El País, 9 de febrero de 2022.
Tenemos una imprescindible tarea por delante. Y no pasa por considerar ajenos los malestares masculinos, mucho menos darlos por sentados o incluso celebrarlos como el efecto colateral que da pruebas de nuestros éxitos; hay que entenderlos y dotarlos de sentido.
En las recientes elecciones chilenas parece ser que las mujeres han supuesto un voto decisivo para el triunfo de las izquierdas. Quizás no debería extrañarnos. Chile ha sido, junto con Argentina o México, uno de los principales escenarios latinoamericanos en los que el feminismo ha sido capaz de convocar movilizaciones masivas y multitudinarias. Como en el contexto español, la hegemonía del feminismo ha tenido un profundo calado social durante los últimos años y eso puede tener, obviamente, significativos efectos electorales. Al mismo tiempo, una encuesta reciente en nuestro país daba lugar a titulares inquietantes que afirmaban que, en caso de que votaran solo los hombres, la extrema derecha podría ganar las elecciones. Los hombres que votan a Vox representan un 76% de su electorado, lo que quiere decir que son más del doble que sus votantes mujeres. Existe una enorme brecha de género en clave electoral y va más allá de nuestro propio contexto. De hecho, uno de los rasgos más característicos del voto a las nuevas extremas derechas es su altísima masculinización. ¿Cómo leer esta realidad? ¿Son las nuevas derechas, en gran parte, una reacción a las demandas de igualdad de las mujeres? ¿Explicarían estos años de avances feministas la violencia con la que se ha levantado la reacción?