Raúl Zibechi
América Latina.
Un periodo de cambios

(Página Abierta, 181, mayo de 2007)

            Parece de sentido común decir que hoy en América Latina se vive una coyuntura, un periodo de cambios relativamente importantes. En Sudamérica, de los diez países más importantes, siete tienen  Gobiernos autodenominados progresistas, o de izquierdas, o revolucionarios. Por otro lado, acaba de triunfar el autodenominado sandinista, en Nicaragua, y se registra una pujanza de movimientos y de sectores sociales organizados en buena parte de los países, aun donde no ganó la izquierda. En Colombia, en Paraguay y en Perú hay fuerzas opositoras que han adquirido una importancia que no existía antes. Han roto el bipartidismo, el dominio de partidos casi diría que ancestrales, como en el caso de Paraguay y Colombia. Y en México ustedes saben bien que la izquierda ha tenido un protagonismo muy importante en los últimos años.
            Pero lo que más me llama la atención, aquí y allá, es la expectativa generada por estos cambios. Hay, incluso, sectores sociales que hablan de una derrota estratégica de EE UU y la posibilidad de salir definitivamente del modelo neoliberal y caminar hacia experiencias de otro tipo, “socialistas” o como se les quiera llamar. Lo cierto es que sí podemos decir que se registra, evidentemente, una coyuntura un poco especial y que estamos en un proceso de cambios como no había habido en las últimas décadas.
Me gustaría hacer primero, brevemente, un recuento de cómo se llega a este escenario, para luego analizarlo más en profundidad.

Una breve historia

            En primer lugar, allá por los años setenta y ochenta comenzaron a emerger en unos cuantos países de América Latina nuevos actores, nuevos colectivos, nuevos sujetos –la palabra no es demasiado importante– que comenzaron a reconfigurar el escenario del campo popular. En el año 1972, en Ecuador, se funda ECUARUNARI (1), una organización de los indígenas quechuas de la sierra que colocan en el centro de sus luchas la opresión como pueblo indio, cuando, hasta ese momento, la hegemonía del Partido Comunista en el movimiento indígena planteaba que se trataba de un sujeto campesino. Es el comienzo de un nuevo camino cuyo origen se puede rastrear en varios riachuelos que confluyen en esta organización, en ellos se incluye el propio movimiento indígena, la alfabetización, la labor de la Iglesia, etc.
            En 1973, en Bolivia, se emite un documento, a mi modo de ver muy importante, que es el Manifiesto de Tiwanaco, en el que por primera vez un grupo de intelectuales indios –aymaras–, alfabetizados, urbanos, plantean que sí son explotados, pero sobre todo son oprimidos como pueblo. Es el nacimiento de una corriente que marcó profundamente la historia de Bolivia: el catarismo o katarismo (2), que seis años después ya se hace hegemónica en la central sindical rural, campesina, de la cual nace una cantidad de corrientes de signo renovador, de signo heterodoxo, de las cuales beben algunas de las corrientes principales y de las personas que hoy están ocupando el Gobierno en Bolivia. Tanto Álvaro García Linera, el vicepresidente, como el propio Evo surgen de esta camada de luchas sociales impulsadas por el katarismo.
            En 1974 –es un hecho más conocido–, se realiza el congreso indígena de Chiapas, impulsado por la diócesis de San Cristóbal, siendo obispo Samuel Ruiz, en el que por primera vez, con traducciones simultáneas en todas las lenguas –en cinco lenguas indias–, indígenas de diferentes cañadas que no se conocían, que no establecían relaciones entre ellos, de diferentes etnias, encuentran formas comunes de diálogo, conversan y descubren los problemas comunes que tienen, o algunos de ellos por lo menos. Es el comienzo también de un movimiento que luego fructificará en diferentes organizaciones campesinas. Una de sus corrientes es el zapatismo, pero hay otras de no menor importancia aunque menos conocidas internacionalmente.
            En 1977, a un año del golpe de Estado, en Buenos Aires, Argentina, surge un grupo totalmente nuevo de mujeres, las Madres de Plaza de Mayo, que, más allá de su trayectoria posterior, impactó enormemente en el imaginario y en la práctica de la nueva militancia social argentina. Las Madres fue, desde 1977 hasta mediados de los noventa –cuando aparecen otras organizaciones y cuando Madres ya tiene una deriva de otro tipo–, el único grupo de referencia, fuera de los partidos –trotskistas, maoístas, comunistas...– de la izquierda revolucionaria, y es un lugar por el que pasaron decenas, cientos de jóvenes, en el que se llevaba a cabo una forma de acción fresca, abierta, de fuerte impronta comunitaria. Las Madres es un núcleo de unas pocas decenas de mujeres que todos los días se ven, están juntas en sus casas, cocinan juntas, discuten todo el tiempo, se pelean mucho –se peleaban–. Insisto en que esto ha cambiado bastante, pero hace 15 o 20 años jugaron un papel fundamental. Era un grupo de vínculos fuertes, de vínculos comunitarios.
            En 1979 empieza su andadura –se realiza la primera ocupación planificada de tierras en Brasil– lo que luego sería el Movimiento de Trabajadores Rurales sin Tierra, y comienza también lo que luego sería la CUT (Central Única de Trabajadores). Es el inicio de este fuerte movimiento de la industria automovilística, del movimiento sindical paulista –de Sao Paulo–, un nuevo sindicalismo, en donde hace sus primeras armas Lula.
            Y en esos años se funda en Bolivia la CSUTCB (Confederación Sindical Única de Trabajadores de Bolivia); en Colombia se fundan la ANUC (Asociación Nacional de Usuarios Campesinos), una organización campesina importante, con un fuerte protagonismo de las mujeres, y la ONIC (Organización Nacional Indígena de Colombia); y, en fin, una camada enorme de organizaciones y grupos nuevos, cuya base de trabajo cotidiano no es la fábrica, no es el centro de estudios, sino, básicamente, la familia y la comunidad.
            De diferentes maneras planteado, estos movimientos –excluida la CUT, naturalmente, pero no así el MST– tienen una fuerte impronta de vínculos sociales fuertes, heredada, sin duda, de la Pastoral de la Tierra, de la vastísima experiencia de las comunidades eclesiales de base y de la Teología de la Liberación, corriente nacida en América Latina. La Teología de la Liberación, los cientos de miles de laicos comprometidos en este camino de las comunidades de base han jugado un papel importantísimo en esta reconfiguración, en esta nueva generación de movimientos en América Latina. En un periodo, además, en el que los partidos de izquierda, las guerrillas, el clásico movimiento sindical y campesino sufrían derrotas o un declive importante.
            En segundo lugar, el modelo neoliberal en esos años –mediados ya de los ochenta– se implanta con fuerza en América Latina, primero en Bolivia y luego en otra serie de países, y comienzan a producirse reacciones. Así como los setenta y ochenta fueron años de recomposición del escenario socio-cultural desde abajo, por decirlo de alguna manera, a partir de los noventa comienza la irrupción de actores nuevos, relativamente o bastante organizados, en las áreas rurales, indígenas y sin tierra, pero también en las urbanas, donde se deja sentir la pobreza y se producen también estallidos sociales. Lo que llevará a un cambio en los actores políticos.
            Un ejemplo de la reacción del movimiento contra este modelo es el caracazo del año 1989, un levantamiento popular no programado, no dirigido, digamos espontáneo –aunque es una palabra difícil de manejar– contra un paquete de medidas neoliberales impuesto en Venezuela por un amigo de Felipe González, Carlos Andrés Pérez. Medidas que suponían, entre otras cosas, una subida enorme de los precios de los productos básicos. Se produjo, entonces, una masiva bajada de los cerros, enfrentamientos con el Ejército y la policía, con cientos de muertos, etc. Hechos que supusieron el comienzo de este desfonde del sistema de partidos que se produjo en Venezuela.
            Hay, pues, algunos países en los que fructifica una irrupción, clara, masiva, fuerte, de esos sectores que habían sido marginados por el neoliberalismo. Los de afuera, los excluidos, irrumpen en el escenario socio-cultural y político, y modifican fuertemente el panorama.
            En 1990, la CONAIE, la Confederación de Nacionalidades Indígenas de Ecuador, produce el primero de una serie de siete u ocho levantamientos que colocan a los indios, por primera vez, en el centro del escenario político y comienzan a poner a la defensiva a las clases dirigentes, tanto a las clases económicamente hegemónicas como a la clase política. Proceso que tiene un punto álgido en enero de 2000, cuando durante unas horas, y aliados con un grupo de coroneles, toman el palacio.
            Ecuador, por lo tanto, es otro país donde se produce en esos años noventa un desfonde del sistema político muy importante. En el año 2002 asciende al Gobierno un candidato elegido con apoyo de la CONAIE, Lucio Gutiérrez, que luego traiciona su programa, y en un clima de inestabilidad social muy grande no puede mantener su Gobierno, hasta que finalmente cae y se convocan nuevas elecciones; y a finales de 2006, Rafael Correa se convierte en el nuevo Presidente.
            También en 1990 se produce la primera marcha india en Bolivia, país donde se consideraba que la clase obrera era el sujeto básico revolucionario o para un cambio político. Los mineros sindicalizados eran el contrapoder claramente hegemónico dentro del campo popular. Y entonces aparecen los indios, y además no cualquier indio, sólo unos poquitos indios de la Amazonía, ni aymaras ni quechuas. Y hacen la marcha de la vida y de la soberanía hasta la ciudad de La Paz, atravesando alturas de 5.000 metros, y colocan el tema ambiental y los derechos de los pueblos indios en el centro del escenario. Y comienza un proceso muy lento de recomposición del movimiento popular boliviano, que pega un salto adelante en el año 2000, con la guerra del agua. Después, en 2003, vendría la primera guerra del gas, y en 2005, la segunda guerra.
            En estos tres países que he mencionado, Venezuela, Ecuador y Bolivia, los movimientos como instituciones y la gente movilizada hacen entrar en crisis el sistema de partidos, muy debilitado, muy deslegitimado. A tal punto que en esos países los tres presidentes actuales no pertenecen a ninguna de las fuerzas tradicionales que hicieron los sistemas políticos vigentes en ellos.
            Aquí conviene recordar que en los años 1991-92 se produjo un gran movimiento en América, el de los Quinientos años, que contribuyó a poner en el centro del escenario político a estos movimientos.
            Pero también hubo luchas sociales muy importantes en otros países. En el año 1997, los Sin Tierra ganan la ciudad con una gigantesca marcha que recorre durante más de un mes todo Brasil y coloca a 6.000 personas en Brasilia, algo prácticamente inédito en un país como Brasil. En Paraguay, en 1999, estalla una protesta de carácter insurreccional a raíz del asesinato del vicepresidente Argaña. Posteriormente, en este mismo país, movimientos campesinos y urbanos logran frenar las privatizaciones promovidas por el Gobierno. Y en 2000, en Perú, se produce el levantamiento popular de Arequipa.
            Y faltaba la guinda, ese gran movimiento que se produce en Argentina, en diciembre de 2001, que quizá haya sido el más importante porque se produce en un país que había sido el eje de las políticas neoliberales durante una década terrible, la de Carlos Menem. Y en ese país, en esa ciudad tan moderna, tan parisina en tantas cosas, como Buenos Aires, irrumpen los más pobres, aliados ahora con las clases medias; se meten en el centro de las ciudades con varias marchas de desocupados, de desarrapados. Parecían aquellas imágenes de París, cuando los desarrapados llegan a la plaza Central, aquella adorada por Borges. Y en el caso argentino, ya no como obreros enfrentados a las clases medias, sino en una relación de alianza muy particular; y muy coyuntural, por cierto.
            Y es al calor de estas movilizaciones, de esta oleada de protesta social, como se modifica el escenario político de América Latina.

Tres cambios importantes

            Ahora bien, ¿qué se modifica? ¿Qué es lo que está cambiando en América Latina? Yo tengo mucha inseguridad en decir qué está cambiando, porque, además, no me parecen cambios irreversibles. Pero sí hay tres cosas que creo se están modificando.
            El neoliberalismo, el consenso de Washington, ha sufrido una seria deslegitimación. Las políticas de los noventa, sobre todo las políticas de privatizaciones, no son hoy de recibo en la mayor parte de los países de América Latina. Eso no quiere decir que el neoliberalismo esté en retirada, sino que asume nuevas formas. Hoy una de las luchas o una de las presiones importantes, tanto de los Gobiernos como de los movimientos, es la recuperación de lo que se privatizó en los años noventa.
            Una segunda cuestión que cambia es –y esto lo voy a decir un poco con pinzas– el modelo de relaciones exteriores: hoy se aprecia una tendencia hacia el multilateralismo en América del Sur. Ya no se puede decir, en rigor, que sobre América del Sur –excluyo el Caribe, Centroamérica y México, por supuesto– Estados Unidos tenga un dominio unilateral, hegemónico. Tiene contrapesos muy fuertes. Uno de ellos es la Unión Europea. En los años noventa, las multinacionales europeas ganaron importantes espacios económicos, sobre todo en el área de servicios, telefonía y otros. Y aumentó la presencia política de la UE de un modo relativamente importante.
            Si bien el primer aspecto, el de las multinacionales europeas, tiene sus pros y sus contras –es interesante que haya un juego multilateral, aunque sea de multinacionales–, en el plano más político, la UE juega un papel también dual, pero con posiciones positivas para este cambio. En algunos casos, negociaciones comerciales de un modo bastante tradicional; en otros, como en el caso de la guerra en Colombia y el Plan Colombia, tomas de posición bastante interesantes en la medida en que contribuyen, a mi modo de ver, a hacer menos fácil el anclaje de la política de EE UU en Colombia.
            Pero también hay una presencia creciente de China en América Latina, en varios terrenos. En el tema de la compra de productos primarios, sobre todo hidrocarburos, que China necesita, y una presencia en el terreno militar muy incipiente pero significativa, que obligó a EE UU a dar marcha atrás en esta idea de que no iba a dar asesoramiento militar a países que no dieran inmunidad a sus tropas, al ver el terreno que ganaba China.
            Y finalmente –y este es un dato para mí muy importante–, porque Brasil juega un papel de contrapeso importante a la política de EE UU. Y cuando digo Brasil, ¿qué digo? Digo dos cosas, digo el Estado brasileño, que tiene, no sólo con Lula, sino ya desde el periodo de Fernando Henrique Cardoso –y lo tuvo de una forma menos ostensible, pero sí clara, durante el Gobierno militar–, la defensa de los intereses de Brasil en América del Sur. En concreto, la defensa de la Amazonía, y, ahora con Lula, el fortalecimiento de los mecanismos de integración             frente al ALCA, facilitando su fracaso.
Y digo también parte del empresariado. En particular, la burguesía industrial paulista, de Sao Paulo, que tiene un peso muy fuerte en Brasil, país considerado la octava o novena potencia industrial mundial. En Sao Paulo está concentrada esa poderosísima burguesía industrial brasileña, fuertemente aliada con el capital financiero internacional, pero que tiene sus intereses propios en América Latina.
            Como ven, no se trata de amigos, pero se trata de constatar que existen hoy dificultades para que EE UU implante un dominio unilateral en América Latina. Y sigue siendo la gran potencia que juega un papel muy importante, con una gran capacidad de influencia, que tiene muchas bazas a su favor, tanto comerciales, como políticas, como militares, pero que ya no juega sola.
            De todos los cambios, éste es quizá el de más larga duración, el que tiende a implantarse con mayor fuerza en el tiempo.
            Lo que podríamos llamar un tercer cambio es el hecho de que se registra un mayor protagonismo social y socio-cultural de los de abajo, de la gente, organizada en movimientos o semiorganizada, o en sus redes tradicionales de supervivencia y de vida.
            Los tres cambios no tienen mucho que ver con el Gobierno tal o el Gobierno cual y, como ya he señalado, no son irreversibles. El protagonismo social va y viene. El neoliberalismo se ha deslegitimado, si nos referimos al de los noventa. Ahora existe una nueva oleada de neoliberalismo defendida por algunos Gobiernos por necesidades perentorias, de supervivencia y de asegurar la gobernabilidad.

Caracterización del momento histórico

            Ahora bien, ¿cómo podríamos caracterizar la coyuntura actual? A mí me cuesta un poco pensar, como me han dicho algunos compañeros en Italia, que “hay una oleada roja en América Latina”. Me cuesta un poco verlo así. Si observamos en detalle cada uno de los países, lo primero que vemos es una enorme heterogeneidad entre ellos, heterogeneidad social interna y de los propios Gobiernos. No son situaciones idénticas ni similares, y en algunos casos ni tienen problemas comunes. Pero, además, los Gobiernos son muy diferentes. No es lo mismo el Gobierno de Evo, que el de Lula, que el de Chávez, que el de Kirchner. Tienen problemas en sus sociedades y en sus fuerzas, en su bases de apoyo político, que hacen que no se pueda hablar de algo que abarca todo o, por lo menos,  a estos siete países de América Latina.
            Grosso modo, yo creo que hay dos grandes trayectorias: la de Ecuador, Bolivia y Venezuela, que es la del hundimiento, o la deslegitimación, o la de la crisis, más o menos irreversible, del sistema de partidos en estos tres países. Ésa es una trayectoria clara, marcada por la inestabilidad, por la crisis, por el desborde de los movimientos a lo instituido, tanto a lo instituido a nivel político como a lo instituido a nivel de los movimientos sociales. Han desbordado sus propias organizaciones.
            La otra trayectoria es, de alguna manera,  la de Brasil, Uruguay, Chile, definida por la acumulación gradual de fuerza electoral en un terreno de importante estabilidad política: fuerzas políticas más o menos nuevas, que han hecho su experiencia de Gobiernos municipales, de Gobiernos provinciales y luego de Gobierno nacional. Una trayectoria caracterizada, al contrario de la otra, por el gradualismo, por la estabilidad, sin que los movimientos sociales –menos fuertes– desborden lo institucional.
            Argentina ocuparía un lugar intermedio, como lo ocupa en todo. Tiene aspectos de crisis, de desborde, y tiene aspectos de relativa estabilidad y permanencia.
            Me parece que estas dos diferentes trayectorias de las sociedades, de los países, explican mucho más que los discursos de los presidentes el hecho de que se estén realizando políticas tan diversas, tan opuestas en algunos casos.
            Pero, además, son Gobiernos que tienen enormes contradicciones entre sí. Yo creo que hoy, si uno mira a América del Sur, ve que en América del Sur lo que predominan son las contradicciones entre Gobiernos de “una misma familia ideológica”, no la unidad.
            Contradicciones muy fuertes entre Uruguay y Argentina en el asunto de la celulosa. Contradicciones no tan fuertes, pero importantes en algunos momentos, entre Argentina y Chile por el gas, porque Argentina no puede cumplir los convenios de exportación de gas a Chile. Contradicciones importantes, no resueltas pese al acuerdo de ayer, entre Bolivia y Brasil, también por el gas. Brasil paga a Bolivia un precio irrisorio por este combustible. Ha aumentado un poco pero sigue siendo más bajo que el que paga Argentina, y mucho menor que el del mercado internacional.
            Contradicciones comerciales importantes entre Argentina y Brasil, que ahora se han solapado, que han bajado un poco su perfil, pero que no tienden a disminuir. El libre mercado genera esas contradicciones. Argentina se desindustrializó en los noventa y se reindustrializó. Y se potenció la industria de Brasil, sobre todo la automovilística. Contradicciones entre Brasil y Ecuador por el petróleo. Brasil tiene una gran empresa, que es la más grande de Sudamérica, Petrobras, que genera conflictos, porque es una multinacional del petróleo, y como cualquier multinacional planta sus pozos en un área indígena, y hay conflictos. Y contradicciones, menos ostensibles, pero importantes, entre Brasil y Venezuela. Por no hablar de los enormes líos que hay entre Colombia y Perú.
            Estoy hablando de los de la misma familia ideológica, y me parece que en este terreno predomina, insisto, un conjunto de contradicciones que han impedido, primero, la integración regional real; y segundo, impiden hablar de un movimiento común de este conjunto de Gobiernos progresistas –estoy diciendo todo lo negativo–.  Y conviene observar, además, que este tipo de conflictos se dan, en su inmensa mayoría, en relación con los recursos naturales: el gas, el petróleo...
            Y para seguir viendo cómo caracterizar los cambios operados en América Latina, detengámonos ahora en la perspectiva que afrontan los movimientos sociales. En primer lugar, se encuentran con un conjunto de problemas nuevos que, a mi modo de ver, tienen enormes dificultades para afrontarlos. Es verdad que el escenario político ha cambiado y que, en mi lectura, han jugado un papel importantísimo en ello. Pero como sucede incluso en la vida personal, se suele ser prisionero de los propios éxitos. Los movimientos sociales han modificado la relación de fuerzas, pero no han resuelto cómo relacionarse con los nuevos Gobiernos.
            En los noventa, los movimientos sociales ocupaban el centro del escenario político en una lucha de resistencia contra el neoliberalismo. Hoy el centro del escenario político en casi todos los países lo ocupan los Gobiernos y su enfrentamiento con los sectores tradicionales, las llamadas oligarquías, la derecha, el imperialismo... Los sectores de oposición pertenecen, en general, a la vieja derecha. Y los movimientos sociales oscilan entre un apoyo a los Gobiernos cuando hay un enfrentamiento con la derecha, y una presión, más o menos importante, para forzar que vayan más allá en el programa de reformas.
            A mí me parece que en este terreno hay conflictos, problemas, una dualidad que les ha debilitado, porque no existe una coherencia de actitud política de los movimientos, que oscilan entre ir a por todas contra esos Gobiernos que tienen un sólido apoyo popular, o, en algunos casos, subordinarse a ellos.
            Llama la atención, por poner dos ejemplos muy conocidos, el exceso verbal, por decirlo así, del subcomandante Marcos frente a López Obrador. Un hombre que podía haber ganado las elecciones, pero al que Marcos colocó en el mismo plano que los gobernantes de la derecha. Y llama la atención, en el otro extremo, el enorme sometimiento de las Madres de Plaza de Mayo al Gobierno de Kirchner. Uno diría que ni tanto ni tan poco. Algo grotesco, porque hay madres –no es el caso de Hebe de Bonafini– que califican poco menos que de traidor a quien hace una huelga, un paro o cosas por el estilo.
            Entre esos dos extremos, hipercrítica y subordinación, parece que habría otras posibilidades. Hay algunos movimientos, como los Sin Tierra, que han intentado e intentan transitar este panorama tan complejo. Pero, insisto, para resumir, la complejidad del escenario político ha debilitado el papel y la visibilidad de los movimientos.
            Otro problema es la cuestión de los planes sociales de los nuevos Gobiernos y todo lo que tiene que ver con el tratamiento de la pobreza, un asunto importante, urgente, sobre el que la mayoría de los movimientos no tienen política, mientras que los Gobiernos sí la tienen. Pero aquí se produce también una doble vertiente. Una de esas caras la ofrece el caso de los Gobiernos de más del sur –Brasil, Argentina, Uruguay–, en donde hay planes sociales importantes de inclusión social o de distribución de renta, mínima, pero de distribución de renta al fin y al cabo, que actúan –esos planes oficiales– sobre la misma base social de los movimientos. Y los planes, aunque alivian la pobreza, influyen negativamente en la capacidad de los propios movimientos para seguirse movilizando y organizando; y que, en algunos casos, afectan, incluso, a su autonomía. Así lo plantean los Sin Tierra: “Desde que está Lula –y votan a Lula y piden el voto para Lula– nos cuesta mucho movilizarnos y organizarnos. Y en estos cuatro años más de Lula lo vamos a pasar muy mal; luego, no sabemos”. Y no creo que haya un maquiavelismo de los Gobiernos, no, es un efecto real. Me acuerdo de que, cuando estaba en Andalucía, los planes aquellos que implementó el PSOE debilitaron mucho el trabajo en el área rural de CC OO y del SOC.
            La otra tendencia es la que encabeza el Gobierno de Chávez, con esta historia de las Misiones [bolivarianas], que me parece grave. Una de las fortalezas de los movimientos sociales venezolanos, y una de sus paradojas, es su gran fragmentación; son movimientos muy fragmentados, muy locales, no articulados. Lo cual supone –desde mi formación ideológico-política– un hándicap. Pero han sido capaces de revertir un golpe de Estado, de revertir un paro petrolero, pese a esa gran fragmentación. El problema es que con estos planes calcados de Cuba, las Misiones, se puede disciplinar en el sentido más estricto toda esa diversidad, tan rica, tan heterogénea, de movimientos. Algo de eso, por lo que hemos hablado con algunos compañeros venezolanos, estaría ya en marcha. Y ése es un tema preocupante.
            Ya no sólo está en juego la autonomía, un valor que el MST de Brasil trata de mantener: este movimiento trabaja en la formación, en asegurar una mínima autonomía material, trabaja en apoyar en el plano político, pero manteniendo sus rasgos culturales y políticos propios. Pero acaso sea algo más que la autonomía, acaso es la supervivencia misma de las sociedades civiles organizadas, como tales, lo que estaría en juego. Y si esta tendencia continúa y se fortalece, creo que puede ser un problema grave.

Retos y reflexiones para los movimientos

 
            Por último, voy a plantear dos o tres problemas que esta coyuntura latinoamericana, vista, como la miro yo, desde los movimientos, plantea, a mi modo de ver, a la cuestión del pensamiento.
            En primer lugar, me parece que es necesario ir más allá de conceptos tradicionales como cooptación; por supuesto, también incluiría traición, izquierda-derecha, revolución, reformismo... Pero este término de “cooptación” me preocupa mucho para comprender los escenarios actuales. Porque, de una manera o de otra, estos escenarios han sido construidos conjuntamente con los movimientos, o sea, con la gente movilizada en algún momento, y por fuerzas políticas o equipos de Gobierno que hoy ocupan la Administración estatal. Es decir, no se puede hablar sin más de que los Gobiernos estén cooptando los movimientos. Eso pasa en algunos casos, pero no es suficiente esta conceptualización, a mi modo de ver, para explicar lo que está pasando. Es mucho más complejo.
            Hebe de Bonafini –yo la conozco personalmente–, aunque a muchos les pueda caer bien o mal, no es cooptada, apoya a Kirchner por otras razones. No la compraron, no la ganaron. Y como ella, muchas otras personas en América Latina. Joao Pedro Stélide y otros dirigentes Sin Tierra apoyan a Lula no porque les hayan dado un carguito. Y, por supuesto, podemos hablar de Bolivia, donde más lejos podemos ir en este terreno.
            Se trata de un asunto teórico-político o teórico-cultural importante: cómo vamos más allá de esta interpretación simplista o maquiavélica. Hay un escenario, que no es sólo responsabilidad del PT, que el MST, que la CUT, que la gente ha contribuido a construir. Esto me parece mucho más complejo que la simple cuestión ésta de la cooptación.
            Un segundo problema es cómo hacer para expandir las experiencias sociales más interesantes que hay. ¿Qué quiero decir con esto? En el seno de algunos movimientos, hay algunas prácticas realmente interesantes, liberadoras; experiencias democráticas, participativas. Por ejemplo, en la educación: ese el caso del MST, en el que se da, además, una amplia participación de mujeres. En la cuestión de la liberación de la mujer, los trabajos son menores, pero, de alguna forma, realmente novedosos y prometedores. Hay experiencias productivas, parciales; no resuelven la supervivencia de ese colectivo, pero las hay. Y así podría seguir diciendo unas cuantas más.
            ¿Cómo extender esto? Hasta ahora se ha expandido contra el Estado y contra el modelo hegemónico. Ahora –es una pregunta para la que yo no tengo respuesta–, el Estado, que siempre jugó a la contra, ¿puede jugar hoy algún papel, no de sustituir a estos colectivos, no de ocupar el papel de ellos, sino de contribuir a expandir, fortalecer, estas prácticas tan interesantes? Es una duda. A veces la experiencia que tenemos en muchos países de América Latina es que cuando el Estado se mete, la embarra, hace cualquier desastre. Pero ahora son Estados distintos o, mejor dicho, son los mismos Estados pero dirigidos por otras personas, y hay prácticas que no son las mismas de antes. En esto estamos, pues, ante un dilema que tiene que ver, que tiene empatía con el problema de los movimientos, no resuelto, que antes les planteé: cómo relacionarse con estos nuevos Gobiernos progresistas.
            Y por fin, una última cuestión que simplemente enunciaré: la necesidad de descifrar, comprender, los enigmas del cambio social y cultural. Nuestras sociedades están cambiando, no siempre en el sentido que uno quisiera –a veces sí–, y hay aspectos interesantes, prometedores en esos cambios. Estoy hablando de los cambios en el seno de las sociedades, más allá de los partidos, de los movimientos, de las instituciones. Creo que éste es un elemento muy complejo, y en un periodo de tantos cambios, algunos interesantes, otros, como ya comenté, contradictorios, otros terribles, intentar comprender cómo se mueve la sociedad, creo que puede contribuir a empujar un poquito, a alentar, a insuflar un soplo de aire fresco a esas prácticas interesantes.


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(1) N. R.: Movimiento de Campesinos de Ecuador, hoy llamada Confederación de los Pueblos de Nacionalidad Quechua de Ecuador.
(2) N. R.: De Tupac Katari, nombre que se dio a sí mismo el dirigente aymara Julián Apasa, que encabezó el levantamiento indígena contra el dominio español en el último cuarto del siglo XVIII en Bolivia. Con ese nombre recogía la memoria de otros líderes indígenas que le precedieron: Tupac Amaru y los hermanos Katari.