Xabier Zabaltza
Augustin Chaho y el Renacimiento Vasco
(Hika, 226, enero-febrero de 2012).

Augustin Chaho nació en Tardets, en Sola, una de las tres provincias vasco-francesas, el 10 de octubre de 1811. En 1830 o 1831 fue a vivir a París, donde frecuentó las tertulias del salón de la duquesa de Abrantès. La época en la que Chaho hace su aparición en la capital francesa es el momento álgido del romanticismo. Desgraciadamente, no sabemos con certeza a qué escritores conoció ni cuáles son las fuentes de su pensamiento. Chaho declaró que su maestro fue el escritor Charles Nodier, pero éste nunca lo menciona ni en su obra ni en su correspondencia. Está claro, en cambio, que trató al periodista Charles Lassailly y al poeta parnasiano Theóphile Gautier, quienes en 1836 publicaron en París Ariel. Journal du Monde Élegant. De esa revista tomaría el nombre Augustin para el periódico que editaría en Bayona desde 1844. En París también coincidió con la feminista Flora Tristan y, posiblemente, con el mismo Victor Hugo.

En 1835, durante su estancia en Navarra en pleno levantamiento carlista, escribió Voyage en Navarre pendant l’insurrection des Basques, su libro más influyente. En realidad en él retoma ideas que ya había expresado en Paroles d'un Bizkaïen aux liberaux de la Reine Christine, publicado el año anterior, cuando todavía no había pisado suelo navarro y cuando probablemente ni siquiera había visto un carlista. Su Voyage es una obra importante, muy bien escrita, pero no es un libro de historia. Chaho permaneció en el Viejo Reino durante menos de dos semanas, no fue testigo de ningún acontecimiento bélico importante y, aunque él afirme lo contrario, nunca se entrevistó con Zumalacárregui, por lo menos no en el modo que describe en su libro.

En 1838 vivió entre Toulouse y París. En esa época editó una Revue des Voyans. Por entonces, vivía entretenido entre la ciencia y la pseudociencia, investigando los secretos de la pintura a la cera de los antiguos griegos y empeñándose en diseñar el móvil perpetuo, pese a que ya Leonardo da Vinci había demostrado la imposibilidad de tal ingenio.

En 1840 publicó un extenso libro, L’espagnolette de Saint-Leu, en el que daba a entender que la familia real francesa había estado implicada en el asesinato del Príncipe de Condé. Por eso, tuvo que huir de París y esconderse durante una temporada en Tardets. Chaho tuvo siempre una gran facilidad para crearse enemigos. Sabemos que participó en dos duelos o tal vez incluso en más.

En 1843 se estableció definitivamente en Vasconia. Primero en Chéraute, Sola, donde impartió clases a la que sería conocida como Madame de Villehélio, reputada musicóloga suletina. Después en Bayona, donde, tras colaborar brevemente en la revista Trilby, fundó Ariel. En 1846 ingresó en la logia masónica La Parfaite Union de Saint-Esprit, junto a Bayona.
En 1848, fue uno de los artífices principales de la proclamación de la Segunda República en Bayona. Llegó a ser comandante de la Guardia Nacional, concejal de Bayona y consejero general de los Bajos Pirineos. Ese mismo año acompañó a Estella al aventurero prusiano Karl von Gagern, quien tenía la intención de organizar un complot carlista en la ciudad del Ega. En 1849 fue candidato de los demócrata-sociales y le faltaron muy pocos votos para salir elegido diputado en París.

Bonaparte declaró la dictadura en 1852. Cerró Ariel y obligó a Chaho al exilio. Éste se estableció en Vitoria, donde conoció a Navarro Villoslada, autor de la novela histórica Amaya o los vascos en el siglo VIII, donde es patente la influencia de la Leyenda de Aitor, inventada por Chaho.

En 1853 se le permitió volver a la Vasconia francesa, ya que su padre se encontraba muy enfermo. Para ello tuvo que comprometerse a no participar más en la vida política. Murió en Bayona el 23 de octubre de 1858. Según la tradición, fue el primer vasco enterrado por lo civil, a pesar de los denodados esfuerzos de monseñor Lacroix, obispo de Bayona, para que volviera a la fe católica.

CONCEPCIÓN HISTÓRICA

Chaho creía en el eterno retorno, ya que, según afirmaba, la historia se repite cada 60.000 años. De seguir los cálculos de Chaho, nos encontramos más o menos en el año 8.000 del presente ciclo. Esos 8.000 años se dividen en cuatro edades. En la Primera Edad, que duró tres mil años, los Hijos del Sol o Pueblos del Sur (entre ellos, los íberos y sus descendientes, los vascos) vivían en el Paraíso, en paz y en libertad. La Segunda Edad empezó hace 5.000 años, a consecuencia de la invasión de los Hijos de la Noche o Pueblos del Norte. Desde entonces, los Hijos del Sol, que habían vivido felices en África, Asia y casi toda Europa, quedaron relegados a las siete provincias vascas actuales. Los pueblos del Norte más importantes son los celtas y sus descendientes, los castellanos, todos enemigos mortales de los vascos. La Tercera Edad comenzó hace dos mil años. En las edades segunda y tercera, los vascos no han conocido más que la guerra, contra celtíberos, fenicios, cartaginenses, romanos, godos y moros. Todavía nos encontramos en la Tercera Edad, pero en tiempos de Chaho, empezaban a vislumbrarse los signos milagrosos de la Cuarta Edad, en la que volverían a imperar los Pueblos del Sur: las revoluciones y la carlistada. Esa concepción cíclica de la historia es crucial en el pensamiento de Chaho y explica cómo, siendo republicano, se posicionó a favor de los carlistas, a quienes consideraba defensores de los restos de la primigenia civilización europea, anterior a los griegos que, a fin de cuentas, son un pueblo indoeuropeo, como los celtas, es decir, unos usurpadores.

Según Chaho, a lo largo de la historia han existido varios profetas o videntes, que han guiado el destino de la Humanidad. Los tres videntes más importantes son Buda, Cristo y el propio Augustin Chaho. El Huérfano no estaba solo con sus reflexiones. En su época existían otros videntes, sobre todo en Francia, donde son conocidos como escritores románticos. Uno de ellos, el borgoñón Edgar Quinet profetizó que el pueblo que encarnaría la nueva religión gnóstica surgiría de los Pirineos. Quinet tuvo un influjo determinante en Chaho, al que convenció de que el pueblo elegido de la Cuarta Edad sería precisamente Vasconia.

En Chaho la religión es un factor clave. No era laico, como suele afirmarse, ni mucho menos ateo o pagano, sino gnóstico, es decir, creía en una tradición secreta que se había transmitido a lo largo de los siglos por medio de unos maestros iniciados, los videntes. El dios de los videntes es Iao, de cuyo nombre derivan el vasco Iao-on-goikoa, el hebreo Yahweh y el latín Iao-piter. Chaho pensaba que al principio de la historia Iao se había manifestado a todos los pueblos de la Tierra en una única revelación, a la que denominaba religión natural, restos de la cual perduran todavía en el folclore y la mitología de los diversos países. Todas las religiones actuales son una degeneración de esa religión natural originaria. A esa única religión prístina le correspondía una única lengua: el euskara.

IDEOLOGÍA

Las discusiones sobre Chaho suelen centrarse en su ideología (si era nacionalista o si no lo era, si era socialista o si no lo era), sin conceder importancia a otros aspectos de su pensamiento. Tales discusiones se basan en general en la lectura de un solo libro de Chaho, Voyage en Navarre. En mi opinión, ése es un error grave, porque la ideología de Chaho no puede separarse de su concepción histórica o religiosa y su Voyage no puede entenderse sin sus otras obras.

Un paradigma de capital trascendencia en su pensamiento es el vasco-cantabrismo. Cantabria fue el último territorio de Iberia que se rindió a los romanos. Desde el siglo XVI, si no antes, los apologistas del euskara afirmaron que los romanos (como los godos y los musulmanes) no llegaron nunca a conquistar Cantabria, a la que identificaron con la Vasconia actual. Chaho dio un paso más allá. Según afirmaba, los castellanos tampoco la conquistaron nunca, ya que mientras los fueros han estado vigentes, los vascos han sido independientes. La guerra carlista no es más que una guerra por la liberación nacional vasca.

Desde luego, la identificación entre fueros e independencia que hace Chaho es, cuando menos, muy discutible y, más aún lo es su afirmación de que la carlistada fue una guerra de liberación nacional. Esa idea, que conoció ya cierto éxito en época de Chaho entre algunos publicistas franceses y británicos y que incluso sigue teniéndolo en la actualidad en ciertos círculos de nuestro país, es una consecuencia directa de su concepción histórica tan belicista: la Guerra Carlista es simplemente un episodio de la lucha eterna entre los Hijos del Sol y los Hijos de la Noche. Ese maniqueísmo procede de modo directo del occitano Antoine Fabre d’Olivet y, en último término, de la literatura apocalíptica judía y cristiana.

Suele afirmarse que Chaho fue el primer nacionalista vasco. Si lo fue, lo fue solamente para la Vasconia peninsular, ya que siempre se posicionó en contra del federalismo en la Vasconia continental y a favor de la unidad de Francia. Nunca denunció el centralismo francés, que fundió a las tres provincias norteñas de Labort, Baja Navarra y Sola en un departamento en el que los bearneses son mayoría. Es cierto que propuso la creación de un nuevo departamento, Adour-et-Gaves, pero ése no era un Departamento Vasco, ya que también incluiría el distrito de Dax, en las Landas.

Más todavía. Sospecho que Chaho, al menos durante una época, pretendió aumentar el territorio francés a costa de la Vasconia española. Con la excusa de que desde Carlos III los reyes de Navarra también ostentaron el título de duques de Nemours, propuso en 1838 que el duque de Nemours de su tiempo fuera nombrado rey de Navarra. En ese momento, el duque de Nemours era el hijo del rey Luis Felipe, Luis Carlos Felipe de Orleans, al que Chaho llegaría a conocer muy bien, ya que vendrían juntos a Pamplona en 1845.

Si tenemos razones para cuestionar el abertzalismo de Chaho, también las tenemos para cuestionar su socialismo. Chaho era un hombre de izquierda (por lo menos al norte de los Pirineos), pero de izquierda burguesa. Solo en contadas ocasiones se interesó por la situación de los campesinos o los trabajadores de su tiempo. Era rojo porque era anticlerical, no porque fuera comunista. De hecho, denunció a menudo y con palabras muy duras tanto el comunismo como el anarquismo. Dicho lo cual, tengo que añadir que uno de los autores que más influyó en los primeros socialistas utópicos franceses, además de Saint-Simon y Fourier, fue Pierre-Simon Ballanche, al que suele considerarse como el primer vidente francés. Ballanche, Chaho y todos los videntes querían volver a la mítica Primera Edad o Edad de Oro (eso es lo que significa en origen la palabra latina revolutio), una época en la que todos los hombres habrían sido libres e iguales, y en ese sentido eran revolucionarios.

VASCÓLOGO

Chaho publicó un solo libro en vascuence: Azti-begia, “El ojo del vidente” (1834), en el que nos da cuenta de sus teorías cosmogónicas. Mucho más importante fue su aportación al campo del periodismo. Escribió bastantes artículos en euskara en Ariel y en 1848 realizó el primer intento de semanario en lengua vasca: Uscal-Herrico Gaseta, del que solo salieron a la luz dos números. En 1856, publicó un diccionario cuatrilingüe (vascuence, francés, castellano y latín), que solo llega hasta la letra “M”. En sus obras insiste una y otra vez en la necesidad de una ortografía supradialectal y de una Academia de la Lengua Vasca. En eso sí que fue un auténtico profeta.

El punto de partida de la vascología de Chaho es que el euskara fue el idioma primitivo de la Humanidad. Siguiendo las doctrinas de Court de Gébelin, pensaba que en todas las lenguas de la Tierra podían encontrarse restos de ese idioma primitivo. Esa actitud le impidió realizar investigaciones más profundas. Por ejemplo, intentó derivar la palabra “Cristo” del euskara Ekiristi, que estaría relacionado con ekhi o eguzki, “sol”, y con egia, “verdad”. Partiendo de etimologías semejantes reconstruyó, a su gusto, toda la prehistoria del pueblo vasco en la Leyenda de Aitor. En Chaho se produce una identificación completa entre la teoría lingüística y la fe religiosa. Ese mismo prejuicio es evidente cuando intentó comparar el vascuence con otras lenguas, por ejemplo, el ibérico o las lenguas del Cáucaso o de la India. Contra lo que suele afirmarse, Chaho no relacionó el vasco con el sánscrito, sino con las lenguas que se hablaban en la India antes de las invasiones indoeuropeas. Y ya de paso, me gustaría dejar sentado que Chaho no era antisemita en absoluto, puesto que ni siquiera distinguía entre arios y judíos, ya que, para él, tanto unos como otros eran pueblos del Norte (según afirmaba, los judíos descienden de los hicsos de Egipto, parientes de los escitas, arios por tanto).

Pero Chaho no se conformaba con que el euskara fuera la primera lengua de la Humanidad. También quería que fuera su última lengua. Por eso, mucho antes de que Zamenhof inventara el esperanto, propuso que el euskara fuera la lengua internacional. Para ello, el vascuence, manteniendo su estructura y su sintaxis, debería incorporar cinco millones de palabras de todas las lenguas de la Tierra. Para Chaho, el euskara no era solo la lengua de Babel. También era la lengua de Pentecostés.

El tardesiano tenía un gran olfato para crear mitos y símbolos. A él le debemos, por ejemplo, Aitor, el patriarca de los vascos (y su olvidada esposa: Amagoia) y una de las primeras manifestaciones del lema del Zazpiak Bat, que simboliza la unión de las siete provincias vascas del norte y del sur del Bidasoa. Tuvo una influencia innegable en la conservación del folclore vasco. Por ejemplo, el primero que menciona al Basajaun, el mítico Hombre del Bosque, fue Chaho. También recoge otros personajes de la mitología vasca: el cíclope Tartalo (una alegoría de los perversos celtas, según él), las lamias y el monstruo Leherensuge (al que trató de identificar con el dragón primordial de los órficos y el Satán de judíos y cristianos). También nos describe las maskaradas suletinas y en Ariel recogió más de cien canciones en euskara, en todos los dialectos. No cabe duda de que fue uno de los primeros etnógrafos vascos.

EUSKAL PIZKUNDEA

Antes de acabar quisiera detenerme en la aportación de Augustin Chaho al Renacimiento Vasco o Euskal Pizkundea. El concepto de Renacimiento nos viene de Cataluña. La historiografía actual se ha mostrado muy crítica con él. Frente a lo que una visión romántica nos ha querido mostrar, la Oda a la pàtria, de Carles Aribau, publicada en 1833, no tuvo una repercusión especial en la normalización del catalán. Por un lado, porque el uso del catalán no se interrumpió nunca y, por lo tanto, el catalán nunca fue una lengua muerta. Por otro, porque mucha mayor trascendencia que Aribau para que el catalán recuperara su lugar en la vida pública tuvo la generación de los Juegos Florales, casi tres décadas después.

El inicio del Renacimiento Vasco suele colocarse en 1931, coincidiendo con la proclamación de la Segunda República Española. En otras ocasiones se coloca en 1876, tras la Segunda Guerra Carlista y la abolición de los fueros de Álava, Guipúzcoa y Vizcaya. Esas dos fechas no tienen en cuenta la fundamental aportación de la Vasconia continental. Además, el renacimiento de 1876 fue más fuerista que euskaltzale, como el de 1931 fue más nacionalista que euskaltzale. Muchos de los autores de ambos movimientos escribieron más en castellano que en euskara. En cambio, en la Vasconia francesa, a partir de 1851, a iniciativa de un viejo conocido de Chaho, Antoine d’Abbadie, se organizaron los Juegos Florales, en torno a los cuales se constituyó un movimiento euskaltzale neto. Es cierto que los Juegos Florales nunca tuvieron en Vasconia, o al menos en su parte española (donde se celebraron desde 1879), la influencia que ejercieron en Cataluña, pero tampoco pueden dejarse de lado sin más. Al sur del Bidasoa el vasquismo fue siempre algo fundamentalmente político, más centrado en la defensa de los fueros que en la de la lengua privativa, mientras que al norte de ese río, donde no existían instituciones que defender, el vasquismo fue siempre fundamentalmente lingüístico. Si existió un Renacimiento vasco, comenzó en 1851, con los primeros Juegos Florales. Pues bien: para entonces Augustin Chaho llevaba dieciocho años trabajando casi en solitario por la lengua, la cultura y la identidad vascas. Había publicado Azti-begia y Uscal-Herrico Gaseta, había recogido un cancionero, había inventado al patriarca Aitor y, con todas sus contradicciones, había afirmado que los siete territorios de Vasconia constituían una nación. Pocos años después, publicaría su inacabado diccionario cuatrilingüe. Chaho fue infinitamente más importante para Vasconia que Aribau para Cataluña. No hay ningún pueblo catalán que no tenga una calle o una plaza dedicada al supuesto iniciador de la Renaixença. Aquí, en cambio, ni una sola institución pública se ha dignado a rendir homenaje a Chaho en el segundo centenario de su nacimiento.

La obra del Huérfano ha sido desconocida hasta hace muy poco. No es en absoluto casual que eso haya ocurrido. La complejidad de sus escritos no ayuda demasiado a su difusión, pero la causa principal de la dejación hacia Chaho es la propia división de Vasconia en dos estados y el desconocimiento al sur del Bidasoa de la cultura y lengua francesas, de las que Chaho era también partícipe. Así mismo, el nacionalismo vasco tradicional no estaba demasiado interesado en que se conocieran los precursores de Sabino Arana, ya que podrían hacer sombra al Maestro, especialmente si, como Chaho, lo superaban en el nivel intelectual y en el conocimiento de la cultura y lengua vascas y si, como Chaho, eran tan heterodoxos desde el punto de vista religioso.