ctxt.es, 25 de abril de 2018
En este mes de abril de 2018 se cumplen 50 años del asesinato de Martin Luther King, premio Nobel de la paz (1964) y figura imprescindible de la historia de la lucha por el reconocimiento de los derechos civiles y políticos de los afroamericanos en los EEUU y, por extensión, de la lucha por la igualdad de derechos, condición de legitimidad de la democracia. Es también un referente de los movimientos pacifistas, de resistencia no violenta y de desobediencia civil, que han recuperado importancia en este primer cuarto de siglo XXI, ante quiebras graves y manifiestas de las claves de legitimidad de la democracia representativa.
Lo habitual en estos casos es sumarse al panegírico, para glosar los méritos de quien, además, tiene para muchos la cualidad añadida de un mártir, incluso en su sentido trascendente -si es que se tiene en cuenta su condición de clérigo que inspira a millones de cristianos que comparten su fe-. Sin embargo, creo que un elemental respeto a la realidad nos obliga a abandonar ese tono que, en el fondo, esconde a duras penas una cierta autocomplacencia (es decir, el buen pastor King). Y me parece difícil negar que estamos en buen medida ante la constatación de un fracaso. Para parafrasear el film de T. L. Jones de 2005 (Los tres entierros de Melquiades Estrada, coescrito con G.Arriaga), podríamos hablar de los tres entierros de M.L.King, los tres entierros de su legado.
Un legado que está lejos del éxito
El primer y multitudinario entierro, como corresponde, parecía atestiguar el triunfo del trabajo de King. En el momento de su asesinato (1968) se valoraba sobre todo su contribución al reconocimiento de los derechos civiles y políticos a los afroamericanos, plasmada en sus escritos y discursos. Basta pensar, por ejemplo, en su Letter from the Jail of Birmingham, escrita el 14 de abril de 1963, poco después del discurso How long, so long, pronunciado en Montgomery el 25 de marzo de 1963 tras la “marcha sobre Selma” y unos meses antes del inmortal I Have a Dream, pronunciado en la Marcha sobre Washington el 28 de agosto de 1963. Sin el esfuerzo y la firmeza de King (probablemente también, sin la llamada de atención que suponían las acciones de los Black Panters y de la Nación del Islam, del activista también asesinado, Malcom X), el presidente Johnson no habría logrado aprobar la Civil Rights Act (1964), ni la Voting Act (1965), dos leyes que culminaron el proceso que comenzó con las tres Enmiendas a la Constitución que, un siglo antes, habían tratado de rebajar la peor de las manchas que marcaban el proyecto de los EEUU, la esclavitud y el racismo institucionalizados[1].
Nadie puede ignorar que, para llegar a esas dos leyes, casi cien años después de que se iniciara ese proceso, fue decisivo el trabajo de organizaciones como la MIA (Montgomery Improvement Association), creada en respuesta al caso Rose Parks y cuya dirección se encomendó a M.L.King, el Student NonViolent Coordinating Committee (SNVCC), que también llegó a liderar el Dr. King o la National Association for the Advancement of Colored People (NAACP[2]), que hicieron posible la Marcha desde Selma a Montgmomery[3], después de la masacre del puente de Selma (narradas en la película de 2014 de Ava du Vernay, Selma), y sobre todo, el enorme éxito de la Marcha sobre Washington, pese a la oposición del ala radical del movimiento de defensa de los derechos de los afroamericanos (Malcom X la llegó a denominar “farsa” sobre Washington).
Las dos leyes que el presidente tejano consiguió que se aprobasen parecían cerrar la historia de esclavismo y discriminación contra los negros en los EEUU, haciendo realidad los piadosos deseos que el Dr. King soñaba para sus cuatro hijos en su extraordinario I Have a Dream y las tres principales demandas de la marcha[4], que King supo formular con eficaz retórica en términos del cheque que la justicia debía al hombre negro en los EE.UU., desde su fundación[5].
La paradoja Obama: el Black Lives Matter
Sin embargo, esos indiscutibles triunfos no han tenido una continuidad que permita hablar de consolidación de la igualdad de derechos. Por supuesto, habría mucho que decir acerca de la racialización de otros grupos (básicamente, latinos y asiáticos) en el marco de lo que se considera un verdadero giro neocolonial[6], pero incluso respecto a los afroamericanos los indicadores de progreso de las políticas antidiscriminatorias muestran evidentes retrocesos que llegan y aun se incrementan en este primer cuarto de siglo XXI. Retrocesos, injusticias palmarias que encuentran expresión en la literatura y el cine y también en ese producto que alcanza una enorme relevancia mediática y simbólica, las nuevas series de TV. El prototipo de todo ello es el tratamiento que ofrecen David Simon y Ed Burns en la aclamada serie de HBO The Wire, situada en Baltimore, Maryland.
Aún peor: en el momento en que parecía haberse obtenido el máximo triunfo del legado de King, con la elección del primer presidente afroamericano, Barack Obama, y en los años de su doble mandato, ese legado fue sepultado, es decir, sufrió un segundo y cruel entierro.
En una cruel paradoja, bien podría decirse que este esperanzador comienzo del siglo XXI para los afroamericanos se ha tornado en una realidad que hace parecer actual el duro juicio enunciado por el Dr. King en su discurso en Washington: ciento cincuenta años después, “la vida del negro es todavía minada por los grilletes de la discriminación”. Ciento cincuenta años después, “el negro vive en una solitaria isla de pobreza en medio de un vasto océano de prosperidad material”. Ciento cincuenta años después “el negro todavía languidece en los rincones de la sociedad estadounidense y se encuentra a sí mismo exiliado en su propia tierra”. Así lo testimonia el incremento de agresiones policiales, asesinatos, el renacimiento de una feroz ola racista, que provocó en 2013 la aparición del movimiento Black Lives Matter(BLM), que surge como denuncia de la brutalidad policial y el racismo del sistema penal y penitenciario de los EEUU contra los negros. Como se recordará, la expresión irrumpe como hahstag en las redes sociales (2013), a raíz del asesinato del adolescente afroamericano Trayvon Martin (, denunció Obama) por un disparo de un adulto blanco, George Zimmerman, que fue absuelto. La indignación subió en 2014, con motivo de las muertes a manos de la policía, en Ferguson y Staten Island, de otros dos afroamericanos, Michael Brown y Eric Garner. Como veremos enseguida, los enfrentamientos en Charlottesville, en 2017, ya bajo la presidencia de Trump, encendieron aún más la reacción.
Desde entonces, el BLM se extendió por todos los EEUU y se ha hecho global, aunque mantiene el espíritu que, de acuerdo con una de sus tres fundadores, Alicia Garza, le dio origen:
“Cuando decimos Black Lives Matter, estamos hablando de las formas en que los negros se ven privados de sus derechos humanos básicos y de la dignidad. Es un reconocimiento de la pobreza negra y el genocidio, es un estado de violencia. Es un reconocimiento de que un millón de personas negras están encerrados en jaulas en este país – la mitad de las personas en las prisiones o cárceles son negras- y esto es un acto de violencia estatal. Es un reconocimiento de que las mujeres negras siguen soportando la posibilidad de un asalto implacable a sus hijos, y sus familias: esos asaltos son un acto de violencia de Estado…Negros homosexuales y personas transgénero llevan una carga única en una sociedad hetero-patriarcal que dispone de nosotros como basura y al mismo tiempo nos fetichiza, nos resta valor: esa es la violencia del Estado. El hecho de que 500.000 personas negras en los EE.UU. son inmigrantes indocumentados y relegados a las sombras, es la violencia del Estado; el hecho de que las niñas negras son utilizados como moneda de negociación durante los conflictos y la guerra, es la violencia del Estado; Los negros que viven con discapacidades y diferentes capacidades, soportan el ser víctimas de experimentos darwinianos patrocinados por el Estado, que tratan de acomodarnos en cajas de normalidad definida por la supremacía blanca, es la violencia del Estado. Y el hecho es que la vida de las personas negras -no todas – sucede dentro de estas condiciones, y es consecuencia de la violencia del Estado” [7].