Charla pronunciada en La Bóveda, Madrid, 2 de marzo de 2018
En este tiempo clave, con una huelga feminista convocada para este 8 de marzo, me parece importante reflexionar, a partir de algunos datos significativos, sobre las conquistas de las mujeres, sobre las reivindicaciones pendientes y sobre el propio movimiento feminista, apuntando algunos riesgos que se nos presentan.
Empecemos por los avances, que son grandes, si los consideramos desde la perspectiva de quienes llevamos en esto unos pocos años. Es necesario que los tengamos en cuenta pues cada victoria, cada nuevo derecho, refuerza el valor de la lucha y nos coloca en situaciones nuevas que nos señalan nuevas demandas.
- En el mercado laboral, hemos pasado de tasas de actividad femenina de poco más del 20 % (1964, con la primera Encuesta de Población Activa) al actual 53,33% (EPA 2017T4).
- En la participación política: desde las 27 mujeres diputadas y senadoras que fueron elegidas en las primeras elecciones democráticas de 1977, a 235, en las últimas, de 2017. Algunas mujeres, además, son cabezas de lista de sus respectivos partidos o portavoces parlamentarias, desarrollando un magnífico trabajo de representación.
- En la formación académica. El curso 2015-16, en todos los niveles de estudios universitarios (grado, máster, doctorado), hay más mujeres egresadas que hombres. En los estudios de grado, 108.805 mujeres frente a 72.189 varones, por ejemplo.
- Hemos conquistado amplios campos de libertad, especialmente en el terreno de la sexualidad. Hemos conseguido el derecho a decidir sobre nuestro cuerpo, sobre nuestro embarazo, y a tener la posibilidad de interrumpirlo si lo deseamos, a pesar de la poderosa Iglesia católica, que sigue pretendiendo su eliminación, y a pesar de las múltiples dificultades para que todas las mujeres puedan acceder a esa interrupción.
- Hemos conseguido que se aprobaran leyes favorables a las mujeres, como la Ley Orgánica 1/2004, de 28 de diciembre, de Medidas de Protección Integral contra la Violencia de Género y la Ley Orgánica 3/2007, de 22 de marzo, para la Igualdad efectiva de mujeres y hombres.
Es necesario señalar, asimismo, que hemos desarrollado en nuestro país un movimiento feminista muy importante, que, mediante la persuasión y, en ocasiones, la transgresión, ha cuestionado mentalidades y comportamientos machistas, que ha ganado cuotas de poder y que ha conseguido que la sociedad en su conjunto considere negativa la discriminación femenina.
Durante todos estos años el movimiento feminista ha desarrollado importantes movilizaciones, especialmente, denunciando la violencia machista, el aspecto más terrible en el que se plasma la discriminación de las mujeres, con el que ha conseguido un gran apoyo y participación social. Muy importantes han sido las movilizaciones realizadas ante el juicio a La Manada, en relación con la violación en grupo a una mujer, en las fiestas de Pamplona de 2016…
Pero no solo: las últimas celebraciones del 8 de marzo han contado con una magnífica expresión en la calle, en las actividades en los centros de trabajo, culturales, ciudadanos y escolares, de miles y miles de mujeres y hombres, teniendo este 2018 una excepcional manifestación, mediante la huelga feminista. Todo ello nos muestra una buena salud de la fuerza con la que exigir los derechos de las mujeres.
Nuestras denuncias
Hemos dado enormes pasos, pero aún seguimos teniendo muchos otros en los que avanzar y muchos objetivos por cumplir. Veamos ahora la otra cara de la moneda:
- Aún queda lejos la igualdad en el ámbito laboral: la tasa de actividad masculina es más de diez puntos mayor que la femenina, 64,57 % (EPA 2017T4). Las mujeres tenemos más paro y contratos más precarios que los varones: casi el 24 % de las mujeres ocupadas tienen una jornada a tiempo parcial, mientras solo el 7 % de los varones; las mujeres superan a los hombres en 2 puntos porcentuales en contratos temporales; la brecha salarial es de casi un 30 % …
- Las tareas domésticas siguen siendo, mayoritariamente, de responsabilidad femenina y el trabajo de cuidados descansa en nosotras, dificultándonos una mejor inserción laboral.
- Hay más mujeres que varones en la universidad y estas tienen mejores resultados, pero si observamos las ramas de estudios, las mujeres son muy mayoritarias en todas, excepto en la de Ingeniería y Arquitectura, donde no llegan al 30%, precisamente los estudios más prestigiados socialmente y que más y mejores salidas tienen al mercado laboral: los estereotipos de género se mantienen.
- El sistema educativo es el ámbito de menor discriminación hacia las mujeres, el más amable con nosotras. A pesar de ello, le falta de un compromiso real con el objetivo de igualdad entre los sexos: tenemos currículos androcéntricos, que esconden a las mujeres y sus aportaciones a la humanidad; no se plantea un trabajo específico para evitar que chicas y chicos opten por una salida laboral o académica estereotipada, forzosa, ya que es la “apropiada” para su sexo, no se les fomenta una elección que se corresponda con sus gustos, capacidades personales y, por qué no, con las necesidades sociales y a las demandas del mercado laboral…
- Los avances legislativos han sido importantes, pero igualdad legal no es igualdad real y, en el caso de las mujeres, esta aseveración resulta muy evidente. Si las leyes no se acompañan de verdadera voluntad -política y casi siempre económica- no obtendremos los resultados que, en teoría, dicen perseguir. Ejemplo claro es la Ley Integral, con tremendos déficits en su aplicación, especialmente en las medidas -educativas, sanitarias, sociales…- que le daban ese carácter de integral, incumplimientos agravados por las políticas de austeridad y el fuerte recorte en recursos y dotaciones presupuestarias y por la parálisis de la actividad de los organismos específicos.
- Son insoportables las cifras de la violencia machista: en 2017, murieron asesinadas 49 mujeres y más de 920 lo han sido desde 2003. Eso por referirnos solo a la cara más dramática de una violencia que, en sus múltiples formas, sigue golpeando día a día a las mujeres. No olvidemos las violaciones fuera de la pareja o la manifestación oculta e invisibilizada del acoso sexual y el acoso por razón de sexo, sin estadística oficial.
En esta lucha se nos presentan algunos riesgos
Los principales criterios que han presidido la actividad del Movimiento Feminista, a lo largo de los años han girado en torno al reconocimiento de la realidad específica de las mujeres, a conseguir la igualdad entre los sexos, desterrando todas las discriminaciones laborales, sociales y culturales y al fortalecimiento de la autonomía y la libertad para la expresión y la actuación femeninas.
El MF tiene hoy un gran prestigio social y su discurso ha alcanzado la categoría de lo políticamente correcto -aunque esto también tiene su lado negativo, dejémoslo ahí-. Pero han cogido auge ciertas posiciones que rompen esa necesaria dualidad igualdad-libertad, por el lado de la libertad, desconsiderando la importancia de esta.
Desde mi punto de vista, los conceptos de igualdad y libertad no pueden sino ir unidos, en la lucha a favor de las mujeres, pues de nada nos sirve tener derechos en igualdad con los hombres si no tenemos la autonomía y la libertad para decidir sobre cualquier aspecto de nuestra vida, si no se nos considera “mayores de edad”.
En este sentido, observamos muchas veces ideas y posiciones que pretenden tutelar y sobreproteger a las mujeres. Contra ello hemos luchado, por ejemplo, en contra de las leyes franquistas que, con la excusa de “proteger a las mujeres del trabajo nocturno, del taller y de la fábrica”, nos apartaban del ámbito público y nos condenaban a la dependencia del padre o del marido. Y, a partir de ello, hemos elaborado nuestra teoría y nuestra práctica, reclamando, frente a esa acción protectora, la acción positiva, que reconoce la existencia de la discriminación y ejerce actuaciones que favorecen a las mujeres, compensándoles la desigualdad social de siglos.
Y si hablamos de libertad para las mujeres, eso supone que, en el ámbito individual, cada mujer debe poder manifestarse como desee. Al igual que rechazamos los estereotipos impuestos, tampoco conviene establecer un nuevo estereotipo “feminista” de ser mujer o de pensar como mujer, como a veces se desprende de ciertas declaraciones, artículos de opinión o manifiestos de grupos. Creo que los modelos de género -no importa desde qué presupuestos se establezcan- cohíben la libertad personal y normativizan identidades y comportamientos, generando malestar individual, marginación y exclusión social.
La libertad sexual es uno de los aspectos que hoy pueden ponerse en peligro. La necesaria lucha contra el acoso sexual puede llevarnos a traspasar la línea que separa un comportamiento abusivo y rechazable, de uno que pretenda la relación libre y placentera y puede llevarnos a cuestionar cualquier manifestación de seducción o flirteo, como síntoma de abuso o violencia. Junto a ello, corremos el riesgo de defender un tipo de puritanismo, parecido al que habíamos logrado vencer.
Relacionado con ello, otro riesgo es el del victimismo: La violencia machista es uno de los grandes problemas que sufren muchas mujeres. Y para combatirla -al margen del obligado castigo al violador o maltratador- son necesarias múltiples medidas sociales de carácter integral -educación, sanidad, medios de comunicación…-, eficientemente aplicadas, eso sí, además de la construcción de una sociedad que aprenda a resolver sus conflictos de forma pacífica. Pero es muy importante que el feminismo no presente a las mujeres como víctimas pasivas, permanentemente susceptibles de ser atacadas, sino que, por el contrario, su lucha sirva para darles armas que les refuerce su disposición para decidir sobre su vida y para perseguir sus deseos en todos los ámbitos.
El feminismo que hemos puesto en pie en la España de la Transición, que rompió moldes y barreras, que recogió lo mejor de la tradición de las mujeres que en nuestro país se expresaban libremente en la 2ª República, que ha conseguido poner los derechos de las mujeres en el primer plano de la agenda política, tiene como reto seguir pretendiendo la igualdad y la libertad, los dos polos de la justicia social que debe conllevar la liberación femenina.
De momento, tenemos convocada una huelga feminista para denunciar la situación de discriminación de las mujeres: los obstáculos para nuestra integración en todos los ámbitos públicos, la precariedad en el empleo, la violencia machista que asesina a decenas de mujeres cada año, la obligación de atender el cuidado de las personas, la doble jornada de trabajo…, para defender los derechos laborales, civiles, económicos y democráticos de las mujeres y avanzar en la igualdad.
Se trata también de exigir a los poderes públicos una actuación firme y decidida, que no se quede en el fácil recurso del discurso y la promulgación de leyes, sino que demuestren un compromiso claro de llevarlas a la práctica, dedicando los recursos necesarios para ello.
Y, por supuesto, queremos empoderar a las mujeres, dándoles seguridad y firmeza para luchar por sus derechos, mostrándoles que su situación discriminada no es un problema individual, sino social, que sus reclamaciones son justas y que somos muchas y tenemos fuerza para conseguirlo.
Es una huelga que abarca todos los ámbitos, el laboral, el de consumo, el de los cuidados y el de los estudios. Se han producido diferentes convocatorias en relación con lo laboral (huelga de 24 horas/2 horas por turno; solo para mujeres/para mujeres y hombres). Creo que, aunque esto haya generado cierto malestar, es algo secundario. Muestra la diversidad de organizaciones convocantes, sus especificidades y sus diferentes objetivos, pero con unidad en lo fundamental, en los motivos de la huelga y en las reivindicaciones. Con quien no hay unidad es con PP y C’s, que se han desmarcado de la huelga e incluso van a trabajar más -esperemos que su trabajo de ese día, al menos, sea para bien-.
Lo importante es participar en las actividades convocadas para este 8 de marzo, incluida la huelga, en la modalidad que cada cual decida, en función de su propio deseo o del contexto de cada cual, de sus compañeras y compañeros de trabajo o de estudios; organizar debates y actividades en su barrio o en su pueblo; sensibilizar contra las discriminaciones de las mujeres, contra la violencia machista; trabajar por los buenos tratos… para seguir conquistando derechos para las mujeres y una sociedad igualitaria de ciudadanas y ciudadanos libres.