Antonio Duplá
Reconocer a todas las víctimas y todos los
sufrimientos: un déficit histórico en la izquierda
radical
Del libro coordinado por Antonio Duplá y Javier Villanueva, titulado
Con las víctimas del terrorismo, Donosti: Gakoa 2009.
En la cabeza de aquel hombre viejo, sucio y andrajoso reinaba el caos.
Profesaba una moral grotesca y ridícula, al margen de la lucha de clases.
«Allí donde hay violencia, –explicaba Ikónnikov– impera la desgracia y corre la sangre.
He sido testigo de los grandes sufrimientos del pueblo campesino,
aunque la colectivización se hacía en nombre del bien.
Yo no creo en el bien, creo en la bondad».
Vasili Grossman, Vida y destino1
1. Azpeitia como paradigma
El pasado mes de diciembre, ETA asesinaba en Azpeitia a Inaxio Uria, copropietario de una de las empresas concesionarias de las obras del tren de alta velocidad en Guipúzcoa. La conmoción social y política fue enorme, pues la significación política de la víctima venía dada, además de por su cercanía al PNV, por su carácter de responsable de una empresa ligada a un proyecto que ETA considera inaceptable para su Euskal Herria. En la estela de Lemóniz y Leizarán, la banda intervenía en un conflicto social de implicacionesecologistas y aplicaba su «justicia» sumaria y antidemocrática, incluida la pena de muerte inapelable, en supuesta defensa de los intereses del pueblo vasco. La indignación popular fue considerable, e incluso destacados dirigentes del movimiento de oposición al TAV, entre quienes se contaban personajes públicos de la izquierda abertzale oficial, consideraron necesario rechazar públicamente el atentado y criticar la intromisión de ETA en dicho movimiento.2 Lamentablemente, la pancarta de la manifestación contra el TAV convocada en Durango el sábado 7 de diciembre, y en la que algunos de esos mismos firmantes participaron, no hacía la más mínima mención a ETA ni a su última víctima.
AHT Gelditu-Elkarlana, la coordinadora que aglutina a distintos colectivos y personas contrarias al TAV, también hizo pública una declaración algunos días más tarde, que resulta muy interesante como prueba de las limitaciones ético-políticas de toda una corriente social en Euskadi y de su incapacidad para librarse del tutelaje de ETA, cuando no de la aceptación de su papel militar. En ese comunicado, parecen forzados a reconocer el impacto del atentado y a desmarcarse del mismo, para seguidamente reivindicar su actividad y arremeter contra medios de comunicación, dirigentes políticos e instituciones, y acabar recordando las convocatorias de los próximos meses, que al parecer no consideran pertinente desconvocar, ni siquiera las más inmediatas.3 Todo ello sin mencionar a ETA en ningún momento.
Los trágicos acontecimientos de aquella semana sintetizan bien, en mi opinión, varios de los problemas más graves que aquejan a la sociedad vasca, al menos a importantes sectores de la misma, en relación con el rechazo público de ETA y, en particular, con la solidaridad con sus víctimas.
Por esa razón me parecía oportuno iniciar esta reflexión sobre las insuficiencias de una determinada izquierda de este país en relación con los derechos humanos y las víctimas con esta referencia al asesinato de Inaxio Uria en Azpetia y a las diversas reacciones suscitadas.
El texto que sigue pretende analizar las dificultades históricas de esa corriente sociopolítica para asumir plenamente el significado de los derechos humanos y, en consecuencia, distanciarse tajantemente de ETA y solidarizarse sinceramente con sus víctimas. Este análisis es forzosamente parcial y tan sólo pretende apuntar algunas ideas y líneas de reflexión que convendría profundizar. Esa parcialidad deriva en primer lugar de su carácter de reflexiones personales a partir de una determinada experiencia política, la de una militancia de varias décadas en lo que antes se denominaba «extrema izquierda».4 No obstante esa parcialidad, estas notas pueden ayudar, ésa es su intención, a un debate necesario en el plano teórico, y que debería tener implicaciones prácticas en nuestro quehacer cotidiano.
La tesis central es clara: las dificultades, las limitaciones de un determinado sector de la sociedad vasca, vehementemente autosituado en la izquierda, para una condena expresa de ETA y para una solidaridad efectiva con sus víctimas, tienen su explicación, o al menos parte de ella, en ciertas tradiciones político-ideológicas bastante extendidas en nuestro país en las últimas décadas. Me refiero a ciertas tradiciones derivadas de determinado marxismo y determinado nacionalismo, que históricamente han moldeado una deficiente comprensión de los derechos humanos y de la relación entre medios y fines. En última instancia, se trata de una legitimación de la violencia como mecanismo de resolución de conflictos, de funestas consecuencias.
2. Una subcultura de la violencia en la izquierda
La justificación de la violencia revolucionaria ha sido uno de los componentes fundamentales de la cultura política de la izquierda radical. Es cierto que la historia puede ser vista como una sucesión inacabable de luchas, enfrentamientos, rebeliones y guerras, donde la violencia impone su ley. En la tradición marxista, esa constatación era objeto de una lectura nueva, cuando se concebía la violencia como condición necesaria para la construcción, antes incluso, para la gestación de la nueva sociedad que habría de suceder al capitalismo. Así, la expresión «la violencia, partera de la historia» se convierte en axioma y en base teórica y conceptual de la estrategia revolucionaria.5 Desde ese momento, todos los grupos y corrientes revolucionarias de inspiración marxista asumen su necesidad y la imposibilidad de conseguir transformaciones profundas de la sociedad y el Estado por vías pacíficas.
Es cierto que la experiencia histórica, no sólo la de las revoluciones modernas propiamente dichas, sino también la de los movimientos de liberación de los años 60 y 70, podía avalar dicha interpretación. También lo hacía, en cierto modo, el brutal final de algunas experiencias socializantes, como la del gobierno de Allende a manos del golpe militar de Pinochet. Pero no es menos cierto que frente a una denuncia insistente y reiterada de la violencia de Estado y las elites dirigentes, sorprende la insuficiente reflexión desde la izquierda radical sobre los problemas suscitados por la violencia política «emancipatoria». Incluso desde una posición crítica con la deriva última de ETA, subsiste todavía, en buena medida, una imagen épico-romántica de la violencia, que dificulta el análisis objetivo de las diversas experiencias de la lucha armada «de izquierdas» en Occidente en el siglo XX y sus secuelas negativas.6
En una de esas escasas reflexiones, firmada por Ignacio Ellacuría7, se distingue primero entre violencia estructural, la injusticia de las estructuras sociales, y violencia terrorista, del Estado y las clases dominantes, por un lado, y violencia revolucionaria, como respuesta a la anterior, por otro. Ellacuría, que parece justificar en determinados contextos la llamada violencia revolucionaria, aún reconociendo que se trata siempre de un mal, diferencia a su vez, de manera meridiana, entre el Tercer Mundo y el Primer Mundo. En ese sentido, plantea que «la vida material sólo puede ser quitada cuando está en juego la vida material». Esa realidad, brutal e inaceptable, sólo cabe reconocerla en el Tercer Mundo y no cabe asimilarla a situaciones de conflictos políticos, religiosos o culturales. La dicotomía de Ellacuría es interesante, pues precisamente en Euskadi, la realidad material nos coloca en los primeros lugares del mundo8, lo cual hace todavía más incomprensible el terrorismo de ETA. La reciente película de Gutiérrez Aragón, Todos estamos invitados, refleja bien esa paradoja, la de la incongruencia de la acción terrorista frente al bienestar de la sociedad vasca, y la hipocresía social que la «comprensión» o simplemente el miedo alientan.
Si a la asunción acrítica de la inevitabilidad de la violencia se suman otros rasgos de la peor tradición del marxismo, desde el pensamiento estrictamente binario, a la hipertrofia de los sujetos y fines colectivos o a la justificación de cualquier medio por la bondad del fin último perseguido, el resultado es altamente pernicioso. En la particular subcultura vasca de la violencia, todos estos rasgos negativos de ciertas tradiciones marxistas y nacionalistas provocan reacciones concretas en relación con las víctimas. En algunos casos dichas reacciones no se limitan a sectores de la izquierda, sino que su alcance, en concreto en el mundo nacionalista, es más amplio.9
Por una parte, en relación con los victimarios, es decir, con los militantes de ETA, encontramos una empatía que implica una visión unilateral de los hechos. No se trata denegar los sentimientos de parentesco, de amistad o de afinidad que puedan darse, sino de cuestionar la imagen de generosidad, de compromiso desinteresado, de adhesión desprendida con que se presenta a los miembros de ETA. La imagen romántica de unos luchadores incondicionales por la libertad de Euskal Herria casa mal con la realidad de los hechos, con la pena de muerte que impone ETA, con las amenazas, con la extorsión, con el matonismo. Esa imagen puede traducirse en una auténtica mitificación o, simplemente, puede despertar una preocupación por sus condiciones de vida o, dado el caso, de su detención y encarcelamiento. Si bien esta última preocupación es totalmente comprensible y humanamente legítima, no lo es tanto que toda esa sensibilidad no se manifieste de igual manera para con las víctimas de ETA.
Por otra parte, la solidaridad con las víctimas también se ve lastrada por una concepción bipolar del mundo político (amigo/enemigo, vasco/español), así como por la incapacidad de superar las barreras políticas establecidas. En un tiempo en el que el apoyo activo a ETA ha disminuido notablemente y en el que una inmensa mayoría de la sociedad vasca no aprueba sus acciones, la solidaridad activa con las víctimas es minoritaria. Pienso que a muchas personas les pesan más las etiquetas partidistas y los alineamientos políticos que otras consideraciones. Por esa razones, Gesto por la Paz sigue despertando recelos en sectores nacionalistas y de izquierdas, pues se encuadraría en el bando «español » del conflicto. Por esas mismas razones mucha gente no puede participar en las concentraciones institucionales de respuesta a los atentados, pues «no puede estar donde esté el PP». No les resulta suficiente que Gesto por la Paz realice convocatorias ante cualquier muerte derivada de la violencia política o que, desde una asunción profunda de los derechos humanos, una muerte por las ideas políticas sea siempre inaceptable, por encima de cualquier otra consideración.
Retomando el tema del marxismo, esta última concepción, la de una ética transversal y universal que desborda otros elementos políticos, casa mal con algunos presupuestos marxistas.10 Me refiero a una ética que insista en el valor de la vida humana y en la unidad e indivisibilidad de los derechos humanos. Es cierto que la evolución de los derechos humanos insiste progresivamente en las condiciones externas, contextuales, que deben hacer de la vida una vida digna y de la paz algo más que la mera ausencia de guerra. Sin embargo, eso no justifica una interpretación de los derechos condicionada por la lucha de clases, ni la justificación de su violación por una supuesta «guerra justa» en función de un fin superior, sea éste la revolución o la liberación nacional. La izquierda revolucionaria ha sentido históricamente una desconfianza notable ante los derechos humanos y la democracia, y de aquellos polvos vienen bastantes de los lodos actuales en Euskadi. Una consecuencia concreta de estos planteamientos aplicados a la violencia es la deshumanización previa de las víctimas potenciales, cosificadas y reducidas a obstáculos en la marcha hacia el objetivo último; después, una vez consumada la acción violenta, su adscripción al bando enemigo. En todo momento, la consecuencia evidente es la dificultad, si no imposibilidad, de un acercamiento a las víctimas desprejuiciado, apolítico, como seres humanos sufrientes.
Nos lleva este punto a otra reflexión, la de la falta de sentimientos de toda una tradición de izquierda. Para alguien que ha invertido bastantes horas de su vida, aunque hace ya algún tiempo, en leer a Lenin, resulta demoledora la imagen del líder soviético que podemos encontrar en las paginas de la novela-ensayo Todo fluye, de Vasili Grossman.11 Especialmente en lo que hace al retrato de su personalidad fría, heladora, como dirigente político. Es verdad que compasión, amor, dolor, sufrimiento, perdón, reconciliación, son conceptos ante los que se revuelve incómoda la conciencia de izquierda más tradicional, salvo que se encuadren en la felicidad última que se alcanzará en el paraíso socialista o comunista. En todo caso, se trataría de abstracciones generalizadoras que huyen de la concreción o la personificación con nombres y apellidos. A propósito de sentimientos, la historia moderna y nuestra realidad circundante ofrecen un panorama desolador. El marxismo ha alimentado el odio (de clase) y ETA y la izquierda abertzale más extremista el odio nacional (hacia lo «español»). Pero como dice Kaliayev, uno de los protagonista de Los justos, de Albert Camus, tras realizar un atentado mortal: »Ahora sé que no hay felicidad en el odio». Esta obra es un magnífico texto, de triste actualidad en nuestro país, para hablar de liberación, terrorismo y sentimientos.12 Y resulta de aplicación directa en el caso de las víctimas, pues en una sociedad con tanto «corazón de hielo» la educación sentimental se hace imprescindible, una educación sentimental que ahonde en el respeto, la ternura y la compasión. Sólo así, y después de darles a las víctimas un rostro, una vida y una personalidad concretas y particulares, podremos acercarnos a ellas, conocerlas y compadecernos de ellas, es decir, sufrir con ellas.
3. Una mirada necesariamente autocrítica a nuestra historia
En Euskadi existe un sector social relativamente amplio que ha «comprendido» históricamente la acción armada de ETA. Parte de ese sector se identifica directamente con lo que se conoce como izquierda abertzale, aunque existen también otros grupos o corrientes de opinión que han acompañado de una u otra manera a ese mundo abertzale, pero manteniendohasta cierto punto su autonomía. Ése es el caso de lo que hoy es Zutik. Creo que puede tener cierto interés hacer un recorrido por la historia de este colectivo en relación con el tema de la violencia y las víctimas, porque en su modesta escala, cabe tomar a este grupo como paradigma de una determinada evolución política de un sector de la izquierda de Euskadi sobre esta cuestión. Como es lógico, el análisis que sigue tiene un alcance limitado. No se trata de un trabajo político o sociológico riguroso y científico, sino tan sólo de un viaje más o menos rápido por una trayectoria política de varias décadas, que puede ilustrar una evolución de ideas y planteamientos. Este viaje, estas notas, han dependido en buena medida de materiales disponibles, recuerdos y vivencias personales y, por lo tanto, no constituyen un análisis cerrado, sino un planteamiento de problemas que en otro momento puedan merecer un tratamiento más completo. Refleja una trayectoria colectiva y personal, en mi caso concreto ligada a la historia del Movimiento Comunista de España (MCE), del Euskadiko Mugimendu Komunista (EMK) y posteriormente de Zutik, que se puede y se debe contrastar con otras. En el caso concreto de este colectivo de la extrema izquierda vasca este recorrido lleva desde su origen en una escisión de ETA a finales de los años sesenta del pasado siglo, a la creación del MC, pasando por la unificación MCE-OIC, la constitución de Zutik en 1990 por la unificación de EMK y LKI, hasta hoy.
En relación con la violencia, en una primera etapa el hilo conductor pueden ser las ideas marxistas-leninistas sobre la violencia revolucionaria a las que antes aludía, tamizadas después por el acercamiento al mundo abertzale y la asunción de bastantes de sus presupuestos sobre la legitimidad de la acción etarra contra el Estado. La crítica a las posiciones más inaceptables de ETA es bastante temprana, pero ello no impide la solidaridad con sus presos, que implica con frecuencia la petición de voto para las siglas abertzales. A partir de los años 2000-2001, se da un distanciamiento mayor. El resultado de todo este proceso desde el punto de vista concreto de las víctima de ETA es que, históricamente, no las hemos visto.
Algún apunte concreto puede ilustrar este recorrido que, insisto, no es exhaustivo, sino tan sólo indicativo. Su carácter rápido y sumario puede hacer que mis apreciaciones resulten arbitrarias, incluso injustas. Pero insisto en que esto no es un juicio, sino tan sólo una mirada autocrítica, parcial y subjetiva, sobre nuestra historia, que se detiene en algunos hitos concretos de signo muy variado que considero de singular importancia. Recuérdese, además, que los puntos de referencia son la violencia y las víctimas y no otras valoraciones políticas más generales.
El comienzo de nuestra historia en relación con la violencia viene marcado por las ideas tradicionales del marxismo-leninismo: inevitabilidad de la violencia revolucionaria, crítica del terrorismo individual, teorización sobre la necesaria acumulación de fuerzas político-militares, suspicacia ante el pacifismo, etc. Ésas eran las ideas que se manejaban en los años setenta, en un situación política marcada por una especial efervescencia política y social en los últimos años del régimen franquista. Una publicación de aquel tiempo nos puede servir de referencia. Me refiero al libro La razón de la fuerza, que sintetiza bien todos esos planteamientos, inseparables de un panorama internacional marcado por numerosos conflictos violentos en el Tercer Mundo y una transición española frágil y con mucho peso todavía de los sectores políticos y militares franquistas. Es interesante recordar el contexto concreto en el que se inserta la obra, el debate en torno a la instalación de misiles en Europa Occidental, la amenaza de la guerra en suelo europeo y el movimiento por la paz.13
Si nos trasladamos al escenario específico vasco y a la evolución de los posicionamientos políticos de los colectivos objeto de nuestro análisis, debemos detenernos en 1983, en el Congreso celebrado por EMK en Berriozar. Se produce entonces un punto de inflexión, que institucionaliza una evolución anterior, al aprobar el EMK un acercamiento al mundo abertzale y, para favorecer ese proceso, decidir separarse del MC. Se reconoce así la importancia del agrupamiento político y social radical conseguido durante los años anteriores por la izquierda abertzale, frente a los magros resultados de nuestros propios esfuerzos; en consecuencia, probablemente deslumbrados por los resultados abertzales y un tanto frustrados por los nuestros, iniciamos un acercamiento de importantes consecuencias para nuestra autonomía política e ideológica. En ese momento no éramos conscientes de las zonas más oscuras de ese éxito abertzale, en concreto de las repercusiones negativas del indudable liderazgo de ETA sobre ese mundo. Se critica el militarismo de ETA, su unilateralidad política y su ambigüedad revolucionaria, pero vemos «virtudes innegables » en su presión armada sobre el Estado, en su capacidad de expresar la resistencia popular, en su claro rechazo del reformismo.14 Del movimiento abertzale y de masas que aglutina vemos sobre todo su fuerza, su número, su radicalidad, su oposición al Estado, su supuesta eficacia.15
Los planteamientos políticos que comentamos se reflejan también en las posiciones mantenidas durante ese tiempo por el MC. En el IV Congreso Federal del MC, celebrado en 1983 en Barcelona, en el que se aprueba la independencia del EMK, podemos leer que la solidaridad con el pueblo vasco exige «un esfuerzo constante para hacer ver la legitimidad de todas las formas de lucha de los pueblos que como el de Euskadi luchan por su liberación».16 Pocos años más tarde, en el V Congreso Federal del MC, se sigue proclamando »la legitimidad de los métodos violentos de lucha contra el Estado».17
A comienzos de los años 90, se produce la unificación de LKI y EMK, que dará lugar a un nuevo grupo político, Zutik. En la Conferencia de unidad celebrada en Leioa, la situación política de Euskadi merece, lógicamente, una particular atención. Se habla allí de la resistencia armada y de cómo ETA representa la expresión más radical de la resistencia nacional y la oposición a la Reforma política, y se reconoce finalmente a ETA y HB la virtud de haber conseguido aglutinar el descontento social existente en Euskadi.18 La discusión que se plantea entonces en torno a la lucha armada se enmarca en las dificultades de la actividad revolucionaria en la Euskadi de la época y en la necesidad de una ética emancipadora de los oprimidos. Precisamente en relación con esa ética se alude a algunos atentados indiscriminados o polémicos, que «o bien ponen en peligro a gente del pueblo o aportan una imagen sangrienta o injustificada». Sin embargo, la reflexión no va más allá y se detiene en los criterios de eficacia política o las referencias a esa ética específica. 19 Aun reconociendo ciertos problemas, la valoración final de la lucha armada es positiva.
Si damos un pequeño salto en el tiempo y nos vamos a 1996, encontramos un texto importante de Zutik sobre la violencia política y sus implicaciones. Se trata de la ponencia «Sobre ETA», presentada en la Conferencia del año 1996, celebrada en Portugalete. La importancia del texto queda patente por la profunda reflexión que contiene y por el hecho de que ocupa un espacio notable en el conjunto de la Conferencia.20 Pienso que el texto refleja también las dificultades de buscar consensos en un tema sobre el que ya se manifestaban posiciones divergentes. De todos modos, la sombra de la izquierda abertzale es alargada. Hay todavía una gran comprensión y la aparente necesidad de entender y explicar las acciones de ETA, así como de valorar algunos de sus presuntos aspectos positivos, generalmente en el terreno de la eficacia política. La distancia crítica que se mantiene con el militarismo etarra se hace desde una mirada excesivamente lejana y exterior. Así se rechazan, por abstractas e unilaterales, las posiciones éticas que no tengan en cuenta las necesidades de ETA e, incluso, la actividad de Elkarri, en aquellos momentos ampliamente denostado en la izquierda abertzale, no se considera interesante para nuestro colectivo. Cuando se hace referencia a las víctimas, se alude en general al sufrimiento de muchas gentes, sin más concreción. Evidentemente, seguimos presos de la lógica de la eficacia política y de la solidaridad con el mundo abertzale.
Estas ideas se reflejan también en la actividad pública que desarrolla Zutik por aquel entonces. Para ilustrar este tema, pondré dos ejemplos de nuestra propaganda de aquellos años. En primer lugar, el cartel de Zutik para el Aberri Eguna de 1997. Aparecen dos imágenes: en la superior el funeral de un miembro de las fuerzas de seguridad del Estado (¿guardia civil, policía nacional?); en la inferior, un funeral popular (¿un militante de ETA?), con escenas del dolor de los familiares. Se muestra un lema: AUTODETERMINACION. Si el Estado quiere, puede terminar con este sufrimiento. La mirada es claramente unidireccional, las exigencias se le plantean sólo al Estado, a ETA nada. Parece que la violencia responde necesariamente a la falta de condiciones políticas, es decir, que la paz tiene un precio. Es interesante (quizá no intencionado) el distinto tratamiento gráfico: el dolor parece estar sólo en el bando popular, mientras que en el otro, el policial-militar, la apariencia es más rígida, más dura. Es verdad que ya hay conciencia de que el sufrimiento no está sólo en un lado, pues hay muertos en ambos lados. Pero aparentemente se trata de un enfrentamiento entre el Estado y ETA, como expresión de la resistencia popular. No somos capaces de extraer todas las consecuencias de la situación y estamos anclados en una análisis absolutamente parcial de la misma.
Otro cartel de solidaridad con los presos, presumiblemente de 1998, nos da nuevos elementos de juicio. La reivindicación de la libertad para los presos («Presoak askatu!»), se apoya en la manipulación de un símbolo, el lazo azul, que había surgido en 1993 como signo de protesta por el secuestro de Julio Iglesias Zamora a manos de ETA. Si desde el punto de vista publicitario el resultado es notable en cuanto al impacto visual, ética y políticamente es muy cuestionable. En nuestra miopía política rozamos la crueldad al enfrentarnos de manera demagógica a un movimiento social para nosotros entonces rechazable21; por otra parte, no cuestionamos la acción de ETA, no preguntamos qué han hecho los presos, sino que pretendemos arrojar a nuestros adversarios políticos, como un boomerang, su iniciativa.
Como contrapunto a ese panorama poco satisfactorio, es reconfortante pensar que, al cabo de no demasiado tiempo, se produce en Zutik otro punto de inflexión, que responde a nuevas sensibilidades y nuevos planteamientos políticos. Me refiero a las posiciones reflejadas en el documento de marzo de 2001 Sobre algunos aspectos de nuestra actualidad política, que en su punto III, «El retorno de ETA», refleja unas posiciones notablemente alejadas de textos anteriores. En esta ocasión ETA es explícitamente criticada por su carácter antidemocrático, antiplural, militarista y cruel. Más importante es, en mi opinión, que la crítica se hace no ya sólo desde criterios políticos, sino también democráticos y, sobre todo, éticos. Se alude a la deslegitimación de ETA, a nuestra distancia respecto a sus posiciones, a su degeneración desde la ruptura de la tregua, y se plantea la necesidad de una reflexión crítica sobre nuestro pasado, de «ajustar cuentas» en nuestra relación con ETA.22 El lenguaje, la perspectiva, los parámetros, son nuevos y marcan, desde mi punto de vista, un antes y un después en nuestra reflexión y nuestras iniciativas. A partir de ese momento, al menos en una parte significativa de Zutik, se normaliza una nueva actitud ético-política, que se traduce en un absoluto distanciamiento de ETA, en una mirada crítica hacia nuestro pasado y en un acercamiento, tímido y prudente, al tema de las víctimas de ETA. Esta reacción no deja de reflejar una corriente más amplia de la sociedad vasca tras la ruptura de la tregua por parte de ETA a finales de noviembre de 1999, una situación nueva de la que Zutik, o al menos una parte del colectivo, no queda al margen. A partir de ese momento, a las preocupaciones y reflexiones estrictamente políticas del colectivo se unen consideraciones éticas, que antes sólo se planteaban de forma esporádica o bajo la forma tradicional de la izquierda marxista radical, claramente insuficiente. Otra consecuencia evidente es la aparición del tema de las víctimas de ETA en nuestra actividad pública y en nuestras publicaciones, en concreto en la revista hika.23 No obstante, la polémica surgida en el seno de Zutik en torno a la actitud mantenida por la coalición EB-Zutik tras el asesinato de Isaías Carrasco en Mondragón, evidencia la existencia de visiones muy diferentes del tema de las víctimas y los atentados de ETA, así como el trabajo pendiente para compartir una visión como la sostenida en este artículo.24
Visto este proceso en perspectiva, hay que congratularse de esta evolución y de la importancia adquirida ahora por estas nuevas concepciones ético-políticas, así como de sus repercusiones prácticas. No obstante, al mismo tiempo es obligado preguntarse cómo hemos tardado tanto en evolucionar y en ver a las víctimas. Como he comentado, junto al hecho indudable de nuestra crítica a ETA desde hace muchos, muchísimos años, es patente la unilateralidad, nuestra ubicación manifiesta en un lado, sin conciencia de que enfrente también pudiera haber personas, sufrimiento, razones, historias. Es importante rastrear las posibles razones de ese déficit histórico en relación con las víctimas y analizar cómo, mientras veíamos víctimas en toda suerte de regiones del mundo y también las de un lado en nuestro propio país, no éramos capaces de reconocer otras que vivían y sufrían entre nosotros y nosotras. ¿Qué sucede en esos años alrededor del 2000 para que se nos abran los ojos y percibamos esa realidad que nos rodeaba, pero que no veíamos?
Hay muchas posibles respuestas y apunto tan sólo algunas. Al proceso natural de maduración personal, afectiva e intelectual, se puede unir un proceso consciente de depuración teórica en relación con nuestra ideología tradicional, el marxismo, y toda una serie de dogmas y verdades establecidas sobre distintos aspectos, incluida la violencia.25 En el terreno más puramente político y social, la ruptura de la tregua por parte de ETA y el conocer los acuerdos secretos establecidos al calor de Lizarra entre PNV, EA y ETA pudo contribuir a una mayor conciencia de la fractura que amenazaba a nuestra sociedad y del interés de planteamientos más transversales. Por otra parte, para gentes tan politizadas y politicistas como éramos, el asesinato por parte de ETA de líderes, no ya del PP, sino de muy destacados socialistas, pudo suponer un reconocimiento definitivo de la sinrazón etarra. En ese sentido, y aunque sea doloroso y brutal siquiera plantearlo, es posible que los Buesa, Lluch o Jaúregi, todos ellos asesinados a lo largo del 2000, supusieran el mazazo definitivo que nuestras conciencias necesitaban para despertar del letargo o de la aceptación resignada y pasar a una postura más activa. Lo terrible del caso es que hasta el año 2000 había habido centenares de asesinados y miles de extorsionados y amenazados. Y durante los llamados años de plomo nosotros estábamos claramente alineados en el otro lado.
No podemos estar demasiado orgullosos, colectivamente hablando, con respecto a este tema. Pesa nuestra mirada unilateral, la invisibilidad de las víctimas de ETA durante tanto tiempo, la falta de reflexión sobre los problemas derivados de la lucha armada en contextos como los nuestros o sobre la particular combinación letal de violencia y nacionalismo en una sociedad como la vasca; pesa también la inconsciencia sobre nuestra difuminación por un acercamiento excesivo a la izquierda abertzale. Es cierto que el pasado está ahí y que eso no se puede cambiar. Pero sí pueden variar, a partir de nuevas preguntas, nuestro relato del mismo, nuestras interpretaciones, nuestras valoraciones. Nuestra mirada hacia adelante, el horizonte, la perspectiva, dependerán en buena medida de ese balance.
4. Hacia adelante
Mirando al futuro, cabe plantearse ciertas líneas de trabajo para continuar la reflexión crítica sobre nuestra historia y para buscar una mayor acercamiento a las víctimas. En realidad se trata de seguir por una vía por la que transitamos ya desde hace un tiempo y en la que podemos encontrar referencias y guías en sectores políticos y sociales cercanos que llevan cierta delantera, como pueda ser el caso de Batzarre en Navarra.26 Lo formulo como una labor pendiente de reflexión, individual y colectiva, de debate, de formación, que debería plantearse todo ese sector de nuestro país que se ha hecho consciente de su déficit histórico en relación con la violencia y las víctimas. Retomo ahora algunas ideas que he comentado antes en el segundo capítulo. Para ayudar a ordenar este apartado, se me ocurren por lo menos tres grandes campos de trabajo, el de la descontaminación de ETA y el imaginario abertzale, el del repensar nuestra tradición político-ídeológica y el del acercamiento terapéutico-epistemológico a las víctimas. Lo explico de forma más detallada.
Por descontaminación de ETA y el imaginario abertzale entiendo una revisión imprescindible de toda una serie de aspectos que nos han acompañado en nuestro quehacer en las últimas décadas. Me refiero, por una parte, al lenguaje que ha servido históricamente a ETA y la izquierda abertzale, pero con frecuencia también al nacionalismo vasco en general, para enmascarar y desvirtuar la realidad. Ese lenguaje, que hemos compartido durante mucho tiempo, es el que habla de presos políticos, de atentados, de «Herriak es du barkatuko!»27, de gudaris, y que, por el contrario, se resiste a hablar de delincuentes políticos, de asesinatos, de terrorismo, de tortura y pena de muerte a manos de ETA. Por otra parte, la tarea fundamental de descontaminación es la de la deslegitimación de ETA, la del cuestionamiento de su visión del país y el «conflicto», de su justificación de la violencia y el terror. Se trata de asumir en la teoría y en la práctica que ETA no es de los nuestros, que no es una fuerza emancipatoria que lucha, aunque de forma equivocada, por la liberación de Euskal Herria, que no son una expresión de un conflicto histórico.28 En el mismo sentido, se trata de rechazar la condescendencia de muchos sectores nacionalistas y radicales con ETA y la kale borroka, con las amenazas, con el mal llamado «impuesto revolucionario». No podemos tolerar ninguna aceptación o comprensión de esas prácticas criminales y mafiosas para las que hoy no hay justificación alguna. Por otra parte, una actitud intransigente en ese terreno no tiene por qué significar comprensión alguna ante los excesos del Estado, ante la tortura, ante las arbitrariedades judiciales. Esa manera binaria de colocarse ante la realidad es una trampa. Precisamente, la máxima coherencia es la denuncia de ambas situaciones, pero siendo conscientes de las prioridades y la distinta entidad de los problemas.
Por repensar nuestra tradición político-ideológica entiendo revisar ciertos planteamientos del marxismo, del materialismo y ciertas inercias de la extrema izquierda, para ver unas implicaciones y consecuencias que antes no hemos sido capaces de ver. Entre estos planteamientos se encuentra, en primer lugar, el debate sobre la relación entre medios y fines, sobre cómo unos medios espantosos distorsionan cualquier fin, por hermoso que pudiera ser (la revolución, el socialismo, la liberación nacional). Esta consideración nos lleva directamente al análisis de la violencia como mecanismo político y a su presunta necesidad. Debemos investigar mucho más los costes a medio y largo plazo de la puesta en marcha y el funcionamiento de organizaciones armadas, por su militarismo, su vanguardismo, su antipluralismo, su carácter forzosamente antidemocrático, etc.29 Pero hay más, estamos obligados a revisar la misma noción de «guerra justa», que regularmente ha justificado las iniciativas revolucionarias. La guerra justa no deja de ser guerra, con toda su brutalidad, y como apuntaba Ellacuría en el artículo mencionado, toda guerra es siempre un mal. Vistas las consecuencias del accionar violento, si para hacer la revolución es supuestamente inevitable la violencia, quizá haya que pensar en otro tipo de revoluciones, otras maneras de transformar radicalmente las sociedades. Quizá sea obligado buscar nuevas formas de resolución de conflictos y, al igual que en su momento se reivindicaba una vía antimilitarista para combatir el servicio militar obligatorio, ahora sea el momento de explorar nuevas vías de acción no-violenta. El debate reciente suscitado por las llamadas «revoluciones del Este» contra el antiguo sistema soviético, pacíficas y de signo democrático, obliga a repensar de forma radical el tema de la revolución.30
Otro punto fundamental es el de una asunción plena, radical, de los derechos humanos, frente a una visión política, instrumentalizadora de los mismos.31 Los derechos humanos son unos e indivisibles, no se pueden solapar unos con otros, tampoco cabe reivindicarlos sólo para los míos, ni despreciarlos como una mera conquista burguesa que no ha resuelto los graves problema del planeta. Las limitaciones en su implementación, las deficiencias de los sistemas democráticos occidentales que los hacen suyos no deben hacer olvidar su enorme potencial y el avance que ha supuesto y supone su formulación y desarrollo.32 Esa comprensión cabal de los derechos humanos choca con unos planteamientos colectivistas propios de determinada izquierda marxista, que ha subsumido siempre al individuo (su personalidad, sus opiniones, sus derechos, sus sentimientos) en lo colectivo, aduciendo que frente a los grandes intereses, necesidades y/o aspiraciones colectivas nada puede contar el individuo. Con ese razonamiento, aplicado por ejemplo a la violencia y sus consecuencias, las víctimas se ven despojadas de su personalidad individual y difuminadas en unos daños colaterales globales. Así es mucho más difícil verlas y sentirlas como personas y su sufrimiento no puede competir con el presunto beneficio del logro colectivo perseguido.
En realidad esto nos lleva a otra de las tradiciones de izquierda revisables, una característica histórica bastante lamentable de la izquierda radical. Me refiero a aquella que superpone los criterios políticos a los sentimientos. Esa incapacidad de compasión, de padecer con, obedece en ocasiones a criterios políticos, como la de quien se confiesa incapaz de solidarizarse con las víctimas porque están manipuladas con el PP; otras veces la compasión es unilateral, pues ve el sufrimiento de las víctimas de Palestina, Guatemala o Irak, pero no es capaz de apreciarlo entre sus conciudadanos o conciudadanas.
Finalmente, como tercera tarea, he apuntado la del acercamiento terapéuticoepistemológico a las víctimas, es decir, el acercamiento como medio de sanación y como instrumento de conocimiento. El acercamiento a las víctimas, a su problemática, a su dolor, simplemente el hablar de ellas, nos fuerza a recordar nuestra historia reciente, nuestra servidumbre respecto a la izquierda abertzale, nuestras limitaciones, nuestros silencios, nuestra colaboración en la heroización de los etarras gudaris, supuestos luchadores por la libertad, cada vez que hemos cantado el «Eusko gudariak».33 No es agradable para nadie enfrentarse con sus miserias, pero esta reflexión puede ser una manera de afrontar la realidad, de asumir la necesidad de los cambios que comentaba antes. En ese sentido, el tema de las víctimas puede servir para curar en parte a una sociedad enferma, cuya enfermedad ha consistido en buena medida en ignorarlas; por lo tanto, reconocerlas implica combatir la enfermedad. Por otro lado, el acercamiento a las víctimas de ETA también puede servirnos como medio de conocer mejor la sociedad vasca, pues hasta hace poco no teníamos en consideración a ese sector, a esas personas, a sus entornos, y por lo tanto nuestro conocimiento de la sociedad vasca real era parcial, tenía esa importante limitación. Hay todo un trabajo por hacer en ese terreno, pues creo que conocemos muy poco el mundo de las víctimas de ETA, su sufrimiento, su soledad, su culpabilización en determinados sectores de la sociedad vasca («algo habrá hecho»). Han sido esos sectores precisamente, el mundo abertzale, incluso nacionalista en general, con quienes Zutik más ha coincidido durante los últimos años. En relación con las vivencias de esas víctimas y de los sectores cercanos a ellas, se ha dicho que en determinados núcleos de población vasconavarros, especialmente en aquellos pequeños, de mayoría abertzale, su vida se podría equiparar a la de los republicanos vencidos y humillados en el régimen franquista. Es decir, un infierno. Triste paradoja, cuando en discusiones sobre la violencia y las víctimas y para justificar lo injustificable, muchos se remontan a la guerra civil y al primer franquismo para dar legitimidad a una supuesta violencia de respuesta popular vasca, la de ETA hoy, frente a la opresora España y su histórica impunidad.
Mucha gente es renuente a participar en actos de solidaridad y reconocimiento de las víctimas de ETA por razones varias: porque es algo ajeno a nuestra tradición política, porque no se siente cómoda con personas de ideología y posiciones políticas presuntamente muy lejanas, por no coincidir con el PP, porque no se atiende al mismo tiempo a las víctimas del GAL, o de la tortura, o a los presos. Alguna de esas razones se pueden entender, vista nuestra historia, otras no tanto. Históricamente hemos prestado mucha atención y hemos ofrecido nuestra solidaridad, regularmente, generosamente, a esas otras víctimas, pero no a las de ETA; respecto a la presunta distancia con la ideología de muchas víctimas, el que muchas de ellas sean del PP o del PSE ya nos alerta acerca de los criterios políticos selectivos que utiliza ETA; por otra parte, la incapacidad para compartir el dolor de una persona que sufre en razón de su etiqueta política no dice nada bueno de nuestra compasión; el anteponer los criterios políticos a los éticos nos sigue situando en la misma lógica que ETA, pues también ella antepone las consideraciones políticas a las éticas. Precisamente en torno a las víctimas se hace necesario un consenso humanista cívico, político en el sentido más aristotélico de la palabra, de la polis, alejado de las polémicas y rencillas partidistas.
Una última reflexión. En cuanto al acercamiento a las víctimas de ETA, a veces basta con pequeños gestos. Creo que simplemente colocar la lista de las personas asesinadas por ETA en nuestros centros de trabajo o de estudio supone un homenaje y un reconocimiento, por limitado que sea. Si le echamos una rápida ojeada o, mejor, si la leemos detenidamente, seremos más conscientes de la magnitud de la tragedia y, al mismo tiempo, de lo increíble de nuestra ceguera.
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NOTAS
1 Vasili Grossmann (2007) Vida y destino, Barcelona, Galaxia Gutenberg-Círculo de Lectores, p.25.
2 «¡Queremos manifestar nuestro rechazo!», carta publicada en la prensa (Gara, 06.12.09), firmada por Mikel Alvarez (miembro de AHT Gelditu), Iñaki Barcena (profesor de la UPV/EHU y miembro de Ekologistak Martxan), Joxe Iriarte ‘Bikila’ (escritor y miembro de Zutik), Rosa Lago (profesora de la UPV/EHU y miembro de Ekologistak Martxan), Iñaki Antigüedad (profesor de la UPV/EHU).
3 «AHT Gelditu! Elkarlana se reafirma en la legitimidad de la oposición social al TAV» (17.12.09). El título del comunicado es ya todo un programa. Antes, el 10 de diciembre, la Asamblea contra el TAV (AHTren Aurkako Asamblada) también hacía público un comunicado, mucho más desolador. En él se alude a la muerte (sic) de Inaxio Uría y tan sólo se le pide a ETA »que no intervenga en este conflicto». A partir de ahí, el blanco de sus diatribas son el capitalismo, los partidos políticos, medios de comunicación, etc. Todos estos documentos se pueden consulta en www.ahtgelditu.org.
4 Véase, en este mismo volumen, el artículo de Javier Villanueva, «Nacionalismo vasco y ETA», n.2. El recorrido sumario que propongo puede no hacer justicia a determinadas trayectorias personales, más valientes y decididas, frente a los ritmos colectivos, que son en los que me fijo en estas notas.
5 La frase procede de C. Marx en El Capital (vol. I, cap. 24), a propósito del proceso de acumulación del capital y la génesis del capitalismo, cuando la violencia ayuda a hacer surgir la nueva sociedad. La comenta F. Engels en su Anti-Dühring (1967, Méjico, Grijalbo, ed. de Manuel Sacristán, p.177): «la violencia desempeña también otro papel en la historia (…) según la palabra de Marx, es la comadrona («Geburtshelfer») de toda vieja sociedad que anda grávida de otra nueva»).
6 En relación directa con ETA escribía el desaparecido Henrike Knörr, «Ahora que el tumor desaparecerá» (Diario de Noticias de Álava, 26.04.06): «Muchos vascos, y no pocos fuera de nuestro País, aplaudían a los violentos o al menos a su periferia. Creían en la necesaria presencia y actividad de ETA como una especie de ‘Coyote’, restaurador de la justicia y defensor de los indefensos. Claro que muchos caminos del contraterrorismo eran igualmente oscuros (torturas, GAL, etcétera). El panorama internacional era favorable a los proviolentos.
Se entronizaba al Che Guevara, se cerraban los ojos ante las barbaridades del maoísmo y sus copias, se hablaba con desprecio de la ‘democracia burguesa’, había cierto halo seductor en las pistolas y en las bombas. Lo ha dicho el escritor Massimo Carlotto, antiguo ultraizquierdista, famoso en Italia por un error judicial que le mantuvo años en la cárcel; hablaba de Italia, pero sus palabras pueden ser aplicadas a otras partes: «Mi generación ha tenido una relación romántico-rebelde con el crimen» (Avui, 12 de febrero de 2006).
7 Ellacuría, Ignacio (1988) «Trabajo no violento por la paz y violencia liberadora», Concilium (25), 85-93. La reflexión es lamentablemente un tanto sumaria, quizá por imperativos editoriales, como reconoce el propio autor.
8 En la particular interpretación del Índice de desarrollo humano que en 2007 hacía el EUSTAT, la CAPV se tatistika Erakundea/Instituto Vasco de Estadística, nota de prensa de 11.12.07, que comenta el Índice de desarrollo humano 2007). España (¿con o sin Euskadi?) aparece en el puesto 14, en un ranking liderado por Islandia y Finlandia (www.eustat.es, consultado el 22.10.08). El análisis de las repercusiones de la violencia en la salud pública de Euskadi presumiblemente matizaría esos resultados tan triunfalistas. La Fundación Fernando Buesa ha publicado un estudio sobre este tema: Itziar Larizgoitia, Isabel Izarzugaza, Iñaki Márquez (2009) La noche de las víctimas. Investigación sobre el impacto en la salud de la violencia colectiva (ISAVIC) en el País Vasco, Vitoria-Gasteiz.
9 Antonio Duplá «Terrorismo en Euskadi: legitimación de la violencia, ideología y mitología», en I. Márquez, Iñaki, Fernández-Liria, Alberto y Pérez-Sales, Pau (eds.) (2009) Violencia colectiva y salud mental, Asociación Española de Neuropsiquiatría.
10 Por ejemplo, los recogidos en León Trotsky (2003) Su moral y la nuestra, Vitoria-Gasteiz, Fundación
Federico Engels (original de 1938). La figura del recientemente fallecido Georges Labica es ilustrativa sobre los problemas relativos a la violencia y a la ética que comentamos (www-lahaine.org/labica; véase lo referido a «Euskal Herria» en su sección en español).
11 Vasili Grossmann (2008) Todo fluye, Barcelona, Galaxia Gutenberg-Círculo de Lectores, p. 229 ss.
12 Así lo hace Xabier Etxeberría en Pensar la violencia para hacer la paz, Bilbao, Adarra, 1987.
13 Eugenio del Río (1982) La razón de la fuerza, Madrid, Revolución. Es interesante en particular el cap. II, «Política revolucionaria y violencia en Occidente», que el autor, dirigente del MC, reconoce haber escrito en septiembre de 1982, a partir de materiales elaborados entre 1978 y 1981.
14 EMK Kongresoa, urtarrila 1983, boletín especial nº 4, pp. 18-21 y 34 ss.
15 En un contexto político y social semejante, no podía sorprender la aparición en los aledaños de EMK de un grupo como Iraultza, que se plantea una acción armada directamente ligada a los movimientos sociales y, en particular, al movimiento obrero. La amplia aprobación social de la violencia política en la Euskadi de aquella época, unida a una enorme conflictividad social y laboral, parecían favorecer el surgimiento de unos grupos que pretendían ejercer una lucha armada menos nacionalista que la de ETA y más obrera. La trágica experiencia de su década de existencia, de inicios de los ochenta a inicios de los noventa del siglo pasado, merecería una reflexión específica.
16 Movimiento Comunista, Una izquierda para la revolución, «La acción del movimiento revolucionario en
el periodo actual», p.46.
17 (1987) Organizarse, resistir, V Congreso Federal del Movimiento Comunista, Uvieu, p.74. El Congreso
aprobó una «Resolución sobre la solidaridad con el movimiento popular radical vasco», op.cit., pp. 77-79.
18 Conferencia de unidad LKI-EMK, 1991, bol.2, pp. 8 ss.
19 Conferencia de unidad, Op.Cit., pto. 25, pp. 32-37. La posición oficial recibía una aportación crítica («El discurso de la violencia. Crítica de la lucha armada», de J.R. Castaños, «Troglo», bol. 3, pp. 48-60); vid también «La lucha armada y el nacionalismo radical» («Bengoa», o.c., pp. 61-68) y «Formas de lucha» («Carlos», bol. 4, pp.17-22).
20 Zutik, Conferencia 1996, Portugalete, «Sobre ETA», pp. 39-63. Se incluye en los materiales un texto
alternativo a la ponencia «oficial» (o.c. pp. 65-79), mucho menos prudente y medido y más favorable a la
consideración de ETA como movimiento de resistencia. Cabe recordar, como contrapunto, que hacía poco (1995) que HB había aprobado su ponencia «Oldartzen», situada en las antípodas de nuestras posiciones.
21Zutik, Conferencia 1996, Portugalete, "Sobre ETA", pp. 39-63. Se incluye en los materiales un texto alternativo a la ponencia "oficial" (Zer egin?, o.c., pp. 65-79), que comparte el análisis de la evolución negativa de ETA, pero insiste fundamentalmente en la necesidad e interés de impulsar la negociación desde la sociedad civil. Cabe recordar, como contrapunto, que hacía poco (1995) que HB había aprobado su ponencia "Oldartzen", situada en las antípodas de nuestras posiciones.
22 Sobre algunos aspectos de nuestra actualidad política, Zutik, 2ª parte de la 3ª Asamblea Nacional, Leioa, marzo 2001, pp.10-13. El documento contiene un «Decálogo», a modo de «hoja de ruta» para aquel momento, de enorme interés, pero que lamentablemente no pudimos o no supimos dar a conocer suficientemente a la sociedad vasca (op.cit., pp.14-16). Hay que reconocer, en todo caso, que las víctimas de ETA siguen sin merecer una mención explícita.
23 Por ejemplo, la mesa redonda sobre «Víctimas de la violencia política» en las Jornadas de ilustración, organizadas por Zutik en 2006, con Carlos Beristain, Txema Urquijo y Sabino Ormazabal; o los diferentes artículos aparecidos con cierta regularidad en la revista hika en los últimos años (al calor de la tregua de ETA había aparecido un primer dossier sobre «Víctimas y verdugos», hika 97, febrero 1999; vid. también el dossier «Víctimas del terrorismo», hika, 174, febrero 2006, y una serie de artículos en otros números). Todo ello, ciertamente, no sin polémica.
24 Véanse Joseba Ugalde, Ander Rodríguez y Julia Monge (2008) «Una mirada desde Arrasate», hika, abril (198), pp. 8-9, y Javier Lozano, Javier Villanueva y Juan Zubillaga, «Mondragón, dos meses después. Los árboles y el bosque», pp.10-11; suscribo absolutamente este segundo texto.
25 En este terreno, me parece fundamental y modélica la labor de revisión teórica del marxismo y la izquierda marxista emprendida por Eugenio del Río, desde La clase obrera en Marx (Madrid, Revolución, 1986).
26 Algunos textos que reflejan sus posiciones: Decálogo para poner fin a la muerte del «otro» y a la represión. Para reconocer y respetar todas las identidades vasco-navarras. Para la convivencia de mayorías y minorías, Iruña-Pamplona, 2001; Id., Las izquierdas vasquistas y abertzales navarras en el tiempo post-ETA, Iruña- Pamplona, 2006; Id., Sobre ETA, y en otro plano sobre Batasuna, Iruña-Pamplona, 2008.
27 «¡El pueblo no perdonará!».
28 Como apunta Batzarre, probablemente la deslegitimación de ETA sea una condición imprescindible para su desaparición (Sobre ETA, y en otro plano sobre Batasuna, p.3).
29 El estudio de Peio Aierbe, Lucha armada en Europa (Donostia, Gakoa, 1989) adolece de algunas de las limitaciones que se han comentado en el texto acerca de aquellos años. Su mirada es excesivamente descriptiva y sin ahondar suficientemente en los problemas derivados de la práctica armada.
30 Probablemente muchos discutan lo acertado del término («revoluciones del Este»), pero en cualquier caso la reflexión es inevitable. Apunto alguna opinión reciente, que traza cierta ruta: «¿Tiene futuro la revolución? Si revolución significa la toma violenta del poder a través de revueltas de clase dirigidas desde abajo la respuesta es casi con toda seguridad que no. El modelo leninista se ha desacreditado de tal modo que resulta difícil creer que nadie pueda revivirlo ahora o en el futuro. (…) El horizonte resulta muy distinto desde la perspectiva de una definición alternativa que subraye los cambios en las categorías sociales y en las concepciones intelectuales» (Jeffrey Paige, (2003) «Finding the Revolutionary in the Revolution: Social Science Concepts and the Future of Revolution», en John Foran (ed.), The Future of Revolutions. Rethinking Radical Change in the Age of Globalization, London-New York, pp. 19-29, cit. p.27 –la traducción es mía). Ciertamente, el problema de la revolución encierra muchos puntos difíciles, como por ejemplo el de su contenido, y el de la violencia es sólo uno de ellos.
31 El 60 Aniversario de la Declaración Universal de los Derechos Humanos en 2008 ha provocado, como es lógico, un sinnúmero de publicaciones sobre los mismos. Recogemos tan sólo el dossier aparecido en hika 200-2001 (septiembre 2008). Sobre los problemas que estamos comentando son particularmente interesantes los artículos de José Ignacio Lacasta («El desarrollo de los derechos humanos», pp. 14-17) y Josu Perales, («Izquierda y Derechos Humanos», pp.24-26).
32 Así lo subraya Eugenio del Río (2007) en Crítica del colectivismo europeo antioccidental, Madrid, Talasa (véase la reseña en hika, 200-2001, septiembre 2008, pp. 46-47).
33 Sobre esta heroización en el seno de la izquierda abertzale, Jesús Casquete (2007) Agitando emociones. La apoteosis del héroe-mártir en el nacionalismo vasco radical, Bilbao, Bakeaz.
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