Eladio de Pablo

¡Oh, qué bonita es la dialéctica!
(La Nueva España, 12 de julio de 2006)
 
            Desde que Gustavo Bueno desembarcó con armas (dialécticas, por supuesto) y bagajes en el conservadurismo español, no deja de deleitarnos día sí y día también con su peculiar modo de «pensar» la realidad, que, en esencia, consiste en ignorarla pura y simplemente, sustituyéndola por sus construcciones logomáquicas y autistas, o, como mucho, hacerla pasar por el cedazo de sus egolátricas obsesiones y delirios reaccionarios. El pasado día 9 de julio, en LA NUEVA ESPAÑA, nos alecciona a su manera apodíctica sobre «la retórica de Zapatero y la dialéctica de Rajoy». No voy a invitarles a que lean el artículo de nuestro enciclopédico sofista, porque ni a mi peor enemigo le deseo la ingesta de semejante diarrea verbal. En resumen, lo que viene a decir Gustavo Bueno es que Zapatero es un artista de la triquiñuela verbal -o sea, que es un trilero indigno de la menor fiabilidad-, mientras que Rajoy es el nuevo Hegel hispano (perdón: español), un maestro de la dialéctica, que, mira tú por dónde, si no es por don Gustavo Bueno, dejaría de ocupar en la Posteridad el insigne lugar que se merece.
            Y yo voy aquí, sin que sirva de precedente, a darle la razón a nuestro áulico sofista. Rajoy, junto a Acebes y Zaplana, está levantando un edificio dialéctico que no puede sino causar pasmo y admiración a quienes lo contemplamos en toda su imponente dimensión y trascendencia. Desde la derrota del 14-M, al principio por medio de zafias insinuaciones, del manejo insidioso de la rumorología, Acebes, Zaplana y Rajoy dejaron caer la especie de que el 11-M era toda una conspiración tramada por el PSOE para dar un golpe de Estado y desalojar del Gobierno a Aznar y los suyos. El ministro del Interior de Aznar, Ángel Acebes, principal responsable de la impunidad con que los terroristas tramaron y llevaron a cabo el atentado del 11-M, con un morro dialéctico donde los haya, pidió implacablemente, desde la oposición, que se investigase a fondo la autoría del atentado. Exigía, con una entereza y una convicción rigurosamente dialécticas, que se desvelase la verdad de lo ocurrido. Y se la exigía, claro está, al PSOE, que era, qué duda cabe, quien estaba en el ajo del quién y de los porqués del horrible atentado. Porque la verdad, dialécticamente propalada por el PP, era, ni más ni menos, la implicación del PSOE como coautor del atentado. Nada tiene de dialéctico, ni mucho menos de real, que, como concluye el juez Del Olmo, el atentado haya sido realizado por islamistas y fuera consecuencia de la implicación de España (su tan cacareada España) en una guerra criminal y de rapiña a espaldas y a pesar de más del 90% del pueblo español.
            Sentada la primera premisa dialéctica de la implicación del PSOE en el 11-M, vino a continuación la segunda premisa, servida en bandeja por el debate del Estatut. El objetivo del PSOE al tomar el poder no es otro que la ruptura de la unidad de España. Bueno, en realidad, sólo uno de los objetivos, porque el objetivo final, como ha demostrado el incipiente proceso de negociación con ETA, el objetivo final del PSOE, entiéndanlo dialécticamente los españoles de pro, es, lisa y llanamente, realizar el programa político de ETA. El PSOE es una mera prolongación de ETA, lo que prueba, dialécticamente, que el atentado del 11-M lo realizó realmente ETA (a través de grupos islámicos, ¿por qué no? ¿Acaso ETA no puede renovar dialécticamente su metodología, sobre todo si está asesorada por el PSOE?) Conclusión: ETA está alcanzando sus objetivos finales gracias a Zapatero. Quod erat demostrandum.
            De estas premisas sólo puede concluirse dialécticamente lo que Rajoy ha declarado a bombo y platillo: Zapatero no representa al Estado, Zapatero es la antiespaña, el rompepatrias; Zapatero (el PSOE, y, con él, todos los partidos que apoyan sus decisiones políticas en estas cuestiones, es decir, todos, excepto el PP) es el cáncer que hay que extirpar, el objetivo a eliminar, aunque con ello se extirpe de paso la democracia misma.
            Toda insumisión, por tanto, no sólo está justificada, sino que es de obligado cumplimiento para cada español de pro. Y ahí acude en apoyo del PP, como otrora en apoyo de Franco, siempre solícita, la jerarquía eclesiástica llamando a su vez a la insumisión ante las leyes decididas democráticamente por el Parlamento español (con perdón).
            Ya tenemos, pues, dialécticamente justificado un nuevo golpe (perdón: contragolpe) de Estado, casi con los mismos protagonistas de hace setenta años y con el mismo discurso. Tal vez por eso el PP siga negándose obscenamente a la condena del franquismo, que realizó el Parlamento europeo por práctica unanimidad; tal vez por eso, la jerarquía eclesiástica siga sin pedir perdón por su entusiasta colaboración con la dictadura fascista de Franco. Porque, desgraciadamente, los dirigentes del PP y la jerarquía eclesiástica están jugando una baza decididamente antidemocrática, peligrosamente provocadora, de una insensatez histórica incomparable. El PP y la jerarquía eclesiástica constituyen, hoy por hoy, una opción ultraderechista peligrosísima para la convivencia democrática de este país. Lo lamentable es que del seno del PP y de la Iglesia no surjan voces enérgicas que frenen esta deriva demencial. España, la de todos, necesita una derecha moderna y democrática, que sepa hacer política para los españoles y no sólo para ganar el poder cueste lo que cueste. En cuanto a la Iglesia, creo recordar que un tal Jesús decía no sé qué de los pobres, pero mi memoria es tan frágil como la de los señores obispos, que tienen cosas más importantes en que pensar.
            Y en cuanto a Gustavo Bueno, pues, bueno, hay que darle la razón y reconocerle a Rajoy un dominio tremendo de la dialéctica. Pero, por el camino que lleva, mucho me temo que sea la tristemente conocida dialéctica de los puños y las pistolas.