Crónica Popular, 25 de abril de 2020.
El caso Leganés fue una cortina de humo que desvió la atención de la privatización de la sanidad pública en la Comunidad de Madrid.
El rito de los aplausos a las ocho es una práctica polisémica. Su objetivo declarado es impecable: mostrar el apoyo a los profesionales de la salud. Aunque es el léxico épico el que suele predominar para describir los diversos avatares de la pandemia, como muchos de ellos y ellas reconocen su desempeño es el resultado de una concepción exigente de su deontología profesional, de su sentido de la obligación al servicio de la función pública. El rito sirve a otros propósitos no intencionados. En primer lugar, para conjurar con esos sonidos de percusión esa distorsión de nuestro paisaje cotidiano que se manifiesta en un mundo en silencio, pero no el silencio del recogimiento sino el de la inquietud y el desasosiego. En segundo lugar, para remedar en la compañía de los ecos una imagen de esa sociabilidad fragmentada, para cumplir la necesidad de compañía. En tercer lugar, para espantar el miedo envolvente que como esas capas de contaminación de las ciudades en verano, pesa sobre los espíritus. Por último, quizás de forma sutil y en un plano más profundo, rezuma una expresión de reconocimiento a un servicio público frente a la primacía axiológica que la axiomática economicista había instalado como canónica y que se tradujo en una precarización generalizada de las condiciones laborales.