Xabier Etxeberria
Memoria para la paz
(El Correo, 30 de enero de 2006)

El 30 de enero, aniversario de la muerte de Gandhi, es celebrado por muchos como día de la paz, día de la no violencia en especial. Aunque lo que importa en la tarea a favor de la paz es el trabajo continuado, no está mal que aprovechemos conmemoraciones como ésta para estimularlo.
En estos días, en conexión con las víctimas de la violencia, se está hablando mucho de 'memoria'. Porque, efectivamente, la condición de posibilidad del reconocimiento y la justicia que se les deben, pero también de la construcción con bases sólidas de una sociedad pacificada, reside en un cierto modo de afrontar los procesos de memoria respecto a las victimaciones sufridas. Por eso considero especialmente importante hacer las oportunas clarificaciones al respecto, que puedan ayudar tanto a la tarea educativa como a la acción social y política. Espero que lo que diga a continuación -que pretenden ser sólo notas parciales- pueda ayudar a ello. En una primera lectura resultará algo abstracto, pero tengo la confianza de que pueda intuirse que en el fondo es muy concreto, muy vital.
Una primera consideración digna de ser tenida en cuenta es que, respecto a los hechos pasados, nos encontramos con tres posibilidades: está lo que no podemos recordar por la fortaleza del olvido, lo que no podemos olvidar por la fortaleza del impacto en la memoria del hecho que se recuerda -por su fuerza planificadora o destructora- y lo que podemos mantener en el recuerdo u olvidar según cómo cultivemos la memoria. Dejo para más adelante algunas consideraciones sobre lo primero, sobre el olvido, y paso ahora a abordar las otras dos posibilidades en las que en un caso nos encontramos con la memoria que sufrimos (no podemos 'quitarlo de nuestra memoria') y en otro con la memoria que trabajamos (tenemos capacidad de 'hacer memoria').
El impacto traumático de la victimación sufrida en uno mismo o en los allegados próximos es de esos hechos que, por su fuerza destructora, tiende a instalarse en nuestra memoria actual, lo queramos o no. Una y otra vez vuelve a la memoria de la víctima, pero con tal fuerza que se revive, que se presentifica, que propiamente no se hace memoria, esto es, no se remite al pasado. Por un lado, la víctima puede ver en ello una expresión de fidelidad al allegado asesinado y a la causa de la justicia. Pero, por otro lado, psicológicamente ésta es una dinámica que destruye, que aumenta la victimación. Por eso se insiste en lo relevante que es para la víctima hacer el correspondiente trabajo de duelo, no para olvidar, sino para incorporar el trauma realmente como memoria del pasado, lo que significa recordar abriéndose realistamente a las posibilidades de transformación del futuro. La víctima no quiebra con ello las fidelidades a las que se siente llamada, sino que las reconfigura positiva y creativamente. Pues bien, uno de los deberes básicos de las no víctimas es ofrecer tales acogidas y acompañamientos a la memoria de las víctimas que ayuden a que se haga el trabajo de duelo. En este sentido, estar dispuestos a la escucha empática en el marco del reconocimiento debido es fundamental. Algo que toca hacer en las dinámicas educativas y sociales.
Si nos situamos ahora del lado del recuerdo de la victimación por parte de las no víctimas, nos topamos aquí con ese modo de memoria que trabajamos, ese modo de memoria en el que cabe el recuerdo o el olvido según las disposiciones que desarrollemos. Pues bien, las víctimas nos focalizan en un conjunto de hechos que, pudiéndose olvidar, no deben ser olvidados. Y con ello, aparece el segundo modo de deber de solidaridad: la victimación debe ser socialmente recordada, a través de las iniciativas necesarias, para hacer justicia y para elaborar estrategias adecuadas de construcción de paz. De nuevo, esto es algo que hay que llevar a cabo tanto en los ámbitos sociopolíticos como en los educativos, en cada uno a su modo.
Es muy importante también que en todas estas dinámicas de la memoria tengamos presente que el recuerdo no reproduce el pasado, no puede pretender tener ese modo de fidelidad, aunque tampoco pueda ser arbitrario respecto a él. Para empezar, supone siempre e inevitablemente una selección respecto a los hechos pasados y una cierta reordenación. Pero, además, cuando recordamos algo incorporamos al hecho recordado como pasado su futuro real -aquello a lo que dio lugar-, que es nuestro presente, que a su vez proyectamos en nuestro futuro esperado. Puede parecer esto un pequeño galimatías. Pero lo que quiero resaltar es que ello supone que recordamos desde el presente que vivimos y el futuro que anhelamos. De lo que se trata es precisamente de lograr que ese contagio del pasado por nuestro presente y por el futuro se haga de tal modo que, implicando la fidelidad fundamental al pasado y sus víctimas, sirva, una vez más, a la justicia y a la paz de la propia víctima en especial y de la sociedad en general. Lo cual pide estar afinadamente atentos a enmarcar los recuerdos de victimación en nuestros presentes más grávidos de paz.
Dicho esto de la memoria, ¿qué decir del olvido? En primer lugar, el olvido definitivo de algo supone la consumación de su ausencia. Lo que no encuentro, pero no olvido, está en algún lugar. La persona que ha muerto pero no he olvidado está en mi memoria. En uno y otro caso, el olvido radicaliza la desaparición. Lo olvidado funciona para nuestra conciencia (dejando aquí la temática de lo inconsciente) como si no hubiera existido. Desde este punto de vista, olvidar a las víctimas supone desterrarlas al ámbito de lo que no es, de lo que no puede por tanto estimularnos a la solidaridad y la justicia. Su voz ha quedado radical y definitivamente silenciada. Nuestra 'paz' resultante estará entonces gravemente contaminada, estará construida en falso. Para hacer la paz hay, por eso, que recordar la violencia, aunque no de cualquier modo, hay que recordarla desde la mirada de las víctimas. No cabe olvidar esto ni en nuestras tareas educativas ni en la dinámica social.
Precisando un poco más, cabe plantear diversos tipos de olvido. Aquí voy a hacer referencia sólo a dos de ellos. Está el olvido 'de limpieza' y el olvido 'pérdida'. Por el primero, olvidamos un sinfín de experiencias pasadas que, actualizadas en nuestra memoria, bloquearían nuestro psiquismo: lo que rememoramos como recuerdo es muy poco y es bueno que sea así, por la creatividad que ello permite. El olvido 'pérdida', en cambio, remite al olvido de experiencias que tienen que ver significativamente con la verdad, con la comunicación interpersonal, con la construcción de la identidad, con la justicia y la paz. Apliquemos esta distinción al caso de las víctimas. Lo que resulta profundamente inmoral es situar los hechos de victimación entre los candidatos al olvido 'de limpieza', porque 'nos facilitaría las cosas'. Desgraciadamente, es una tentación que está ahí. Lo que se nos reclama, en cambio, es que entendamos que los olvidos sociales que se producen en este terreno deben considerarse olvidos de grave pérdida. Lo que pide disposición activa para que no se produzcan y voluntad eficaz, por parte de las personas y las instituciones, de incentivar la rememoración cuando se han producido. Un nuevo reto con el que acabo.