observatoriosociallacaixa, Diciembre 2016
Mujeres e inmigración extranjera en la reproducción de las economías agrarias y de las sociedades rurales
La globalización económica y los procesos de urbanización de las formas de vida han impactado en las economías agrarias y las comunidades rurales de todo el mundo. Las culturas precapitalistas vigentes en las sociedades agrarias hasta mediados del siglo XX han sido transformadas por un sistema económico que ha situado la industria y las ciudades en el centro de la actividad económica y ha relegado la agricultura y las zonas rurales a una posición marginal. Las sociedades se han ido incorporando a la lógica del capitalismo industrial y posindustrial en distintos momentos de los siglos XX y XXI, y la consecuencia más inmediata de este proceso ha sido la activación de las movilidades humanas. Se trata de fenómenos ampliamente estudiados por las ciencias sociales y la economía política: la implantación del sistema capitalista exige la integración de los mercados de capitales, de trabajadores y de mercancías. Más eufemísticamente, hoy utilizamos la expresión cadenas globales, que conectan y movilizan recursos financieros, trabajadores y productos por todo el mundo.
Las inmigraciones han sido estudiadas, en los contextos de llegada, como un fenómeno urbano y desde las ciudades. Las realidades migratorias de las distintas ruralidades del mundo desarrollado a menudo quedaban fuera de la mirada del científico, una carencia que en los últimos años ha empezado a compensarse. Es el caso de dos libros de publicación muy reciente que abordan las migraciones a las áreas rurales y agrarias de Europa y el Mediterráneo desde dos perspectivas diferentes y complementarias. El primero, editado por Alessandra Corrado, Carlos de Castro y Domenico Perrotta, Migration and agriculture. Mobility and change in the Mediterranean area, analiza las transformaciones del sistema agroalimentario en el Mediterráneo. Contiene 19 aportaciones, basadas en investigaciones locales, que interpretan la inmigración de trabajadores extranjeros como una pieza clave del proceso de adaptación de las explotaciones agrarias del área mediterránea a las condiciones económicas de los mercados agroalimentarios globales. El segundo libro, compilado por Karin West, Women and migration in rural Europe. Labour, markets, representations and policies, reúne 12 aportaciones que presentan –desde la doble perspectiva de los estudios rurales y de género– las zonas rurales europeas como espacios de emigración, especialmente de mujeres jóvenes que, desde circunstancias personales y locales diversas, toman la decisión migratoria de quedarse o marchar.
Los dos estudios nos acercan a las movilidades provocadas por la economía globalizada, que inciden en la sociedad rural y agraria desde las dos vertientes del fenómeno migratorio: la huida de las mujeres de las zonas rurales europeas debido a la falta de oportunidades vitales, y la llegada de trabajadores extranjeros que encuentran trabajo en un sector agrario mediterráneo que se aprovecha de su vulnerabilidad. Las condiciones estructurales que impone el sistema de mercado y que impulsan a la movilidad son las mismas en todo el mundo; solo el estudio de las realidades locales –a las que nos acercan de forma espléndida ambos libros– nos permite captar la complejidad de la combinación de estructuras y de sistemas de representación social con las que debemos abordar la investigación, tanto de las ruralidades como de las movilidades en el mundo actual.
El fenómeno migratorio presenta dos vertientes: la huida de las mujeres de las zonas rurales europeas debido a la falta de oportunidades vitales, y la llegada de trabajadores extranjeros que encuentran trabajo en un sector agrario mediterráneo que se aprovecha de su vulnerabilidad
El libro de Corrado et al. parte del argumento de que los cambios en el sistema de producción, distribución y consumo de alimentos están estrechamente ligados a la movilidad interna y a la transnacional. Las políticas neoliberales y los mercados globalizados han empobrecido a los campesinos del mundo entero y han propiciado su emigración para convertirse en trabajadores eventuales de pequeños y medianos agricultores, que los explotan para resistir a las condiciones impuestas por el propio sistema que ha provocado la emigración de los trabajadores extranjeros. Según los autores, en el «régimen agroalimentario» actual, las cadenas globales de supermercados ejercen un control absoluto sobre el circuito de producción, distribución y consumo de alimentos. Los pequeños productores agrarios, muy extendidos en el sur de Europa, resuelven la rentabilidad de las explotaciones reduciendo los costes de mano de obra y empleando a trabajadores migrantes. Los productos destinados a la exportación y producidos en distintos puntos del Mediterráneo –la fresa de Huelva y del Peloponeso, los cítricos de Valencia y de Calabria, los tomates del norte y del sur de Italia, los vinos de Burdeos, los quesos del valle del Po o las hortalizas de Murcia y Almería– son cosechados por inmigrantes marroquíes, punyabíes, ecuatorianos, argelinos, polacos o rumanos, que conforman la fuerza de trabajo que hace posible los ciclos de producción y transformación de los alimentos.
La llegada de los trabajadores migrantes a las zonas rurales vuelve a poner en evidencia las desigualdades sociales, sobre todo en el caso de las mujeres, porque acceden a un mercado de trabajo desprestigiado, duro y mal remunerado que ha sido abandonado por los segmentos de población local más débiles: mujeres y asalariados. El libro compilado por Wiest nos recuerda que las mujeres fueron de las primeras en abandonar las zonas rurales y que siguen marchándose de ellas debido a las escasas oportunidades laborales y de promoción social que ofrecen, y porque los modelos patriarcales que las subordinan a los hombres siguen estando vigentes. Al mismo tiempo, los inmigrantes extranjeros llegan a estas áreas rurales, particularmente allí donde se desarrollan actividades agrarias productivistas que pueden proporcionarles trabajo. Pero las zonas desagrarizadas o económicamente desfavorecidas siguen sufriendo problemas de despoblación y masculinización por el abandono de la población local, en especial de las mujeres.
Las zonas rurales ricas y diversas atraen a la población inmigrada extranjera y favorecen la permanencia de las mujeres en los pueblos, pero la nacionalidad, el género y los derechos de ciudadanía siguen segmentando a las comunidades rurales
Las áreas rurales europeas necesitan fijar a su población y atraer a nuevos pobladores. Tanto Corrado et al. como Wiest dedican su atención al análisis del impacto de las políticas públicas en los flujos migratorios en las zonas rurales: las políticas migratorias, las políticas de desarrollo rural y las de igualdad. Por lo que respecta a las políticas de extranjería, las investigaciones locales llevadas a cabo en el área del Mediterráneo, una zona extremadamente sensible al paso de personas migrantes y refugiadas, evidencian que las políticas migratorias de los estados europeos están al servicio de las necesidades de los mercados de trabajo. Los sistemas de intermediación laboral y de contratación en origen son un ejemplo de ello, así como las políticas encaminadas a dificultar el acceso a la plena ciudadanía, ya que estas barreras perpetúan la vulnerabilidad de los trabajadores extranjeros. Los migrantes son el eslabón más débil y por ello van a parar a un mercado de trabajo segmentado desde el punto de vista étnico, de género y de derechos de ciudadanía. En palabras de Gadea, Pedreño y De Castro, autores de uno de los capítulos del libro de Corrado, se trata de conformar un ejército de reserva de trabajadores ociosos y dóciles que estén siempre disponibles.
Las políticas de extranjería contribuyen a la existencia de un mercado laboral agrario segmentado y, por lo tanto, a la llegada de población extranjera a las zonas rurales para emplearse en la agricultura. ¿Cómo contribuyen las políticas de desarrollo rural y las políticas de igualdad a la regulación migratoria de la ruralidad? Ambas políticas han sido desplegadas por la Política Agrícola Común de la Unión Europea en las áreas rurales desfavorecidas, que son las que no han desarrollado agriculturas intensivas como las que describen los autores del libro de Corrado. Por cierto que este volumen ya advierte de que no se ocupa del papel que puede tener la inmigración extranjera que también ha llegado a las agriculturas extensivas y a las zonas rurales menos desarrolladas.
En los entornos más desfavorecidos de las zonas rurales europeas –argumentan los autores del libro editado por Wiest–, las citadas políticas de desarrollo no han podido frenar las pérdidas de población. ¿Por qué las mujeres siguen abandonando los pueblos? Para interpretar las decisiones migratorias de las mujeres, los autores toman en consideración tanto los contextos políticos y estructurales (políticas públicas, mercados de trabajo…) en que transcurren las vidas de las mujeres como los sistemas de representación que construyen los imaginarios culturales sobre la ruralidad y las relaciones de poder que se establecen entre las masculinidades y las feminidades rurales. La conclusión más importante es que para acabar con los modelos culturales de desigualdad de género que aún hoy subordinan a las mujeres e impiden que vivan sus vidas en condiciones de igualdad de oportunidades respecto a los hombres, es necesario que las políticas de igualdad estén muy presentes en las áreas rurales. Los investigadores alertan de que, a pesar del discurso emancipatorio, incluso las mujeres con estudios superiores reproducen los roles de género y las ideas de sumisión y sacrificio.
Los autores están de acuerdo en que hay que seguir avanzando en las políticas públicas de igualdad y reorientarlas como verdaderas políticas de desarrollo de las zonas rurales, por lo que proponen garantizar el transporte para igualar las condiciones de movilidad de hombres y mujeres, descentralizar la educación superior, crear infraestructuras de atención a la población dependiente para liberar a las mujeres de las tareas de cuidado e invertir en el desarrollo de servicios con el fin de mejorar la empleabilidad de las mujeres y estimularlas para el emprendimiento.
Hay que seguir avanzando en las políticas públicas de igualdad y reorientarlas como verdaderas políticas de desarrollo de las zonas rurales
Habría sido interesante que las aportaciones de Wiest afrontaran también el estudio de la situación de las mujeres extranjeras llegadas a los pueblos, pues tienen aún menos oportunidades que las autóctonas porque acumulan más factores de discriminación (mujeres rurales, inmigradas y empleadas en trabajos precarizados). El libro de Alessandra Corrado et al. sí que aborda la situación de desigualdad que sufren las mujeres inmigrantes, a menudo contratadas en origen, que trabajan en el campo y en el sector agroindustrial de los países mediterráneos. Son mujeres rurales afectadas por las políticas de extranjería y que difícilmente se ven favorecidas por las iniciativas que impulsan la igualdad de género.
Las zonas rurales ricas y diversas atraen a la población inmigrada extranjera y favorecen la permanencia de las mujeres en los pueblos, pero la nacionalidad, el género y los derechos de ciudadanía siguen segmentando a las comunidades rurales. Las zonas rurales son atractivas porque ofrecen calidad de vida, pero deben serlo también las condiciones laborales y los recursos y servicios que ofrecen a la población residente. Las mujeres se quedarán y los inmigrantes extranjeros se sentirán atraídos a establecerse en ellas, más allá de la necesidad, solo si encuentran condiciones laborales dignas y si pueden acceder al empleo en igualdad de oportunidades.
K. Wiest (ed.) (2016): Women and migration in rural Europe, Houndmills (Basingstoke, Hampshire) y Nueva York: Palgrave Macmillan
A. Corrado, C. de Castro y D. Perrotta (eds.) (2017): Migration and agriculture: mobility and change in the Mediterranean area, Abingdon (Oxfordshire) y Nueva York: Routledge