Yoani Sánchez
Generación Y

Generación Y es un Blog inspirado en gente como yo, con nombres que comienzan o contienen una "i griega". Nacidos en la Cuba de los años 70s y los 80s, marcados por las escuelas al campo, los muñequitos rusos, las salidas ilegales y la frustración. Así que invito especialmente a Yanisleidi, Yoandri, Yusimí, Yuniesky y otros que arrastran sus "i griegas" a que me lean y me escriban.

Cuando la letra se parece al polvo
28 de junio de 2010.

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Autoviejo

           Durante varios días repasé a mi hijo para sus exámenes finales de la secundaria. Desempolvé mis nociones sobre funciones cuadráticas, fórmulas para calcular el área total de una pirámide y descomposición factorial. Después de más de veinte años sin tropezarme con esas complejidades de las matemáticas, reconecté neuronas en aras de ayudarlo a prepararse y así evitarme el pagar el alto precio de un maestro particular. Más de una vez –durante esas jornadas de estudio– estuve a punto de renunciar ante la evidencia de que los números no son mi fuerte. Pero resistí.

            Sólo cuando Teo regresó de su prueba más difícil diciendo que había salido bien me sentí aliviada, pues muchos de sus colegas de aula están en peligro de repetir el grado. La razón es que en tres años en la enseñanza media estos estudiantes han visto desfilar ante sí tres diferentes métodos evaluativos. Les ha tocado padecer también la falta de preparación de los llamados maestros emergentes y las largas horas de clases impartidas por un televisor. Desde hace dos cursos, el grupo donde está mi hijo no tiene profesor de inglés ni de computación y la asignatura de educación física es una hora correteando –sin supervisión– por el patio de la escuela. La falta de exigencia y la mala calidad educativa han llevado a los padres a poner los parches del conocimiento en las innumerables lagunas que les van quedado.

            Afortunadamente, la escuela de Teo no es de las peores. Aunque el olor del baño se pega en las paredes y en la ropa, porque nadie quiere trabajar como auxiliar de limpieza por la miseria que pagan, al menos no hay tantas arbitrariedades como en otros colegios habaneros. Tampoco –y eso es un alivio– se compran y se venden calificaciones, práctica cada vez más común en los centros docentes. Los maestros que ha tenido, a pesar de estar mal preparados, son personas de carácter afable a los que la comunidad de padres hemos intentado ayudar. En comparación con los problemas que tiene una amiga, con una hija en un tecnológico, nosotros podríamos sentirnos felices del estado moral de la secundaria de nuestro retoño. Según me cuenta ella, el intercambio de sexo entre las adolescentes y sus profesores se ha constituido en maña habitual para tener un aprobado. Cada examen tiene una tarifa y pocos se mantienen incólumes ante la tentadora oferta de un teléfono móvil o de un par de tenis Adidas a cambio de una nota de sobresaliente.

            He evitado tocar este espinoso asunto del deterioro del sistema educativo por el temor –lo confieso– de que mi hijo se viera afectado a causa de los criterios de su madre. Durante los tres años que él ha estado en la secundaria básica, apenas si he deslizado un par de críticas sobre el estado de la infraestructura escolar, pero ya no aguanto más. Ellos serán los profesionales del mañana, los médicos que tendrán nuestros cuerpos sobre una mesa de cirugía, los ingenieros que levantaran nuestras casas, los artistas que intentaran alimentarnos el alma con su creación y esta pésima base formativa pone todo eso en riesgo. No sigamos conformándonos con que al menos mientras están en un pupitre los niños no vagan por las calles a merced de otros riesgos. Entre las paredes de las aulas pueden estarse fomentando vicios muy graves, deformaciones éticas permanentes e incubando una mediocridad de proporciones alarmantes. Ningún padre debe quedarse en silencio ante eso.

Ojos de pescado
21 de junio de 2010.

            Están ahí para mirarnos y grabarnos. Decenas, cientos de cámaras regadas por toda la ciudad como si ya no fueran suficientes los camiones cargados de policías, los CDR en cada cuadra y los segurosos con camisas a cuadros. Han sido instaladas con una eficiencia que rara vez se ve en la ejecución de algún proyecto de beneficio popular. Su sofisticada estructura asoma lo mismo en una calle donde la mitad de las casas están a punto de derrumbarse que en los modernos enclaves turísticos o en la suntuosa 5ta Avenida. Captan al que trafica con carne de res, vende drogas o arrebata una cadena de oro; pero también vigilan a quienes no guardan armas bajo la cama, sino opiniones en sus cabezas.

            Cuando esos “ojos de pescado” empezaron a ser instalados por todas partes, generaron entre los habaneros una sensación de parálisis. Me recuerdo buscando los puntos ciegos donde sus globos de cristal no pudieran captarme. Después me relajé un poco y aprendí a vivir con ellos, sin dejar de sentir esa comezón en la nuca que da el saberse observado. Entre las especulaciones alrededor de estas máquinas filmadoras está la de que tienen programas para detectar rostros -ya incluidos en una base de datos- a partir de medidas antropométricas. Pero los comentarios de ese tipo bien pudieran pertenecer al catálogo fantasioso que genera todo lo nuevo.

            Estas cámaras públicas –materialización de la telepantalla orwelliana– han dado inicio a una nueva cinematografía. Aunque funcionan básicamente de forma automatizada, algunas manos han filtrado su contenido hacia las redes alternativas de información. Decenas de imágenes salen de los archivos policiales y circulan ahora mismo a través de las memorias USB. Videos donde se nos ve delinquir y sobrevivir, hurtar y rebelarnos. Minutos de golpizas policiales, choques de autos y vistas de prostitución entre muchachos muy jóvenes y turistas que le duplican la edad. Una completa muestra de un impactante snuff movie que desde hace semanas va de una pantalla a otra, brinca de los teléfonos móviles a los reproductores de DVD.

            Sin pretenderlo, la policía nos ha dado el más crudo testimonio que se puede tener sobre nuestro presente. Una sucesión de escenas que –no hay dudas– quedarán almacenadas en la memoria visual de este país.

Aniversario de una consigna
11 de junio de 2010.

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            No, no se equivoca usted, el titulo refiere precisamente a un slogan que cumple años, a una consigna a la que le prenden una nueva velita. En esta isla la manía de conmemorar ha llegado al extremo de celebrar incluso la primera vez que alguien dijo algo. Aunque nos ahogábamos ya en las efemérides y en los aniversarios, ahora se han sumado a la lista de los festejos aquellos relacionados con el nacimiento de una frase. Se entrevista a quienes presenciaron el momento en que se combinó determinado verbo con ciertos sustantivos, como si cada día no nacieran miles de expresiones a tener en cuenta. Hoy, por ejemplo, mi vecina dijo muy inspirada: “nunca se termina, en esta casa nunca se termina”, que viene a ser el lema –apenas tenido en cuenta- de todas las amas de casa del país.

            En el inventario de las expresiones a recordar sólo están las positivas, porque a quién se le ocurre que en el noticiero vayan a desempolvar las derrotas, las mentiras, las meteduras de pata. Esas no acumulan años, esas se borran de la historia y punto; que las recuerden otros. Por eso la prensa oficial sólo dedica espacio en estos días a ensalzar la aparición de la coda “¡Venceremos!” en un lema que ya era de por sí bastante pavoroso. Hace más de cincuenta años que la disyuntiva nacional quedó encerrada en un esquemático “Patria o Muerte”. Cinco décadas en que nos hemos acostumbrado al tremendismo de tener que optar por la Pelona, mientras al otro lado de la frase se cambiaba la palabra “patria” por la de “socialismo”, que también podría sustituirse por el término “partido” o por el nombre de cierto líder.

            Así van las cosas por aquí: transcurriendo en el plano de lo nominal, de lo dicho pero no hecho. Haciendo un culto al verbo, aunque la realidad lo niega cada día. De qué vale inflar globos por las consignas y recordarnos que peinan canas, si su antigüedad no las ha hecho ni más venerables ni más ciertas. Aunque la vistan de fiesta, la consigna “Patria o Muerte: ¡Venceremos!” me sigue provocando más inquietud que tranquilidad. Hoy, con medio siglo repartido entre sus cuatro palabras, suena como el eco de tiempos lejanos en que todo un pueblo llegó a creerse esa disyuntiva. Después de tanto repetirla, verla pintada en las vallas, escucharla desde las tribunas, me sigo preguntando si acaso hemos vencido, si a esto que hoy tenemos se le podría llamar “victoria”.