eldiario.es, 16 de diciembre de 2019.
Inducidos por el estallido de protestas populares en países como Sudán, Argelia, Irak y Líbano, analistas y medios de comunicación internacionales han comenzado a preguntarse si el mundo árabe es escenario de una segunda primavera revolucionaria, similar a la que fascinó al mundo en el invierno de 2011. Observadas con detalle, estas revueltas no parecen, sin embargo, algo novedoso, sino más bien el último coletazo de aquel movimiento libertario y antisistema que sacudió Túnez, Egipto, Libia, Siria y Yemen y con el que comparten errores, carencias y fiascos: principalmente, la ausencia de una alternativa política a las dictaduras capaz de ofrecer soluciones reales a demandas de libertad, derechos y justicia social. Es una alternativa igualmente inexistente frente a la ola contrarrevolucionaria lanzada desde potencias regionales como Arabia Saudí, que entendió el ascenso del llamado islam político y de la democracia como un desafío medular a su propia existencia y a su influencia en la región y optó por financiar a las corrientes retrógradas y represivas.