2019.
Desde hace algunos años, y de manera creciente, la inmigración, ampliamente
entendida, se ha situado en el centro de la arena política, principalmente en Europa y
Estados Unidos. Buena prueba de ello es el papel central que le está correspondiendo en
procesos electorales. Aludiendo únicamente a los que han tenido lugar en 2018, un
partido de la extrema derecha populista, nacionalista y xenófoba ha amenazado con
imponerse como primera fuerza en Francia y Holanda; ha entrado a formar parte del
gobierno en Austria e Italia; y ha registrado un fuerte aumento de sus apoyos sociales y
electorales en Alemania, Suecia o Baviera, entre otros. Si nos remontáramos un par de
años atrás, habría que incluir en esa serie, en lugar destacado, el referéndum del Brexit
en el Reino Unido, con las fenomenales consecuencias que son de temer, y la llegada de
Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos. El actual clima de rechazo a la
inmigración subyace a la victoria de los partidarios del Brexit, a la de Trump y al auge
de nacionalismos estridentes en Polonia, Hungría, Italia y Austria, entre otros; y cabe
especular con la probabilidad de que, sin el lugar central jugado por la inmigración en
esos procesos, sus resultados hubieran sido distintos.