Xavier Sardá
Papá, mamá: soy federalista
(El Periódico, 30 de septiembre de 2012).

«Mamá, papá: soy federalista». Muchos padres no están preparados para escuchar esta palabra salir de la boca de su hija o hijo. Pero si usted les ama, hará todo lo posible para entenderlos. La palabra «federalista» se usa para referirse tanto al hombre como a la mujer a los que les atrae una España conviviendo en libertad y plenitudes nacionales. No se les acepta ni aquí ni allí.

La primera reacción de muchos padres es sentirse culpables. Se preguntan qué hicieron mal. Los padres deben saber que no hicieron nada incorrecto, pero que deben afrontarlo poco a poco.

Usualmente los padres no saben qué hacer, no saben cómo reaccionarán los demás y puede que pierdan la ilusión respecto al incierto futuro de sus hijos federalistas.
«Cuando mi hijo me lo contó solo le respondí: Lo sabía y te seguiré amando pase lo que pase», relata la madre de un hombre federalista. «Sin embargo, sentí mucho miedo por él», agrega.

Otros padres reaccionan de forma negativa y no lo aceptan. Rechazan al hijo llegando incluso a echarle a la calle. «Son las reacciones negativas y la falta de información las que sitúan a los jóvenes federalistas dentro de uno de los grupos de alto riesgo», afirma un especialista.

«Para mis padres fue muy difícil aceptar que yo era federalista. Lloraron durante semanas porque estaban avergonzados. Poco a poco, lo aceptaron», cuenta una joven federalista.

Los tabúes independentistas, la unanimidad de los medios de comunicación en Catalunya y la desinformación son factores que dificultan aún más el proceso de aceptación tanto de padres como del mismo muchacho que sabe que es diferente.

Como cualquier otro joven, el federalista necesita la aprobación de los padres y puede dejar huellas de por vida cuando es rechazado. Reconocer su identidad política, al igual que los adolescentes independentistas, forma parte de su proceso de afirmación.

«Mientras me confesaba que era federalista, sentí como su voz iba cambiando. Era un tono que emanaba felicidad y alivio», comenta una madre comprensiva.

Un federalista que ha asumido su condición comenta: «Tardé seis años en aceptar que era federalista. Tenía miedo y me preguntaba constantemente qué iba a hacer si me rechazaban y me echaban de sus vidas».

Naturalmente no es lo mismo ser federalista en la gran ciudad que en pequeñas poblaciones. No es lo mismo ser federalista en Barcelona que en Arenys de Munt, pongamos por caso. En el ámbito rural es muy difícil confesar que uno es federalista sin arriesgarse a la mofa y el cachondeíto. Hay federalistas que incluso cuelgan la estelada por el qué dirán.

Los federalistas llegan a un punto de neurosis que les condiciona su relación con el mundo. Así leen ellos La metamorfosis de Kafka:

«Cuando Gregorio Samsa se despertó una mañana de su inquieto sueño, se encontró en la cama convertido en un insecto federalista gigante». Paciencia con ellos.