Ana Rodríguez Ruano
Relaciones de cuidados y autonomía personal.
Ponencia presentada en las VIII Jornadas de Pensamiento Crítico en el curso de una sesión consagrada a dar cuenta de los trabajos de investigadoras jóvenes. Página Abierta, 206, enero-febrero de 2010.
Empiezo a interesarme por las estrategias para la prestación de los cuidados, por cómo cada hogar de cada ciudad, pueblo, municipio, se organiza para asegurar la realización del llamado “trabajo doméstico”. Que, dentro de la complejidad que subyace a este trabajo, lo entiendo como las tareas y organización orientadas a atender las necesidades de cuidados de las personas que conforman ese hogar; centrándome en las denominadas “dependientes”, los niños y niñas y las personas mayores, aunque también me interesan personas con discapacidad o enfermedad.
Es decir, quiero saber qué estrategias se utilizan para prestar esos cuidados, y a quiénes implican dichas estrategias, tanto en el interior de un hogar como fuera, y qué nos cuentan estas dos cuestiones sobre nuestro sistema sociocultural y los modelos de género vigentes en él.
El contexto en el que he trabajado más hasta ahora es el español, y en particular, primero en Andalucía y luego en Canarias. Y para orientar mis preguntas he partido de lo siguiente:
– El trabajo doméstico y de cuidados ha ido tomando cierto protagonismo en el discurso social y político, pero en la práctica continúa siendo un trabajo minimizado, sin gratificación (más allá de la personal que pueda encontrar quien lleva a cabo esa tarea, pero casi nula en lo social) y sin apoyo real.
- Se ha producido un desequilibrio en parte de la dedicación al trabajo doméstico. A raíz de los cambios sociales que hacen que, por un lado, sea imprescindible la incorporación laboral de las mujeres, y que, por otro, los modelos familiares se diversifiquen, se produce un desequilibrio, se rompe (en parte) el sistema establecido, en el que los roles estaban claramente delimitados (hombre cabeza de familia, mantenedor, “traedor de pan”, versus mujer cuidadora, “ángel del hogar”...) Esto no quiere decir que, en general, no sigan siendo ellas las que dentro del hogar asuman el grueso del trabajo doméstico y de cuidados (tanto en la realización de tareas como en la organización de éstas), aunque los hombres hayan dado pasos en estos aspectos. Pero lo cierto es que se empieza a hablar de “doble jornada”, y hasta de triple: la laboral, la de la casa, la del cuidado a los demás y la del autocuidado...
El “equilibrio” generalizado de antaño ya no se da, especialmente cuando hablamos de familias de clase media. Y ese problema familiar particular se convierte en una cuestión social; y esto lo quiero subrayar porque ejemplifica a la perfección lo que me interesa estudiar: de qué manera cada hogar, cada mujer y hombre, tratan de resolver el problema de no poder llenar los tiempos de cuidado de sus hijos, y cómo empiezan a buscar alternativas, dentro de sus posibilidades vitales, para asegurar que se ejerza ese cuidado.
Esas estrategias individuales, separadas, sin finalidad reivindicativa, finalmente se van sumando y hacen que se opere un cambio o que, al menos, salga a la palestra una nueva problemática social, que debe ser atendida desde las entidades políticas. Las abuelas que cuidan de sus nietos no se han manifestado para decir que están hartas, o que quieren participar en el cuidado, pero con ayudas. Sin embargo, cada cierto tiempo sale en algún medio de comunicación el papel de esta figura, básico para que las parejas continúen en el mercado laboral. Esto supone un cambio, ninguna familia seguramente tenía por objetivo esto, simplemente buscaba solucionarse sus problemas, que cuidaran a sus niños, que hubiera flexibilidad de horarios, que estuviera abierto las 24 horas de los 365 días del año, que hubiera confianza, y que no les costara la mitad del sueldo…, y de ahí aparece la figura de la abuela cuidadora. En palabras de Dolores Juliano (1998), se trata de respuestas cotidianas que conforman una resistencia latente.
Por todo ello, empieza a aparecer ese discurso político relativo a la “conciliación de la vida familiar, personal y laboral”, un discurso muy viciado, que presenta el problema como personal, de “cada hogar”, cuando se trata de un problema de organización social.
- A pesar de que este hecho, la irrupción pública de la problemática del cuidado, hace que tome relevancia en la agenda política, en los medios de comunicación, en todas las esferas, lo que supone un logro (pongamos como ejemplo la Ley de Dependencia o los avances en servicios de conciliación). Aunque lo cierto es que se trata de soluciones parciales, que no atajan el problema de fondo, y hacen que se produzca lo que se ha dado en llamar “crisis de los cuidados”. Es decir, se habla más que nunca de ellos, pero no se sabe cómo solucionar este entramado. Hay generaciones “sándwich”, de mujeres de mediana edad, que se han encontrado cuidando a sus padres y a sus propios hijos o nietos; aún hay muchas mujeres que dejan el trabajo remunerado, o reducen su jornada, para solucionar estas situaciones, con la consecuente merma de sus derechos sociales (paro, jubilación, etc.).
Otra muestra de este proceso deficitario es la tendencia mayoritaria a la externalización de los cuidados hacia el colectivo de inmigrantes dentro de la economía sumergida. Externalización que, según Izquierdo (2003), ocupa un cuarto lugar, después del Estado, del mercado y de los hombres. Es la que se produce desde las mujeres occidentales, responsabilizadas socialmente de los cuidados, hacia las mujeres inmigrantes, conformando de este modo lo que Gregorio (2005) explica como la “dominación mujer-mujer”. Es decir, la mujer occidental, como clase dominante en esta relación, desplaza la responsabilidad producto del sistema de género desigualitario hacia una persona que “encarna” una desigualdad aún mayor, suma de tres condiciones, de género, de clase y de etnia.
Este desequilibrio en los cuidados, en la realización de los cuidados, se da por un desigual reparto de trabajo entre mujeres y hombres dentro de cada hogar; pero, tal y como explica Cristina Carrasco (2003), también por una organización macrosocial capitalista, claramente deficitaria y generadora de bastante desigualdad, que privilegia el tiempo dedicado al empleo por encima de todo; o lo que es lo mismo, que privilegia la producción mercantilista y deja para los resquicios la resolución de necesidades humanas de cuidado.
Las necesidades de la reproducción siguen teniendo que resolverse en la “intimidad del hogar”, en lo no visible de la sociedad, en lo que no se legisla. Por eso, en el discurso de la conciliación subyace una falacia, porque lleva implícita la idea de que la desigualdad que el propio sistema productivo genera debe ser resuelta en el interior del hogar, y de que se trata, por tanto, de un problema personal, y de mujeres. Este sistema de marcado carácter productivista crea o potencia unos modelos de atención a la dependencia claramente deficitarios.
Esta impronta, además, es palpable en la vida social, tanto si hablamos de tiempo como de espacio (dos variables básicas cuando hablamos de cuidados). En relación con el tiempo, por ejemplo, en los horarios de trabajo, que mayoritariamente ocupan el grueso de cada día, y que en muchas ocasiones hacen que se tenga que dejar para el tiempo sobrante la resolución de necesidades de este tipo. Y a no ser que se tenga una buena relación, y se pidan “favores”, se lleguen a acuerdos, o incluso se hagan trampas, son difícilmente resueltas durante la jornada laboral. Se trata, pues, de un tiempo fragmentado, y jerarquizado, que supone una vivencia dividida, en el que lo primordial es el tiempo para producir, y lo secundario es el tiempo de cuidados (hacia los demás y hacia uno mismo).
Y en relación con el espacio, no hay más que mirar las ciudades (sobre todo) y los pueblos para darnos cuenta de que no están mínimamente pensados para la atención a la dependencia. Los accesos a los edificios, el protagonismo de los coches… Los espacios públicos no están pensados para satisfacer necesidades de cuidados o relativas a la dependencia. En esta línea podemos encontrar las demandas de las personas que van en sillas de ruedas (rampas, “guaguas” adaptadas, etc.), pero también estamos hablando de accesibilidad para personas con carritos, de espacios habilitados para amamantar a un bebé, o para cambiarle, de la accesibilidad desde la diversidad funcional.
Marco teórico y metodología
Visto lo expuesto hasta ahora, se puede vislumbrar que, desde una óptica antropológica, el hogar es un espacio de reproducción intra e intergeneracional, pero también de negociación y conflicto constante, que conforma y define en gran medida los cambios producidos en un sistema cultural.
Si a ello unimos el enfoque feminista, que aporta su visión constructivista del sistema sexo-género, nos encontramos con que en el hogar se ubica una enorme potencialidad para operar cambios en las relaciones de género, que pueden conducir a la consecución de la igualdad y, claro está, al contrario, conducir a la perpetuación de la segregación sexual.
La realidad nos revela que las fronteras entre lo privado y lo público no están definidas estáticamente. Esta afirmación, puesta sobre el tapete por las teorías de la producción y la reproducción, nos permite comprender que, situándonos en una línea imaginaria en la que el hogar fuera un polo (el de mayor “privacidad”), y el Estado/mercado fuera el otro (el de mayor presencia pública), existen una infinidad de puntos intermedios que entrañan diferentes implicaciones de uno y otro sector, pero que en todos los casos suponen una participación conjunta (en mayor o menor grado) de ambos polos. Y es que lo que ocurre en lo público afecta a lo privado, pero también viceversa.
En el caso concreto que nos ocupa, las formas diferenciales de organizar el cuidado desde la cotidianidad de cada hogar nos van a revelar claves centrales para interpretar qué cambios materiales y simbólicos se están dando en el sistema de género vigente y qué elementos permanecen sin alterarse. La mirada hacia esas respuestas cotidianas, esas resistencias latentes desarrolladas en el seno de un modelo cultural son las que pueden desvelarnos de qué formas el discurso hegemónico es asumido o contestado por los agentes sociales.
Como ya he adelantado, estas respuestas se caracterizan por no ser organizadas de forma grupal, ni tampoco persiguen, de partida, un objetivo contestatario. Son simplemente estrategias de organización de la vida cotidiana, estrategias esporádicas, no articuladas, que buscan como objetivo inmediato la solución a una situación, “hacer-se la vida más llevadera”. Desde los discursos feministas ilustrados pueden ser tomadas como respuestas de asunción del orden social. Sin embargo, encierran un potencial cuestionador enorme, y gran parte de su potencial radica precisamente en esa invisibilidad, en esa apariencia de sumisión que mantiene despreocupadas a las clases dominantes. Ahí encontramos la importancia de atender a estas estrategias.
Las diferentes respuestas de organización de los cuidados ejercidos en y desde el hogar, que son articuladas por diferentes familias y que persiguen, en mayor o menor medida, solucionar las cuestiones de cuidados, nos hablan de la forma en que el sistema es afectado por las estrategias de los hogares. Estrechamente relacionado con ello, nos habla también de la capacidad de “agencia” (*), más o menos consciente, de los agentes intervinientes en el cuidado para operar cambios en el sistema cultural. Y además, con ello, no tratan los cuidados como una realidad opresora y eminentemente negativa, sino que realizan una mirada desde una óptica diferencialista, que busca poner de relieve la importancia de las tareas de cuidados. Por último, la búsqueda de esa diversidad implica valorar las diferentes fórmulas establecidas por las distintas personas y detenerse a estudiar sus fortalezas.
Adoptar esta visión nos puede revelar de qué forma una cultura unívoca es significada y resignificada constantemente por las personas que no sólo son parte de ella, sino que además la conforman y modelan. En ello se basa la importancia de tener en cuenta las reacciones de las diferentes mujeres ante su realidad social. Por ello me interesa la variabilidad de opiniones y discursos acerca de las formas de actuación, organización, y si se diera, reivindicación, más o menos activa y consciente, que se producen en el ejercicio de los trabajos de cuidados; y, a partir de ahí, cómo estas prácticas y discursos influyen en el sistema de género operante, y en última instancia, en los modelos culturales hegemónicos, y, sobre todo, cómo los cuestionan y reformulan.
La metodología que se revela más adecuada para acceder a la información que buscamos es la propia de la antropología, la metodología etnográfica. Por varios motivos, ya que nos permite indagar en una realidad concreta y tener una diversidad de puntos de vista.
Nos ofrece la posibilidad de captar y entender el mundo social como un espacio de modos variados de considerar los asuntos, de representaciones múltiples, complejas y, a menudo, contradictorias, a través de las cuales los/as agentes sociales se acomodan en contextos específicos y se definen en marcos de acción. Asimismo, podremos acceder a una pluralidad de interpretaciones evitando las lecturas únicas y abordando un hecho social de una forma holística. Implica, además, una disposición de extrañamiento en relación con el objeto estudiado, es decir, precisa de un ejercicio de distanciamiento con respecto al discurso y la práctica de la vida cotidiana, a los criterios implícitos de normalidad que se aplican en toda práctica social para convertirlos en objetos de investigación.
Por último, la metodología etnográfica supone una concepción de la vida social como modelada por las acciones, y no configurada por estructuras rígidas y, consecuentemente, considera a los actores sociales no como meros reproductores de éstas, sino como sujetos portadores y ejecutores de “agencia”, con potencialidad cuestionadora de los sistemas vigentes.
Por ello, la adopción de la etnografía es la más coherente con el objeto planteado, y el marco teórico que nos guía. El empleo de esta metodología y de sus técnicas (en las que destaca especialmente la observación participante, que permite asistir al discurso habitual de los agentes, es decir, al discurso más espontáneo) supone la forma más adecuada, en principio, de tener acceso a esa heterogeneidad y esa cotidianidad en la prestación de los cuidados desde diferentes hogares, y planteados por diferentes mujeres.
Algunas conclusiones
En este camino, he ido acumulando una serie de conclusiones (transitorias, en pañales), así que si se quiere, podemos decir que son ideas que me han surgido de mi trabajo, que han cuestionado o matizado ciertas prenociones de las que partía. Y ni que decir tiene que esto me ha afectado no sólo en mi trabajo de investigación, como investigadora, sino como persona.
Algunas de estas ideas son:
1. Debo cuestionar el concepto de dependencia que manejo. Esto no es algo que haya descubierto, lo han dicho varias autoras y autores. Pero no hace mucho he sido consciente de la necesidad de incorporarlo a mi análisis de forma transversal. No puedo hablar de personas dependientes frente a personas cuidadoras (aunque lo haya estado haciendo hasta ahora, por causas expositivas). Es necesario que veamos la realidad de los cuidados como de ida y vuelta constantemente, dinámica, y que, bajo la perspectiva en la que me quiero situar, tengamos en cuenta que todas las personas precisamos que nos cuiden, y cuidar. Esto no quiere decir que no haya situaciones en las que se requiera un mayor cuidado, o más específico o profesional, pero incluso en ellas debemos atender a los momentos en los que esa relación que parece unidireccional se trastoca, y a qué aporta eso a la cuidadora, o a cómo cuida la parte dependiente a la cuidadora.
2. Esto, si bien es cierto hacia un lado, también lo es hacia el otro. Es decir, puede haber relaciones de cuidados que fomenten una mayor dependencia de la persona cuidada. Se puede dar por necesidad de la cuidadora, por comodidad de la persona cuidada, porque simplemente es lo que han conocido, por una mezcla de todo... Pero es necesario atender hasta qué punto la autonomía (como la dependencia) es configurada por los actores sociales, por asunción de discursos médicos-científicos, por discursos sociales, profesionalizados, etc., y cómo las acciones o relaciones cotidianas de cuidados fomentan, o también cuestionan, esas concepciones.
3. Por todo esto, como ya he adelantado, ahora me parece primordial consultar con la persona cuidada, aunque, en la línea de romper ese binarismo, la entendamos como usuaria de un determinado servicio o recurso de cuidados, o como parte menos activa en esas relaciones mutuas, al menos en las tareas físicas o más directas. Y esto lo subrayo porque antes no me parecía necesario, o ni me lo planteaba. Como consecuencia, en mi trabajo de campo, me voy centrando en personas mayores, o adultas con algún tipo de necesidad que precisen una ayuda constante, aunque esto no implica que no sondee otras realidades, y que la propia observación me revele nuevos frentes de interrogantes.
4. Volviendo a las cuidadoras, he entrevistado, más formal o informalmente, tanto a cuidadoras profesionales, como informales-familiares, y resulta bastante complejo diferenciar los aspectos que se suponen “profesionales” del cuidado de los familiares o puramente humanos. Es decir, estamos hablando de una actividad en la que lo profesional y lo personal se mezclan totalmente, y en ocasiones eso resulta complejo para la que lo está estudiando y para las cuidadoras. Porque a veces hay hijas cuidadoras que necesitarían una mayor formación, pero ni siquiera la piden porque no se atreven a reconocer que no saben cuidar a su padre; y por otro lado, hay cuidadoras profesionales que se llevan el trabajo a casa, que les cuesta mucho desconectar y que demandan explícitamente formación para tener recursos personales para lograrlo.
5. Por último, otra conclusión que he sacado es que podemos tener, y de hecho tenemos, todo el derecho de querer cuidar, que es algo necesario, y que además es un buen modelo de ciudadanía que debería ser extrapolable a todos los niveles y realidades sociales. El cuidarse unos a otros (tanto si están considerados dependientes o no) puede ser un modelo interesante que se puede establecer en la sociedad, en vez de esta idea eminentemente individualista imperante en la actualidad. Y, por tanto, la forma de buscar ejercer ese cuidado mutuo creo que debe ir en la línea de ser lo más compartido posible.
En este sentido, creo que muchas veces el cuidado es negativo porque se está ejerciendo en solitario, de forma intensiva, sin descanso, y de forma inmutable, sin admitir cambios, opiniones, ni siquiera las provenientes de la propia persona cuidada. Una alternativa a esto puede ser el pensar en esas maneras formales e informales de que el cuidado sea compartido entre diversas personas, grupos, recursos, que se base en la accesibilidad y la responsabilidad social de cuidar. En esa línea van las demandas de las posturas analíticas del cuidado que se resumen en la “socialización de los cuidados”.
Por último, hay que reiterar que lo que más me gusta de este trabajo que estoy haciendo, y de este tema, es que te aporta cosas no sólo en lo profesional, en lo concerniente a tu investigación, sino que te hace crecer a nivel personal.
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Ana Rodríguez Ruano es miembro de Acción en Red de Canarias y miembro del grupo de investigación Otras Perspectivas Feministas en Investigación Social, de la Universidad de Granada.
(*) Agencia hace referencia a la acción humana y se inscribe en la teoría de la estructuración de Giddens. Según éste, la realidad social y el cambio social son el resultado de la interrelación permanente y cambiante entre los elementos y factores estructurales –las estructuras– y la acción de las personas en el marco de los límites y posibilidades que establecen dichas estructuras. En ese sentido, Giddens define “agencia” como la capacidad de los sujetos de introducir [en la realidad] una diferencia con respecto a lo esperado, más allá de la determinación estructural. [N. de la R.]
Algunas referencias:
ÁLVAREZ, Aurora; GREGORIO, Carmen; y RODRÍGUEZ, Ana (2008), Estrategias de “apaño” frente a la fragmentación de nuestros tiempos, espacios y trabajos, Congreso de Economía Feminista, Elche.
BOSCH, Anna; CARRASCO, Cristina; y GRAU, Elena (2003), “Verde que te quiero violeta. Encuentros y desencuentros entre feminismo y ecologismo”, en http://cdd.emakumeak.org/ficheros.
CARRASCO, Cristina (Ed.) (1999), Mujeres y economía. Nuevas perspectivas para viejos y nuevos problemas, Barcelona, Icaria.
COMAS, Dolors (1995), Trabajo, género, cultura: la construcción de desigualdades entre hombres y mujeres, Barcelona, Icaria.
GREGORIO, Carmen (1998), Migración femenina. Su impacto en las relaciones de género, Madrid, Narcea.
JULIANO, Dolores (1998), Las que saben...: subculturas de mujeres, Madrid, Horas y Horas.
TORNS, Teresa; BORRÀS, Vicent; y CARRASQUER, Pilar (2003), “La conciliación de la vida laboral y familiar: ¿un horizonte posible?”, Sociología del Trabajo, 50: 111-137.
VV.AA., Actas del Congreso Internacional Emakunde, “Cuidar cuesta: costes y beneficios del cuidado”, San Sebastián, octubre de 2003. En www.sare-emakunde.es
Estudios y experiencia personal
Ana Rodríguez explicó no sólo cuál era el objeto de su investigación, los ejes del análisis y los planteamientos teórico-analíticos, sino su experiencia investigadora y su implicación más personal ante un asunto «que afecta a uno de los aspectos más humanos y, por eso mismo, problemáticos de nuestra sociedad».
A sus estudios iniciales de trabajo social añadió su interés por la antropología social y cultural, y en particular por la antropología de género, completando su formación con la antropología económica, que la hizo preguntarse, en sus palabras, «por la organización microeconómica de los sistemas socioculturales, las pequeñas economías, cómo se organizan los hogares para producir(se) y reproducir(se), qué papeles juegan mujeres y hombres en esa organización», y de qué manera esa organización está influida por la macroeconomía y, a su vez, cómo influye en ese sistema socioeconómico. A esto último suma otras reflexiones incorporadas con los estudios sobre las relaciones entre sistemas y culturas de otras sociedades en el marco de la globalización y los procesos migratorios.
Y cada vez va centrándose más en un aspecto concreto, que le parece vital: la organización del trabajo doméstico y de los cuidados, y el papel que desempeña en la sostenibilidad del sistema social, algo que, confiesa, le había pasado desapercibido. Entonces recuerda su propio entorno familiar, la trayectoria de las mujeres de su familia, sus satisfacciones y frustraciones, la de las distintas trabajadoras domésticas que había conocido, las autóctonas y las inmigrantes, y sus condiciones laborales y personales.
Tras unos años dedicada a la investigación, empieza a trabajar en el ámbito de la intervención social, como trabajadora social, y, por tanto, a tener contacto estrecho en la práctica con mucho de lo que había venido investigando y teorizando. Y aprende que «no es lo mismo teorizar sobre los discursos que escuchas o las prácticas que observas, y analizarlos, que afrontar esa realidad, como agente participante –a veces cómplice– de ese sistema supuesto de “atención social” a la ciudadanía, desde entidades que cumplen una finalidad social y benéfica».
Su charla fue centrándose, a partir de ahí, en sus investigaciones de la realidad de este campo, el marco teórico del que parte y las conclusiones e interrogantes que hasta ahora ha podido extraer. De ello recogemos aquí la mayor parte de su exposición. Dejamos fuera de ella sólo la referida a los agentes intervinientes en los cuidados: “la familia, los servicios públicos y el mercado”; una parte importante de su descripción de la respuesta al problema de “la crisis de los cuidados”.
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