Los límites de la persuasión política: una invitación a la modestia

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agendapublica, El Peridódico, 1 enero 2018

Quienes trasladamos nuestras opiniones y tenemos la vana aspiración de aportar elementos al debate público asumimos un supuesto excesivamente simple. La gente atiende a buenos argumentos. Creemos que el mejor argumento, el más cabal y razonado, el que reúne la evidencia más sólida, prevalecerá frente planteamientos falaces, débilmente razonados o desprovistos de fundamentación empírica.

A la hora de abordar la cuestión catalana, son muchos los que creen que se debe librar una batalla contra el oscurantismo para convencer a los independentistas de que cejen en su actitud, exponiéndolos a “la verdad”. Es cuestión de tiempo el que sucumban a la fuerza del mejor argumento. Se señala a menudo que es imperativo desmontar sus mitos y falacias, cultivados por intelectuales y propagandistas, y reproducidos dentro de un sistema educativo que adoctrina o por unos medios de comunicación que ofrecen información sesgada y manipuladora.  Si se replica a las falsedades y distorsiones del nacionalismo con determinación y acierto, éstas terminarán cayendo por su propio peso y muchas personas que andaban cegadas acabarán viendo la luz y rectificarán.

Subyace en este planteamiento un gran optimismo antropológico. Sin embargo, décadas de investigación ponen de manifiesto que las premisas en que se basan esas creencias son, cuanto menos, cuestionables. Los individuos no sucumben fácilmente a información que contradice sus esquemas o marcos mentales si esta información proviene de fuentes que consideran “sospechosas”  o es puesta en entredicho por otros informantes que corroboran esos prejuicios.

Volúmenes ingentes de investigación en psicología cognitiva acreditan que muchos mensajes lanzados estratégicamente para provocar un cambio de actitud o comportamiento generan efectos contrarios a los que se pretendía ocasionar. Es lo que se conoce como efecto boomerang.

Los efectos boomerang explican por qué muchas campañas de información y sensibilización (que persiguen promocionar comportamientos saludables o prevenir conductas de riesgo, alentar actitudes pro-sociales o fomentar el consumo de ciertos productos y evitar el de otros) fracasan. Los mecanismos detrás de los efectos boomerang son diversos y complejos. Por ejemplo, si un intento de persuasión plantea una amenaza a la libre elección de una persona, la reacción en forma de pensamientos y emociones negativas puede malograr esa iniciativa, y las personas pueden terminar endureciendo su postura inicial  (reactancia psicológica).

Otras veces el efecto boomerang es resultado no querido de poner en el foco (priming)  realidades que de otro modo no hubieran captado la atención del individuo y entrado en la evaluación. En un perturbador estudio sobre actitudes hacia la pena de muerte, basado en una encuesta-experimento, Mark Peffley y John Hurwitz mostraron que el apoyo de los blancos a la pena capital en Estados Unidos aumentaba cuando se les había informado previamente de que estaba demostrado que la sentencia se aplicaba de manera discriminatoria contra las personas de color.

Muchas veces los contenidos de los mensajes suscitan asociaciones no buscadas con otras piezas de información que el individuo tiene en la cabeza, provocando reacciones colaterales que desactivan el fin original del mensaje. Un mensaje que en principio iba destinado a cambiar un hábito perjudicial (por ejemplo tomar drogas en la adolescencia) puede inducir ese comportamiento entre jóvenes que nunca se habían planteado incurrir en él al sugerir que es una conducta socialmente extendida entre la juventud y aprobada en circuitos prestigiosos (“que molan”).

En psicología política se han realizado experimentos que describen interesantes efectos boomerang.  Brendan Nyhan y Jason Reifler, por ejemplo, expusieron a dos grupos de sujetos experimentales a textos que incluían las mismas declaraciones de George W. Bush sobre la necesidad de intervenir en Iraq para combatir el riesgo que representaban la existencia de armas de destrucción masiva. En el texto administrado a uno de los grupos se señalaba a continuación que un amplio y concienzudo  trabajo de revisión de las decisiones tomadas en relación a la intervención en Iraq –el Informe Duelfer—había determinado que no existían pruebas de que Iraq hubiera desarrollado ningún programa de armas de destrucción masiva ni dispusiera de ningún tipo de arsenal oculto (en la versión administrada al grupo de “control” se omitía esta segunda parte).

Después de administrarles los textos, los individuos fueron preguntados si creían que Iraq disponía de este tipo de armas, la capacidad de producirlas  y había desarrollado un programa para hacerlo. Las respuestas evidenciaron efectos boomerang entre participantes que se emplazaban en posiciones conservadoras en la escala ideológica. Así, las personas conservadoras que había leído el texto que incluía información sobre el informe Duelfer se declararon más convencidas de que esas armas existían que las personas con la misma afinidad ideológica en el primer grupo. Habían desarrollado la mencionada reactancia psicológica.

Los filtros ideológicos tienen un poder inmenso en el modo en que gestionamos información, hasta el punto de provocar que nos comportemos como verdaderos idiotas. Así lo acredita un interesante experimento de Dan Kahan, Ellen Peters, Erica C. Dawson y Paul Slovic. En el estudio, Kahan y sus colaboradores administraban un pequeño cuestionario político y un ejercicio matemático a una muestra de 1111 estadounidenses. Aunque el ejercicio matemático tenía la misma estructura para todo el mundo, el relato en que se inscribía no era el mismo.

Mientras una parte de la muestra era invitada a resolver un problema que requería realizar un cálculo de proporciones para averiguar si un tratamiento contra manchas cutáneas era efectivo, otra parte de la muestra era invitada a resolver el mismo problema en el marco de una versión “politizada”. Lo que se trataba de determinar, en esta segunda versión, era si la prohibición de llevar armas encima, adoptada en distintas ciudades, aumentó o disminuyó el crimen en esos lugares. Dos narrativas distintas para dar cobertura a un problema matemático idéntico, tanto por su estructura como por las cifras que los participantes en el estudio debían manejar en sus cálculos.

Las respuestas ofrecidas por los participantes fueron extremadamente llamativas. Cuando eran expuestos a la versión “despolitizada” (sobre el tratamiento cutáneo)  el factor principal que explicaba la probabilidad de acierto del participante eran sus competencias matemáticas previas. No se advertían diferencias políticas de ninguna índole: progresistas y conservadores presentaban la misma tasa de aciertos.

No sucedía lo mismo entre los sujetos expuestos a la versión “politizada” (sobre control de armas). En este caso, los participantes tendían a ofrecer respuestas consistentes con sus identidades políticas. Los progresistas tendían a sobreestimar la efectividad de la prohibición y los conservadores a infraestimarla.  Más llamativo todavía es el hecho de que los individuos con mayores competencias matemáticas tendían a divergir más en función de sus identidades políticas. Paradójicamente tener mayores competencias matemáticas no les facilitaba resolver el problema correctamente cuando hacerlo significaba traicionar sus “predisposiciones políticas”. La gente no utilizaba su raciocinio para obtener la respuesta correcta; estaban razonando para obtener la respuesta que políticamente les gustaría que fuera correcta.

Pero la ideología no lo explica todo. Como hemos señalado antes, los efectos boomerang se producen también como producto de dinámicas de priming.  En otro estudio reciente realizado durante la campaña electoral francesa, Oscar Barrera, Sergei Guriev, Emeric Henry y Ekaterina Zhuravskaya  evidencian que la gente tiende a aceptar planteamientos populistas basados en información falsa, aunque a continuación se les ofrezca información oficial que la contradice. En su estudio, una muestra representativa de 2480 franceses eran asignados aleatoriamente a cuatro grupos, a tres de los cuáles se ofrecía información diferente sobre la realidad de los refugiados en Francia.

Al primero se le daba a leer unas declaraciones de la líder del Frente Nacional, Marine Le Pen, con información falsa sobre el perfil de los refugiados (hechos alternativos). Los entrevistados del segundo grupo leían esas declaraciones e información oficial que las desmentía (hechos alternativos y hechos reales). El tercero leía exclusivamente la información oficial (hechos reales). Y el cuarto no era expuesto a ningún tipo de información. Su hallazgo principal es que el grupo expuesto a los “hechos alternativos”  mostraba una probabilidad más alta de votar a Marine Le Pen tras leer esa información, pero sorprendentemente esa probabilidad se incrementaba en la misma medida en el grupo al que se le ofrecía a continuación la información oficial que rectificaba a Le Pen.

Es más, el trabajo de Barrera y colaboradores evidencia que la mera exposición de los sujetos experimentales al asunto de los refugiados –utilizando solo información oficial en el tercer grupo–  afecta al voto. Es suficiente para provocar un ligero incremento de la probabilidad de declarar que se va a votar a Le Pen respecto al grupo de control –a cuyos miembros simplemente se les solicita su intención de voto, sin mención alguna al tema. Dicho de otro modo, otorgar prominencia a una cuestión controvertida como la de los refugiados, ofreciendo información rigurosa para contrarrestar “hechos alternativos” ampliamente difundidos, puede jugar a favor de los emisores populistas de esos mensajes.

Con ello no estoy queriendo decir que debemos renunciar a persuadir a colectivos que abrazan ideas falaces, pero sí estoy invitando a que seamos más modestos en nuestras pretensiones,  y cautelosos para evitar producir el efecto contrario al que deseamos. En las preferencias y actitudes políticas de los individuos cristaliza un gran número de experiencias biográficas e influencias externas, que configuran identidades generalmente bastante consistentes. Pensar que se las va a sacar del error desmintiéndolos o aportando nueva información es una ingenuidad. Sus dispositivos cognitivos están predispuestos a aceptar gustosamente ciertas evidencias consistentes con sus juicios e identidades políticas (sesgo de confirmación) y descartar y reaccionar virulentamente contra otras que resultan disonantes. Por si esto fuera poco, empeñarse en corregir errores de los demás, ayudando a que un tema adquiera prominencia,  puede contribuir a encastillarlos en sus posturas.

Si reconociéramos esas limitaciones quizás revisaríamos los tertulianos a los que escuchamos, los intelectuales a los que prestamos atención y, en última instancia, los políticos a los que elegimos.

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