El País, 20 de octubre de 2020.
Un 10% de los fondos anticovid conducirían al mundo por una senda sostenible.
Los filósofos éticos saben que la existencia de un mal mayor no nos exime de ocuparnos de los millardos de males menores que nos afligen y espantan a diario. Uno de los graves peligros para la gobernanza que nos plantea la crisis de la covid es que ese mal mayor, obviamente esencial y urgente, nos cierre los ojos ante otros problemas que ya eran acuciantes en eras prepandémicas y que, para nuestra infinita desgracia, seguirán allí como el dinosaurio de Monterroso cuando nos despertemos de la pesadilla y veamos que el mundo, lejos de haberse convertido en un lugar mejor, se nos aparezca de nuevo como el cenagal viscoso que siempre fue, una pesadilla de crecimiento perpetuo y descerebrado cuyos líderes parecen preocupados por cualquier cosa menos por lo importante. Un ejemplo de manual de estos males menores olvidados durante el bombardeo vírico es el cambio climático, naturalmente.