elmostrador, Santiago de Chile, 22 de octubre de 2019.
La crisis de legitimidad en las instituciones hoy enfrenta su peor
cara: la solución al conflicto social que se encara requiere voces
legitimadas frente a la sociedad, pero aquellas voces no existen, se
desvanecieron, desaparecieron. Probablemente las respuestas
políticas de los próximos meses atenderán las demandas inmediatas
de redistribución (más pensiones, mejores salarios, etc.), pero el
problema de fondo mayor es sostener una democracia sin
representación y aquello, lo sabemos, es imposible.
Dos grandes explicaciones se dan para el origen de la protesta social chilena: la desigualdad
y una juventud ensimismada. La desigualdad aparece como un nudo central al que se asocia
con la repartición de una torta muy desigual donde unos pocos gozan de una vida de primer
mundo, mientras los muchos sufren condiciones de vida deficitarias: salarios miserables,
pensiones paupérrimas, condiciones laborales precarias. Una sociedad que vive endeudada
y que, enfrentada a cualquier crisis familiar (una enfermedad, desempleo), debe recurrir a la
solidaridad de los cercanos para solventar el elevado costo de vida.