Gerardo
García-Trío San Martín ¿Es el compromiso fanatismo? (Reflexiones de un arpío)
http://digital.el-esceptico.org/leer.php?id=1738&autor=642&tema=11
Muchos de mis amigos y familiares
tienen algún tipo de creencia
pseudocientífica o paranormal; unos pocos incluso han adoptado
una amalgama de creencias mágicas y pseudocientíficas como
ideología y filosofía vital. Saben todos que yo mantengo
una actitud escéptica y combativa ante tales creencias y sus divulgadores.
Inevitablemente, a veces tengo con ellos discusiones en las que no es
extraño
que yo acabe siendo clasificado de ciego y fanático por mi confianza
en la razón, el empirismo y el método científico; me espetan
con sabia y mística sonrisa que todos tenemos una religión, intentando
equiparar el conocimiento científico, un sistema establecido sobre verdades
comprobables, con la fe religiosa, basada en dogmas supuestamente obtenidos
por revelación divina. La ciencia es demostrable; la religión
no. Pero no es mi tema ahora desmontar este argumento.
Me han preguntado muchas veces si no será una clase de intolerancia
esto de luchar contra la extensión del pensamiento mágico y anticientífico.
He reflexionado mucho, ejercitando la autocrítica y haciendo examen
de conciencia, sobre el difuso límite entre compromiso y fanatismo: ¿Por
qué no permitir que la gente crea en lo que quiera? ¿A quién
hace daño que muchas personas tengan creencias que entran en conflicto
con el pensamiento científico? ¿No es soberbia esto de erigirse
en sabio y educador del ignorante? ¿Acaso no puede ser mejor que algunas
personas crean una mentira que les da paz y felicidad antes que una verdad
que les haga vivir abrumados? ¿Cuál es el límite entre
la noble educación y la falta de respeto a las creencias y cultura ajenas?
Estas preguntas y otras similares me hacía yo sumiéndome en una
reflexión casi filosófica que me abstrajo durante un tiempo antes
de hallar respuestas. Como suele sucederle a las mentes que buscan conocer
la verdad, fueron los hechos y no las especulaciones ni los deseos personales
(más bien tendentes a la indiferencia) los que me contestaron. Mi entorno
cercano, mi época y mi propia experiencia me fueron proporcionando casos
y ejemplos que se fueron distribuyendo a uno y otro lado en las bandejas de
una balanza.
Por un lado pesaba la verdad útil, aquélla que no ha de ser necesariamente
cierta, sino beneficiosa para el ser humano: la creencia sin fundamento que
hace feliz al individuo. Nada malo encontré en la ilusión diaria
que los horóscopos aportan a una de mis amigas: su lectura la divierte
y estimula realmente y, al fin y al cabo, ella no comete la insensatez de tomar
decisiones personales importantes basándose en el disparate astrológico;
tampoco me pareció perjudicial la creencia de otra querida amiga en
el yoga y, si bien anda un poco despistada entre tanto chacra, reiki y demás
invenciones energéticas, la verdad es que es para ella una disciplina
de relajación que viene bien a su nervioso temperamento; no me preocupó tampoco
que otros amigos míos practicantes de taekwondo crean que su salud física
y nerviosa, causada evidentemente por el ejercicio físico regular (que
los tiene hechos unos mulos), es una consecuencia de su dominio de ese intangible
producto de la fantasía llamado chi. La religión, la creencia
en la supervivencia del alma, son consuelo y motor para millones de personas
en un mundo muchas veces descorazonador.
Todo bastante inofensivo, de momento. Resultaría incluso cruel pretender
arrebatar a estas personas tan beneficiosas ilusiones. Pero, ¿es tan
sencillo el problema? Continúo sopesando los pros y los contras:
Además de los anteriores casos, también sé de personas
cercanas que, en momentos de graves problemas personales y debido a su ignorancia,
desperdiciaron dinero entregándolo a las manos de estafadores sin escrúpulos
disfrazados de brujos o adivinadores cuyos consejos y predicciones nunca se
cumplieron ni sirvieron para nada. Conozco personas que abandonaron tratamientos
médicos científicos afectando gravemente a su salud para pasarse
a falsas medicinas como la homeopatía, cuyos efectos está demostrado
que no existen. Incluso los cuentos fantásticos aparentemente inofensivos
y risibles como los referentes a regresiones hipnóticas usadas por los
pseudocientíficos para "recordar" vidas anteriores o abducciones extraterrestres,
se filtran en la cultura general provocando peligrosas consecuencias: recientemente
un hombre fue a la cárcel en España tras darse en un juicio mayor
importancia a unas declaraciones teatrales bajo hipnosis que a unas pruebas
científicas forenses que lo exculpaban, cuando los psiquiatras expertos
en hipnosis afirman que este estado inducido no hace recordar con más
claridad o detalle; de hecho intentar esto puede provocar el peligroso efecto
de mezclar las verdaderas vivencias con las fantasías hipnóticas
dando lugar a recuerdos falsos. ¿Y cuánto dinero, público
o privado, se ha derrochado durante años financiando pseudociencia?
Un ejemplo extremo de esto, triste y alarmante, lo tenemos en estos momentos
en Sudáfrica, donde el gobierno ha pedido asesoramiento a los famosos "disidentes
del SIDA" (que sostienen cosas como que no existe el virus VIH) para tratar
la epidemia sudafricana; de tomárseles en serio la tragedia humana podría
desbordarse. Y la consoladora y piadosa religión también tiene
su lado oscuro: sé de casos de niños fallecidos al negar sus
padres, testigos de Jehová, una transfusión sanguínea
necesaria. La superpoblación y epidemias que asolan África son
agravadas por la Iglesia Católica con su irracional postura de no permitir
la anticoncepción.
Llegado a este punto de mis reflexiones la balanza se inclina del lado del
compromiso. No soy capaz de distinguir entre el sano folclore inherente a toda
cultura y la dañina superstición que siempre han denunciado los
sabios. Se me hace imposible la indiferencia ante la extensión de la
ignorancia científica y la excesiva presencia en los medios de charlatanes,
pseudocientíficos y fabricantes de misterios. Desde mi posición
y posibilidades, seguiré molestando a mis amigos y seguiré informando
y educando a quien quiera oírme. El pensamiento mágico, supersticioso,
paranormal, pseudocientífico, anticientífico o como queramos
llamarlo, dista mucho de ser inofensivo. La ignorancia nunca lo es.
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