Eixo Atlântico, 16 julio de 2021.
La cuestión de los “valores” se ha convertido en tiempos recientes en uno de los diferendos políticos e ideológicos de mayor enjundia en la relación China-Occidente. De una parte, al constatarse la enorme importancia adquirida por China en dimensiones relevantes del poder internacional, ya hablemos de la economía, el comercio, la competitividad, etc., y la reducción acelerada de la brecha que separa, por ejemplo, a China de EEUU, con un despegue tecnológico que provoca tanto asombro como estupor, no falta quien se pregunte acerca de la identidad, naturaleza y valores apadrinados por un país que pronto podría desplazar a Occidente de la hegemonía global. Así, la desconfianza, cuando no la crítica acusatoria abierta, justifica el fomento en lo político de alianzas “basadas en valores” como estrategia para contener el avance chino y asegurar la supremacía de los ideales liberales; pero también en lo económico, abunda en llamamientos a un desacoplamiento para aligerar la interdependencia aun a costa de desdecirse de los parámetros básicos de la mundialización. Los valores, junto a la seguridad, son las dos caras de una misma moneda: la contención de China y su conceptualización como amenaza existencial para Occidente.