El País, 12 de julio de 2020.
La razón por la que los monumentos están siendo ahora agredidos o
destruidos es la inadecuación actual de su ejemplaridad moral. Lo cual
es inobjetable, pero significa no tener en cuenta la historia.
¿Para qué sirven las estatuas, los monumentos, las lápidas? ¿Por qué dedican las
sociedades, o más bien sus gobernantes, tanto dinero a erigirlos, tanto tiempo y saliva a
inaugurarlos y a celebrar actos públicos ante ellos?
La respuesta no es difícil, en principio: porque los hechos o personajes a los que se refieren
esas piedras o bronces encarnan valores que creemos vertebran o cimentan nuestra
comunidad. El primer y fundamental error, por tanto, es considerar a esos monumentos
testimonios o vestigios del pasado. En ese caso, un historiador tendría algo o mucho que
decir sobre ellos. Pero no es así, porque, más que con el pasado, se relacionan con el
presente y la orientación que deseamos dar al futuro.