Ulrike Guérot y Robert Menasse
Por una República Europea
(Frankfurter Alldemeine Zeitung, Berlín, 5 de abril de 2013).
(Traducción y extractos de presseurop).

Mientras la casa de Europa está en llamas, los jefes de Estado y de Gobierno europeos negocian a puertas cerradas la suma que podría asignarse a los gastos del agua con la que extinguir el fuego. No hay razón para reprocharles que hayan perdido el vínculo con los ciudadanos. ¿Cómo podrían haberlo perdido si jamás lo entablaron? El sistema en el que vivimos no prevé ni autoriza ninguna representación de la población europea legitimada democráticamente.

Aquel o aquella que, democráticamente legitimado y por lo tanto electo, haga política a escala europea, tan sólo ha llegado a esta posición mediante un voto nacional y para sobrevivir políticamente, debe defender esa bella ficción que constituyen los “intereses nacionales”. Actualmente, el que durante las cumbres europeas obstaculice el interés común para obtener la aprobación de su electorado, perjudica a los demás Estados, incluido su propio país, debido al juego de las interdependencias del mercado común y de la eurozona.

Y los electores que le aclamen, en lugar de sacar sabias lecciones de las dificultades, se degradan. Hoy en día, ningún Estado europeo puede solucionar un problema por sí solo, pero las estructuras institucionales de la UE impiden las soluciones colectivas. Lo que denominamos “crisis” no es sino el reflejo de esta contradicción y nos limitamos a discutir sobre sus síntomas.

Un sueño pragmático

Esta situación aflige a Europa. Entre los representantes políticos, que se consideran pragmáticos, los ciudadanos y algunos soñadores, aumenta el abismo que les separa.

La crisis se la debemos a los pragmáticos. Porque sólo han realizado aquello que era “posible”. Tomemos el ejemplo de la moneda única: se ha socavado su principio inicial porque las reticencias y otras preocupaciones nacionales han impedido la aplicación de los instrumentos políticos necesarios para su gestión supranacional.

En lugar de ello, los problemas derivados de esta contradicción se vuelven a nacionalizar: las deudas son culpa de los Estados, a los Estados se les obliga a realizar un esfuerzo nacional. Entonces, ¿cómo podemos pretender que estos pragmáticos que han provocado la crisis la resuelvan? A los ciudadanos les debemos la legitimación de estos creadores de problemas. Obligan a sus representantes a defender los intereses nacionales [y] se alejan de Europa.

¿Y los soñadores? Eran y siguen siendo los verdaderos realistas. Les debemos el hecho de haber sabido sacar conclusiones sensatas y realistas (que parecían utópicas en su tiempo) de las experiencias del nacionalismo y de la Realpolitik europea que habían reducido Europa a cenizas.

"La abolición de la Nación"

El primer presidente de la Comisión Europea, el alemán Walter Hallstein, dijo: “La idea europea es la abolición de la Nación”. Ni el actual presidente de la Comisión ni la canciller alemana se atreverían hoy a pronunciarla. Sin embargo, refleja la verdad.

Si escucháramos a los soñadores, tendríamos desde hace tiempo la solución a la crisis. El sueño, esa solución, es la República Europea. Las regiones europeas, sin perder sus particularidades, se desarrollarían libremente dentro del marco del derecho común, en lugar de organizarse como naciones competidoras.

La Europa en la que vivimos no es sostenible con sus límites político-económicos actuales, porque la democracia nacional y la economía transnacional se desmoronan. Evolucionamos en un espacio monetario común, pero actuamos como si nuestras economías fueran aún nacionales y tuvieran que competir unas con otras.

Por este motivo, la eurozona necesita una democracia transnacional, una República Europea con normas políticas, económicas y sociales idénticas para todos.

El primer continente postnacional

La República es el nuevo proyecto europeo. Prevé la organización de su territorio a partir de adhesiones voluntarias, la construcción de su unidad mediante tratados que garanticen una paz duradera. Se libera de la idea de nación y construye el primer continente postnacional de la Historia. Los Estados Unidos de Europa, basados en el modelo de los Estados Unidos de América, es algo anticuado. La UE es la vanguardia.

El Consejo Europeo, y a través del mismo los Estados miembros, exige que se ejerza una autoridad sobre la construcción europea que en realidad no existe mientras se inculque en la opinión pública y en los electorados la falsa ilusión de la defensa de su soberanía. La soberanía nacional es la aflicción que sufre Europa.

Si Europa evoluciona basándose en la unión bancaria y la mutualización de la deuda, entonces lo que deberá organizarse de modo distinto es la decisión común sobre los gastos.

La eurozona, que constituirá el núcleo de una República Europea, necesitará un Parlamento dotado de un derecho de iniciativa, de un derecho de voto liberado de las agendas nacionales, así como de un ciclo presupuestario independiente de los mandatos legislativos, al igual que de las competencias (al menos en parte) en materia de política fiscal. Los eurobonos constituyen una posibilidad para reparar el déficit generalizado del euro.

La res publica europea

En la lógica de una res publica europea, las ganancias de la cadena de creación de riqueza en el ámbito comunitario deberían redistribuirse para encontrar un equilibrio económico entre los centros y las periferias. Dentro de esta lógica, y en estos tiempos de recesión, una prestación por desempleo comunitaria haría posible la transición hacia un sistema social europeo.

La economía, la moneda y la política van de la mano y sólo una política común para toda Europa y legitimada por una democracia supranacional logrará imponerse sobre la economía. Las balanzas comerciales nacionales estrictamente basadas en la exportación no son una estrategia. Sobre todo cuando el 80% de las supuestas ganancias por exportaciones de un país miembro procede precisamente del mercado interior: es un timo de la balanza comercial europea.

En toda la historia de las ideas políticas desde Platón, la res publica es con diferencia la noción más valiosa. Es el argumento de promoción número uno de la idea europea en un mundo globalizado y alrededor de ella se puede forjar un sentimiento de pertenencia al “nosotros” europeo. En la res publica, encontramos la idea de un plebiscito positivo a favor de la organización política de una comunidad de la que se pueden deducir como objetivos normativos los principios de justicia social y de bienestar general. No olvidemos que estos principios no se encuentran en todos los lugares: en Estados Unidos no, por ejemplo, ni tampoco en la Rusia autocrática y oligárquica, por no hablar de la China predemocrática.

La res publica, es lo que define a Europa de manera central. Nadie puede asegurar hoy a qué se parecerá esa nueva democracia postnacional y europea, ese proyecto de vanguardia que jamás se ha aplicado y que marcará una época en la historia mundial.
Debatir sobre este proyecto, con toda la fantasía, toda la ensoñación y toda la creatividad de la que es capaz este continente es la tarea que se nos presenta hoy. Si no logramos hacerlo, el proyecto europeo y su fantasma saldrán a atormentar a Europa.