Agenda Pública, 31 de enero de 2022.
Un país del que se dice que está fracturado, que ya no se reconoce a sí mismo, en el que el diálogo parece apenas posible y, sin embargo, donde las opiniones y los valores convergen más que nunca: ésta es la paradoja francesa que hay que explorar a las puertas de la campaña presidencial.
Francia vive un momento muy extraño. En revistas y ensayos se la describe como dividida, fragmentada, llena de ruido y furia, al borde de un ataque de nervios. Al principio se nos dijo que la periferia era despreciada por el centro y que estallaba con una sana ira contra ese desprecio. Entonces surgió la metáfora del archipiélago francés, y fue un éxito rotundo: «Si nuestro sistema político es disfuncional y está sometido a esos giros y sacudidas repentinas y brutales, se debe a la creciente fragmentación de nuestra sociedad. Es esta fragmentación la que hace insuperable la agregación de intereses. Nos encontramos, pues, ante un proceso de creciente archipielaguización del cuerpo social. Múltiples líneas de fractura (educativas, geográficas, sociales, generacionales, ideológicas y etno-culturales) se entrecruzan, creando otras tantas islas e islotes de distinto tamaño», explica Jérôme Fourquet.