El País, 26 de octubre de 2022.
Lo más inquietante de la acción de los jóvenes activistas es que, una vez en el museo, no les haya detenido la propia belleza de los cuadros.
El pasado 23 de octubre unos jóvenes activistas contra el cambio climático arrojaron puré de patatas sobre un cuadro de Monet en un museo de Alemania. Una semana antes otros militantes ecologistas habían lanzado salsa de tomate en la National Gallery de Londres contra un cuadro de Van Gogh. Los agresores, muy jóvenes, pertenecían al grupo Última Generación y justificaron su acción como una manera de llamar la atención sobre la muy destructiva industria petrolera y la emergencia climática. Estos jóvenes tienen razones para estar preocupados y su militancia activa ofrece un ejemplo de compromiso y conciencia que debería extenderse entre todas las generaciones. Ahora bien, más allá de los daños sufridos por las pinturas, felizmente mínimos, ¿tiene sentido, desde el punto de vista político y propagandístico, un atentado simbólico de este tipo?