Alfons Cervera por Alfons Cervera

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Los Diablos Azules/ InfoLibre, 16 de marzo de 2018

 

Alfons Cervera, que acaba de publicar La noche en que los Beatles llegaron a Barcelona (Piel de Zapa, 2018), cuenta con un entrevistador de primera fila: el propio Alfons Cervera. Desde su refugio en Gestalgar (Valencia), el escritor se autoentrevista sobre su último libro, un relato sobre la represión del franquismo de los sesenta desde los calabozos de la comisaría de Via Laietana. 

 

Alfons Cervera. Montesinos.

 

Pregunta. ¿Se ha convertido para ti algo parecido a una obsesión escribir sobre lo que se llama memoria histórica?

Respuesta. No todas las obsesiones son malas. En todo caso, escribo lo que escribo porque me gusta escribir de eso y no de otra cosa (al menos, de momento). La memoria y el olvido van juntos, ya no a distancia como antes, sino a un paso una del otro. Hay quien escribe para que cunda, entre quienes leen, el olvido. Y otros, como es mi caso, que llenamos nuestras novelas con ese tiempo devastado por la dictadura franquista sobre el que pesan no sé cuántas toneladas de silencio, de olvido… y de un cinismo revisionista que aterra. Y hablando de las obsesiones, hay una que tampoco me quito de encima, ni cuando duermo: escribir bien y si es posible cada día mejor.

En esa línea memorialista, nunca hablas de la Guerra Civil. Cargas las tintas en la Transición… y no precisamente para echarle cohetes de fiesta a su paso.

 R. Es que, sobre todo, me interesan —como materia para mis relatos— la dictadura franquista y la Transición. No son lo mismo, claro que no son lo mismo. Pero soy de quienes piensan que este último periodo fue un tiempo de demasiadas renuncias por parte de la izquierda, de cambiar memoria por olvido. Pero aquí he de hacer alguna puntualización. Muchos de los déficits que le achacamos a esa Transición —y aún más si hablamos de memoria democrática— le corresponden al PSOE. No sé cuánto más se pudo hacer en aquellos primeros años de frágil democracia (todavía lo es), pero estoy convencido de que los sucesivos gobiernos de Felipe González de 1982 a 1996 pudieron hacer bastante más para que los tiempos de ahora no fueran tan parecidos en algunas cosas a los de la dictadura. Y digo parecidos, insisto, no iguales. Y otro detalle: lo que más me molesta de la Transición es que defiendan a machamartillo su carácter de tranquila. Bien que lo dijo Pierre Vilar: “No fue una calma chicha”. ¿Qué tranquilidad puede haber en un paisaje que se llenó de muertos a destajo? Más de 500 hubo, a manos de ETA, de la policía, de la extrema derecha… Eso del cinismo que antes decía…

En esa misma línea crítica, acabas de publicar tu última novela: La noche en que los Beatles llegaron a Barcelona. Un título que evoca no solo un concierto sino una época…

 R. Sí, los Beatles actuaron en la Plaza Monumental de Barcelona el 3 de julio de 1965. Siempre fui un fan insobornable del grupo. Ahora mismo, incluso, los sigo escuchando con la misma devoción de entonces. Pero la novela no es solo el concierto, la música en el escenario de la Monumental. Hay otra música, la de la tortura en los sótanos de la comisaría barcelonesa de Via Laietana. Allí ejercía el policía Antonio Creix, con una crueldad que traspasaba todos los límites de lo humano. La música de los Beatles y la música de la Bestia. Y como te decía antes sobre la necesidad de escribir decentemente: no veas lo que me costó que el ritmo de ambas músicas no transcurriera en paralelo sino al mismo tiempo, superpuesto uno a otro y viceversa. No sé si lo conseguí, pero ojalá que sí…

Una cuestión personal y no sé si transferible: desde hace muchos años vives en Gestalgar, tu pequeño pueblo de las montañas valencianas. Cosa rara, por la soledad y otros frutos amargos, que decía Aldecoa cuando hablaba del corazón…

 R. Pues sí, un pueblo pequeño. Y tan pequeño. Aunque censados seamos unas 600 personas, solemos vivir habitualmente unas 300. Pero a eso yo no lo llamo soledad. Es una elección para disfrutar de lo mejor que podemos disfrutar en un tiempo dominado por las prisas. Sí, el tiempo aquí es todo nuestro, lo distribuimos a nuestro único antojo, sin interferencias. Eso sí, hay que huir de ese absurdo elogio del ruralismo que hoy está tan de moda cuando quien habla o mira es el urbanita. No resulta fácil vivir en según qué sitios tan apartados de todo. Pero está el lado bueno de esa especie de aislamiento. Me gusta poco andar en grupo, sea ese grupo del gremio que sea, incluido también el literario. Cada vez me cuesta más salir de Gestalgar, aunque viaje mucho, sobre todo a Francia, para estar con la gente que lee mis novelas, que por suerte es bastante… Pero eso: cada vez me siento más a gusto viviendo en el monte.

Otra pregunta que muchas veces te habrán hecho antes de ahora, sobre tu lealtad editorial: en Montesinos, sello también responsable de Piel de Zapa, llevas desde tu primera novela en 1984…

 R. Sí, una pregunta que se repite con mucha frecuencia. Me apunto a lo que decía Rafael Chirbes cuando hablaba de “especulación editorial” para afirmarse en su negativa a dejar Anagrama. Como dices, llevo desde el principio en Montesinos y ahí voy a seguir hasta que los dos aguantemos. Yo estoy estupendamente con Miguel Riera y Elisa-Núria Cabot: son mi familia desde hace la tira de años, más de 30. No sabría publicar en otro sitio. En tiempos de traiciones e imposturas como los que vivimos, la lealtad ha de valorarse como una especie moral protegida. Y yo aporto lo que puedo a ese compromiso de preservación.

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