Si las multitudes mantienen esa actitud y se niegan a recuperar atributos de los movimientos sociales y de los grupos armados insurgentes (programa, liderazgos y búsqueda del poder), su vocación excesivamente democratizadora los van a destruir, pero aún más, sus actuaciones pueden colapsar un andamiaje institucional y reventar las estructuras de la democracia que se está edificando en la medida que la represión estatal y las presiones de los medios de comunicación y agentes económicos del gran capital los criminalicen por  los actos y  desempeños de las multitudes.
Las multitudes aisladas no van a subsistir, pero tienen la opción de  armar ligas, redes asociativas y trabajar en varios frentes o aristas, algunas veces organizadas en asociaciones barriales, otras en defensa de los servicios públicos, sin desdeñar la posibilidad de estar en el poder participando en las elecciones, colocando parlamentarios, alcaldes, gobernadores, construyendo  liderazgos comunales, universitarios, etc., a fin de dotarla de lo que hoy carecen, de un programa, una vocación de poder y liderazgos que marquen la pauta de la nueva democracia a construir, desde abajo. Si se quedan como están, el mayor riesgo que corre la democracia es que renuncia a un sujeto que potencialmente puede transformase a si mismo pero a la vez empujar a la democracia del lugar en que se encuentra estancada.
Si en Venezuela no se le da cuerpo orgánico a las multitudes, sus acciones pueden aparecer como actos vandálicos, de violencia tumultuaria sin sentido, achacándole los costos a los Círculos Bolivarianos o a las hordas Chavistas, que no son más sujetos sin derechos que ven la oportunidad de manifestarse en los espacios públicos, aun cuando no tenga reconocimiento ni organicidad de partido político.
Valores necesarios para resolver el conflicto.

La tolerancia, la inclusión y la autonomía

La tolerancia  es un valor ético de la democracia, o una virtud cívica en cuanto nos remite a una convivencia y sociabilidad pacífica, donde intercambian opiniones distintos actores con ideologías, creencias y prácticas políticas disímiles.
Casi siempre que se aborda el estudio sobre la tolerancia, se remiten, la mayoría de los autores, al problema de la verdad, o a la inexistencia de una verdad absoluta, por ello hace referencia a la relatividad de la verdad. (Cisneros I. 1996, Fetscher I. 1994)
La tolerancia es parte de un discurso sobre la naturaleza de la verdad, pero una verdad confeccionada por distintos tejedores que en un espacio común, dialogan, confrontan y resumen distintas verdades relativas, hasta asistir a un evento de síntesis que les permite mostrar a la luz pública la prenda fabricada, bajo el principio de la tolerancia.
Entonces tolerancia es convivir bajo el paraguas del respeto recíproco en un mundo en que no existen valores comunes que determinen la acción en las distintas esferas de la vida, y en el que tampoco existe una realidad única idéntica para todos. (P.Berger y T.Luckmann, 1997)
Esta distinción nos permite reconocer que la tolerancia se recrea en la diversidad de actores y opiniones y por lo tanto se moja en las aguas de la pluralidad, que hace parte del océano de la democracia ampliada. Tolerancia es un reclamo de las comunidades étnicas, de las organizaciones comunitarias, de los grupos sociales y de los demás cuerpos políticos que pululan en Venezuela.
La tolerancia como virtud cívica puede cambiar el imaginario de los actores en el conflicto venezolano, donde la versión de amigo/enemigo no es más que verse hoy bajo la irreductible focalización del exterminio como condición básica para la existencia del yo; a cambio, de aceptarse la tolerancia como parte substancial de la vida política, la versión cambia y el otro no es enemigo, sino adversario que no es más que el otro  con derechos, pero con la posibilidad de conflictuarse en un espacio común, sin que exista ni medie la intención de eliminación del contrincante.
 Reconocer la existencia de la diversidad y del otro, es un avance significativo, como también abrir un espacio para que la tolerancia se asome y se quede orientando las acciones futuras, tanto de los dirigentes de los  partidos tradicionales como los de nueva creación y aún los agentes que asumen responsabilidades de gobierno. Algunos creen, en este primer inicio de la tolerancia, que aceptarla es un acto de soportar al adversario o al otro que no es igual a mí; pero no es así, porque justamente lo diverso es un dato irrenunciable de nuestra misma socialidad (Cisneros I. 1996) y una condición necesaria para sujetos que viven en pluralidad, aceptando a otros con diferentes creencias, otras opciones políticas y preferencias de credo diversos.
Entonces tolerancia guarda fronteras con libertad, la libertad mía y la del otro, por ello se debe asumir una actitud mental de que en un macro domo social, la tolerancia es aceptar que la libertad de un individuo no termina donde empieza la libertad del otro.  Más bien, la libertad del otro constituye, hoy por hoy, la principal condición de la propia libertad. (op.cit)
Otro aspecto de la tolerancia, es que es un canal que conduce a la construcción de consensos, indispensables para  ejercer un buen gobierno, o mantener la gobernabilidad;  pese a ello, no apaga, ni destierra el disenso, puesto que éste sigue existiendo y ocupando un espacio en la vida política, actuando como voz crítica o censura con licencia que se opone a toda arbitrariedad o acción mayoritaria en detrimento de una minoría que disiente. Tolerar es el verbo que más pronombres tiene y deben conjugar todos los actores de la política de fin de siglo.
A la tolerancia individual se le suma en el camino democrático, la tolerancia pública que va más allá de la ciudadana, porque exige a los actores y cuerpos políticos a dialogar entre grupos sociales, entre asociaciones, entre unidades colectivas y comunidades; asimismo al gobierno le toca el turno de aceptar y practicar el diálogo con comunidades étnicas, grupos de desplazados, de género, entre otros, ampliando a otros campos de la esfera de la vida social, la búsqueda de acuerdos y la aceptación de las diferencias.
La inclusión es otra  virtud cívica, es escaque fundamental  en el tablero de ajedrez  que está fabricando la ciudadanía moderna. Si es aceptado por casi todos los analistas políticos que la sociedad está ocupada y constituida por actores sociales con posibilidades de autodeterminación; con capacidad para intervenir mediante un intercambio racional en el mercado político y en los espacios públicos; con pleno derecho a tener derechos en el plano social y jurídico; y con acceso a información y conocimientos para insertarse con mayores oportunidades productivas en la dinámica del desarrollo; ( Calderón F, Hopenhayn M, Ottone E. 1996) entonces es inaudito que se cierren las puertas a la participación plural y a la inclusión del otro en las tareas que son propias del espacio público o de gobierno.
La inclusión es parte constitutiva de la participación plural, es el intercambio de experiencias que dan lugar a la formación de nuevas comunidades de sujetos, de nuevos lazos identitarios y por ende a una nueva fuente generadora de sentido, si tenemos en cuenta que el sentido no existe en forma independiente, sino que se forma a través de referencias y relaciones intercambiables de experiencias y de acumulación de conocimiento que sedimentan el acervo social de la inteligencia colectiva.
Aceptar la inclusión en las tareas de gobierno y en la gestión pública, es darle sentido a las acciones hacia un fin preconcebido; concederle la oportunidad a los actores involucrados a que construyan su propia utopía, anticipen una condición futura y evalúen su deseabilidad y su urgencia, como también los pasos que habrán de dar para hacerla posible; el sentido de las acciones, en el acto, se configura por su relación con el propósito, y una vez concluido, sea un éxito o no, pueda ser evaluado y capitalizado como experiencia para el acervo de su conocimiento. (Berger P, Luckmann T. Op.cit)
Si reconocemos que muchos de los problemas que padece la sociedad venezolana  no se pueden resolver con la sola iniciativa del gobierno, la inclusión de las asociaciones y grupos de interés colectivo que se desenvuelven en el ámbito local y comunitario, pueden prestar una valiosa ayuda y una coadyuvancia para encontrar soluciones consensuadas; además, si reconocemos que ellas han  actuado y lo siguen haciendo, como mediadoras entre las instituciones de la sociedad y los individuos, cumpliendo un rol de gestoría y de defensa ciudadana, son claramente instituciones intermedias, que en palabras de Berger y Luckmann, contribuyen a la negociación y objetivación social del sentido.
En síntesis, la inclusión es un ingrediente  de la democracia ampliada que no se pude dejar de lado, menos en los partidos políticos que busca reposicionarse en un escenario de cargado de incertidumbre y de poca credibilidad,  donde algunos de los actores se están estructurando o transformando para insertarse de nueva cuenta en la nueva realidad. Si se participa en el escenario recién construido con una vocación plural, tolerante y abierta a la inclusión, es muy probable que la democracia se rejuvenezca, pero si se actúa bajo la lógica de los partidos tradicionales, no vale la pena intentar una reflexión sobre el caso, porque los logros serán nulos.
La otra virtud es el respeto a las autonomías, que se desprende del mismo desenvolvimiento que ha tenido la ciudadanía moderna, al momento que se genera un proceso de redefinición de identidades y de pertenencia grupal en los ámbitos locales, de barrios, de grupos religiosos, étnicos, comunitarios y vecinales.
Al momento que la política de descentró, la incertidumbre llegó  y se quedó en el  horizonte ciudadano y los problemas se remultiplicaron, el Estado, menos los partidos políticos, tampoco los militares  estaban en condición para responder al ramillete de interrogantes que la ciudadanía se planteaba; sin embargo, de manera sorda, pero eficaz, los movimientos sectoriales, vecinales, comunitarios y ONG no se amilanaron, asumieron como un desafío el nuevo escenario y allí se insertaron, trabajando y renovando identidades, elaborando plan de acción, construyendo acciones colectivas y traslapes identitarios hasta ocupar parte del vacío dejado por los partidos políticos y el mismo Estado.
La eclosión de un nuevo elenco revelador de actores sociales, fue presionando a la sociedad para que se aceptara, no sin vencer obstáculos, una democracia cultural, que admite el pluralismo cultural y los derechos de las minorías; además, exhibió de manera contundente, que la sociedad contemporánea, situada en los cruces de la globalización y el neoliberalismo, está abierta a los cambios e intercambios, por tanto ha mutado en diversos órdenes, lo que ha implicado una transformación radical en sus sistemas simbólicos, de integración y de aspiraciones políticas.
Hoy día podemos decir, sin temor a equivocarnos, que no existe una sociedad en el mundo que posea una unidad cultural total, y las culturas son  construcciones que se transforman permanentemente con la reinterpretación de nuevas experiencia, lo que hace artificial la búsqueda de una esencia o un alma nacional, y también la reducción de una cultura a un código de conductas. (Touraine, A.1997)
Indudablemente  a la democracia cultural, la cual tiene como signo el reconocimiento de la diversidad entre las culturas, la aceptación de la pluralidad de intereses, opiniones y valores, sin llegar a construir un mundo cuadriculado, sino con canales intercomunicativos que asuman la forma de diálogo y tolerancia, hasta que los desemboque en un respeto absoluto a las autonomías grupales y comunitarias.
Las autonomías existen y deben respetarse, pero a su vez incluirse en planes de trabajo de beneficio común, sin que violente  su régimen autonómico, simplemente, a través de la comunicación inter-comunitaria se abre esa posibilidad de colaboración. Esta participación recíproca se da en un ambiente de democratización dialogante, (Giddens. A. 1996) que no es más que formas de intercambio social que pueden contribuir de forma sustancial, quizá hasta decisiva, a la reconstrucción de la solidaridad social.
Algunos creen que la autonomía conduce a una proliferación de  derechos y multiplicación de intereses; pese a ello, existen aclaraciones convincentes que aseguran que no es así, porque lo que esta sucediendo es algo que se aproxima a un cosmopolitismo cultural que sirve de cimiento a las relaciones entre autonomía y solidaridad, estimulando una democratización de la democracia. (Villoro L. 1997, y Giddens A. 1996 Op.cit.)
La democracia dialogante se practica es un espacio público, no en los medios de comunicación,  pues es el mejor marco para convivir y aceptar al otro en una relación de tolerancia mutua; el diálogo que prevalece como vínculo ínter autonómico, anota Giddens, debe interpretarse como la capacidad de crear confianza activa  mediante la apreciación de la integridad del otro. La confianza es un medio de ordenar las relaciones sociales a través del tiempo y el espacio. Sostiene ese silencio necesario que permite a los individuos o los grupos seguir con sus vidas sin dejar de mantener una relación social con otro u otros.
En síntesis, tolerancia, inclusión y autonomía, son tres núcleos que posibilitan la convivencia, la articulación y el trabajo conjunto; situarse a las espaldas de estos tres manantiales que emana la democracia del siglo XXl, es vivir de espaldas a la realidad y transitar en sentido contrario del desarrollo de la sociedad; aquí reside la voluntad de cambio que tendrían los sujetos políticos venezolanos, como también el número de aperturas y articulaciones que las nuevas unidades políticas tendría con los demás cuerpos políticos que son parte de la sociedad venezolana del Siglo XXI, hacer caso omiso, es tratar de detener un cambio a la fuerza, desatando la violencia o aplazando el futuro de ese país.

Notas
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* Los cangrejos ermitaños viven en fondos rocosos y arenosos costeros. Frecuenta zonas entre piedras y arena. Su abdomen no tiene articulaciones y es blando. Por eso utiliza conchas para vivir en su interior. Es de color rojo con algunos pigmentos amarillos.Vive en simbiosis con anemonas y esponjas, y sobre todo con la Actinia Calliactis parsítica. Todo el litoral. Suele verse en la playa tras ser arrastrado por redes y temporales.
Una vida de mudanza
No pueden subsistir por si mismos. Necesitan el cobijo que les ofrecen otras especies de su entorno. Los cangrejos ermitaños (Pagurus arrosor) no tienen concha que les proteja de los depredadores. Por ese motivo utilizan conchas de moluscos para convertirla en su casa. Es muy habitual encontrar que estas conchas convertidas en viviendas se recubren con Calliactis parasitica que con sus defensas urticantes alejan aún más a los enemigos del congrejo, Balanus (Balanus perforatus) y algas forman también una coraza protectora de la vivienda. Cuando sufren algún percance, la concha se rompe o ya no es segura, o simplemente porque se les ha quedado pequeña, salen del refugio y buscan una nueva casa, que poco a poco, se cubrirá también de balanus, algas, poríferos... 

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