Gabriel Flores
Grecia pide tiempo, Alemania exige sumisión
9 de febrero de 2015.
En los próximos días el Eurogrupo y el Consejo Europeo intentarán precisar el campo de juego, los contenidos y los límites que definirán la futura negociación entre el nuevo Gobierno griego y las instituciones europeas.
El actual programa de ayuda financiera a Grecia expira el próximo 28 de febrero y el primer problema que se debe resolver es cómo lograr una declaración común a favor de la negociación de un nuevo programa de ayuda que sea aceptable para las dos partes. Esa llave necesaria para abrir las negociaciones solo es posible si los socios europeos toman nota de la decisión expresada por la mayoría electoral y el nuevo Gobierno de Grecia de poner punto final a las políticas de austeridad seguidas hasta ahora y si las autoridades griegas no rechazan, de entrada, los compromisos adquiridos respecto al pago de su deuda pública.
A partir de esa manifestación de voluntades todo empezaría a ser posible. Conseguido ese punto de encuentro, podrían comenzar las negociaciones en torno a cómo compatibilizar el pago a los acreedores con el rescate de la ciudadanía griega golpeada por los recortes y con la necesidad de impulsar reformas estructurales orientadas a modernizar el tejido productivo y lograr tasas de crecimiento de la actividad económica y el empleo que permitan gestionar desequilibrios aceptables de las cuentas públicas y exteriores. Si no se alcanza ese mínimo acuerdo, la negociación no podrá dar sus primeros pasos y el conflicto y la tensión predominarán en una UE muy debilitada y fragmentada, en la que el viejo sistema de partidos ha sido puesto en cuestión por la emergencia de nuevas fuerzas políticas de muy diferente signo y una mayoría ciudadana del 53% entiende que su voz no es tenida en cuenta (último Eurobarómetro publicado en diciembre de 2014), mientras solo una minoría de apenas el 20% espera que la economía mejore en los próximos meses.
El campo de juego de la negociación con Grecia se ha achicado en las dos últimas semanas. Las líneas rojas establecidas por el Gobierno de Tsipras están claras: no plantearán nuevas quitas de la deuda griega, pero tampoco aceptarán más austeridad o supervisión por parte de la troika. Se abre un panorama de diálogo tenso, de semanas y meses de tiras y aflojas en los que el lenguaje creativo tendrá que suplir la falta de acuerdo para mantener abierta la mesa de negociación y explorar los términos del necesario acuerdo. No parece posible un acuerdo a corto plazo y cualquier escenario de ruptura sería, además de improbable, tremendamente peligroso e indeseable.
La gira europea del ministro de Finanzas Varoufakis y del primer ministro Tsipras durante la semana pasada permitió conocer los argumentos de cada parte, las enormes dificultades para conciliarlos y, en consecuencia, los estrechos márgenes en los que se mueven los prolegómenos de una negociación que tiene muchas papeletas para fracasar, aunque la falta de acuerdo supondría costes y riesgos de imprevisibles consecuencias para todas las partes.
Si Europa muestra otra vez su ineptitud e incapacidad para atender las necesidades específicas de un pequeño socio con una economía tan frágil y vulnerable como la griega y para dirimir de forma democrática y solidaria los diferentes intereses y aspiraciones que existen en el seno de la UE a propósito de un porvenir común, el proyecto de unidad europea acentuará su declive. Habrá más razones para la desafección de la ciudadanía europea con el proyecto que representa la UE y se extenderán y reforzarán las fuerzas nacionalistas de carácter exclusivista que culpan de todos sus males a los diablos extranjeros.
Grecia perdería más que nadie, es cierto; y, por añadidura, los otros países del sur de la eurozona. Pero también Alemania, el resto de Estados miembros de la eurozona y el conjunto de la ciudadanía europea tienen algo que perder. Por eso es tan irracional pensar hoy que la negociación no pueda culminar dentro de unos meses en un acuerdo aceptable para las partes o, más incomprensible aún, que la negociación sea abortada y pretenda sustituirse de forma inmediata por una nueva imposición.
La mayoría de la sociedad griega no acepta someterse por más tiempo a políticas de austeridad extrema que han dado pruebas suficientes de generar efectos económicos y sociales desastrosos sin solucionar ninguno de los problemas que pretendían arreglar. Grecia tiene razón. Y se carga de razón el Gobierno de Tsipras cuando pide “tiempo para respirar”, asegura que no busca el conflicto ni tiene la intención de “actuar de forma unilateral en lo que concierne a nuestra deuda” y precisa de forma explícita que su objetivo es pagar la deuda y lograr lo más pronto posible “un acuerdo favorable a la vez para Grecia y para Europa en su conjunto”.
Alemania no puede, por prejuicios ideológicos, discutibles principios económicos u oscuras razones políticas, mostrarse incapaz de aflojar la soga con la que pretende meter en cintura a Grecia y a su nuevo Gobierno. Menos aún, señalar la puerta por la que Grecia puede irse, amenazando al conjunto de su ciudadanía a sufrir costes y riesgos descomunales. Ni utilizar al BCE para incrementar la presión sobre el nuevo Gobierno griego. Ninguna persona decente, con mayor motivo si es europeísta y demócrata, debería aceptar que en las relaciones entre los socios europeos se utilice el chantaje. Tampoco es aceptable que miremos para otro lado cuando cualquier autoridad europea toma decisiones arbitrarias para amedrentar a un socio, imponer su criterio y exhibir su hegemonía.
Alemania no puede seguir situando a Europa y, especialmente, a los países del sur de la eurozona al borde del precipicio, en función de que las políticas de austeridad y devaluación salarial no incomodan los intereses alemanes o, lejos de suponer un perjuicio, afianzan su poder y capacidad de decisión en Europa.
Hasta ahora, todo el esfuerzo para acercar posiciones lo ha hecho el nuevo Gobierno griego. La otra parte ha cerrado filas y las admoniciones de Merkel y Schäuble se han reforzado con un gesto inequívoco de arrogancia, enemistad y advertencia por parte del BCE.
Las autoridades e instituciones europeas maniobran con el propósito de poner a Grecia entre la espada y la pared y conseguir que ceda y olvide sus promesas electorales.
Si Tsipras acepta pedir la extensión del actual rescate y mantener los compromisos del anterior Gobierno pendientes de concluir (más recortes presupuestarios, despidos de funcionarios, privatizaciones y desregulación laboral) obtendría los desembolsos pendientes de sus socios europeos y del FMI y se le volvería a abrir la ventanilla del BCE cerrada hace unos días para obtener la liquidez que necesita. Pero esa aceptación supondría incumplir sus compromisos con los electores y su claro mandato de acabar con la austeridad y la supervisión política de la troika. De hacerlo, estaría aceptando su suicidio político.
Si no acepta pedir la extensión del rescate se acabaría el sostén financiero de la eurozona y esa falta de fondos y el consiguiente pánico bancario multiplicarían la fuga de capitales y la retirada de depósitos de los bancos que ya alcanzan volúmenes muy importantes y acabarían amenazando la supervivencia del Gobierno.
Ante ese dilema, el primer ministro Tsipras ha vuelto a tirar de firmeza, racionalidad y contención al presentar el pasado domingo, 8 de febrero, en el Parlamento griego, el programa de Gobierno que somete a un debate parlamentario que concluye el martes, 10 de febrero, con el voto de confianza al nuevo Ejecutivo.
Tsipras reafirma sus promesas electorales y tiende la mano a sus socios europeos para empezar a negociar. En los próximos días sabremos hasta dónde son capaces de llegar Merkel y el bloque de poder que representa y hasta dónde llegan la inteligencia del nuevo Gobierno de Syriza para situar la negociación en el marco de los intereses europeos y su temple para aguantar la tensión y las amenazas que se le vienen encima. Y podremos analizar, tras la reunión del Eurogrupo del próximo miércoles 11 de febrero, y la del día siguiente del Consejo Europeo, con más datos y detalles en qué condiciones van a continuar hablando y preparando las negociaciones.
Las fuerzas progresistas y de izquierdas que en el Estado español pretenden también, como Syriza en Grecia, romper con las políticas de austeridad y conceder la máxima prioridad a la atención de las necesidades básicas de la gente se juegan mucho en este envite. Y harían bien en mostrar públicamente su respaldo a Grecia y a su Gobierno y la exigencia de mantener las negociaciones y llegar a acuerdos.
Grecia gana tiempo sin someterse
13 de febrero de 2015.
Tras el fracaso cosechado por el Eurogrupo y el desencuentro escenificado en su reunión del pasado miércoles, 11 de febrero, Europa parece dispuesta a enfriar el conflicto con el Gobierno griego y ha abierto, coincidiendo con la reunión del Consejo Europeo del 12 de febrero, una puerta al diálogo.
No se trata todavía de una rectificación formal. Merkel y sus aliados no desean que su disputa con Grecia se desmadre y eligen un nuevo terreno, el de una comparación técnica entre las propuestas de ambas partes, para mantener la presión sobre las incomodas e insumisas autoridades griegas. Tratarán ahora de desgastar el apoyo que brinda la población griega a su Gobierno y centrar el debate en la debilidad técnica y la inviabilidad de sus propuestas. Y para ello es imprescindible que la discusión comience. No podían encastillarse en la exigencia de condiciones que no son aceptables, como ya han comprobado, ni por las nuevas autoridades ni por la ciudadanía griega.
Alemania ha tenido que sacrificar el peón que suponía la exigencia al Gobierno griego para que aceptara y solicitara la extensión del actual plan de rescate, antes de comenzar a hablar de cualquier nueva financiación o préstamo. El único objetivo de semejante exigencia era humillar al Gobierno griego y obligar al primer ministro Tsipras a aceptar unas condiciones y un control de la troika que la ciudadanía griega detesta.
Grecia ha tenido que aceptar que el diálogo previo a la apertura de negociaciones se haga también con los componentes de la troika (BCE, Comisión Europea y FMI) sin nombrar el fatídico nombre asociado a la pérdida de soberanía y al empobrecimiento sufrido por la mayoría de la población griega. Así, Grecia y el Eurogrupo "han acordado pedir a las instituciones que comiencen las conversaciones con las autoridades griegas para empezar a trabajar en el análisis técnico de los puntos en común entre el programa actual y los planes del Gobierno griego", según informó el jueves por la tarde la portavoz de Dijsselbloem.
Se abre así una oportunidad para que las autoridades griegas expliquen y desarrollen unas propuestas que intentan compaginar el pago de la deuda pública con el plan de rescate humanitario que ya ha comenzado a aplicar y con las imprescindibles reformas modernizadoras de la economía y las administraciones públicas que permitan desatascar la actividad económica y avanzar al tiempo en todos esos frentes.
El diálogo comienza sin necesidad de hablar de la troika ni mencionar la vigencia de las condiciones impuestas por el plan de rescate aún en vigor. Y ha desaparecido también la exigencia de prolongar el plan rescate que expira el 28 de febrero. Los contenidos de las conversaciones técnicas iniciales se centrarán en propuestas orientadas a solucionar problemas sin generar costes o desequilibrios sociales y económicos aún mayores. Ya se volverá a tropezar otra vez con las diferencias políticas, que de momento quedan aparcadas, pero en el Eurogrupo del lunes, 16 de febrero, se comenzará a hablar de medidas concretas, de las propuestas adelantadas por el Gobierno griego y de las opiniones o contrapropuestas del resto de los socios de la eurozona.
También se ha producido otra noticia que apunta en la misma dirección de dar una oportunidad al acuerdo. En paralelo a la reciente reunión del Consejo Europeo, el BCE daba a conocer su decisión de subir el techo de financiación de urgencia a los bancos griegos hasta los 65.000 millones de euros y extender en una semana, hasta el próximo 18 de febrero, la provisión urgente de liquidez. Un movimiento pequeño, pero con un gran significado que apunta a favorecer las conversaciones entre las partes. Nadie quiere aparecer ahora del lado de la intransigencia. Nadie, excepto Rajoy, que parece tener pánico a un acuerdo que alentaría en España la ruptura con las medidas de austeridad.
Las posibilidades de negociación se refuerzan. Y el Gobierno griego puede mostrar que su posición de no ceder a presiones y chantajes ha permitido impulsar el diálogo. Todavía no cabe ni soñar con una victoria de Grecia en este conflicto, pero sí con una rectificación significativa del próximo programa de ayuda a Grecia respecto a los programas de rescate anteriores. La firmeza de Grecia, rechazando la sumisión, la austeridad extrema como base de la política económica y el empobrecimiento masivo de la población, se ha demostrado posible y fructífera. Todo un ejemplo de dignidad y eficacia para otros gobernantes que pasaron por el aro sin conseguir nada positivo.
Grecia ha ganado más tiempo. Alemania no ha conseguido la sumisión que pretendía del nuevo Gobierno griego y que deseaba inmediata. La pelota del diálogo va a seguir rodando unos días más, después de que el primer ministro Tsipras reafirmara sus compromisos electorales. Ya es un importante logro. Los interlocutores tendrán que hacer a corto plazo gestos de complicidad y aperturas en sus posiciones para que el diálogo se fortalezca, cobre sentido y abra el camino a una compleja negociación política que será difícil concluir en los próximos días y que, probablemente, durará semanas o meses.
No cabe descartar nada, ni siquiera la salida de Grecia de la eurozona y la UE, pero el escenario más probable es, sigue siendo, la consecución de un acuerdo aceptable para todas las partes, que pueda ser defendido sin producir sonrojo propio o vergüenza ajena tanto por las autoridades alemanas como por las griegas. Y esa condición de éxito compartido es posible.
Habrá concesiones. Son inevitables en toda negociación. Y más aún en un proceso en el que los protagonistas tienen fuerzas tan desiguales y se juegan intereses de tan diferente calibre. Grecia arriesga buena parte de su futuro inmediato y el bienestar de varias generaciones. Alemania apenas compromete un puñado de ideas y discutibles principios económicos que hoy pueden parecer importantes a sus partidarios, pero mañana se pueden arrojar al cubo de la basura o servir para decorar algún rincón obscuro del acervo cultural de la derecha.
A los que juegan alegremente con la hipótesis de la salida de Grecia de la eurozona, Varoufakis, el ministro de Finanzas griego, les ha explicado lo que puede estar en cuestión: “El euro es frágil. Es como un castillo de naipes, si retiras la carta griega las otras también van a caer”. No está mal como aviso a irresponsables, pero la afirmación de Varoufakis no es demasiado acertada. Por el fondo, el euro no es tan frágil como nos lo quieren presentar; y por la forma de presentar el papel que desempeña la carta griega en la tarea de sustituir en Europa la estrategia de salida de la crisis basada en la austeridad y la devaluación salarial por una propuesta alternativa de carácter progresista.
Por muy periférica y frágil que sea la economía griega o por mucha responsabilidad que se puedan achacar a anteriores gobiernos griegos y a las elites económicas y políticas griegas en el desastre ocasionado, las instituciones europeas no pueden menospreciar a un socio ni la voluntad de una mayoría social expresada con claridad y democráticamente. Arriesgan demasiado.
Por muy cómoda que haya resultado hasta ahora la imposición de programas draconianos de austeridad a los países del sur de la eurozona, no conviene a los intereses de los poderes hegemónicos europeos que se note tanto su añoranza por anteriores Gobiernos griegos que, tras arruinar a la mayoría social y llenarse los bolsillos, han contribuido a empeorarlo todo.
Tsipras ha reafirmado sus compromisos electorales, los ha puesto en marcha y ha ampliado en el Parlamento el apoyo logrado en las urnas. No es poca cosa. Y ha conseguido arrancar un principio de diálogo y aguantar la presión sin que su Gobierno ni la ciudadanía griega se hayan doblado o roto.
En próximas reuniones, los socios europeos volverán a intentar precisar las propuestas aceptables para ambas partes y los límites que definirán la negociación técnica entre el nuevo Gobierno griego y las instituciones comunitarias. Hay que seguir atentos un proceso que determinará si es posible y hasta donde llega la rectificación de los programas austericidas que tanto daño han hecho a Grecia, al resto de países del sur de la eurozona, a la mayoría de sus gentes y al proyecto de unidad europea.
Grecia da un paso atrás que facilita la fumata blanca
21 de febrero de 2015.
Ha costado mucho. A ratos parecía imposible. Finalmente, a la tercera reunión ha ido la vencida, el Eurogrupo ha acordado una extensión de cuatro meses del programa de asistencia financiera a Grecia. Se desatasca el diálogo y Grecia gana un tiempo precioso para perfilar las bases de un nuevo acuerdo que permita sanear y modernizar su economía, asentar las bases de un crecimiento sostenible y atender todos sus compromisos y obligaciones, tanto los que mantiene con sus socios como los que ha contraído con la mayoría social griega.
No está bien visto en la izquierda ceder. Ni un palmo de terreno. Ni siquiera cuando la situación hace imposible mantener la misma posición y la realidad impone la necesidad de dar un paso atrás, sin capitular, salir corriendo o pasarse al otro bando. Negociación y concesiones van unidas. Y es buena cosa que así sea y así lo entiendan los participantes que intentan aproximar posturas, especialmente cuando la crispación y sus partidarios amenazan trocar el diálogo por desencuentro y ruptura.
En las conversaciones llevadas a cabo la semana pasada entre Grecia y el Eurogrupo, Alemania ha querido dejar bien patente que tiene la sartén por el mango y que, si el Gobierno de Syriza no atiende sus razones, no dudará en atizarle con ella en la cabeza para aumentar los niveles de comprensión de tan incómodo socio. Pese a ello, Grecia no ha perdido la compostura ni parece haber tenido dudas sobre la necesidad de mantener abierta la vía del diálogo y la perspectiva de la negociación. Grecia no se ha cansado de repetir lo que el primer ministro Tsipras volvió a manifestar por escrito a la agencia Reuters poco antes de iniciarse la reunión del Eurogrupo que concluyó en acuerdo: “Grecia ha hecho todo lo posible para lograr una solución mutuamente beneficiosa, fundada en el principio de un doble respeto: a las reglas de la UE y a los resultados electorales de los Estados miembros”
Léanse con atención porque las palabras de Tsipras merecen ser leídas atentamente. El primer ministro griego no solo reclama respeto por los resultados electorales que han permitido el acceso de Syriza al Gobierno griego, también manifiesta su respeto por los resultados y compromisos electorales de todos los Estados miembros. Lo que está en juego no es solo la situación de la deuda griega, de su pequeña y frágil economía o de una sociedad harta del maltrato que ha sufrido por parte de la troika, sino el porvenir de Europa como proyecto compartido, democrático y respetuoso con los intereses y necesidades que manifiestan todos sus socios, incluidos los de la pequeña, periférica e insumisa Grecia.
Tras dos semanas de soportar una enorme presión, el Gobierno griego se sintió obligado a “solicitar la extensión del actual acuerdo de ayuda financiera (Master Financial Assistance Facility Agreement) por un periodo de seis meses” y admitir la participación, las propuestas y la supervisión de las instituciones (las mismas Comisión Europea, Banco Central Europeo y Fondo Monetario Internacional que hasta hace unos días denominábamos troika). En definitiva, Grecia aceptó pedir la extensión del rescate actual con el compromiso de respetar y cumplir buena parte de las condiciones asociadas a ese rescate. Hay palabras que hieren y no es cuestión menor que Grecia se siga resistiendo a utilizar las palabras rescate, austeridad y troika, porque simbolizan imposiciones de medidas tan injustas como ineficaces que la mayoría social griega no está dispuesta a que se repitan o mantengan.
Ha sido un paso atrás, ¿por qué negarlo? Lo han intentado y no han podido. La concesión que se han visto obligados a hacer no les ha hecho capitular ni apartarse de sus objetivos ni de los compromisos adquiridos con sus electores y con la mayoría social griega. Y piensan seguir resistiendo las presiones que van a continuar. Nada que objetar. Nada que reprochar a Varoufakis o Tsipras, que han llevado el peso de las conversaciones y han logrado desbaratar las maniobras que pretendían desacreditar al recién estrenado Gobierno griego y hacerlo responsable del fracaso del diálogo. Nadie mejor que las actuales autoridades griegas están al tanto de la situación de sus arcas públicas, de cómo la fuga de capitales y ahorros bancarios ha afectado a un ya muy frágil sistema bancario o de la urgencia en relajar la tensión, respirar y recomponer apoyos, alianzas (internas y externas) y propuestas de actuación.
Es hora de hacer balance de la situación. Afortunadamente, para Grecia y para Europa, el acuerdo ha sido posible y se abre un nuevo periodo que va a seguir marcado por una tensa y problemática negociación que, si las cosas van todo lo bien que pueden ir, mientras la derecha conservadora siga manteniendo la mayoría electoral y su hegemonía en las instituciones europeas, va a durar otros cuatro meses y se prolongará, probablemente, durante años. Porque así lo requiere la extrema fragilidad de una economía, unas instituciones políticas y administrativas, un país, Grecia, cuyos problemas y desequilibrios no empiezan en 2010 con los rescates, ni siquiera con su sorprendente y cuestionable inclusión entre los países del euro en 2001, ni se van a acabar por obra y gracia de la nueva financiación que acaban de otorgarle sus socios europeos. Incluso si tal financiación fuera mucho más abundante y los costes financieros aún más bajos que los que se han acordado.
La injusta e ineficaz austeridad impuesta ha devastado la economía, el viejo régimen de partidos políticos y la sociedad griega, pero ni la austeridad está en el origen o es la causa determinante de los graves problemas que afectan a Grecia ni su relajación puede resolverlos. Atenuar y dosificar la dosis de austeridad es imprescindible, pero no basta para romper los grilletes, desequilibrios e insuficiencias que atenazan a la economía griega. El Gobierno de Tsipras y la mayoría social griega aspiran a algo más que menguar la austeridad, pretenden romper con la estrategia de salida de la crisis impuesta por las fuerzas europeas conservadoras que lidera y representa Merkel. Y quieren impulsar una propuesta alternativa, popular y progresista de salida de la crisis al tiempo que llevan a cabo el rescate social de urgencia que necesita y reclama la ciudadanía griega. Su objetivo es iniciar “un proceso de reformas más amplio y más profundo orientado a mejorar de forma duradera las perspectivas de crecimiento y empleo, asegurar la gestión de la deuda y la estabilidad financiera, aumentar la equidad social y mitigar el importante coste social de la actual crisis”, como puede leerse en la carta enviada el pasado 18 de febrero por Varoufakis, ministro griego de Finanzas, al presidente del Eurogrupo, para facilitar el acuerdo que acaba de lograrse.
Grecia defiende su derecho a llevar a cabo ese proceso de reformas permaneciendo dentro de la eurozona y de la UE, aunque para ello esté obligada a jugar una compleja y muy difícil doble partida, la primera y más importante en la propia Grecia, la segunda, decisiva y aún más difícil, en el tablero europeo, disputando la hegemonía a la derecha conservadora que ahora impone reglas y medidas. Y para ello hacen falta tanto tino y tanta audacia como los que han demostrado hasta el momento Tsipras, Varoufakis y compañía. Nos han abierto la puerta a un futuro menos sombrío, ahora hay que convencer a la mayoría de la sociedad española y a la mayoría de la ciudadanía europea que merece la pena acompañar a Grecia en la tarea de derrotar la estrategia de austeridad de la derecha europea e iniciar una vía alternativa para salir de la crisis.
Las instituciones europeas han tratado y, en el mejor de los casos, van a seguir tratando como un problema de liquidez una situación de insolvencia que ni siquiera una quita sustancial de la deuda podría arreglar. Creo que las nuevas autoridades griegas son conscientes de esa situación, saben que la financiación proveniente de sus socios europeos es imprescindible, pero también saben que las reformas estructurales que están por realizar (y que poco tienen que ver con las que demanda la troika) van a depender por ahora y durante bastante tiempo de sus propias fuerzas. También del acierto con el que gestionen las relaciones con sus socios europeos y sean capaces de preservar dosis suficientes de soberanía para establecer objetivos y prioridades y llevar a cabo una gestión independiente (independencia relativa y condicionada por su pertenencia al mercado único y al euro) que les permita cumplir su programa electoral y mantener y acrecentar el apoyo de la mayoría social griega.
Grecia busca la complicidad de sus socios comunitarios y de la ciudadanía europea para dejar atrás vocablos espantosos, vinculados al austericidio sufrido, y conseguir que las negociaciones y los comunicados comunitarios se pueblen de palabras hermosas como solidaridad, beneficios mutuos, cohesión, democracia real o proyecto común de unidad europea que encarnen en medidas y políticas concretas que mejoren la vida de la gente.
Mientras tanto, los detalles de este reciente acuerdo se conocerán en los próximos días. Grecia va a poder disponer de forma inmediata de alrededor de 7.000 millones de euros y gana cierta flexibilidad para presentar antes del próximo 24 de febrero una lista de reformas vinculadas a los compromisos adquiridos en el segundo rescate que está a punto de expirar. Flexibilidad condicionada a que esas reformas preserven el equilibrio de las finanzas públicas.
Si todo marcha como está previsto, esa lista de reformas deberá ser confirmada por el Eurogrupo el 24 de febrero y la extensión en cuatro meses del plan de ayuda a Grecia deberá ser aprobada por los parlamentos de Alemania, Estonia, Holanda y Finlandia antes del 28 de febrero. Después se abriría una negociación en detalle con objeto de afinar y cuantificar esas reformas. A partir de junio sería necesario negociar y aprobar un tercer plan de ayuda y su aplicación sería también sometida al control y la supervisión de las instituciones.
Un largo y proceloso movimiento de negociaciones y acuerdos, dentro de un conflicto de estrategias, envuelto en una descomunal crisis. Ojalá el Gobierno de Grecia siga acertando en la tarea y ojalá las fuerzas de izquierdas del Estado español acierten a sumar lo más pronto posible otro Gobierno progresista a su esfuerzo.
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