algunas religiones obligan a ayunos totales, como el Ramadán musulmán, o selectivos como la Pascua cristiana. En el Paraíso lo prohibido era una manzana y Jesucristo se despide de sus apóstoles en una última cena donde su sangre es el vino y su carne el pan. Teniendo tantos significados, no es de extrañar que a través de la comida se puedan expresar alteraciones emocionales del individuo, que las personas podamos somatizar a través de los alimentos, diversos estados de ánimo. En nuestro días, el ayuno y la abstinencia han dejado de practicarse mayoritariamente en Occidente como un acto religioso, como penitencia o expiación de la culpa, camino a la perfección espiritual desde el culto a Dios. Ahora se hace desde el culto al cuerpo y como camino a la aceptación social.

Enamorar la mirada

           
Desde estas reflexiones y con la certeza de encontrarnos ante un problema político, un problema de modelo de sociedad, la Asociación Aricia ha dedicado tres años de trabajo a la prevención de la anorexia y la bulimia en Canarias, tratando de facilitar a los jóvenes, el inicio de un proceso que les permita adquirir argumentos críticos, así como defensas tanto intelectuales como emocionales ante la cultura de la delgadez, ante la imposición de modelos  asociados al éxito y al fracaso. El objetivo no sólo es prevenir la aparición de este tipo de fenómenos, sino permitir que los individuos puedan construirse su identidad desde valores y vivencias, no sepultarla con las imposiciones estéticas.
            Frente a la cultura de la delgadez planteamos un reto: ser capaces de ensanchar la mirada, de apostar por la estética diferencial, dejando atrás esa mirada estrecha y llena de prejuicios que nos devuelve uno imagen de nosotros y del mundo que nos rodea bastante pobre y poco generosa. El reto es  aprender a mirar y mirarnos como si de una obra de arte se tratara. Cuando miramos un cuadro de un paisaje, por ejemplo, no pensamos si le falta un río o le sobran dos árboles, somos capaces de disfrutarlo en su conjunto, y eso es lo que deberíamos hacer con nosotros y con los demás, porque de esta forma nos será revelada esa verdadera obra de arte que somos: únicos, irrepetibles y siempre hermosos. En definitiva, les invitamos a que dejen que su mirada se enamore, que sientan sus ojos arder para que no se les escape ni un hilito de luz.
            Tratamos de llevar a cabo una labor educativa, entendida como una creación  compartida que ayude a multiplicar y a multiplicarnos. Fruto de toda esta experiencia es la Guía Básica para la Prevención en Jóvenes de la Anorexia y la Bulimia en Canarias. Esperamos que sea un recurso para los diferentes agentes sociales, para nuestros jóvenes de las Islas y, sobre todo, que sea una expresión de todos aquellos que seguimos creyendo que el mundo puede ser un lugar mejor. Gracias por creerlo y crearlo.
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(1) Calvo, Rosa: Anorexia y Bulimia. Guía para padres, educadores y Terapeutas. Planeta, Barcelona, 2002.
(2) Chinchilla, Alfonso: “La anorexia se duplica en los últimos 30 años y aumenta ahora entre los varones”. ABC,  12 de marzo de 2003.
(3) Parellada, Mara: “Una de cada cinco anoréxicas fallece a causa de los efectos de la desnutrición”. El País, 14 de junio de 2004.
(4) Morandé, Gonzalo: “La nueva anorexia”. El País Semanal, 26 de mayo de 200
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