Las empresas cada vez pagan menos, las personas cada vez más

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InfoLibre, 12 febrero 2018

Las conclusiones del último estudio de la ONG holandesa SOMO, Tax games: the race to the bottom (El juego de los impuestos: la carrera hacia el fondo) son preocupantes, si no escandalosas. Desde hace más de 30 años, la tendencia es firme: mientras que los impuestos a las empresas en Europa no paran de disminuir, las tasas indirectas tipo de IVA, esto es, aquellas que se cargan de manera plana independientemente del tipo de ingreso, no dejan de crecer. No sólo la sostenibilidad económica de nuestro Estado del Bienestar se encuentra en peligro, sino que estamos creando un sistema regresivo e injusto que encona la sociedad y entorpece la sostenibilidad política.

Respecto a la primera parte de la ecuación, después de establecer el tipo medio del impuesto de sociedades en Europa, el estudio de SOMO llega a la conclusión de que de seguir la tendencia actual a la baja en el año 2052 se alcanzará un tipo del 0%. En los años 80 el tipo medio se situaba en Europa por encima del 40%. Hoy no llega al 25%. De los 27 gobiernos de la UE, doce acaban de bajar el impuesto a las empresas o lo piensan hacer en breve. Sólo dos (Grecia y Eslovenia) lo han decidido subir. Es la carrera de la mayoría de los países europeos por ver quién reduce más el impuesto de sociedades:

Esto sucede al tiempo que los países se han comprometido con los Objetivos del Desarrollo Sostenible (ODS) y la mayoría de ellos sigue defendiendo en teoría el mantenimiento del Estado del Bienestar. Sin embargo, las declaraciones se contradicen con una política que deja al Estado cada vez másraquítico y otorga a las empresas todo el margen de maniobra para la teórica consecución de una prosperidad equilibrada y sostenible. Sin embargo, un reciente estudio de Deloitte indica, para el caso español, que sólo el 9% de las empresas del Ibex 35 han incorporado alguno de los ODS en su estrategia global, es decir, prácticamente no han cambiado en nada su tradicional estrategia encaminada a remunerar exclusivamente a sus accionistaspor otra tendente a satisfacer a todos sus grupos de interés.

Hoy por hoy resulta ingenuo e irreal suponer que las empresas pueden liderar el objetivo global de conseguir un crecimiento equilibrado y sostenible, que garantice desde una educación de calidad hasta la igualdad de género pasando por el mantenimiento de los ecosistemas terrestres y marinos, como promueven los ODS. Hoy por hoy (¿alguna vez dejarán de serlo?) los poderes públicos siguen siendo absolutamente necesarios, aunque sus capacidades no paren de debilitarse. Las goteras de nuestros hospitales públicos como metáfora de la situación.

Uno por uno, los estados se han lanzado a una carrera de peligrosas consecuencias en la reducción del impuesto de sociedades. La tendencia es generalizada, como se puede observar en el siguiente gráfico.

¿Que razones hay detrás de todo ello?
  • Un paradigma liberal que equipara bienestar con crecimiento económico y crecimiento económico con emprendimiento privado, cuando está probado que la primera parte de esta ecuación sólo se da en sociedades muy pobres, mientras que en sociedades avanzadas el bienestar social no depende tanto del crecimiento del PIB como de otros factores como la igualdad, la justicia social, la igualdad de género, el acceso a la educación o un medioambiente saludable. Parece bastante fácil de entender, pero la maquinaria ideológica neoliberal nos sigue aplastando con el rodillo de los hechos consumados.
  • La suposición de que los bajos impuestos son un argumento decisivo para la implantación de las empresas en un determinado país. Sin embargo, varios trabajos cuestionan esta afirmación. Un estudio del World Bank de 2013 afirma, por ejemplo, que el 90% de los inversores habrían invertido igualmente sin incentivos fiscales. Otro trabajodirigido por Naciones Unidas, World Bank, el FMI y la OCDE concluía que «los incentivos fiscales importan poco en los estudios del clima de inversión en los países con bajos ingresos y hay muchos ejemplos que han demostrado que estos incentivos son redundantes, esto es, que la inversión se habría producido también sin ellos». En cambio, la demanda, es decir, la capacidad de consumo de la población es un factor fundamental en estos estudios y, sin embargo, las nuevas políticas no lo tienen en cuenta.
  • Se ha aducido también que la baja tributación de las corporaciones puede redundar en salarios más altos, pero esto se contradice radicalmente con las últimas tendencias en las que, mientras que los beneficios crecen, el peso relativo de los salarios no sólo se ha estancado, sino que a menudo se ha reducido (si exceptuamos el de los directivos que, al contrario, no ha parado de crecer).
  • Pero el argumento estrella es, desde luego, que los bajos impuestos de sociedades pueden favorecer la inversión. Paradójicamente también la tendencia a la inversión de las empresas se inclina últimamente a la baja, merced a unmodelo de empresa cortoplacista orientado a conseguir rápidos beneficios y repartir dividendos entre los accionistas (para entender el proceso, consúltese este artículo).

Desgraciadamente, la bajada sistemática de tipos no es el único factor que conduce a la contribución decreciente de las empresas en términos fiscales. Además, hay que tener en cuenta:
Las desgravaciones, exenciones y créditos fiscales de que gozan empresas, que además se han incrementado durante la crisis para ayudar a reducir el apalancamiento resultante de la burbuja o para facilitar a las entidades bancarias la compra de ciertas cajas en apuros. Por efecto de esto, según un estudio nuestro, en España los incentivos fiscales en el año 2015 fueron de 103.707 millones de euros y se estima que la merma en la recaudación del impuesto de sociedades supuso un 17,4 % en los ingresos referentes a este rubro. Tan profundo ha sido este factor que se está dando el sorprendente fenómeno de empresas que, como CaixaBank, obtienen unos resultados positivos de 638.100 millones y sin embargo les sale a devolver por valor 180.758 millones de euros. Dicho con otras palabras, el Estado está financiando netamente a uno de los bancos más importantes de nuestro país. Estos incentivos están siendo investigados por la Comisión Europea por si constituyen un caso de ayudas ilegales encubiertas.

Los tax rulings (bajadas impositivas a la carta acordadas entre el Estado y ciertas compañías) salieron a la palestra con el escándalo Lux Leaks. La política ultra agresiva de Luxemburgo, que ha propiciado que en ocasiones las empresas obtengan tipos cercanos al 0%, no es un fenómeno exclusivo de este país. Irlanda y Holanda, como se sabe, han sido investigadas y castigadas por este tipo de acuerdos con grandes corporaciones.

La elusión y evasión fiscal de las grandes empresas supone en la Unión Europea un agujero estimado en 500 billones de euros. En España se calcula que este puede alcanzar los 90.000 millones de euros anuales.

Como resultado de estos tres procesos el tipo general del 25% en el impuesto de sociedades se reduce en la práctica extraordinariamente. SOMO no se atreve a hacer un cálculo, pero para el caso español el propio ministro de Hacienda, Cristóbal Montoro, reconoció que, frente a un tipo real del 22,5%, el tipo efectivo se situaría en el 7%, es decir, una reducción de más de 15 puntos. No existen muchos cálculos tan claros como este en Europa. El caso de Eslovenia, por ejemplo, el tipo real del 19% se quedaba en un tipo efectivo medio del 11,7% en 2016, es decir, una reducción de 5,3 puntos.

El único resultado evidente que está produciendo esta bajada generalizada de impuestos, deducciones, exenciones y sobre todo tax rulings no es el crecimiento de la inversión y la economía productiva, sino de la creciente concentración del mercadoy, por ende, la menor competencia empresarial. El proceso no debe verse solo como una tensión de suma cero entre empresas y particulares, sino también entre gran empresa y Pymes, pues estas últimas ni tienen frecuentemente los medios para llevar a cabo eficientes ingenierías fiscales ni por supuesto el tamaño suficiente como para presionar a los estados con beneficios a la carta. Y como resultado, según palabras de Joseph Stiglitz, «el crecimiento de la concentración del mercado explica la bajada de la productividad, la lentitud de la economía y el crecimiento de la desigualdad».

Pero, ¿está perdiendo recursos el Estado netamente? No tanto como pudiera pensarse por la evolución descrita, porque al tiempo que se reducen los impuestos a las empresas se incrementan las tasas al consumo (IVA). El proceso también es constante, como puede verse en el gráfico:

Es de todos sabido que el IVA es un impuesto plano que carga por igual al consumidor, independientemente de su nivel de renta. Por tanto, la tendencia dominante en Europa es hacia una imposición cada vez más regresiva e injusta, que crea sociedades desiguales y crecientemente conflictivas.

En definitiva, estamos asistiendo a una evolución que tiende a que las empresas reduzcan su contribución fiscal a la sociedad, al tiempo que parte de estas reducciones de los ingresos del Estado se está compensando gracias a los impuestos indirectos al consumo. Mientras que se compromete el mantenimiento del Estado del Bienestar, es más que discutible que este esfuerzo se esté traduciendo en inversión y crecimiento de la economía, más bien las cifras indican lo contrario. Si a ello le sumamos que tampoco estamos asistiendo a un destacable viraje en las estrategias de las empresas hacia la consecución de los ODS, cabe preguntarse consecuentemente si la responsabilidad social de estas avanza en la buena dirección.

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Ramiro Feijoo es colaborador del Observatorio de Responsabilidad Social Corporativa, ONG miembro de la Plataforma por la Justicia Fiscal española.

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