Mientras Tanto, 30 de enero de 2020.
I
La llegada de Unidas Podemos al Gobierno de la nación vuelve a plantear un viejo
dilema de todas las formaciones políticas con aspiraciones de transformación social,
de aquellas que representan —o tratan de representar— a la gente común, la que no
tiene poder, de las que plantean propuestas programáticas tradicionalmente excluidas
de las agendas políticas dominantes. Hay tres respuestas posibles a esta cuestión: la
que podríamos llamar “revolucionaria”, basada en tomar las instituciones meramente
para utilizarlas como espacios de propaganda, para desestabilizarlas y generar una
dinámica de transformación radical; la “seguidista”, orientada a convertir al partido en
un mero altavoz propagandista de lo que se hace en el Gobierno, y una tercera vía,
que ha sido predominante, por ejemplo, en los viejos partidos comunistas
occidentales: concebirse como organizaciones binarias, con una pata en lo
institucional y otra en los movimientos sociales, en un intento de dividir la actividad
política entre un fomento de las reformas en las instituciones y una presión en la calle
para que aquellas sean de mayor calado.