Letras Libres, 18 de octubre de 2022.
El argumento de que el supremacismo blanco y el capitalismo han sido históricamente inseparables es una plantilla moral, económica y política poco apta para entender el presente del capitalismo.
A estas alturas, señalar que el pensamiento progresista moderno se centra en las especificidades de la raza y el género mientras que es en general indiferente a las comunidades de la clase se ha convertido en un tópico. Se asume que el famoso aforismo de Du Bois, según el cual “el problema del siglo XX es el problema de la línea de color”, se aplica de manera igual de comprensiva al siglo XXI. El problema evidente de este argumento, como incluso sus defensores reconocen con cierta incomodidad, es que mientras que resulta posible sostener que durante los siglos de la hegemonía europea y últimamente la de Estados Unidos, es totalmente defendible insistir en que el racismo y el capitalismo son inseparables, el ascenso del noreste asiático, primero de Japón y Corea del Norte, pero sobre todo de China, ahora parecerían desacreditar esa teoría de la inseparabilidad. No se puede insistir simultáneamente en que Estados Unidos está en un declive inexorable, y que como poco estamos en una era de multipolaridad política y capitalista, si no directamente en una época de dominio chino dentro del sistema capitalista global, y sin embargo insistir en que el capitalismo y el Supremacismo Blanco son inseparables. Y sin embargo eso es justo lo que hacen los progresistas modernos, y han tenido tanto éxito que esa opinión se ha convertido en el consenso dentro del complejo académico-cultural-filantrópico y, cada vez, en el conjunto de la clase profesional gerencial.