Txema Urquijo

Tras la ruptura del alto el fuego de ETA
(Entrevista realizada por Antonio Duplá y Josetxo Fagoaga)
(Hika 190zka. 2007ko uztaila)


            Con Txema Urquijo, asesor de Maixabel Lasa, responsable de la Dirección de Atención a las Víctimas del Terrorismo del Gobierno Vasco, y veterano miembro de Gesto por la paz: «La deslegitimación de la violencia política no va a ser consecuencia de tales o cuales iniciativas concretas sino de la convicción y la claridad del discurso de quienes nos oponemos a ella».

            Quizá podríamos empezar esta conversación con una valoración de la ruptura del alto el fuego por parte de ETA, especialmente desde la perspectiva del mundo de las víctimas de ETA.

            TXEMA URQUIJO Yo creo que es pertinente distinguir entre lo que puede ser la percepción que de ese doloroso hecho han tenido las víctimas en tanto que tales, en tanto que personas individuales que han sufrido a causa de la violencia de ETA, y la que se ha podido producir en las asociaciones de víctimas.
            La reacción individual de las víctimas que yo he percibido es la de una profundísima pesadumbre. A pesar de ser algo que estaba ya cantado después de lo de Barajas. Y, yo añado, a pesar del atentado de Barajas y a pesar del comunicado oficial de ruptura del alto el fuego, creo que no estamos suficientemente mentalizados para el impacto que va a causar el primer asesinato de ETA tras la declaración del 6 de junio. A pesar de todos los antecedentes habidos, el primer asesinato, que ojalá no ocurra, va a ser un auténtico mazazo, mayor seguramente que los causados anteriormente en coyunturas paralelas.
            Desde el punto de vista de las asociaciones de víctimas, hay que diferenciar las reacciones que han tenido aquellas que no han creído nunca en el llamado proceso y aquellas otras que se han mostrado más esperanzadas ante el mismo. Desde este punto de vista, la AVT y, también, COVITE, estarían en el primer grupo, para las que la ruptura de la tregua no ha supuesto una quiebra en sus expectativas de futuro; para otras, especialmente las agrupadas en torno a la Federación Autonómica, en las que había una apuesta exigente, sí, en sus planteamientos sobre el cumplimiento de la ley pero abierta a la esperanza, sí que ha supuesto un muy duro golpe.

            En este contexto, un discurso favorable a la deslegitimación de la violencia política en general y, de una manera muy concreta, de la deslegitimación de ETA, ¿va a encontrar un entorno más favorable?

            T.U. Yo creo que en los últimos meses, desde que la ruptura del alto el fuego se iba configurando como una realidad cada vez más inevitable, se ha afianzado la convicción de que es preciso profundizar en el discurso sobre la deslegitimación de la violencia política. Desde este punto de vista el avance es palpable. Luego viene la segunda parte, la de conseguir que ese discurso deslegitimador de la violencia tenga suficiente presencia como para conseguir empapar profundamente las mentalidades y las actitudes de la ciudadanía y de todas las instancias políticas. El reforzamiento de esta convicción ha corrido en paralelo con la apreciación, un poco unida a la desaparición de las expectativas que se suscitaron como consecuencia del alto el fuego indefinido del 22 de marzo del año pasado, de una cierta depresión social, una cierta atonía ciudadana.
            Pero voy por partes. Hay que ser conscientes de que, durante muchos años, un determinado enfoque del discurso del conflicto político ha contaminado la manera de percibir la violencia de ETA. Esto se ha explicado muchas veces por parte de mucha gente: no se trata de negar la existencia del conflicto político al cual nos referimos casi todos –aunque podamos discutir mucho sobre los contenidos concretos de ese conflicto– sino de desvincularlo de la violencia política.
            Quizá un examen histórico de los conflictos políticos de nuestra sociedad pueda proporcionar pistas para explicar el origen de tales o cuales actitudes políticas, pero no puede contaminar para nada las posiciones que mantengamos, o debamos mantener, desde la ciudadanía y desde el conjunto de las instituciones democráticas ante un problema de tal magnitud como es el representado por la violencia de ETA.
            En mi opinión, avanzar en esa dirección, en el de la deslegitimación radical de la violencia política, no va ser, en lo fundamental, consecuencia de tales o cuales iniciativas concretas, ni siquiera de la suma de ellas, sino de la convicción, la claridad y la rotundidad del discurso. Y esto ya es responsabilidad de las propias fuerzas políticas que se oponen a ella y de los poderes públicos que deben utilizar todos los mecanismos y todos los resortes a su alcance para profundizar en ese discurso y para extenderlo de tal manera que vaya empapando al conjunto de la ciudadanía.

            ¿Cómo encaja, desde este punto de vista, el acto del día 22 de mayo en el Euskalduna?

            T.U.En nuestra opinión, fue, ante todo, un acto de justicia, un acto de reparación, un acto necesario y, yo subrayaría, fue el acto posible. A mí me parece un acto necesario porque resultaba imprescindible asentar en la propia sociedad vasca y, especialmente, de cara a las víctimas del terrorismo, un discurso que venía reiterándose en los últimos meses y que hemos venido a llamar de manera muy sucinta, aunque esta etiqueta demanda muchos matices, el discurso del perdón. Nos parecía que era positivo que las ideas de este discurso se anclaran en la sociedad vasca y, de un modo especial, en el mundo de las víctimas del terrorismo. Desde este punto de vista, nos pareció un acto necesario.
            Y fue el acto posible porque, junto a la consciencia sobre su necesidad, teníamos también una clara percepción de las dificultades que existían a priori, de las limitaciones con las que contábamos, del complejo escenario político en el que se iba a desarrollar toda la gestación y organización del acto, de las actitudes contrarias hacia el propio Gobierno manifestadas por algunas asociaciones de víctimas y por algún partido político… Al mismo tiempo, se manifestaban unos claros recelos en el mundo de la izquierda abertzale y de otros sectores de víctimas de otras violencias distintas a las de ETA, que manifestaban sentimientos de agravios comparativos, etc. Todo esto creaba un panorama complejo, pero que no debía ser obstáculo para que lleváramos a cabo el acto.
            ¿Qué valoración hacemos de este acto posible? Quedamos muy satisfechos. Y quedamos satisfechos, lo primero de todo, por el nivel de participación que manifestaron las víctimas que estuvieron presentes. La gente que se juntó en el Euskalduna salió del acto sinceramente reconfortada. Y salio reconfortada no tanto desde una perspectiva política (por la actitud de Gobierno vasco o por cosas de ese estilo) sino, sobre todo, desde una perspectiva social y humana, porque vio en el acto una demostración de la propia sociedad vasca, de la mayoría de ésta. Yo esto lo noté en mucha gente que podía venir de fuera. Esto fue lo que nos permitió llegar a la conclusión de que habíamos cumplido el objetivo.

            Antes has hablado de que en vuestro trabajo detectáis una cierta atonía social ante la problemática que se plantea en torno a las víctimas de ETA. ¿Qué raíces puede tener esta atonía?

            T.U. En primer lugar está el hastío, el cansancio de tanto vaivén entre la esperanza y la decepción. Esto genera, sin duda, un cierto alejamiento, un cierto pesimismo vital. Nos hemos soltado dos veces el refajo de la esperanza en siete u ocho años y no es fácil volver a ajustárselo otra vez. Tampoco ayuda a la movilización social en contra de la violencia política el estado de trifulca permanente que parece instalado entre los propios partidos políticos. Espectáculos tan poco edificantes como muchos de los que se han desarrollado en nuestra vida institucional inevitablemente alejan y retraen a la gente de una participación activa. También cabe apuntar las dificultades de comprensión de ciertos sectores sociales hacia determinadas actitudes y declaraciones de algunos grupos de víctimas, que igualmente han podido contribuir a esta atonía de la que hablamos…

            Te has referido, muy delicadamente, a los problemas que entraña la utilización de las víctimas de ETA en las confrontaciones políticas partidistas, en las batallas electorales y parlamentarias, etc. No vamos a insistir en este aspecto. Sí que quisiéramos, sin embargo, mencionar otro hecho indiscutible: que la violencia política mantiene entre unos sectores nada insignificantes de nuestra población un grado de legitimidad importante. Es cierto que estos sectores son menores que en el pasado (por ejemplo, durante el primer período de la transición) y que, seguramente, el grado de legitimación sea menor, que es una legitimación más problematizada y menos unilateral que antaño. Pero, en ningún caso es comparable con la deslegitimación que puede tener una violencia mafiosa tradicional, por ejemplo. ¿Qué factores propician esa relegitimación de la violencia política aquí y ahora? ¿La Ley de partidos, y es sólo un ejemplo, no está jugando, desde este punto de vista, un papel más que problemático?

            T.U. Nos encontramos, sin duda, ante un problema muy complejo. Pero, por ir a lo fundamental, yo no creo que lo que complica el discurso de la deslegitimación de la violencia sea tanto el surgimiento de ese tipo de factores de relegitimación, sino la dificultad para defender las posturas que deslegitiman la violencia de ETA en relación a los factores de legitimación interna, entendida esta legitimación en términos de conflicto político, y, al tiempo, hacer compatible ese discurso con otro, también imprescindible, de defensa global de los derechos humanos en toda su perspectiva y en toda su dimensión.
            Si tomamos la metáfora de la teoría de los conjuntos y recordamos cómo se definía en ella la intersección de conjuntos (aquella parte que es común a dos o más conjuntos) nos encontraríamos con que la intersección de esos dos conjuntos, el formado por quienes deslegitiman la violencia y el constituido por quienes defienden los derechos humanos en toda su amplitud, nos encontramos con un área no muy amplia, especialmente en lo que se refiere a los discursos políticos estructurados.
            La crítica de la tortura desde posiciones absolutamente deslegitimadoras, política y moralmente, de la violencia de ETA, aunque en teoría parece sencilla en la práctica, de hecho en la vida política realmente existente, no resulta tan sencilla. Muchas veces se escucha la acusación de que, cuando se critica al Estado –por ejemplo, si se critica la Ley de partidos– se está fortaleciendo a ETA o a Batasuna. Yo creo que estas actitudes generales crean un clima de debate en el cual no hay el mínimo oxígeno, crean un clima simplemente irrespirable. En un clima así es muy difícil desarrollar iniciativas sólidas que intenten criticar esos factores sobre los cuales la violencia de ETA logra una cierta legitimación sin contaminar el discurso global de deslegitimación. Esto me parece particularmente claro en el campo de los partidos políticos, pero también en el de la actividad social: no hay más que ver qué corrientes han intentado avanzar en esa dirección y el eco que han podido tener.

            Y, sin embargo, parece un camino bastante lógico desde muchísimos puntos de vista.

            T.U. Sin duda. Lo es, en primer lugar, desde la perspectiva de la defensa de los derechos humanos y también desde una perspectiva de la inteligencia política a medio y largo plazo. Yo creo que hay una renuncia clamorosa a hacer pedagogía desde el ámbito de la política, desde el ámbito de las instituciones, desde el ámbito de los partidos. Ayer mismo, permitidme esta anécdota que refleja a las mil maravillas esta renuncia a hacer pedagogía por temor a no se sabe qué. Tras el anuncio de que, en aplicación de la legislación vigente, terminaba el período de internamiento e inicio del período de libertad vigilada del asesino de Sandra Palo, el Partido Popular se manifestó pidiendo aparatosamente una inmediata revisión de la Ley del Menor, endureciéndola más. Ante esto, el Partido Socialista, lejos de defender una legislación que es la actual y de poner en valor sus virtudes, su reacción fue la de subrayar que habían sido precisamente ellos quienes habían endurecido las anteriores disposiciones establecidas, me pareció entender, por el Partido Popular… Es evidente que si nos dejamos arrastrar por las inercias sociales más primitivas, la política deja de lado sus facetas más nobles y cede ante las más oscuras. Y esto es trasladable a cualquier otro ámbito de actividad político-social.

            Muy conectado con todo esto, ¿cómo ha ido evolucionando la percepción de las víctimas de ETA en nuestra sociedad? ¿No hubo un tiempo en el que muchas víctimas de ETA entraban dentro de una especie de capítulo de perdidas y ganancias de la vida política (especialmente cuando esas víctimas vestían uniforme o eran tenidos por traficantes de drogas ilegales) sin que su asesinato cobrara una significación cada vez más importante en el plano político?

            T.U. En esa evolución que, muy a grandes rasgos trazáis, han tenido que contar muchos factores, pero yo quisiera destacar uno: la identidad de las víctimas. Yo apuntaría el asesinato de Gregorio Ordóñez como el que puede marcar un cierto punto de inflexión. Las víctimas ya no son vistas tanto como residuos del viejo franquismo, sino como representantes del nuevo sistema político democrático que se va consolidando cada vez más. Las fundaciones de víctimas, que son fundaciones individuales, surgen en su mayoría a partir de mediados de los noventa. Es un reflejo de cómo las víctimas empiezan a tener ya una clara visibilidad social… Y es esa mayor visibilidad, esa salida del anonimato lo que permite que se vaya generando una mayor identificación de la gente con las víctimas. Se suele oír: “Yo hace muchos años que estoy al lado de las víctimas” y expresiones así. Y si lo pensamos bien en muchísimos casos estas expresiones suelen ser muy inexactas. Y hablo en primera persona. ¿Yo hace “muchos años que estaba con las víctimas”? Pues, para ser sincero, no. Yo hace muchos años que estaba contra la violencia política y, en concreto, contra la violencia de ETA, pero esto no me conducía a establecer con las víctimas una especial relación de solidaridad. Y hay bastante gente que confunde lo uno con lo otro. Yo llevo veinte años en Gesto por la paz, pero yo no he estado veinte años al lado de las víctimas. Y es que no había una correlación entre rechazar la violencia política, entre manifestarse en contra de la violencia, y mantener unas relaciones de cercanía y solidaridad con las victimas concretas de esa violencia. En su gran mayoría, eran víctimas invisibles, víctimas sin rostro, víctimas estadísticas…
            Ha sido necesario un proceso de maduración social para que las víctimas sean reconocidas en su muy dolorosa especificidad, reconocimiento que se produce en un contexto de mayor conocimiento y mayor relevancia pública de las víctimas.
            Pero esto ocurre en un momento político muy complicado, cuando concluye la primera legislatura de Aznar, la ruptura de la tregua del 98 por parte de ETA, una gran crispación en el escenario político vasco… Y, de la mano de todo esto, se produce un alineamiento de los colectivos de víctimas que habían tenido una mayor representación en uno de los dos bandos, para entendernos. Esto hace que la utilización política de las víctimas sea algo casi natural por parte de uno de los bandos y, al mismo tiempo, que desde el otro se instale una visión más bien negativa del movimiento que se genera en torno a las víctimas, que se percibe a partir de la imagen que proyectan aquellas élites de víctimas que están actuando de una manera más directa en ese escenario de confrontación política.

            Todo esto tuvo que dejar una huella profunda, ¿no?


            T.U. Muy profunda. De hecho, el primer trabajo que nos hemos encontrado ha sido el de desmontar las percepciones dominantes en amplias zonas del mundo nacionalista vasco en relación a las víctimas, que eran percibidas a través de la deformante imagen proporcionada por los personajes más representativos de esas élites, muy agresivamente críticos para con el nacionalismo vasco. Por esto, proyectar hacia la ciudadanía vasca una imagen de las víctimas del terrorismo distinta a la que convencionalmente más se maneja en los rifirrafes político-mediáticos es algo que nos preocupa mucho. Y, desde este punto de vista, el acto del 22 en el Euskalduna nos permitió ver a unas 180 víctimas directas a las que hay que añadir más de un centenar de familiares, en un espacio físico, con la representación de la sociedad y de las instituciones vascas que había, con el Lehendakari… Todo eso contribuía a fortalecer una imagen de las víctimas del terrorismo, y de las víctimas del terrorismo de ETA, distinta a la que, demasiadas veces nos han transmitido los medios.
            Esa imagen tópica, muchas veces agresiva y revanchista, en para muchos una barrera casi infranqueable a la hora de comprender el problema de las víctimas y facilita mucho el maniqueísmo del esquema amigo-enemigo, que tanto daño hace no sólo a las víctimas sino al conjunto de nuestra sociedad. Por eso sigue siendo imprescindible insistir una y otra vez en esa dirección.
            Hay que ser consciente de que la empatía con las víctimas no tiene por qué traducirse en el terreno de la empatía política. Tratar de que las cosas vayan por ahí es llevar el problema hacia un callejón sin salida.

            Ya, para acabar, ¿cómo ves las propuestas que, desde determinados ámbitos más bien minoritarios, se han hecho a favor de promover algo del tipo de Comisión de la verdad, que tuviera sobre todo una dimensión más testimonial que judicial y que propiciara la difícil comunicación entre las partes más enfrentadas de nuestra sociedad? Es evidente que hoy, tras la ruptura del alto el fuego, es ocioso plantearlo pero, ¿como horizonte, como perspectiva?

            T.U. Con esta última matización, que es la primera que iba a hacer yo, mi posición es, sin lugar a dudas, favorable. Probablemente, utilizar términos tan solemnes como Comisión de la verdad u otros parecidos tenga demasiadas referencias históricas, bastante diferentes a las nuestras, como para que resulten prácticos. Pero sí estoy convencido de que habrá que tratar de establecer una verdad que sea lo suficientemente aceptadas por todas las partes como para que sea reconocida como tal, como la verdad.
            En el Parlamento vasco se está hablando últimamente de hacer una especie de pequeña biografía de las víctimas. Yo creo que en esa dirección habrá que avanzar. Algo que permita conocer mejor lo que realmente ha sucedido aquí a lo largo de estas tres últimas décadas, que tenga un componente humano muy importante que, sin excluir lo político, coloque a las victimas en su dimensión fundamental de personas inocentes gravemente damnificadas y se coloque al margen de las dialécticas excluyentes o apologistas tan habituales en este campo.
            Lamentablemente no estamos hoy en condiciones de poder tratar de hacerlo. Es más, seguramente antes de ir por ahí tendremos que resolver algunas cuestiones, aparte de la más obvia de que desaparezcan las causas del surgimiento de las víctimas, tales como la misma definición de víctima de terrorismo, cuál es el contenido concreto de esta expresión, qué casos de violencia pueden quedar abarcados por esta etiqueta y cuáles no, cómo abordar el problema de víctimas de otras violencias o de otros sufrimientos con connotaciones políticas. Antes me he referido a los sentimientos de agravios comparativos que se palpan en los medios de la izquierda abertzale acerca de la atención que las instituciones vascas parece que están dedicado a las víctimas de ETA y la atención que se ha dedicado a gentes supuestamente torturadas. Por poner un ejemplo.
            Todo esto nos indica que estamos ante un campo de problemas complejo y delicado, que requiere gran sensatez y sensibilidad para irlo abordando. Y, sin duda, consensos muy amplios y renuncias a la politización extrema de casi todo.
            Pero, repito, en mi opinión hay tenemos un campo muy amplio de trabajo.